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—Todo es un poco confuso.

—Es ciertamente comprensible, señor.

—Tengo que decirles que estoy muy enfadado.

—Somos perfectamente conscientes de ello.

—No. No. Por dentro, me refiero. Enfadado por dentro.

—Creo que ellos ya lo han previsto, señor, y que hasta la última posible…

—Aquí abajo, quiero decir.

—Tal vez podría contárnoslo a nosotros como si estuviera haciendo un informe, señor.

—¿Entiende lo de «aquí abajo»? ¿Sabe lo que le estoy diciendo?

—Eso no son más que los efectos, señor, que le duran. Tómese su tiempo.

—Era el picnic anual. ¿Es eso lo que quieren saber?

—Eso ya lo sabemos, señor.

—Igual que todos los veranos. En Coffield Park, financiado con bonos. El picnic anual de Examen. Pollo frito momificado, ensalada de patata. Huevos rellenos, creo que con ese pimentón espolvoreado que parece salpicaduras de sangre seca… espantoso. Grandes despliegues en abanico de lonchas de embutido. Montones de proteínas. Los examinadores comen como bestias salvajes, seguro que lo sabe usted. Los auditores son más austeros. Seguro que lo sabe usted. La variación entre…

—Ciertamente hemos recibido informes al respecto, señor.

—Y cosas a la parrilla. Esas barbacoas raras portátiles que se atornillan, seguro que también se financian con bonos. Salchichas, hamburguesas amontonadas encima de papel blanco reluciente. Enormes enjambres y nubes de insectos sobre la comida de la mesa. Moscas frotándose las patitas. ¿Sabe qué significa que una mosca haga eso? Avispas sobre las papeleras, rondando. Sandía con hormigas encima. ¿Cuando se frotan así las patitas…?

—…

—Una hamburguesa cruda es como sangre en el agua para un insecto, caballeros.

—Estaba usted haciendo inventario de las provisiones del picnic, señor.

—Té helado, Kool-Aid. Había refrescos en un cajón que había traído el Jefe de Grupo. Gelatina de colores primarios. Roja o verde o bien roja y verde. Es para subir la moral, el picnic anual… para cambiar el contexto de la interacción.

—Los picnics no tienen nada de malo, señor.

—Ver a las familias de todos, a los hijos. Los hijos. Uno no se imagina que los GS-9 tengan hijos y que jueguen con niños, pequeñas líneas 40. Y, sin embargo, allí están todos los años. Las madres organizan juegos. Y un cajón lleno de botellas de cerveza que había traído el marido de Marge van Hool.

—Hemos hablado con el señor Van Hool, señor.

—Y mosquitos por todas partes. De los terribles, de los que proyectan sombra y tienen las patas peludas. Se los oye pero no se los ve. Hasta que… zas. La sangre manando por todo… Y los auditores, los auditores estaban jugando a alguna clase de juego de niños con ese disco de la Hasbro que vuela. Ese disco aerodinámico, de colores vivos, de Hasbro, ¿dónde…?

—¿Se refiere a un frisbee, señor?

—Ahora tengo entendido que la Hasbro es una división de una tal United Amusements, que supuestamente tiene su base en Saint Paul pero posee cuentas sustanciales en el extranjero.

—…

—Y ustedes saben tan bien como yo lo que eso quiere decir muy a menudo.

—¿Y no notó usted nada fuera de lo común en el té helado y la gelatina?

—O sea que creen que fue la gelatina…

—Eso no es cosa de nuestro departamento, señor.

—La gelatina, por lo que recuerdo, tenía malvaviscos muy pequeñitos. Era de uno de esos colores primarios excesivamente vivos, la gelatina. Las moscas la dejaban en paz, aunque aquellos malditos mosquitos… por Dios, si ustedes…

—Sí, señor.

—Tengo que decirles que estoy extremadamente agitado y enfadado.

—Estamos anotándolo por segunda vez, señor Director, para darle énfasis.

—No me creo que los efectos ya se hayan pasado del todo.

—Proceda usted sobre la base de que nosotros somos los que estamos en el medio, señor.

—He hablado con agentes de la ley, creo, a menos que fueran los efectos.

—De eso hace varias horas, señor. Nosotros somos de la Agencia. Yo soy el agente Clothier y este es el agente especial Taypalorpo.

—Encantado de conocerlo, señor, aunque ya es puñetera mala suerte que tenga que ser en estas circunstancias.

—¿Son de Investigación Criminal?

—No, señor, somos de Inspecciones, venidos de Chicago, del Centro 1516.

