Fogle estaba sentado en la pequeña salita de espera del despacho del Director. Nadie sabía qué significaba el hecho de que Merrill Errol Lehrl estuviera usando el despacho del señor Glendenning. El señor Glendenning y sus subordinados superiores estaban en la Sede Regional; puede que el hecho de que Lehrl estuviera usando el despacho del señor Glendenning fuera un simple gesto cordial de cortesía profesional. La señora Oooley tampoco estaba en su mesa de la salita de espera; el que estaba allí sentado era uno de los ayudantes de Lehrl, que se llamaba Reynolds de nombre de pila o bien de apellido. Se notaba que Reynolds había cambiado de sitio una parte de las cosas de Caroline. La salita tenía una alfombra grande cuyos dibujos geométricos, que eran bastante intricados, le daban cierto aspecto turco o bizantino. Las luces del techo estaban apagadas; alguien había colocado varias lámparas por la salita, creando una serie de atractivos oasis dentro de la atmósfera general de penumbra. A Fogle la luz tenue le parecía lúgubre. El otro ayudante del doctor Lehrl, Sylvanshine, ocupaba una silla justo a la derecha de Fogle, de manera que ambos ayudantes quedaban un poco más allá de la periferia del campo visual de Fogle y este no los podía ver al mismo tiempo, sino que se veía obligado a girar un poco la cabeza para poder mirar directamente a cada uno de ellos. Y se veía obligado a hacerlo bastante a menudo, porque por alguna razón parecía que ellos le estaban dando instrucciones preliminares. Dándoselas en tándem. Pero además, en cierta manera, también parecía que se estaban hablando entre ellos a través de Fogle. Cuando se dirigían directamente a Chris Fogle, en cambio, tenían tendencia a ponerse un poco didácticos, aunque al mismo tiempo lo que decían no carecía por completo de interés. Tanto Reynolds como Sylvanshine conocían muy bien los currículos y trayectorias profesionales de diversos administradores bastante poderosos. Era la clase de conocimientos que se les solían atribuir a los ayudantes del Centro Nacional; era un poco como ser miembros de la corte del rey. La mayoría de la gente que estaban mencionando era del Centro Nacional; Fogle solamente había oído hablar de unos cuantos de ellos. Tal como era habitual en la Agencia, los ayudantes hablaban de forma rápida y excitada sin que la cara de ninguno de ellos mostrara ninguna excitación o interés por el asunto que tenían entre manos, y habían empezado dándole una pequeña charla sobre las dos formas básicas en que una persona podía llegar a ser importante y adquirir responsabilidades grandes en el seno de la burocracia de la Agencia Tributaria. La aerodinámica burocrática y los modos de ascenso eran temas de interés muy comunes entre los examinadores; no estaba claro si Reynolds y Sylvanshine ignoraban que gran parte de esto ya era terreno familiar para Fogle o si simplemente no les importaba. Fogle sospechó que aquellos dos debían de ser célebres por capullos en el Centro donde trabajaban normalmente.
De acuerdo con aquellos dos ayudantes, una forma de ascender hasta niveles directivos por encima del GS-17 era por medio de demostraciones lentas y constantes de competencia, lealtad, iniciativa razonable, mostrarte socialmente hábil con la gente que tenías por encima y por debajo, etcétera, y avanzar así lentamente por los rangos de ascenso.
—El otro método, menos conocido, es la eclosión.
—Por eclosión nos referimos a esa idea o innovación repentina y extraordinaria que hace que se fijen en ti en los escalafones altos. Hasta a nivel nacional.
Daban la sensación de estar imitando a otras personas.
—El doctor Lehrl es del segundo tipo. De los de la eclosión.
—Permítanos que le pongamos en antecedentes.
—Fue hace tiempo. ¿Tengo que especificar el año?
Los ritmos del toma y daca de Reynolds y Sylvanshine eran bastante precisos. No perdían nada de tiempo. Las preguntas tenían cierto aire teatral. En caso de que detrás de aquella puerta esmerilada estuviera el doctor Lehrl en persona, no quedaba claro si Reynolds y Sylvanshine pensaban que él los estaba oyendo.
—Los detalles no son importantes. Él no era más que un miembro de un grupo de auditorías de bajo nivel en un distrito perdido en el culo del mundo, pero tuvo una idea.
