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Se ve a un examinador de la Agencia Tributaria, en una sala. Apenas hay nada más a la vista. Mirando a la cámara montada en un trípode, dirigiéndose a ella, un examinador detrás de otro. Se trata de una sala de almacén de tarjetas que han vaciado, contigua al vestíbulo radial del módulo de procesamiento de datos del Centro Regional de Examen, de manera que el aire acondicionado funciona bien y no se ve nada de ese brillo facial del verano. Los van trayendo de dos en dos de las salas de los pasapáginas; el examinador que espera su turno se queda detrás de una mampara de vinilo, para su puesta en antecedentes. La puesta en antecedentes consiste básicamente en ver la presentación. La presentación del documental procede supuestamente del Triple Seis vía la oficina del Comisionado Regional en Joliet; el estuche de la cinta lleva el sello de la Agencia y un aviso legal. El supuesto título de trabajo es Su Agencia Tributaria actual. Es posible que esté destinado a la tele pública. A algunos de ellos les dicen que es para pasarlo en escuelas, en las clases de educación cívica. Esto durante la puesta en antecedentes. Se supone que las entrevistas son para hacer promoción de la Agencia y que tienen un propósito serio. Humanizar y desmitificar la Agencia, ayudar a los ciudadanos a entender lo difícil e importante que es su trabajo. Lo mucho que hay en juego. Que no son ni hostiles ni máquinas. El encargado de la puesta en antecedentes va leyendo una serie de tarjetas impresas; en el rincón más cercano hay un espejo para que el sujeto que espera su turno se arregle la corbata o se alise la falda. Hay que firmar una autorización, elaborada especialmente. Los examinadores la leen con atención, por puro reflejo; siguen estando de servicio. Algunos están entusiasmados. Excitados. Tiene que ver con la perspectiva de obtener atención, el verdadero propósito del proyecto. El padre del proyecto es D.P. Tate, conceptualmente, aunque el que ha hecho todo el trabajo es Stecyk.

También hay un monitor de vídeo para que los examinadores puedan ver la presentación provisional, sobre cuya tosquedad los avisan por adelantado durante la puesta en antecedentes, así como sobre la necesidad de hacer retoques. Son todo grabaciones de archivo y fotos de archivos fotográficos cuya calidez estilizada no concuerda con el tono de la voz en off. Resulta desconcertante, y nadie está seguro de a qué viene esa presentación; los encargados de la puesta en antecedentes hacen hincapié únicamente en la orientación.

—«La Agencia Tributaria es la rama del Departamento del Tesoro Público de los Estados Unidos que se encarga de la recaudación oportuna de todos los impuestos federales estipulados según el estatuto actual. Con más de cien mil empleados en más de mil oficinas nacionales, regionales, de distrito y locales, la Agencia Tributaria es la agencia de la ley más grande del país. Pero es más que eso. Dentro del cuerpo político de los Estados Unidos de América, la Agencia Tributaria ha sido comparada muchas veces con el corazón vivo del país, con el órgano que recibe y distribuye los recursos que permiten que el gobierno federal funcione con eficacia al servicio y en defensa de todos los americanos.» —Planos de patrullas de carreteras, del Congreso visto desde la galería del Capitolio, de un cartero en un porche riéndose de algo con el dueño de la casa, de un helicóptero desprovisto de contexto y con el código de archivo todavía presente en la esquina inferior derecha de la pantalla, de una empleada de la asistencia social sonriendo mientras le entrega un cheque a una mujer negra que va en silla de ruedas, de los miembros de una cuadrilla de construcción de carreteras levantándose los cascos para saludar, de un centro de rehabilitación de la Administración de Veteranos, etcétera—. «El corazón, asimismo, de estos Estados Unidos que son un equipo, donde cada persona con ingresos pone su granito de arena para compartir los recursos y encarnar los principios que hacen grande a nuestra nación.» —Las tarjetas de una de las encargadas de la puesta en antecedentes le indican que llegado este punto ha de intervenir para decir que el guión de la voz en off es un borrador de trabajo y que la voz en off del producto acabado dispondrá de inflexiones humanas verdaderas; que de momento hay que usar la imaginación—. «Y la sangre viva de este corazón: los hombres y mujeres de la Agencia Tributaria actual.» —A continuación viene una serie de planos de gente que podrían ser empleados reales pero inusualmente atractivos de la Agencia, la mayoría funcionarios de rango GS-9 y GS-11 encorbatados y en mangas de camisa, estrechando las manos de los contribuyentes, sonrientes mientras inspeccionan los libros de contabilidad de alguien auditado, mostrando sonrisas radiantes delante de una Honeywell 4C3000 que en realidad es un chasis vacío—. «Lejos de ser burócratas anónimos, los hombres y mujeres [inaudible] de la Agencia Tributaria actual son ciudadanos, contribuyentes, padres y madres, vecinos y miembros de su comunidad, todos a cargo de una misión sagrada: mantener la sangre viva del gobierno sana y en circulación.» —Una instantánea de grupo de lo que debe de ser o bien un equipo de Examen o de Auditorías, con sus miembros agrupados no por rango sino por altura, todos saludando con la mano. Una foto del mismo sello y el mismo lema grabados a buril que flanquean la fachada norte del CRE—. «Igual que el E pluribus unum de la nación, el lema fundacional de nuestra Agencia, Alicui tamen faciendum est, lo dice todo: esta tarea difícil y compleja debe ser llevada a cabo, y es la Agencia Tributaria quien se remanga la camisa para hacerlo.»

