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A pesar de la famosa descripción que hizo el juez H. Harold Mealer, incluida en la opinión mayoritaria del 4.º Juzgado de Apelaciones sobre el caso Atkison et al. contra Estados Unidos, de la burocracia gubernamental como «el único parásito conocido que es más grande que el organismo del que se alimenta», la verdad es que dicha burocracia se parece mucho más a un mundo paralelo, al mismo tiempo conectado con el nuestro e independiente de él, que funciona con sus propias leyes físicas y sus propios imperativos de causa. Uno puede imaginar un sistema enorme e intrincadamente ramificado de varas acopladas, poleas, engranajes y palancas que salen en disposición radial de un operador central, de tal manera que los movimientos minúsculos del dedo de ese operador se transmitan por todo el sistema hasta convertirse en los cambios cinéticos mayúsculos que experimentan las varas de la periferia. Es en esa periferia donde el mundo de la burocracia actúa sobre el nuestro.

La parte crucial de la analogía es que el operador de ese sistema tan elaborado no carece a su vez de causa. La burocracia no es un sistema cerrado; es eso lo que la convierte en un mundo y no en una cosa.