—Ni siquiera hacía los 1040 dentro del grupo, fíjate. Hacía pequeños negocios y empresas de tipo S.
—La idea, sin embargo, se refería a los 1040.
—A las exenciones específicas.
—Un terreno que doy por sentado que le suena a usted.
—Ninguno de ellos tenía ninguna clase de acento.
—Por ejemplo, es posible o no que usted sepa que hasta 1979 los declarantes podían declarar las personas a su cargo simplemente poniendo sus nombres.
—En los 1040 de aquella época.
—Las personas a cargo, los niños y ancianos de los que el declarante se hacía cargo.
—Creo que podemos suponer que sabe lo que son las personas a cargo, Claude.
—Pero ¿conoce usted los 1040 de aquella época? Lo que el declarante tenía que hacer era poner los nombres de pila de sus hijos en la línea 5c y los nombres de otros y su parentesco en la 5d.
—Ahora, por supuesto, todo eso va en la 6c y la 6d. Estamos hablando de 1977.
—La cuestión, sin embargo, es que solamente figuraban el nombre y el parentesco. Y supongo que puede ver usted el problema.
—No había forma de comprobarlos —dijo Sylvanshine.
—Visto a posteriori, parece una absurdidad —dijo Reynolds.
—Pero solamente nos resulta ingenuo después de la eclosión. Porque por entonces no había forma de comprobarlos.
—Pues no. Solamente había un nombre y un parentesco.
—Era el sistema de honor. No había ninguna forma real de asegurarse de que aquellas personas a cargo eran reales.
—Es decir, ninguna forma eficaz.
—Oh, claro, claro, por entonces suponíamos que el declarante suponía que podíamos comprobarlos, pero en la práctica no podíamos. En realidad no. No de forma definitiva.
—Sobre todo teniendo en cuenta que el procesamiento de datos se encontraba en una fase muy primitiva. Se podía comprobar si los datos de las personas a cargo concordaban con los de los años sucesivos, pero eso requería mucho tiempo y no era concluyente.
—Un niño podía haber cumplido dieciocho años. Y un anciano a cargo podía haberse muerto. Podía haber nacido un niño. ¿Quién iba a ponerse a comprobar todo esto? Eran unas horas de trabajo que no le salían a cuenta a nadie.
—Cierto, si había una auditoría y se encontraban personas a cargo inventadas, el declarante se había metido en un lío gigantesco y le caían penas por delito además de los intereses y penalizaciones. Pero esto no era más que una posibilidad al azar. Las personas a cargo no podían desencadenar una auditoría por sí solas.
—Creo que cada persona a cargo añadía doscientos dólares a la deducción estándar.
—Lo que vosotros ahora llamáis las cantidades con tasa cero. —Ninguno de los dos ayudantes llegaba a los treinta años, pero hablaban con Fogle como si fueran mucho mayores que él—. Antes del 78, sin embargo, todo el mundo lo llamaba la deducción estándar.
—Pero hablamos del 77.
Sylvanshine le dedicó a Reynolds una mirada cuya impaciencia no se transmitió en la expresión sino en la duración. Luego dijo:
—En caso de que esto parezca nimio o intrascendente, recalquemos aquí y ahora que estamos hablando de mil doscientos millones de dólares.
—Mil doscientos millones, gracias a ese cambio diminuto.
Fogle se preguntó si le correspondía a él preguntar cuál era el cambio, si lo estaban incluyendo en aquella coreografía a modo de apuntador, si tan avanzada era la sofisticación de aquel número que tenían montado.
Sylvanshine dijo:
—Lo que vio el doctor Lehrl, en calidad de auditor anónimo de rango GS-9, era que el declarante carecía de incentivo para declarar con precisión a las personas que tenía a su cargo. De incentivo institucional. Algo que, visto a posteriori, resulta obvio.
—Es la vía de la genialidad, de la eclosión.
—Y su solución parece simple. Se limitó a sugerir que se requiriera a los contribuyentes que incluyeran el número de la seguridad social de cada persona que tenían a su cargo.
—Que hubiera que poner el número de SS al lado de cada nombre.
—Puesto que por entonces en la base de datos de Martinsburg todo estaba vinculado al número de SS.
—Lo cual en realidad tampoco facilitaba demasiado el hacer comprobaciones.