—Los han hecho venir.

—Todo el mundo está muy preocupado, señor, como es comprensible.

—Los mosquitos no son más que agujas con alas.

—No estoy del todo seguro de saber cómo contestar a eso, señor.

—En el picnic no había nadie de Investigación Criminal.

—No, señor, recordará usted que esta semana el Departamento de Investigación Criminal tenía un cursillo de contabilidad forense en la Sede Regional, señor.

—No confraternizan muy bien, por lo general, los de Investigación Criminal.

—No, señor.

—Se muestran un poco altivos, ya me entienden ustedes. Vomitan.

—¿Vomitan, señor?

—Cuando se frotan las patitas. Parece algo inocuo, pero lo que están haciendo en realidad las moscas es vomitarse jugos digestivos en las patas y aplicárselos a la comida. Son uno de esos animales que predigieren. Los mosquitos hacen lo mismo.

—Señor, yo…

—Te vomitan dentro. Eso es lo que provoca el bulto. Están predigiriendo la sangre antes de chupártela. Unos bichos enormes de patas peludas. Crían en los campos, ¿saben? Agujas con alas. Portadores de enfermedades. Los mejores en su especie. Civilizaciones enteras derrocadas. Lean los libros de historia.

—Podemos apreciar el problema que tienen aquí con los bichos, señor.

—Yo estaba haciendo carne a la parrilla. Salchichas y hamburguesas. Me dieron un delantal. Con una frase ingeniosa. Cierta impertinencia admisible en los picnics y en las fiestas de Navidad. Dejemos que todo el mundo se suelte un poco el pelo, ya me entiende.

—Calcula usted que estuvo asando carne durante los primeros intervalos del picnic, señor, lo cual encajaría con la versión del señor Van Hool.

—El té helado estaba hecho en casa, no era ese horrible té helado en polvo que hace espumilla por encima.

—¿Cuánta gente diría usted que consumió té helado en el picnic, señor?

—Copioso. Hacía un calor terrible, entiéndanlo. Nadie quiere refresco cuando hace calor, salvo los niños, claro, y luego se les queda la boca pegajosa, y luego el azúcar de los refrescos excita a los bichos.

—Joder, Clothier, ya estamos otra vez con los bichos.

—Capallapatepe.

—No tengo nada contra Investigación Criminal, entiéndanme. Es una parte indispensable del mecanismo. Unos muchachos muy trabajadores. Pese a todos los casos impracticables, que son un desperdicio deplorable de recursos, Región tiene cifras de…

—O sea que si hubo un denominador común, señor, usted diría que fue el té helado, eso nos está diciendo.

—Lo bebimos todos. Hacía un calor atroz. ¿Quién quiere cerveza cuando pega tanto el sol? ¿Alguno de ustedes ha oído un… ruido?

—Y, sin embargo, está diciendo que usted mismo no vio que nadie llevara el té helado a la zona de picnic ni lo estuviera preparando.

—Una garrafa. Un recipiente para servir. De plástico granulado naranja, con un grifo como los que hay en los barriles, ¿saben?

—Está hablando del té helado…

—Creo que nunca en la vida he estado tan agitado. Es como si…

—Nos han dicho que viene y se va durante unas horas, señor, mientras se van estabilizando los niveles de la sangre.

—Se encontrará usted bien dentro de nada, según nos dicen, señor.

—Estoy intentando alegrarme de poder prestar mi ayuda. A nuestros muchachos de uniforme.

—Clothier, ¿qué te parece si…?

—Estaba usted ayudándonos a identificar la garrafa, señor, la del té helado.

—Un envase con grifo de color naranja que decía «Gatorade» en el costado. Algunos de los niños mayores estaban excitados; creían que era Gatorade.

—Ningún niño bebió el té.

—Los examinadores llaman a sus hijos sus pequeñas líneas 40. Por supuesto, viene de cuando introduces el código de hijos y personas a cargo del formulario 2441 en el 1040. Algunos de los niños estaban jugando a las Recaudaciones. Cerca de las pistas de herraduras. Algunos de los niños mayores. Embargos de juguetes, tasación de riesgos con requisiciones de los platos de algunos de los niños más pequeños; algunos llantos, como de costumbre.

—¿Y cuándo diría usted que notó por primera vez algún efecto inusual o cualquier cosa fuera de lo común, señor, si tuviera que decirlo?

—Es terrible enseñarles eso a los niños. Las Recaudaciones son problema de Ghent. Eran su problema. Yo evito las Recaudaciones.

—Comprensible desde nuestro punto de vista, señor.

