5

Es ese chico que lleva la bandolera de color naranja brillante y guía a los niños de los cursos inferiores por el paso de peatones que hay delante de la escuela. Lo hace después de terminar su ronda de desayunos de Meals on Wheels en el centro de acogida para ancianos del centro de la ciudad, cuya administradora se abalanza a cerrar con pestillo la puerta de su despacho cuando oye acercarse por el pasillo las ruedas de su carrito. Se ha pagado de su propio bolsillo el silbato de acero y los guantes blancos que les muestra a los coches con la palma hacia fuera mientras unos niños que no se saben vestir solos cruzan por detrás de él, algunos de ellos intentando correr pese a la advertencia de «¡CAMINAD SIN CORRER!» que pone en los carteles con una carita sonriente que el chico lleva en el pecho y en la espalda y que también se ha fabricado él mismo. A los conductores de los coches que conoce los saluda con la mano y les dedica una sonrisa extragrande y unas palabras joviales cuando por fin se despeja el paso de peatones y el coche arranca y cruza como un bólido, y algunos de los conductores le toman un poco el pelo dando un golpe de volante para pasarle a pocos centímetros de distancia, ante lo cual él se ríe y se aparta dando brincos y hace muecas de terror fingido en dirección al flanco del automóvil y al guardabarros trasero. (La vez que un coche familiar lo atropelló fue realmente un accidente, y él le mandó a la señora que iba al volante varias notas para asegurarse del todo de que ella sabía que él entendía lo sucedido, y le pidió a un montón de gente con la que todavía no había tenido ocasión de trabar amistad que le firmara la escayola, y decoró las muletas muy meticulosamente con trocitos de cinta de colores y oropel y purpurina adhesiva, y antes incluso de que pasaran las seis semanas mínimas que el médico había prescrito severamente, él ya había donado las muletas al ala de pediatría del Calvin Memorial a fin de alegrar la convalecencia de algún otro chico menos afortunado y feliz, y hacia el final del episodio se sintió inspirado para escribir una redacción muy larga y presentarla al Concurso de Redacciones de Ciencias Sociales donde contaba cómo una herida dolorosa y debilitadora resultado de un accidente podía darte oportunidades nuevas para hacer amigos y echar una mano a los demás, y aunque la redacción no ganó y ni siquiera recibió una mención de honor a él sinceramente le trajo sin cuidado, puesto que sentía que el hecho en sí de escribir la redacción ya había sido una recompensa y que él había sacado mucho de todo el proceso de redactar los nueve borradores, y se alegró sinceramente por los chicos cuyas redacciones sí que ganaron premios, y les dijo que estaba seguro a más del cien por cien de que se los merecían, y que si les apetecía conservar las redacciones premiadas y tal vez convertirlas en trofeos para exhibirlos delante de sus padres, él estaría encantado de pasárselas a máquina y de plastificárselas y hasta de corregir cualquier falta de ortografía que encontrara si ellos querían, y en casa su padre le puso la mano en el hombro al pequeño Leonard y le dijo que estaba orgulloso de que su hijo fuera tan buen chico, y le ofreció llevarlo al Dairy Queen a modo de premio, y Leonard le dijo a su padre que se lo agradecía y que aquel gesto significaba mucho para él, pero que sinceramente le gustaría más que cogieran el dinero que su padre se iba a gastar en el helado y lo donaran a Easter Seals o, mejor todavía, a UNICEF, a fin de paliar las necesidades de los niños azotados por las hambrunas de Biafra que él estaba seguro de que no debían de haber oído hablar en su vida de los helados, y añadió que apostaba a que los dos terminarían sintiéndose mejor así que si hubieran ido al DQ, y mientras su padre metía las monedas en la ranura de la hucha en forma de calabaza de cartón especial para hacer donaciones voluntarias a UNICEF, Leonard se tomó un momento para manifestar una vez más su preocupación por el tic facial del padre y para tomarle el pelo amablemente por su reticencia a visitar al médico de la familia para que le echara un vistazo, señalando nuevamente que, de acuerdo con la gráfica que había en la parte de atrás de la puerta de su dormitorio, al padre se le había pasado hacía tres meses su examen médico anual y hacía casi ocho meses que se tendría que haber puesto los refuerzos recomendados contra el tétanos y la tuberculosis.)