El texto es tan malo que da risa, y de ahí que resulte tan intrínsecamente poco convincente para los pasapáginas, por no hablar del hecho de no traducir el lema para un público de contribuyentes que no son capaces ni de escribir bien su propio nombre en las declaraciones, algo que los sistemas de los Centros de la Agencia detectan y mandan a Examen, haciendo perder tiempo a todo el mundo. Pero al parecer se les presupone conocimiento de latín clásico. Tal vez en realidad sea una prueba para ver si los examinadores a quienes se está poniendo en antecedentes detectan este error. A menudo resulta difícil saber qué se propone Tate.

La silla no está acolchada. Todo es muy espartano. La iluminación son los fluorescentes del CRE; no hay ni focos ni reflectores. No hay maquillaje, aunque durante la puesta en antecedentes a los examinadores se les peina meticulosamente, se les remanga la camisa con tres vueltas, ni una más ni una menos, se les abre el botón de arriba de la blusa y se les quitan las tarjetas identificativas que llevan sujetas con un clip al bolsillo de la pechera. En la sala no hay director per se; nadie les dice que actúen con naturalidad ni les informa sobre los cortes del montaje. Hay un técnico ante el trípode de la cámara, un microfonista con auriculares para controlar los niveles y el documentalista. El techo falso de Celotex ha sido retirado por razones acústicas. Las tuberías al descubierto y los haces de cables de cuatro colores discurren por encima de los puntales del antiguo techo, fuera del plano. El plano solamente muestra al examinador en su silla plegable sentado delante de la mampara de color crema que oculta una pared de tarjetas Hollerith vírgenes montadas sobre bastidores de tarjetas. La sala podría estar en cualquier parte y en ninguna parte. Algo de esto se explica y se teoriza por adelantado; la puesta en antecedentes está orquestada con precisión. Un plano corto, explican, del torso para arriba; se recomienda no hacer movimientos superfluos. Los examinadores están acostumbrados a estar quietos. Hay una sala de monitor, un antiguo cuarto de almacén adjunto, donde están Toni Ware y un técnico fuera de horas, mirando. Se trata de un monitor de vídeo. Los micrófonos que llevan están conectados con el auricular que el documentalista/interlocutor se quita cuando se da cuenta de que este emite un pitido agudo cada vez que el lector de tarjetas Fornix del otro lado de la pared ejecuta cierta subrutina. El monitor es de vídeo, igual que la cámara, y no hay iluminación ni maquillaje. Pálidas y aturdidas, las caras muestran extraños planos de sombras; esto no plantea ningún problema, aunque en el vídeo hay caras que se ven de un color blanco grisáceo y exhausto. Los ojos sí son un problema. Si el examinador mira al documentalista en vez de a la cámara, puede dar la impresión de estar mostrándose evasivo o de estar siendo coaccionado, y el encargado de la puesta en antecedentes les aconseja que miren a la cámara tal como uno miraría a los ojos a un amigo de confianza, o a un espejo, según el caso.

A los encargados de la puesta en antecedentes, funcionarios ambos de rango GS-13 prestados por algún Centro donde Tate tiene una influencia de índole no especificada, los han puesto a su vez en antecedentes en el despacho de Stecyk. Los dos resultan creíbles, con sus vestimentas coordinadas de colores azul marino y marrón, la mujer provista de un punto de dureza por debajo de su encanto que sugiere que ha ido ascendiendo por la jerarquía de Recaudación. El hombre le resulta inescrutable a Ware, sin embargo; podría ser de cualquier parte.

Tal como es de esperar, unos examinadores lo hacen mejor que otros. Todo esto. Algunos son capaces de funcionar, de olvidarse del decorado y de la artificiosidad envarada del asunto, y de hablar de corazón. Es por eso que con estos, brevemente, los técnicos de grabación pueden olvidarse del tedio aplastante de su trabajo, de la falsedad y de la artificiosidad de estar plantados junto a unas máquinas que podrían funcionar solas. Los técnicos quedan, en otras palabras, cautivados por los que lo hacen mejor; la atención que prestan no les supone ningún esfuerzo. Pero solamente hay algunos que lo hacen mejor… y la cuestión que surge ante el monitor es por qué, y qué quiere decir, y si acaso lo que significa va a importar, en términos de resultados, cuando se lo den todo a Stecyk para que lo hilvane.

Documento en cinta de vídeo 047804(r)

© 1984, Agencia Tributaria

Usado con permiso

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—Es un trabajo duro. La gente piensa que es trabajo de oficina, puro papeleo, ¿cómo va a ser difícil? Trabajar para el gobierno, un trabajo seguro, papeleo y nada más. No entienden por qué es tan duro. Yo ya llevo aquí tres años. Que son doce trimestres. Me han ido bien todas las evaluaciones. No pienso dedicarme a los exámenes de a pie para siempre, créame. En nuestro grupo hay gente que tiene cincuenta y sesenta años. Se han pasado más de treinta haciendo exámenes de a pie. Treinta años mirando impresos, contrastando impresos y rellenando los mismos memorandos sobre los mismos impresos. Algunos tienen algo en la mirada. No sé cómo explicarlo. En el edificio donde vivían mis abuelos había un tipo que se encargaba de la caldera, un conserje. Cerca de Milwaukee. La calefacción iba con carbón, y aquel viejo se dedicaba a echar carbón al horno cada dos horas. Llevaba allí toda la vida, estaba casi ciego de tanto mirar la boca de aquel horno. Tenía los ojos… los empleados de más edad de aquí son iguales, tienen los ojos casi iguales que aquel tipo.

