40

A Cusk lo llevaron al despacho de la psiquiatra y lo dejaron allí contando las cajas de Kleenex que había en un cuartito lleno de gruesos tomos y diplomas. La sexta estaba sobre el pequeño escritorio del rincón que la psiquiatra usaba para hacer las recetas. Al despacho le faltaba ese pequeño fregadero que tenían algunos médicos: él se había pasado días enteros armándose de valor para afrontar el fregadero. Cuando lo llamaron por su nombre, Cusk le estrechó la mano a la psiquiatra y se sentó en una silla acolchada que ella le indicó con la otra mano. La psiquiatra se subió un poco los pantalones tirando de las rodillas y se sentó delante de Cusk, al otro lado de una mesilla de café de cristal sobre la cual había dos cajas de Kleenex. Ella tenía la mano grande, cálida y suave. Su silla era del mismo modelo que la de Cusk —un nivel de comodidad o tal vez dos por debajo de una poltrona—, y sin embargo parecía, a menos que él se lo estuviera imaginando, ser un poco más alta que la de él.

—… a las arañas, a los perros, al correo… —estaba enumerando Cusk. La psiquiatra escuchaba con atención, asintiendo con la cabeza, pero sin tomar notas, lo cual era un alivio para Cusk—. Miedo a los cuadernos de espiral, de esos que tienen una espiral como de alambre en el lomo; miedo a las estilográficas, pero no a los bolígrafos ni a los rotuladores, salvo si son esos bolígrafos caros que tienen pinta de durar mucho, los Cross, los Montblanc, de esos que parecen de oro, pero no a los bolis de plástico ni a los desechables.

Cuando se le acabaron las cajas de Kleenex que contar, Cusk se puso a repetir mentalmente «grande, cálida y suave, grande, cálida y suave» una y otra vez, un mantra reflexivo que discurría justo por debajo del nivel del pensamiento.

—Miedo a los discos. Miedo a los desagües. Miedo a todo lo que sean movimientos espirales en los líquidos, en general.

Las cejas de la psiquiatra eran extraordinariamente finas y ralas, y cuando las enarcaba quería decir que se estaba perdiendo…

—Remolinos, corrientes en espiral, bañeras que desaguan —dijo Cusk a modo de ilustración. Tenía una fina capa de sudor encima del labio, pero por el tacto sabía que su frente seguía seca, impertérrita—. El agitar con mucho brío una bebida. Los retretes cuando tiras de la cadena.