Hace de monitor de pasillos durante las primeras dos horas de clase (va medio curso adelantado en créditos) pero reparte muchos más avisos oficiales que castigos de verdad; él cree que está ahí para servir, no para dar caza a la gente. Normalmente junto con los avisos dispensa una sonrisa y les dice que solamente vais a ser jóvenes una vez, así que disfrutadlo y largaos de mi vista y usad el día para hacer cosas importantes, ¿de acuerdo? Dedica tiempo a UNICEF y a Easter Seals y monta un programa de reciclaje en tres cursos consecutivos. Tiene buena salud y siempre va bien limpio y lo bastante acicalado como para proyectar cortesía y respeto básico hacia la comunidad de la que forma parte, y en clase levanta educadamente la mano para responder todas las preguntas, pero solamente si está seguro de conocer no solamente la respuesta correcta, sino también la formulación de esa respuesta que a la profesora le interesa para que avance la discusión del tema general que estén tratando ese día, y a menudo se queda después de la clase para asegurarse con la profesora de que el enfoque que él hace de los objetivos especiales de ella sea el correcto, y también para preguntarle si hay alguna manera de que las respuestas que él ha formulado en clase se puedan mejorar o hacer más útiles.

La madre del chico sufre un terrible accidente mientras está limpiando el horno y es llevada a toda prisa al hospital, y pese a que él está loco de preocupación y no para de rezar para que su madre se estabilice y se recupere, se presta voluntario a quedarse en casa y contestar al teléfono y transmitir información a una lista alfabética de parientes preocupados y amigos de la familia, y para asegurarse de que el correo y el periódico llegan sin problemas, y para ir encendiendo y apagando las luces de la casa a intervalos aleatorios por las noches tal como el Agente Chuck del programa de concienciación de escuelas públicas Crime Stoppers de la Policía Estatal de Michigan aconseja sensatamente que hay que hacer siempre que los adultos tienen que irse repentinamente del hogar, y también para llamar al número de urgencias de la compañía del gas (que ha memorizado) para que vengan a revisar alguna válvula o circuito que debe de estar defectuoso en el horno antes de que ningún otro miembro de la familia se vea expuesto a alguna clase de daño accidental, y también para trabajar (en secreto) en un inmenso despliegue de banderitas y banderolas y pancartas de «BIENVENIDA A CASA» y «LA MEJOR MAMÁ DEL MUNDO» que tiene planeado pegar con mucho cuidado a la fachada de la casa usando pegamento soluble en agua y la escalera extensible del garaje (con la supervisión y el sostén de un vecino adulto responsable), a fin de que estén allí para saludar y animar a la madre cuando esta reciba el alta de Cuidados Intensivos completamente curada y más sana que un yogur, y Leonard llama a su padre sin parar a la cabina telefónica del pabellón de Cuidados Intensivos para asegurarle de que no tiene absolutamente ninguna duda de eso, de que va a quedar más sana que un yogur, y se dedica a llamarle a todas las horas en punto hasta que la cabina telefónica experimenta alguna clase de problema mecánico y cuando él marca el número solamente oye un tono agudo, del cual notifica debidamente a la línea especial 1-616-TROUBLE de la compañía telefónica, acordándose de incluir el Código de Producto de ocho dígitos específico de la cabina (que tenía apuntado por si acaso), tal como recomienda la información técnica que hay impresa en letra diminuta sobre la línea 1-616-TROUBLE al final del todo de la guía telefónica para obtener un servicio más rápido y eficaz.

Es capaz de escribir con varios tipos distintos de caligrafía y ha ido a un campamento de origami (dos veces) y sabe hacer unos bocetos a mano alzada extraordinarios de la flora local y silbar los seis Nouveaux Quatuors de Telemann, así como imitar la llamada de cualquier pájaro que a Audubon se le pudiera ocurrir. A veces escribe a editoriales académicas para avisarlos de posibles errores de categoría y/o sintaxis que hay en sus libros de texto. No hablemos ya de los concursos de ortografía. Puede confeccionar más de veinte clases distintas de gorros usando papel de periódico normal y corriente, desde gorras de almirantes hasta sombreros de vaqueros, clericales y multiétnicos, y se presta voluntario para visitar las aulas de jardín de infancia de la escuela y enseñarles a los niños pequeños a hacerlo, una oferta que el director de la escuela primaria Carl P. Robinson dice que le agradece y que se la ha planteado muy cuidadosamente antes de declinarla. El director no puede ver al chico ni en pintura, pero no sabe muy bien por qué. Ve al chico en sus sueños, en los márgenes difusos de sus pesadillas, con su camisa a cuadros planchada, con la raya del pelo pequeña y dura, las pecas y la sonrisa dispuesta y generosa: para lo que haga falta. El director fantasea con hundirle un gancho para la carne a Leonard Stecyk en su cara de ojos brillantes y con arrastrarlo cabeza abajo a remolque de su Volkswagen Beetle por las calles nuevas y ásperas de los barrios residenciales de Grand Rapids. Las fantasías salen de la nada y horrorizan al director, que es un devoto menonita.