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—Hace tres o cuatro años, el nuevo presidente, el que hay ahora, salió elegido para su cargo con la promesa de gastar mucho en defensa y hacer un recorte enorme de impuestos. La idea era que el recorte fiscal estimularía el crecimiento económico. No estoy seguro de cómo se suponía que iba a funcionar una cosa así… muchas de las ideas de las, digamos, altas esferas políticas no nos llegaban directamente, sino que se iban abriendo paso despacito hasta nosotros en forma de cambios administrativos en la Agencia. Es como cuando te das cuenta de que el sol se ha movido porque las sombras de tu habitación han cambiado.

P.

—De pronto no paraba de haber reorganizaciones, a veces una detrás de la otra, y recolocaciones de personal. Algunos de nosotros ya ni nos molestábamos en desempaquetar las cosas. Donde estoy ahora es donde he pasado más tiempo. Yo no tenía experiencia en Examen. Yo vengo de los Centros de Servicios. Me trasladaron aquí desde el 029, el Centro de Servicios Nordeste, en Utica. Es Nueva York pero el norte del estado, en el tercer trimestre de 1982. El norte del estado de Nueva York es precioso, pero el Centro de Utica tenía muchos problemas. En Utica yo me dedicaba al procesamiento de datos en general; era más bien un apagafuegos. Antes de eso estaba en la subsede del Centro de Servicios 0127, en Hanover, New Hampshire. Me dediqué primero al procesamiento de pagos y después al procesamiento de devoluciones. Los distritos del nordeste usaban todos el código octal, y también aquellos impresos con agujeritos troquelados, que les obligaban a contratar a chicas vietnamitas para sentarlas allí a desgajarlos. Hanover estaba lleno de refugiados. De eso hace ocho o nueve años, pero era una época completamente distinta. La organización de hoy día es mucho más compleja.

P.

—Yo soy soltero, y los hombres solteros son los que sufren más traslados. A Personal cualquier traslado le supone un jaleo, pero trasladar a una familia entera es peor. Además, a la gente con familia les tienen que ofrecer incentivos para recolocarlos, es una norma del Tesoro. Del Departamento del Tesoro. Si eres soltero, en cambio, ya ni te molestas en deshacer las maletas.

»Si trabajas para la Agencia cuesta conocer a mujeres. No es el trabajo más popular del mundo. Hay un chiste, ¿lo puedo contar?

P.

—Conoces a una mujer que te gusta en una fiesta, por ejemplo. Y ella te pregunta a qué te dedicas. Tú le dices: Trabajo en finanzas. Y ella te pregunta: ¿De qué clase? Tú le dices que eres una especie de contable, que es largo de explicar. Ella dice: Ah, ¿y para quién trabajas? Tú le dices: Para el gobierno. Y ella dice: ¿Local, estatal? Y tú le dices: Federal. Y ella te dice: Ah, ¿y qué rama? Y tú le dices: Para el Tesoro Público. Y la cosa sigue así, acercándose más y más a la verdad. Hasta que llega el punto en que ella adivina qué es lo que ocultas y se larga.

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—El azúcar de los pasteles tiene distintas funciones. Una, por ejemplo, es absorber la humedad de la mantequilla, o de la margarina, e ir soltándola poco a poco, para que el pastel se mantenga húmedo. Si usas menos azúcar del que pone la receta te sale lo que se conoce como un pastel reseco. Hay que evitarlo.

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—Suponga usted que nos planteamos las ideas del poder y la autoridad. De lo que no se puede evitar. Si llegamos al fondo de la cuestión, nos encontramos con que hay dos clases de personas. Por un lado están las mentalidades rebeldes, a quienes lo que les pone, o como quiera usted llamarlo, es ir en contra del poder. Esa gente a quien le gusta escupir con el viento en contra, que se siente poderosa enfrentándose al poder y al Sistema y lo que usted quiera. Y luego está la otra clase, que es la personalidad de soldado, la clase de persona que cree en el orden y en el poder y respeta la autoridad y se alinea con el poder y la autoridad y con el bando del orden y con la forma en que tienen que ir las cosas si uno quiere que el sistema funcione sin problemas. Así pues, imagínese usted que es una persona de la segunda clase. Hay más de los que la gente cree. La era de la rebeldía se ha terminado. Han llegado los ochenta. «Si es usted de la segunda clase, lo queremos», ese debería ser su eslogan. El de la Agencia. Mira hacia dónde sopla el viento, colega. Únete al bando que siempre recibe la paga. No te tomamos el pelo. El bando de la ley y las fuerzas de la ley, el bando de las mareas y de la gravedad y de la ley esa según la cual todo se va calentando gradualmente hasta que el sol termina explotando. Porque en la vida hay dos cosas que no se pueden evitar, tal como dicen. La inevitabilidad, eso sí que es poder, colega. Si lo que quieres es alinearte con el poder verdadero, trabaja en una funeraria o únete a la Agencia. Ten el viento a tu favor. Díselo claramente: Escupe con el viento a favor, llegará más lejos. Ya me puede ir creyendo usted, amigo.

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—Se me ocurrió la idea de escribir una obra de teatro. Nuestra madrastra siempre iba al teatro, siempre nos estaba arrastrando a todos al centro cívico para ver las sesiones matinales del fin de semana. Así que llegué a ser un experto en teatro. Pero a lo que iba, mi obra, porque todo el mundo, la familia, los colegas del campo de golf, me pedía que les diera una idea de qué trataba… Tenía que ser una obra completamente realista, fiel a la vida real. Sería imposible de representar, ahí estaba parte de la gracia. Se lo cuento para que se haga una idea. La idea es que un pasapáginas, un examinador de a pie, está sentado revisando formularios 1040 y retenciones y formularios W-2 y 1099 presentados por multiplicado y todo eso. El decorado es completamente austero y minimalista: no hay nada que ver salvo al pasapáginas, que no se mueve salvo para pasar una página de vez en cuando o hacer una anotación en su cuaderno. No es una mesa Calambre, es un escritorio normal, o sea que vemos al tipo. Pero eso es todo. Al principio tenía un reloj detrás, pero lo quité. El tío está ahí sentado y el tiempo va pasando y pasando hasta que el público se aburre más y más y se pone nervioso y por fin empieza a marcharse, al principio solamente unos pocos y por fin todo el público, comentando en voz baja lo aburrida y malísima que es la obra. Y después, en cuanto todo el público se ha marchado, ya puede empezar la acción de la obra. Esa era la idea; se la conté a mi madrastra y le dije que iba a ser una obra realista. El problema es que nunca pude decidir qué pasaba después, si es que pasaba algo, en caso de ser una obra realista. Eso les digo. Es la única forma de explicarlo.