—Pero eso el contribuyente no lo sabía. El requisito aumentaría enormemente el miedo del declarante a que le detectaran una persona a cargo fantasma.
—Ese era el poder del número de SS.
—En otras palabras, creaba un incentivo añadido para acatar la ley en materia de personas a cargo.
—Y resultaba muy fácil y barato. Solamente había que añadir las palabras «y Número de la Seguridad Social» en las instrucciones para rellenar el 5c y el 5d.
—Su Director de Distrito tuvo la sensatez de reconocer una eclosión e hizo llegar la idea a la Sede Regional, que la transmitió a la Oficina de Control de DC que está en el 666 de Independence Avenue.
—Nadie se podía creer que no se le hubiera ocurrido a nadie hasta entonces.
—El primer año fiscal en que se implantó fue el 78, con el nombre de Sección 151(e) del Código. De manera que el 79 fue el primer año en que aparecían las nuevas instrucciones en los 1040. Desaparecieron 6,9 millones de personas a cargo.
—De los 1040 de todo el país.
—Se esfumaron, puf.
—En comparación con las declaraciones del 77.
—No hubo sanciones. Todo el mundo decidió simplemente fingir que las falsas personas a cargo no habían existido nunca.
—Con una ganancia neta de mil doscientos millones el primer año.
—Es una eclosión más clara que el agua.
—También es políticamente brillante. Hay más de un tipo de eclosión.
—Esta fue las dos cosas.
—Porque aunque no cuesta casi nada de implantar, requiere un cambio escrito en la Sección 151 del Código Tributario, que es algo que requiere que uno de los empleados de nivel superior de la Santísima Trinidad lo apoye ante la Comisión de Legislación Fiscal del Congreso, a fin de que se convierta en ley.
—Lo cual implica que la idea se ha de pregonar en los niveles más altos del Triple Seis.
—Y así es como el doctor Lehrl se saltó cuatro rangos de la noche a la mañana y hasta se saltó la Sede Regional después de solamente dos trimestres y entró de golpe en Sistemas de DC como el más valioso —
—Bueno, uno de los más valiosos, para ser justos, porque también está — de —.
—Que no tiene nada que ver, puesto que tuvo un ascenso mucho más lento y convencional.
—Pero está claro que es uno de los operativos más valiosos de Sistemas.
—Como asesor interno.
—Sobre todo desde la Iniciativa.
—Sobre todo en Sistemas de Personal.
—Que es donde entra usted, señor Fogle.
—En esencia, él es alguien que viene a reorganizar Centros para maximizar los ingresos.
—En esencia, es alguien que reorganiza.
—Un hombre de ideas.
—Más rendimiento para el dinero.
—Cierto, sobre todo a nivel de Distrito.
—Pero este no es precisamente su primer Centro Regional.
—Hay bastante de esto de lo que no podemos hablar.
—Lo tenemos prohibido.
—Puede usted considerarlo un hombre de Personal o bien de Sistemas.
—Sistemas de Personal, en esencia.
—Pero responde ante Sistemas. Opera según el antojo del Comisionado Adjunto de Sistemas. Se puede decir que es el instrumento del CAS.
—Pero no es esclavo de ningún sistema.
—Es alguien que lee a la gente.
—En última instancia, es un administrador.
—Más bien un administrador de administradores.
—La División de Sistemas, puede que lo sepa usted o no, antes se llamaba Administración.
—Es un término vago, hay que reconocerlo.
—Él se ha descrito a sí mismo como un ciberneticista más que nada.
—Al fin y al cabo la Agencia es un sistema compuesto de muchos sistemas.
—Su trabajo es llegar y rediseñar Centros para sacarles más partido. Encontrar formas de aumentar la eficiencia y la productividad, eliminar embotellamientos y fallos del sistema. Eso requiere una experiencia combinada en automatización, personal, logística de apoyo y sistemas en general.
—Va a donde lo mandan. Se limitan a asignarlo en general a un Centro determinado. Los memorandos de asignación siempre tienen una sola línea.
—La Primera Fase es recabar información. Tantear la situación.
—Su verdadero genio está en los incentivos. En crear incentivos. En averiguar qué estimula a la gente.
—Lo va a desmontar a usted como si fuese una maquinita.
