8. Sexo, austeridad, guerra, austeridad

Una de las cosas que cambiaría cuando Viviéramos Por Nuestra Cuenta sería el tipo de diario que pudiéramos llevar. Uno no escribiría sobre las cosas que no le gusta hacer, sobre lo que quería hacer y no hacía ni sobre los planes para el futuro. En su lugar, escribiría sobre lo que hacía de verdad. Y como sólo se haría lo que uno quisiese hacer, el Libro de los Hechos se parecería al que por el momento era el Libro de las Fantasías, sólo que con un emocionantísimo cambio de tiempo verbal.

—Sabes —recuerdo que le dije a Toni una tarde, tras un poco de Vivaldi («disminución del pulso, aumento de la tolerancia y la benevolencia, sentido cívico, sensación de limpieza cerebral»)—, en realidad no está tan mal ser… comment le dire… joven.

—¿Nnnooo?

—Bueno, no hay guerra. No hay servicio militar. Hay más mujeres que hombres. No hay policía secreta. Se pueden conseguir libros como El amante de Lady Chatterly. No está tan mal.

—Así que nunca te ha ido mejor, Christorpe. (A Toni le gustaba inventar erratas.)

—La verdad es que no. Creo que la vida por nuestra cuenta será estupenda.

—Puede que tengas razón. ¿Sabes que ya están llamando a esta década los Sexy Sesenta?

—Los descarados Sexy Sesenta. —Casi se te ponía tiesa de sólo oírlo.

—Supongo que todo sucede cíclicamente.

—¿Qué?

—El sexo, para empezar. También hubo bastante sexo en los años veinte. Probablemente, todo sigue un ciclo. Algo así como: los años Veinte, Treinta, Cuarenta, Cincuenta igual a Sexo, Austeridad, Guerra, Austeridad; los Sesenta, Setenta, Ochenta, Noventa igual a Sexo, Austeridad, Guerra, Austeridad.

Toni arqueó una ceja. Dicho así, no parecía tan grave.

—Lo que nos da —interpreté—, ocho años de descaro y treinta de espera, con la posibilidad de que nos maten en el intervalo. Escalofriante.

—Aun así —dijo Toni, decidido a no darse por vencido—, ¿qué se puede hacer en ocho años?

—¿A «quién» se le puede hacer en ocho años?

—Limítate a pensar que podría ser peor. Si hubieses nacido en mil novecientos quince, cuando hubieras estado a punto habría llegado la Austeridad. Después, puede que te matasen. Para cuando consiguieras a alguien tendrías cuarenta y cinco.

—Habría que casarse ¿no?

—Había burdeles para el ejército.

—¿Y si hubieras estado en la marina?

Nos pareció que la generación de nuestros padres había tenido muy mala suerte.

—Bueno, las cosas son como son.

—¿Crees que deberíamos tratarlos mejor?

Pero la verdad, las cosas no tomaban el cariz que deseábamos. Cada año, como demostraba mi Libro de Reclamaciones, estaba repleto de los mismos deseos frustrados, los mismos resentimientos corrosivos, las mismas formas de inactividad. Se dice que la adolescencia es un período dinámico, durante el cual la mente y el cuerpo se lanzan, constantemente, a nuevos descubrimientos. Yo no la recuerdo así. Todo me parecía notoriamente estático. Cada año nos proporcionaba un nuevo plan de estudios que se parecía, enormemente, al plan anterior. Cada año más gente nos trataba de usted. Cada año nos permitían quedarnos levantados hasta más tarde los sábados por la noche. Pero ninguna estructura cambiaba. El poder y la irresponsabilidad seguían siendo los mismos. El amor, el temor y el resentimiento permanecían donde siempre habían estado.

—Ocho años, entonces.

Por alguna razón, no parecía mucho tiempo.