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—Se han hecho bastantes estudios. Dos tercios de los contribuyentes creen que una exención y una deducción son lo mismo. No saben qué es una ganancia distribuible. Todos los años el cuatro por ciento se olvida de firmar sus declaraciones. Joder, dos tercios de la gente no saben cuántos senadores tiene cada estado. Hay unas tres cuartas partes que no saben cuáles son las ramas del gobierno. Lo que estamos haciendo aquí tampoco es ciencia aeronáutica. La verdad es que perdemos la mayor parte del tiempo. El sistema nos manda básicamente mierda. Te pasas diez minutos rellenando el 20-C de una declaración sin firmar y la devuelves al Centro de Servicios, una idiotez de carta de auditoría para pedir una firma, cuando no hay nada en juego. Y luego a los examinadores de a pie nos evalúan en base al aumento de ingresos procedentes de las auditorías que llevamos hechas. Es un chiste. La mayor parte de las cosas que revisamos no son auditables, no son más que estupidez absoluta. Falta de atención. Tendría que ver usted la caligrafía de la gente, le hablo de gente normal, con estudios. La verdad es que nos hacen perder el tiempo. Les hace falta un sistema mejor.

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—Tate es una polilla que revolotea en los reflectores del poder. Pásalo.

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—Es una pregunta fascinante. El trasfondo es interesante, cuando uno ahonda en ello. Ya me entiende. Uno de los principios rectores de la administración entrante era la creencia en que se podían bajar las tasas impositivas marginales, sobre todo en las bandas impositivas superiores, sin causar una pérdida catastrófica de ingresos. Esto había sido una parte explícita de la campaña. Del programa, ya me entiende. Yo no soy economista. Sé que la teoría era que bajar las tasas marginales estimularía la inversión y aumentaría la productividad, ya me entiende, y entonces habría un movimiento ascendente que causaría un incremento de la base impositiva que compensaría con creces el descenso de las tasas marginales. Existía toda una teoría técnica detrás de esto, aunque había quien la consideraba pura y simple superchería. Ya me entiende. A finales del primer año, estaba claro que los registros habían cambiado, las bandas superiores habían bajado. Y la cosa siguió así. Pero al cabo de un par de años, más o menos, hubo que admitir que los resultados contradecían la teoría. Los ingresos habían bajado y se trataba de cifras concluyentes que no se podían amañar ni suavizar. También se produjeron, por lo que tengo entendido, incrementos muy grandes del gasto en defensa, y el déficit del presupuesto federal pasó a ser el más grande de la historia. En dólares ajustados a la inflación, ya me entiende. Tiene que entender usted que todo esto se estaba jugando a un nivel de gobierno mucho más alto que el nivel en el que aquí trabajamos. Sin embargo, cualquiera podía darse cuenta de que los problemas de presupuesto estaban llevando a un callejón sin salida, puesto que dar marcha atrás y volver a subir las tasas marginales resultaba políticamente inaceptable, hasta ideológicamente, podría decirse, igual que restringir el gasto militar, mientras que destripar todavía más el gasto social haría inviables las relaciones con el Congreso. Ya me entiende. Y para ver todo esto solamente había que leer el periódico, si uno sabía dónde buscar.

P.

—Sí, pero yo le hablo de lo que sabíamos aquí, del nivel al que estábamos aquí en la Agencia. Una parte de esto no se publicó en la prensa. Sé que la rama ejecutiva estuvo considerando varios planes y propuestas distintos para afrontar este problema. Los déficits, el callejón sin salida. La impresión que me da es que la mayoría de esos planes no resultaban atractivos. Ya me entiende. La versión que nos llegó aquí a nivel regional era que alguien situado muy arriba en la estructura de la Agencia, alguien cercano a lo que se conoce por aquí como la Santísima Trinidad, había desenterrado un informe político elaborado originalmente en 1969 o 1970 por un macroeconomista o un consultor de sistemas empleado por el antiguo Asistente del Comisionado Adjunto de Planificación e Investigación del Triple Seis. El tipo que lo había desenterrado era, según esta historia, un Asistente del Comisionado Adjunto de Sistemas, que por entonces había absorbido la rama de Planificación e Investigación y la había integrado como una división más dentro de Sistemas, en una reorganización, ya me entiende, aunque resultaba que ahora aquel antiguo Asistente del Comisionado de Planificación e Investigación era también el Comisionado Adjunto de Sistemas.

P.

—«Ahora» quiere decir cuando se desenterró el Memorando de Spackman, que debió de ser más o menos en el último trimestre de 1981.

P.

—El CAS forma parte de lo que se conoce como la Santísima Trinidad, el término [inaudible] que designa la tríada suprema que forman el Comisionado, el Comisionado Adjunto de Sistemas y el Director Jurídico. Los tres cargos supremos de la organización de la Agencia. La oficina nacional de la Agencia se conoce como el Triple Seis por la dirección, ya me entiende.

P.