—Tampoco es que la línea 5 fuera su única eclosión. Nos estamos limitando a ponerle a usted un ejemplo. Lo que él es en realidad es un genio de las motivaciones humanas y de los incentivos y de diseñar sistemas para conseguirlos.
—Lo va a poner a usted a prueba.
—Cuando entre.
—Lee a la gente. Puede dar un poco de miedo.
—Lo único que le decimos es que esté listo.
—Pero no dé la impresión de estar nervioso ni de entrar preparado para una batería de pruebas.
Fogle conocía culturas orientales en las que cualquier pequeño negocio se tenía que resolver por medio de complejos sistemas de charla informal y divagaciones rituales. Había que ser idiota para no preguntarse si no sería eso lo que estaba pasando, o bien si Reynolds y Sylvanshine no eran simplemente extremadamente aburridos y tardaban una eternidad en ir al grano, eso suponiendo que hubiera un grano al final de todo aquello. Fogle ya llevaba media hora fuera de su mesa. Sylvanshine seguía a lo suyo:
—Porque no funciona así. No son esa clase de pruebas.
—Dale un ejemplo, quizá —le dijo Reynolds a Sylvanshine, señalando a Fogle con un movimiento de la cabeza como si se pudiera estar refiriendo a alguien más.
—Vale. —Sylvanshine se puso a mirar fijamente a Chris Fogle de forma teatral—. ¿Dónde estudió usted?
—Hum, ¿qué quiere decir con «dónde»?
—En qué universidad. A qué universidad fue usted.
—Pues a varias.
Si Sylvanshine estaba impaciente, era imposible notárselo. Fogle no le podía ver ningún gesto de jugador de póquer de esos que te permiten leerles la mente.
—Escoja una.
—La UIC. El DuPage College. La DePaul.
—Perfecto, la DePaul. Pues entonces, cuando usted diga la DePaul, él le dirá: «Ah, los Blue Demons». Pero no son los Blue Demons, son los Blue Devils. ¿Y qué hará usted, le corregirá?
—En realidad son los Blue Demons. Los Blue Devils son de la Duke.
Un instante de pausa.
—Da igual. El nombre del equipo da igual, él lo dirá mal. ¿Y qué hace usted entonces: lo corrige?
Fogle miró primero a Sylvanshine y luego a Reynolds. Sus chaquetas de traje no eran idénticas, pero sus camisas y pantalones sí lo eran, él lo pudo ver. Reynolds dijo:
—¿Lo corrige?
—¿Lo corrijo? —dijo Fogle.
—Esa es la cuestión.
—No estoy del todo seguro de qué me están preguntando.
—Sí lo está. La respuesta correcta es que sí ha de corregirlo —dijo Sylvanshine—. Porque será una prueba. Él estará poniéndolo a prueba a usted para ver si es un pelota, si está intimidado, si es de esos que dicen amén a todo.
—Un adulador —dijo Reynolds.
—¿Es una prueba?
—Si él dice los Blue Devils y usted se limita a asentir con la cabeza y sonreír, él no dirá nada, pero usted habrá suspendido una prueba.
Fogle echó un vistazo rápido al reloj.
—¿Hay más de una?
—Bueno, sí y no —dijo Sylvanshine—. Es extremadamente sutil. Usted no tendrá ni idea de que está pasando algo. Pero todo el tiempo que pasen ustedes conversando, él le estará poniendo a prueba, mandándole sondas. Todo el tiempo.
—Una cosa más —dijo Reynolds, obligando a Fogle a girar una vez más la cabeza—. Ahí dentro habrá con él un niño. Un niño de siete u ocho años.
Hubo un momento de silencio. Reynolds y Sylvanshine intercambiaron una mirada indescifrable. Sylvanshine tenía un bigotito diminuto, fino y pulcramente recortado.
—¿Es el hijo del doctor Lehrl? —preguntó por fin Fogle.
—No se lo pregunte. Ahí está la cosa. El niño estará en un rincón, leyendo o jugando con algo. Usted haga ver que no ve al niño. Tampoco le pregunte por él ni lo mencione. El niño fingirá que no lo ve a usted, finja usted lo mismo.
—Puede que también haya una marioneta. Es un viejo recuerdo de Auditorías que él ha conservado. Considérelo una excentricidad. Yo que usted tampoco mencionaría la marioneta.