—¿Eso son gafas de sol?

—Señor, no estamos llevando ninguna clase de protección ocular.

—Me pica la nariz que es una barbaridad.

—Me temo que no se nos permite tocar ninguna parte de su persona, señor.

—Normalmente mis pensamientos están mucho más ordenados que ahora.

—Por favor, tómese todo el tiempo que necesite.

—Simplemente me parecieron un espanto. Había nubes enteras de ellos. Enjambres, nubarrones, cortinas enteras. Son portadores de enfermedades, ¿saben? Lean los libros de historia. Cuando miré dentro de una de sus sombras, había dos niños pequeños completamente cubiertos. Los tenían rodeados como una nube, metiéndoseles en los ojos, en las narices, asfixiándolos. Vi caer a uno de ellos, no podía ni chillar. La pequeña línea 40 de Pendleton.

—O sea que cree usted que entonces se produjo la primera señal observable de algún efecto, ¿no, señor?

—Yo tenía un tenedor muy largo, ¿saben?

—¿Para la parrilla, quiere decir, señor?

—Larguémonos de aquí, Norm, colega. Este tío todavía está ido. Ráscale la nariz y nos abrimos.

—Epespeperapatepe, Taypalorpo.

—El mosquito Culex y la malaria. El Aedes aegypti y el dengue. Léanlo. Está escrito. Con o sin tenedor.

—¿Para sus tareas con la parrilla en el cuadrante sudeste del picnic, de acuerdo con este esquema, señor?

—Un tenedor muy largo. No creo que se hagan ustedes a la idea. Con los dientes desiguales. Proyectaba una sombra.

—¿Y pudo… pudo usted observar en aquellos momentos que alguno de los demás agentes o sus familiares se comportaran de alguna manera fuera de lo normal, o bien tuvieran alguna clase de contacto con el té helado, señor?

—Pero sí que me fijé en los cubiertos. En las mesas. Con manteles a cuadros. Los cubiertos eran solamente cuchillos. No había cucharas ni tenedores. El único tenedor lo tenía yo. Cuchillo, plato, cuchillo, cuchillo. Tres cuchillos horrorosos en cada sitio. Hay años en que el viento se lleva los platos. Pero este año no, se lo aseguro.

—Entonces, ¿esto era un efecto, o estaba usted observando un efecto, señor, puede decirnos cuál de las dos cosas?

—Fechner tiene un ojo de cristal.

—Se refiere usted al agente tributario Fechner, señor… ¿Vio usted que él colocara los cuchillos en las mesas?

—Perdió un ojo en la guerra. Él lo decía así: «Perdí un ojo». Menuda idea. Eh, muchachos, ¿por casualidad alguien ha visto mi ojo?

—¿O sea que no vio usted a ninguna persona o personas que estuvieran disponiendo las mesas sin nada más que cuchillos, señor?

—Norm, tío, ¿de qué cuchillos hablas? Larguémonos.

—Es un término de guerra, si no me equivoco. Agente Taylor. ¿Cree usted que no sé lo que es esto?

—Me llamo Tapaylopor, señor. Encantado de conocerlo, señor, aunque es una puñetera lástima que tenga que ser en estas circunstancias.

—Empezaron a salir de los árboles.

—Salieron haciendo rápel, señor. Es posible que la incursión fuera táctica o es posible que no, eso es lo que sabemos.

—La gente estaba jugando a pasarse el huevo y a los sacos. Pero de pronto el huevo no se quiso mover; se quedó suspendido en el aire. La carrera a tres piernas estaba en marcha cuando salieron de los árboles, y la gente intentó escapar y reunirse con sus hijos, pero tenían los tobillos atados. Fue una carnicería frenética, lo de los mosquitos; yo estaba blandiendo el tenedor aquel tan largo.

—Y dice usted que vio que el agente tributario Fechner sufría los efectos del té adulterado.

—O sea que fue el té.

—Esa no es nuestra tarea, señor, me temo. Nosotros recogemos información.

—Sobre los cuchillos.

—Un juego precioso de cuchillos, señor, ya lo creo. ¿Le gustaría verlos?

—¿Quién es usted en realidad? ¿Quiénes son ustedes?

—Estaba hablando usted del agente tributario Fechner y de su ojo de cristal.

—Que estaba junto al cajón de cerveza de Van Hool; se había sacado el ojo de cristal, o sea que tenía la cuenca vacía.

—¿Y por casualidad los cuchillos tenían… este aspecto, señor?

—Papacienpeciapa, Taypalorpo. Nopo corpotespe napadapa topodapavipiapa.