—Esa clase de propuestas de alto nivel y libros blancos se generan todo el tiempo. Planificación e Investigación tiene lo que viene a ser gabinetes estratégicos, ya me entiende. Esto es algo que se sabe. Gabinetes permanentes que se dedican a generar estudios y propuestas de largo alcance. Hay un famoso informe político elaborado por un equipo de P&I en los años sesenta, ya me entiende, sobre la implantación de protocolos fiscales después de una refriega nuclear. Llevaba por título «Planificación fiscal del caos», un término que se hizo bastante famoso por aquí y se usaba en broma cuando el nivel de trabajo se volvía frenético y hasta caótico, ya me entiende. En conjunto, no hay muchos de esos informes que se hagan públicos. Desde mediados de los sesenta. Por lo del dinero del contribuyente, ya me entiende. El que acabó siendo desenterrado en este contexto, sin embargo, no era tan grandilocuente ni explosivo. No sé cómo se titulaba exactamente. A veces se lo conoce como el Memorando de Spackman o la Iniciativa Spackman, pero no conozco a nadie que sepa quién es el Spackman que le da su nombre, ya me entiende, no sé si fue el autor en sí del informe político o el funcionario de Planificación e Investigación para quien se escribió el informe. Al fin y al cabo se generó en 1969, y en términos de la vida institucional de la Agencia de eso hace una eternidad. Entiéndalo, esta es una Agencia compartimentada. Muchos de los procedimientos y prioridades del Triple Seis quedan simplemente fuera de nuestra área de trabajo. Ya me entiende. Las reorganizaciones de la Iniciativa, sin embargo, nos afectan de manera directa, tal como estoy seguro de que alguien le habrá explicado. Se dice que el informe original tenía varios centenares de páginas de longitud y que era muy técnico, tal como suele ser la economía. Ya me entiende. Pero en un nivel general, se dice que el principio efectivo de la parte o partes que salieron a la luz era bastante simple, y que —[inaudible]— por rutas desconocidas llegó a la atención de nombres situados en los niveles más altos de o bien la Agencia o bien el Departamento del Tesoro Público, y suscitó interés porque, duran te el impasse presupuestario de la actual rama ejecutiva, parecía describir una forma políticamente más atractiva de atenuar la situación de callejón sin salida causada por los ingresos fiscales inesperadamente bajos, los fuertes desembolsos en defensa y los mínimos intocables en materia de gastos sociales. En el fondo, ya me entiende, se dice que la propuesta del informe era muy simple, y por supuesto el ejecutivo actual aprueba la simplicidad, probablemente porque esta administración viene a ser una especie de reacción, ya me entiende, o revancha, contra la compleja construcción social de la Gran Sociedad, que constituyó una época muy distinta para la política y la administración fiscales. Pero su preferencia por los argumentos simples e instintivos es bien conocida. Ya me entiende. Por cierto, no he podido evitar fijarme en que está usted haciendo muecas.

P.

—Faltaría más.

P.

—Tal como la entendemos, la observación fundamental del informe de Spackman era que si se incrementaba la eficiencia con que la Agencia hacía cumplir el código tributario existente, entonces aumentarían también de forma demostrable los ingresos netos para el Tesoro Público del país, sin introducir ningún cambio correspondiente en el código en sí ni tampoco elevar las tasas marginales. Ya me entiende. Lo cual quiere decir que el informe dirigía la atención hacia Control y la disparidad fiscal. ¿Quiere que defina la disparidad, ya me entiende? ¿O acaso ya la ha definido otro? ¿Le está haciendo usted las mismas preguntas a todo el mundo? ¿Preferiría la Agencia que yo no hablara de esto?

P.

—Supongo que es algo que se explica por sí solo, ya me entiende. La disparidad es la diferencia entre el total de los ingresos fiscales que se le deben por ley al Tesoro Público en un año determinado y el total de impuestos que recauda la Agencia ese año. Es algo de lo que casi nunca se habla de forma explícita, casi [inaudible]. Hoy día es la bestia negra en que se concentra la Agencia, ya me entiende. Pero por entonces no. El informe de Spackman calculaba que entre seis y siete mil millones de dólares que se le debían por ley al Tesoro Público en 1968 no habían sido remitidos. Las proyecciones econométricas de Spackman situaban la disparidad fiscal proyectada para 1980 en casi veintisiete mil millones, una estimación que en la fecha en que se desenterró el informe resultó que había pecado de optimista. Dejando de lado las apelaciones y litigios, la disparidad fiscal calculada correspondiente a 1980 superaba los treinta y un mil quinientos millones de dólares. Lo más notable era que no se había hablado mucho del volumen de la disparidad ni tampoco le habían prestado demasiada atención. Estoy convencido de que es por eso que casi nunca se habla abiertamente de ello, por semejante estupidez institucional, ya me entiende. Y que fue también por eso que al informe de Spackman nunca se le prestó mucha atención, aunque tal como he dicho Sistemas siempre está generando esa clase de informes políticos. Las instituciones pueden ser mucho menos inteligentes que los individuos que las componen. Ya me entiende. También hay que tener en cuenta el hecho de que a la Agencia le preocupa la posibilidad de que el público contribuyente la perciba como algo distinto a un instrumento completamente eficiente y omnisciente de recaudación de impuestos: en el sistema tributario y la voluntad del público de acatar la ley impositiva entra en juego una psicodinámica compleja. Para empezar, el exceso de eficiencia puede ser entendido como hostilidad, como agresividad excesiva, ya me entiende, lo cual a su vez aumenta la hostilidad de los contribuyentes y puede llegar a afectar negativamente a la docilidad del público y el cometido y presupuesto de la Agencia, ya me entiende. Y eso quiere decir que se trata de un asunto complejo, ya me entiende, y que la psicodinámica queda fuera de nuestra área de trabajo, y de todo esto yo solamente tengo un conocimiento bastante impreciso y general, ya me entiende, aunque sabemos que es objeto de considerable interés y estudio por parte del Triple Seis. El informe de Spackman, la subsección que interesaba, fue resucitado por una persona o personas próximas a la Santísima Trinidad. Circulan distintas versiones sobre quién fue. Ya me entiende. Le hablo de un periodo que tuvo lugar más o menos hace dos años y medio.