—Para que conste en acta —dijo Sylvanshine—, no es hijo suyo.
Fogle estaba mirando al frente con expresión meditabunda.
—El chaval es hijo de uno de los subordinados de alto nivel del doctor Lehrl en Danville —dijo Reynolds—. Al doctor Lehrl simplemente le gusta tener al chico con él.
—Aunque no esté el padre.
—Es una historia larga y tediosa. Por lo que respecta a usted, lo importante es fingir que el chaval no está, y es cosa de usted, pero nosotros le aconsejamos que tampoco haga caso de la marioneta del doberman.
El párpado de Fogle volvía a hacer aquel pestañeo endiablado e irritante, sin que ninguno de los ayudantes pudiera verlo. Y él dijo:
—La cuestión es: ¿puedo hacer una pregunta?
—Dispare.
—Lo del equipo de la universidad, ¿por qué me lo están explicando?
Reynolds, sentado a su mesa, llevó a cabo un ligero ajuste de uno de los puños de su camisa.
—¿A qué se refiere?
—Bueno, si cuando él me lo pregunte va a ser una prueba, ¿para qué decirme por adelantado lo que tengo que contestar? ¿Acaso eso no invalida el propósito de la prueba?
Sylvanshine abrió el expediente que había en lo alto del montón que tenía al lado y se puso a subrayar teatralmente algo que había dentro. Reynolds reclinó la espalda en la silla de Caroline Oooley y levantó los brazos, sonriendo.
—Felicidades. Nos ha pillado.
—¿Cómo dice?
—Nos ha pillado. Ha pasado usted la prueba. La prueba era: ¿es usted un simple pelota que está tan ansioso por caerle bien al pez gordo del Centro Nacional que es capaz de tragarse un camelo interno y entrar ahí y decir lo que le hemos dicho que diga?
—Y usted no ha caído —dijo Sylvanshine.
—Pero si ni siquiera he entrado —dijo Fogle.
—En cambio, nos ha cuestionado usted planteándonos un argumento lógico.
—Cierto, un argumento bastante obvio.
—Pero se quedaría usted asombrado de cuánta gente cae. De cuántos GS-9 entran ahí y corrigen el supuesto error del doctor Lehrl, intentando ser aduladores.
—Unos lameculos profesionales.
La sensación que producía su párpado era el equivalente en el mundo de los párpados a alguien que tiene escalofríos.
—¿O sea que la prueba era esto?
—Considere que le chocamos los cinco.
El acto de levantar los brazos en gesto de rendición y felicitación hizo que los puños de la camisa de Reynolds volvieran a sobresalirle de forma desigual de las mangas de la chaqueta, y que él se pusiera a ajustárselos otra vez.
—Pero ¿puedo hacerles otra pregunta?
—El chaval no puede parar —dijo Sylvanshine.
—Cuando yo entre ahí, ¿el doctor Lehrl se va a poner a preguntarme por las universidades o eso se lo han inventado ustedes?
—Démosle la vuelta a eso —dijo Sylvanshine.
De manera que ahora él tuvo que volver a mirar en dirección a Sylvanshine, que no había cambiado de posición en su silla anexa a la mesilla de las revistas y los boletines ni una sola vez en todo aquel rato, por lo que Fogle pudo ver.
Sylvanshine dijo:
—Pongamos por caso que entra usted ahí y se pone a conversar y en un momento dado él identifica incorrectamente su equipo de fútbol americano: ¿qué haría usted?
—Porque —dijo Reynolds—, si no corrige usted su error, está siendo usted un pelota, pero si lo corrige, tal vez también esté siendo un pelota en el sentido de que está usted guiándose por información interna que le hemos dado nosotros.
—Y él desprecia a los pelotas —dijo Sylvanshine, volviendo a abrir el expediente.
—Pero ¿él está ahí dentro siquiera? —dijo Fogle—. ¿En compañía de un niño misterioso que se supone que yo tengo que hacer ver que no está? ¿Y acaso eso es otra prueba, lo de darse por enterado o no de que hay un niño, tal como me han dicho ustedes?
—Vayamos por partes —dijo Reynolds. Tanto él como Sylvanshine estaban mirando a Fogle muy fijamente; por primera vez, Fogle pensó que tal vez podían ver lo de su párpado—. Él los llama los Blue Devils: ¿qué hace usted entonces?