—¿Se creen que no hablo jerigoncio?

—Señor, me alegro de que hable usted jerigoncio.

—¿Quién es este hombre que está a su derecha y a su izquierda?

—Intente concentrarse, señor. Sé que es difícil.

—Fechner estaba junto al cajón, se había sacado el ojo y estaba… estaba abriendo botellas de cerveza con la cuenca ocular. Usando la cuenca como abridor. Meter la botella y dar un tirón hacia abajo. Las pequeñas líneas 40 estaban mirando… ¡era espantoso!

—El agente tributario Fechner se va a poner bien, señor. Han encontrado el ojo y va a quedar como una rosa.

—¿Había rosas, señor?

—Se metía el tapón en la cuenca, luego daba un tirón de la botella hacia abajo y los niños se ponían a gritar y a aplaudir porque ahora el tapón estaba en la cuenca. Un pequeño sol gris en el ojo. ¡Ojo al dato!

—Yo digo que se lo arranquemos de una vez. Está ahí, Clothier. ¿Lo ves?

—Escopolamina. La hierba del loco. Loco parentis. Loco entre paréntesis. Y no eran precisamente de plástico, los cuchillos. Y permitidme que os diga que tenéis unos cráneos preciosos debajo de esa piel, chicos.

—¿Y vio usted al agente tributario Drinion antes de la incursión táctica, señor, o después?

—Drinion estaba sentado a la mesa. Aguantando la mesa, como suele decirse. Parecía casi dormido. Drinion nunca participa en nada. A él no lo estaban tocando, los mosquitos. Tenía la barbilla en la mano.

—No lo estará diciendo de forma literal, señor.

—Fíjate en el borde afilado. Fíjate en la hoja de dieciocho centímetros, viejo peñazo. Fíjate en las cinco estrellas que hay en la hoja y en la inscripción que dice «Resistente a las manchas» y «Endurecido en frío» y «Zwilling y J.A. Henckels, Solingen, RFA». ¿Sabes qué es esto?

—Es que todavía no me encuentro nada bien. Los examinadores estaban todos hechos un amasijo enmarañado y palpitante en el suelo.

—Porque estaban corriendo a tres piernas, supongo, señor… No se refería a lo que a Miriam le gustaba llamar su «tercera pierna», en la época en que a ella le gustaba esa pierna, señor, ¿verdad, señor?, antes de que a ella le repeliera.

—Salieron haciendo rápel. Sogas en los árboles. Viet Cong. Un amasijo enmarañado de examinadores de rango GS-9, una copulación en masa entre los examinadores de la que yo fui personalmente testigo; está todo ahí, en mi informe redactado en un formulario 923(a), en calidad de observaciones personales sobre conducta impropia; los inspectores como vosotros sois expertos en formularios 923(a), ¿verdad que sí?

—¿Y usted lo observó todo desde la barbacoa, señor?

—Observé los efectos del té sobre las cuencas al descubierto y la copulación orgiástica multitudinaria y frenética y el chingar bajo los árboles, sobre la mesa, bajo el huevo flotante y en ambos extremos de la pista de jugar a la herradura. Había nalgas literalmente embistiendo debajo de mi barbacoa.

—Y creo que ha dicho usted que llevaba delantal, señor.

—Corta ya. Arráncaselo, Clothier.

—De manera que, llegado ese punto, todo el mundo con la posible excepción de los niños estaba sufriendo efectos claros, señor, según usted.

—Hasta las salchichas estaban retorciéndose y meneándose. Salchichas gordezuelas, meneándose, relucientes y húmedas, allí sobre la parrilla, en la bandeja de aluminio de la señora Kagle, en el aire. ¡Y yo con el tenedor y observándolo todo, hasta que salieron de los árboles donde crían! ¡Criando, siempre criando!

—Creo que nos hacemos una idea bastante clara de la situación desde su perspectiva, señor.

—Sepa usted que el efecto no se pasa, señor. Es la verdad. Se va a quedar usted así. Míreme. Se va a quedar usted con ese aspecto, señor. Para siempre. Hemos venido a decírselo. Pero si quiere se lo arrancamos ahora mismo. Solamente tiene que decirlo.

—Agujas con alas. Cuchillos con alas, todos bailando sobre sus puntas afiladas, nubes de mosquitos trayendo la oscuridad. El cielo ya no es el cielo.

—Él no quiere, Clothier.

—El aire ya no era blanco.

—Ya te puedes ir acostumbrando, viejo maricón impotente. Eso mismo: maricón.