P.

—En el fondo, de acuerdo con el informe político, la disparidad era una cuestión de acatamiento. Ya me entiende. Es obvio, ya que la disparidad representaba un porcentaje determinado de desacato. Pero la subsección del memorando que interesaba trataba de aquellas partes de la disparidad fiscal con las que la Agencia podía lidiar de manera provechosa. Las que se podían reducir y mitigar. Parte de la disparidad fiscal anual se debía a la economía sumergida en metálico, a los mecanismos de trueque y las transacciones en especies, a los ingresos ilegales y a ciertos mecanismos muy sofisticados que empleaba la gente rica para no tener que pagar impuestos y que no se podían solventar a corto plazo. Sin embargo, el análisis del informe de Spackman sostenía que una porción importante de la disparidad era resultado de una mala cobertura remediable, que incluía los formularios individuales 1040 y que él sostenía que se podía tratar y corregir a corto plazo. Por razones comprensibles, lo que más atractivo le resultaba a la administración actual era el corto plazo. De ahí la intersección entre estrategias técnicas y políticas, que es como tienen lugar los cambios a nivel nacional que después nos llegan a nosotros los que estamos en las trincheras, ya me entiende, a través de reorganizaciones y cambios en los criterios de Evaluación del Trabajo, ya que los 1040 son el ámbito de los exámenes de a pie. ¿Quiere que le explique las distintas áreas y tipos de examen que hacemos aquí?

P.

—Para nada. Al nivel básico, el Memorando de Spackman dividía las porciones remediables y asociadas con el 1040 de la disparidad fiscal en tres áreas generales, ya me entiende: declaraciones no presentadas, declaraciones imprecisas y pagos insuficientes. Las no presentadas son tarea del DIC. El Departamento de Investigación Criminal. Los pagos insuficientes los maneja la División de Recaudación, que es una sección muy distinta, tanto a nivel filosófico como de operaciones, a lo que hacemos aquí en Examen, ya me entiende, aunque nuestras dos divisiones, Examen y Recaudación, junto con Auditorías, por supuesto, conforman el grueso de la Iniciativa. Que es también, a nivel organizativo, la División de Control. En el fondo, en calidad de examinadores, las declaraciones imprecisas las tratamos nosotros. Ya me entiende. Los ingresos sin declarar, las deducciones inválidas, los gastos inflados, los créditos mal declarados. Las discrepancias, ya me…

P.

—Al nivel básico, el argumento de la Iniciativa Spackman, tal como se la conoce aquí, tanto a nivel filosófico como organizativo, era que esos tres elementos de la disparidad fiscal se podían corregir aumentando la eficiencia de la Agencia Tributaria en relación al acatamiento. No es difícil entender por qué esta idea llamó la atención de la administración política como tercera opción posible, como forma de ayudar a tratar la caída cada vez más insostenible de los ingresos sin subir las tasas ni cortar los desembolsos. Ya me entiende. No hace falta decir que todo esto es una versión muy simplificada. Estoy intentando explicar los extraordinarios acontecimientos que han tenido lugar en la estructura y las operaciones de la Agencia tal como los experimentamos aquí en la sede regional. Ha sido un año inusualmente emocionante, por no decir más. Y la causa fundamental de la emoción, y también de cierta controversia, es la Iniciativa Spackman. Así es como se la ha bautizado. Una reorientación amplia y ambiciosa de la conciencia institucional que tiene la Agencia de sí misma y de su rol en las políticas. Ya me entiende. Oiga… ¿se encuentra usted bien?

P. [Pausa, intervalo de estática.]

—… me entiende, y el Triple Seis también lo encontró ventajoso, puesto que, bajo ciertas condiciones técnicas, se podía conseguir que cada dólar que se añadía al presupuesto anual de la Agencia generara más de dieciséis dólares adicionales en ingresos añadidos para el Tesoro Público. Buena parte del meollo de este argumento buscaba tomar en consideración el estatus peculiar de la Agencia Tributaria y su función como agencia federal. Una agencia federal es, por definición, una institución. Una burocracia. Pero la Agencia también es la única agencia del aparato federal cuya función son los ingresos. El dinero que entra. Lo cual quiere decir que su cometido consistía en maximizar el rendimiento legal de cada dólar que se invertía en su presupuesto anual. Ya me entiende. Más que nada, pues, de acuerdo con el informe desenterrado, había razones de peso para concebir, constituir y operar la Agencia Tributaria como un negocio —una empresa en marcha y en busca de beneficios, ya me entiende— en lugar de como una burocracia institucional. En el fondo, el informe Spackman era intensamente antiburocrático. Tenía un modelo más clásicamente mercantilista. El atractivo que esto revestía para los conservadores partidarios del libre mercado no debería costar de entender. Al fin y al cabo, estamos en una época de desregulación empresarial. Cuál era la mejor manera de desregular la Agencia Tributaria —que, por supuesto, en calidad de agencia federal, estaba diseñada y operaba como conjunto de regulaciones legales y mecanismos para la ejecución de la ley— y hasta qué punto había que hacerlo constituía una cuestión espinosa y todavía sin resolver, ya me entiende. Pero el momento era el oportuno, en términos políticos, ya me entiende, por lo menos para la esencia fundamental de la propuesta de Spackman. Sería difícil hacer demasiado hincapié en las consecuencias que tiene este cambio de filosofía y cometido para todos los que estamos trabajando al nivel de la calle. La Iniciativa. Por ejemplo, un esfuerzo intensivo de reclutamiento y contratación y un aumento de casi el 20 por ciento del personal de la Agencia, el primer aumento de ese calibre desde el Acta de Reforma Fiscal del 78. Y me refiero también a una reestructuración enorme y aparentemente interminable de la rama de Control de la Agencia, de la cual la [inaudible] más relevante para los que estamos aquí es el hecho de que los siete Comisionados Regionales han asumido una mayor autonomía y autoridad bajo la filosofía operativa más descentralizada de la Iniciativa Spackman.

