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El despacho podría ser cualquier despacho. Fluorescentes empotrados con graduador de intensidad, estanterías modulares, un escritorio que es prácticamente una abstracción. El susurro de una ventilación que no viene de ninguna parte. Tú eres un observador experimentado y no hay nada que observar. Una lata abierta de Tab cuyo color produce una impresión de vulgaridad sobre el blanco y el beige del fondo. El gancho de acero inoxidable para que cuelgues la chaqueta. No hay fotos ni diplomas ni toques personales: la coordinadora es o bien nueva en el puesto o bien una trabajadora externa. Una mujer de cara agradable y ojos saltones, a quien le empieza a encanecer el pelo, sentada en una silla acolchada idéntica a la tuya. Hay algunos ojos saltones que le dan a la cara un aspecto siniestro de estar mirando fijamente; no es el caso de la coordinadora. Has rechazado la invitación a quitarte los zapatos. El mando que hay junto al graduador de intensidad de la luz es el control de tu silla; el respaldo se reclina y los pies se elevan. Es importante que estés cómodo.

—Tiene usted cuerpo, ¿sabe?

Ella no usa cuaderno, por lo visto. Y dada su situación en el ala noroeste del edificio, el despacho debería tener una ventana por pleno derecho.

La posición de la silla en la que no notas tu propio peso son los dos tercios de inclinación. Hay un papel desechable pegado al reposacabezas. Lo que ocupa tu campo visual es la juntura de la pared y el techo falso; te puedes ver las punteras de los zapatos en la periferia inferior. La coordinadora no resulta visible. La juntura parece ensancharse por el hecho de que las luces del techo han sido bajadas al nivel del techo falso.

—Para empezar hay que relajarse y ser consciente del cuerpo.

»Nuestro trabajo tiene lugar en el nivel del cuerpo.

»No intente relajarse.

Ella habla en tono divertido. Su voz es suave sin ser baja.

Puesto que todos respiramos todo el tiempo, resulta asombroso lo que pasa cuando otra persona te da instrucciones sobre cómo y cuándo tienes que respirar. Y la nitidez con que alguien que carece por completo de imaginación puede ver lo que otros le dicen que tiene delante, incluyendo barandilla y esterillas de goma, curvándose hacia abajo y a la derecha hasta sumirse en una oscuridad que retrocede ante uno.

No se parece en nada a dormir. Y la voz de la mujer tampoco se altera ni parece retroceder. Ella está ahí, hablando tranquilamente, y tú también.