Dos

Domingo 12 de octubre de 1997

Henry tiene 34 años, y Clare 26

HENRY: Me despierto y huelo a hierro. Es sangre. Hay sangre por todas partes, y Clare está acurrucada en medio, como un gatito. La sacudo, y ella me dice:

—No.

—Venga Clare, despierta, estás sangrando.

—Estaba soñando…

—Clare, por lo que más quieras…

Clare se incorpora. Tiene las manos, el rostro y el pelo cubiertos de sangre. Clare me enseña la mano y veo que sobre ella reposa un pequeño monstruo.

—Ha muerto —me dice simplemente, y se pone a llorar.

Nos sentamos juntos en el borde de la cama empapada de sangre, abrazados, y lloramos.

Lunes 16 de febrero de 1998

Clare tiene 26 años, y Henry 34

CLARE: Henry y yo estamos a punto de salir. Esa tarde nieva, y mientras me estoy calzando las botas suena el teléfono. Henry atraviesa el pasillo y se dirige a la sala para contestar.

—¿Diga? —oigo que dice—. ¿De verdad…? Pues… ¡Es cojonudo! Espere, voy a coger papel…

Noto un prolongado silencio, salpicado de vez en cuando por algún «espere, explíqueme eso». Me quito las botas y el abrigo y camino en sigilo hacia la sala de estar, con los calcetines puestos. Henry está sentado en el sofá con el teléfono en el regazo, como si fuera un animalillo doméstico, y va tomando notas con afán. Me siento junto a él y me sonríe. Miro el cuaderno; en la primera línea leo: «4 genes: por 4, intemporal, Reloj, nuevo gen = ¿viajero del tiempo? Crom= 17x2, 4, 25, 200+ repeticiones TAG, ¿vinculado al sexo? no, +demasiadas recetas de dopamina, ¿y las proteínas…?». Es entonces cuando caigo en la cuenta: ¡Kendrick lo ha conseguido! ¡Ha encontrado la solución! No puedo creerlo. Lo ha hecho. Y ahora, ¿qué?

Henry cuelga el teléfono y se vuelve hacia mí. Su mirada refleja el estupor que siento yo.

—¿Qué pasará ahora? —le pregunto.

—Va a clonar los genes y a introducirlos en ratones.

—¿Qué?

—Va a crear ratones viajeros del tiempo, y después los curará.

Ambos empezamos a reír al mismo tiempo, y luego nos ponemos a bailar, lanzándonos en los brazos del otro y dando vueltas por la sala; reímos y danzamos hasta que caemos otra vez en el sofá, jadeando. Miro a Henry, y me sorprende que desde un punto de vista celular sea tan distinto, tan otro, cuando, en el fondo, es un hombre vestido con una camisa blanca abrochada de arriba abajo y un tabardo, cuyas manos conservan esa sensación de carne y hueso que noto entre las mías, un hombre que sonríe como un ser humano. Yo siempre supe que él era diferente, pero ¿qué más da? ¿Tanto esfuerzo por unas cuantas letras de un código? Sin embargo, de algún modo debe importar, y por esa misma razón tenemos que cambiarlo. Por eso en la otra punta de la ciudad el doctor Kendrick está sentado en su despacho, intentando solucionar el problema de crear ratones que desafíen las reglas del tiempo. Me río, pero se trata de una cuestión de vida o muerte, y entonces dejo de reír y me llevo la mano a la boca.