P.

—Se trata de otro tema complicado, que requiere un conocimiento intensivo de la normativa fiscal de Estados Unidos y de la historia de la Agencia en tanto que parte de la rama ejecutiva y sin embargo también bajo la supervisión del Congreso. Una parte crucial de lo que ahora se conoce como Iniciativa Spackman pasaba por encontrar una vía intermedia eficaz entre dos tendencias opuestas que llevaban décadas enteras poniendo trabas a las operaciones de la Agencia, una de ellas la descentralización mandada en 1952 por la Comisión King del Congreso y la otra el extremo centralismo burocrático y político de la administración nacional que se ejercía desde el Triple Seis. Se podría decir que los años sesenta fueron una época, en términos de historia institucional de la Agencia, en la que se impuso la oficina del Distrito. Los años ochenta se están convirtiendo en la época de las Sedes Regionales. Ya me entiende. En tanto que terreno intermedio organizativo entre los muchos Distritos y la administración unitaria del Triple Seis. Ahora las decisiones administrativas, estructurales, logísticas y de procedimiento están en mucha mayor medida en manos del Comisionado Regional y sus asistentes, que a su vez delegan responsabilidades de acuerdo a unas directrices operativas flexibles pero coherentes, ya me entiende, lo cual da como resultado una mayor autonomía fundamental para los centros.

P.

—Cada Región tiene un Centro de Servicios y, con una excepción en la actualidad, un Centro de Examen. ¿Quiere que le explique la excepción?

P.

—En el fondo, bajo la Iniciativa, los Centros de Servicios y de Examen Regionales permiten bastante más libertad en términos de estructura, personal, sistemas y protocolos de operaciones, lo cual resulta en una mayor autoridad y responsabilidad por parte de los directores de estos centros. La idea directriz es liberar a estas enormes sedes centrales de procesamiento de regulaciones opresivas o rígidas que impidan la acción efectiva. Ya me entiende. Al mismo tiempo, se aplica una presión extrema orientada a una única meta que las abarca a todas: los resultados. El aumento de los ingresos. La reducción del desacato. La reducción de la disparidad. No se llega a las cuotas, claro —eso nunca, claro, por razones que tienen que ver con lo que es justo y con la percepción pública—, pero casi. Todos hemos visto las noticias, usted y yo, y sí, en parte lo que se ha introducido son auditorías más agresivas. Ya me entiende. Pero la mayoría de los cambios y énfasis introducidos en la División de Auditorías son una simple cuestión de grado, un tema cuantitativo, y eso incluye la llegada de las auditorías automatizadas, que nuevamente quedan fuera de nuestra área de conocimiento laboral. Para los que estamos en Examen, sin embargo, se ha producido un cambio cualitativo dramático en materia de filosofía operativa y protocolos. Lo puede notar hasta la funcionaria de rango GS-9 más baja frente a su máquina de perforar tarjetas. Si las Auditorías son el arma de la Iniciativa, ya me entiende, la gente de Examen somos los telemetristas, los encargados de decidir adónde hay que apuntar con esa arma. Tras la desregulación, queda solamente una pregunta operativa que se impone sobre las demás: ¿qué declaraciones es más provechoso auditar y cuál es la forma más eficiente de encontrar esas declaraciones?

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—Tengo una tolerancia al dolor inusualmente alta.

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—Bueno, a mi padre le gustaba cortar el césped a trozos y a franjas. Primero cortaba la esquina este del jardín de delante, luego entraba un rato en casa, luego hacía la franja sudoeste del jardín de atrás y un cuadradito junto a la verja sur, volvía a entrar y así sucesivamente. Tenía muchos pequeños rituales de ese tipo, así era él. ¿Sabe? Me costó un tiempo darme cuenta de que hacía eso con el césped porque le gustaba la sensación de haber terminado. De tener una tarea y sentir que la hacía y que ya estaba hecha. Es una sensación agradable, es como si fueras una máquina que sabe que funciona bien y que está haciendo aquello para lo que ha sido diseñada. ¿Sabe? Al dividir el jardín en diecisiete pequeñas secciones, algo que a nuestra madre le parecía una chifladura más, él tenía la sensación de estar terminando la tarea diecisiete veces en lugar de una sola. Como: «Terminé. Terminé otra vez. Y otra vez, mira, ya terminé».

»Bueno, pues aquí pasa un poco lo mismo. En exámenes de a pie. A mí me gusta. Uno tarda unos veintidós minutos en repasar un 1040 normal y corriente, examinarlo y llenar el memorando que va con él. Tal vez un poco más dependiendo de tus criterios, hay equipos que ajustan los criterios. Ya sabe. Pero nunca más de media hora. Y cada uno que terminas te da esa pequeña sensación agradable.