Todo el mundo odia al chico. Es un odio complejo, que a menudo causa que quienes lo odian se sientan mezquinos y culpables y se odien a sí mismos por sentir esas cosas hacia un chico tan lleno de talento y de buenas intenciones, lo cual a su vez tiende a hacer que odien involuntariamente al chico todavía más por provocarles ese odio hacia sí mismos. Todo ello resulta confuso e inquietante. Cuando él está presente la gente se toma muchas aspirinas. Los únicos amigos de verdad que tiene entre los niños son los trastornados, los impedidos, los gordos, los menos populares, las personas non gratas… él los busca. Las 316 invitaciones para el «FIESTÓN IMPRESIONANTE» de su undécimo cumpleaños —322 invitaciones si se cuentan las que ha hecho en cinta de audio para los ciegos— están impresas en offset sobre papel de vitela de calidad, con sobres a juego de papel alto en fibra, y tienen las direcciones escritas con una recargada caligrafía estilo Felipe II en la que se ha pasado tres fines de semana trabajando; las invitaciones detallan mediante números romanos el itinerario de media jornada por el parque recreativo Six Flags, seguido de la visita guiada por un doctorado al Blanford Nature Center y por fin la comida en el Área Reservada de Banquetes + Juego Libre de la Pizzería y Salón Recreativo Shakee de Remembrance Drive (el día entero sale gratis y se ha sufragado con el Reciclaje de Papel y de Aluminio que el chico ha organizado y liderado levantándose a las cuatro de la madrugada todo el verano, y el balance de los recibos del Reciclaje ha ido a la Cruz Roja y a los padres de un alumno de tercero que tiene espina bífida en estado terminal y que sueña por encima de todo con ver jugar en directo a «Tren Nocturno» Lane de los Lions desde su silla de ruedas motorizada), y las invitaciones llaman explícitamente a la fiesta así —«FIESTÓN IMPRESIONANTE»— con unas letras que imitan globos impresas al pie del dibujo de un estallido de buen humor y buena voluntad y «DIVERSIÓN» sin tregua ni cuartel, mientras que en las cuatro esquinas de cada tarjeta se puede leer la advertencia en letras en negrita «POR FAVOR: NADA DE REGALOS»; y las 316 invitaciones, enviadas por Correo de Primera Clase a todos los alumnos, instructores, instructores sustitutos, ayudantes, administradores y conserjes de la escuela primaria C. P. Robinson, obtienen un total de nueve asistentes (sin contar a los padres ni a los enfermeros de los incapacitados), y sin embargo todos se lo pasan bomba, y así lo manifiestan por consenso en las Tarjetas de Valoración Sincera y Sugerencias (también impresas en papel vitela) que circulan al final de la fiesta, y los restos enormes de pastel de chocolate, helado de tres sabores, pizza, patatas fritas, palomitas con caramelo, bombones Hershey’s Kisses, panfletos de la Cruz Roja y del Agente Chuck que explican respectivamente cómo donar tejidos/órganos y los procedimientos correctos a seguir si se te acerca un desconocido, pizza kosher para los ortodoxos, servilletas de diseño y refrescos bajos en calorías servidos en vasos de plástico con la inscripción «Yo sobreviví al Fiestón Impresionante del Undécimo Cumpleaños de Leonard Stecyk 1964» y con cañitas no extraíbles en forma de signo de infinito que los invitados tenían que quedarse de recuerdo, todo ello es donado al Refugio Infantil del Condado de Kent a través de una serie de procedimientos y medios de transporte que el titular del cumpleaños ya pone en marcha cuando todavía no se ha terminado la partida gigante de Enredos, preocupado ante la posibilidad de que se derrita el helado y de que otros restos se pongan rancios y pierdan el gas y de que por culpa de eso se malgaste una oportunidad para ayudar a los menos afortunados; y su padre, al volante del coche familiar con acabado en madera y apoyando la mejilla en la mano, vuelve a jurarle al chico que va sentado a su lado que tiene un corazón de oro, y que está orgulloso de él, y que si la madre del chico recobra algún día la conciencia tal como todos anhelan, él sabe que ella también estará rebosante de orgullo.