—Nipi hapablarpa, Taylor.

—He visto a mi mujer sacarse la piel, ¿saben? Después de que bajaran ustedes, ¿eh? Sacarse la piel blanca limpiamente del brazo, como si se estuviera sacando un guante de ópera. Sacarse la cara de arriba abajo.

—¿Así, señor?

—Creo que voy a pasar ya al siguiente sujeto a interrogar, señor. Le agradezco mucho que nos haya dedicado su tiempo.

—Como si fuera tuyo, ¿eh, Dwitt? ¿Eh?

—Simplemente tengo un enfado sin precedentes. No me da la impresión de que la cosa mejore.

—Sabes lo que hacen los médicos, ¿verdad? Cuando estás dormido. De arriba abajo, como si fueras una uva reblandecida al fondo de la nevera que alguien se ha olvidado de tirar. DeWitt, te lo debo de haber dicho mil veces.

—Tomo nota de eso, señor, y le transmito el agradecimiento de Inspecciones por cooperar pese a las circunstancias.

—Pero no te quedes ahí tirado, di algo. Cuéntales lo que quieren oír o te lo van a arrancar. Si te lo han dicho claramente. ¿Eres idiota?

—Y me consta que van a volver y van a hacer todo lo posible para que se encuentre usted cómodo hasta que se le pase, señor. Hasta que se pasen los efectos. Y le baje el nivel de la sangre.

—Estoy desnudo, ¿saben? Debajo de todo esto.

—Puede que necesitemos entrevistarlo otra vez o puede que no, señor. Cuando los efectos sean menos visibles, ya me entiende.

—Como un bebé. En porretas. Pelota picada.

—Díselo, corre. Es alemán.

—Sí, y resulta que tengo un pene. Un pene.

—Odio esa palabra, Clothier.

—Una palabra horrible, ¿verdad? Pene… Suena a algo que tocas con un guante de goma bien grueso, eso si lo tocas.

—¡Pero, DeWitt, viejo granujilla! Sigo siendo una mujer, ¿sabes?

—Decidlo conmigo, chicos. Pene pene pene pene pene.

—No te has olvidado, DeWitt… es precioso.

—Descanse un poco, señor.

—Se llama… no os lo pienso decir. ¿Qué os parece? ¡Ni hablar!

—Me acuerdo de cuando me mirabas así a mí.

—Tiene nombre. Se llama… No os lo pienso decir. Es mío. Es mi tercera pierna, así lo llama Miriam. Pero nunca me había salido de la frente. No es una máscara. Empiezan por la barbilla. Upa, upita. ¡Aquí vienen las agujas con alas!

—¿Nospo vapamospo, Taypalorpo?

—Me pica la probóscide, así que la clavo bien adentro antes de vomitar.

—Dentro de mí no, DeWitt. Es como si me estuvieras vomitando dentro. Hasta tienes cara de haber enfermado. Si te la pudieras ver, te…

—Miriam es frígida, ¿saben?

—Voy a cerrar con llave, señor, pero es una simple cuestión de procedimiento.

—Desde nuestra tercera criatura. Un parto terrible. Nació muerto. Azul y frío. ¿Saben qué nombre le pusimos?

—¿Taylor?

—Eso mismo. Taylor. Un pequeño Clothier igual que su papaíto.

—Simplemente no quiero. No me tortures por no querer, te lo suplico.

—¿Quiere que…? Ahí tiene, señor.

—Desde entonces, cero interés. Frígida. Más seca que un martini seco, como diría Bernie Cheadle.

—Pues nos marchamos, señor.

—Gracias a Dios que tenemos nuestro trabajo, ¿eh, chicos? Y nuestros hobbys. Nuestros talleres en casa. ¿Agujas de hacer reformas y alas para el bien común? ¿Sí, Tapay?

—Voy a volver con más de estas como no se quede usted quietecito como un buen chico, señor, y espere a que ellos vengan a por ella, señor, para que pueda quedar usted… ¡ASÍ! Un tirón bien fuerte y ya está fuera.

—Ella me dirá: «El tirón bien fuerte te lo das tú, viejo degenerado».

—Apenas siento nada. Esto va a hacer que se monden en sus mesas, señor, ¿eh, qué?

—Puedo inhalar, pero creo que exhalar no.

[Voces en el pasillo.]

—Mi taller está ordenado, de verdad, tienen que verlo.

[Voces en el pasillo.]

—Allí lo puedo encontrar todo.

[Voces en el pasillo.]

—Ya lo verán.

[Voces en el pasillo.]