»El problema es que las declaraciones no paran nunca de llegar. Siempre hay otra que hacer. Uno nunca termina de verdad. Pero, por otro lado, con el césped pasaba lo mismo, ¿me entiende? Por lo menos cuando llovía lo bastante. Para cuando mi padre llegaba a la última sección que había delimitado, la primera ya volvía a necesitar que le pasaras la cortadora. A él le gustaba el césped bien corto y pulcro. Ahora que lo pienso, mi padre pasaba mucho tiempo en el jardín. Mucho tiempo de su vida.

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—Era un episodio de La dimensión desconocida o de Más allá del límite, de una serie de esas. Un tipo con claustrofobia se va poniendo más y más grave hasta que tiene tanta claustrofobia que se pone a chillar y a montar un escándalo, así que lo agarran y lo llevan a un manicomio, y en el manicomio le ponen una camisa de fuerza y lo aíslan en un cuartucho diminuto con un desagüe en el suelo, un cuarto del tamaño de un armario, que salta a la vista que tiene que ser lo peor del mundo para un claustrofóbico, pero ellos le explican a través de una rendija de la puerta que son las reglas y procedimientos, que cada vez que alguien grita lo tienen que aislar. Y entonces sí que el tipo está jodido, está claro que se va a pasar la vida entera ahí dentro, porque mientras grite y se intente noquear a sí mismo contra las paredes lo van a dejar en ese cuartucho diminuto, y mientras esté en el cuartucho va a gritar, porque el problema es precisamente que es claustrofóbico. El tipo es un ejemplo viviente de que hay casos en que las reglas y procedimientos tienen que dejar cierto margen de maniobra, porque si no de vez en cuando se va a producir alguna cagada ridícula y alguien va a vivir un auténtico infierno. El episodio se titulaba precisamente «Reglas y procedimientos», y a ninguno se nos olvidó nunca.

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—Creo que no tengo nada que decir que no esté en el código o en el Manual.

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—Mi madre lo llamaba quedarse repasmado. La expresión venía de un hábito que tenía mi padre y que practicaba en medio de casi cualquier situación. Mi padre era un tipo amable, contable del distrito escolar. Quedarse repasmado significaba quedarse mirando algo fijamente y sin expresión durante un periodo largo de tiempo. Te puede pasar cuando no has dormido lo bastante, o has dormido demasiado, o has comido más de la cuenta, o estás distraído, o simplemente soñando despierto. No es lo mismo que soñar despierto, sin embargo, porque consiste en mirar algo. Mirarlo fijamente. Normalmente algo que tienes justo delante: un estante de una biblioteca, o el centro de mesa de la cocina, o a tu hija o a tu pequeño. Pero cuando estás repasmado, en realidad no estás mirando la cosa que parece que estás mirando, ni siquiera te das cuenta de que está ahí; y, sin embargo, tampoco estás pensando en nada más. La verdad es que no estás haciendo nada, mentalmente, pero lo estás haciendo fijamente, con algo que parece una concentración intensa. Es como si la concentración se te quedara encallada, igual que se encallan las ruedas de un coche en la nieve. Y ahora también lo hago yo. Me sorprendo a mí mismo haciéndolo. No es desagradable, pero sí extraño. Algo se escapa de ti; notas que se te queda la cara flácida, sin músculos ni expresión. A mis hijos les asusta, eso lo sé. Es como si tu cara, igual que tu atención, perteneciera a otro. Ahora me pasa a veces que estoy en el cuarto de baño, delante del espejo, y me despierto de repente y me sorprendo a mí mismo repasmado, sin reconocer nada. Mi padre ya lleva doce años muerto.

»Ese es el nuevo desafío que tenemos aquí. Desde fuera del examinador, antes no había garantía de que nadie pudiera ver la diferencia entre alguien que hacía bien el trabajo y alguien que simplemente estaba lo que mi madre llamaba repasmado, mirando los expedientes de las declaraciones pero sin prestarles atención. Siempre y cuando procesaras el número de declaraciones que habías hecho cada día para el registro de rendimiento, nadie podía estar seguro. No es que yo hiciera eso, yo me quedo repasmado cuando ya ha terminado la jornada de trabajo, o bien antes, mientras me preparo. Pero sé que ellos sí se preocupaban: quiénes son los buenos examinadores y quiénes los están engañando y se están pasando el día repasmados o pensando en otras cosas. Eso puede pasar. Pero ahora, este año, pueden saberlo; ya saben quién está haciendo su trabajo. La diferencia se certifica más adelante. Porque lo que ahora ponen en el registro ya no es el rendimiento, sino los ingresos que has producido. Ese es el cambio para nosotros. Ahora la cosa es más fácil, porque estamos buscando algo, algo que se traduzca en ingresos, no solamente cuántas devoluciones eres capaz de repasar. Y eso nos ayuda a prestar atención.

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—Nuestra casa estaba fuera de la ciudad, junto a una de las carreteras asfaltadas. Teníamos un perro muy grande que mi padre tenía encadenado en el jardín. Un perro grande que era parte pastor alemán. Yo odiaba aquella cadena, pero no teníamos cerca y estábamos justo al lado de la carretera. Y el perro también odiaba la cadena. Pero tenía dignidad. Lo que hacía era no estirar nunca la cadena del todo. Ni siquiera llegaba al punto en que se tensaba. Aunque el cartero parara el coche delante, o un vendedor. Por pura dignidad, aquel perro fingía que prefería quedarse dentro de la zona que marcaba la longitud de la cadena. No había nada fuera de aquella zona que le interesara. Simplemente tenía cero interés. Así que ni se fijaba en la cadena. No la odiaba. La cadena. Se limitaba a hacerla irrelevante. Tal vez no estuviera fingiendo, tal vez fuera verdad que había elegido que aquel circulito fuera su pequeño mundo. Tenía poder. Toda su vida era aquella cadena. Me encantaba aquel perro, coño.