El chico saca sobresalientes y los notables justos para evitar que se le suban las notas a la cabeza, y a sus profesores les provoca escalofríos el mero sonido de su nombre. En quinto curso lleva a cabo una colecta por el distrito destinada a reunir un Fondo Especial de monedas de cinco centavos para cualquiera que a la hora del almuerzo ya se haya gastado el dinero de la leche pero por la razón que sea todavía pueda querer o sentir que necesita más leche. La Compañía Láctea Jolly Holly se entera e incluye en el costado de algunos de sus cartones de media pinta un texto satírico sobre el Fondo y un monigote que representa al chico. Dos tercios de la escuela dejan de beber leche, mientras que el Fondo Especial crece tanto que el director se ve obligado a confiscar una pequeña caja fuerte para su despacho. El director empieza a tomar Seconal para dormir y a experimentar pequeños temblores, y en dos ocasiones distintas recibe multas por no ceder el paso en sitios designados como pasos de peatones.

Una profesora en cuya aula el chico sugiere un proyecto de reorganización de los percheros y los cajones para las botas que cubren una pared destinado a que el abrigo y los chanclos del alumno que tiene el escritorio más cerca de la puerta sean los que están más cerca de la puerta, y los del segundo más cercano a la puerta sean los segundos más cercanos, y así sucesivamente, todo ello con el objeto de acelerar la salida de los alumnos al recreo y de reducir retrasos y posibles peleas y aglomeraciones de niños a medio abrigar en la puerta del aula (unos retrasos y aglomeraciones que el chico ya se había molestado en registrar aquel trimestre de acuerdo con su incidencia estadística, adjuntando gráficos y flechas relevantes pero con todos los nombres eliminados), esa veterana y muy respetada profesora con puesto permanente termina blandiendo unas tijeras sin punta y amenazando con matar al chico y luego matarse a ella misma, y se ve obligada a cogerse la baja médica, durante la cual recibe tarjetas que le desean su pronta recuperación a razón de tres por semana, unas tarjetas que incluyen sumarios pulcramente mecanografiados de las actividades y del progreso de la clase durante su ausencia, espolvoreadas con purpurina y dobladas en forma de diamantes perfectos que se abren dando un simple apretón a las dos facetas largas del interior (es decir, del interior de las tarjetas), hasta que los médicos de la maestra ordenan que le sea retenido el correo en espera de que se produzca una mejoría o por lo menos una estabilización de su estado.

Justo antes de la gran colecta para UNICEF por Halloween de 1965, tres alumnos de sexto curso abordan al chico en los lavabos sudeste después de la cuarta hora de clase y le hacen cosas inenarrables y lo dejan colgando de un gancho del cubículo por el elástico de los calzoncillos; y después de recibir tratamiento y de que le den el alta del hospital (que no es el mismo en donde tienen a su madre ingresada en el ala de largas convalecencias), el chico se niega a identificar a sus asaltantes y más tarde les entrega de forma circunspecta sendas notas individuales donde les transmite su renuncia a todo rencor relacionado con el incidente y se disculpa por cualquier ofensa inconsciente que pueda haber cometido para provocarlo, rogando a sus atacantes que por favor olviden todo el asunto y sobre todo que no se lo recriminen a ellos mismos —sobre todo con el paso del tiempo, porque el chico tiene entendido que son esta clase de cosas las que a veces te pueden atormentar mucho cuando llegas a la vida adulta, y cita un par de artículos de revistas académicas a los que los atacantes pueden echar un vistazo si quieren documentarse sobre los efectos psicológicos a largo plazo de la recriminación a uno mismo—, y en las notas, a la vez que profesa su esperanza personal en que de todo el lamentable incidente pueda acabar surgiendo una amistad, adjunta también una invitación para asistir a una breve Mesa Redonda de Resolución de Conflictos libre de interrogatorios que el chico ha convencido a una organización de servicios a la comunidad para que patrocine después de la escuela el martes siguiente («¡Se servirán refrigerios!»), tras lo cual la taquilla del gimnasio del chico, junto con las cuatro que la flanquean a cada lado, resulta destruida en un acto de vandalismo pirotécnico que todo el mundo en ambos bandos del juicio subsiguiente acepta que se les fue completamente de las manos y que no fue un intento premeditado de herir al conserje de noche ni de causar nada parecido a la cantidad de daños estructurales en el vestuario de chicos que terminó causando, un juicio en el que Leonard Stecyk apela repetidas veces a los abogados de ambos bandos y les pide una oportunidad de testificar con la defensa, aunque solamente sea en calidad de testigo de buena voluntad. Un gran porcentaje de los compañeros de clase del chico se esconden —emprenden literalmente acciones evasivas— cuando lo ven venir. Al final incluso la gente marginal e impedida deja de devolverle las llamadas. A su madre hay que darle la vuelta y manipularle los miembros dos veces por día.