6. El problema de la «necesidad» de las evoluciones sociales

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uando se mencionan evoluciones como la debida al creciente control de la naturaleza o a la división del trabajo en aumento, se suscita reiteradamente la cuestión de la «necesidad» de tales procesos.

Hoy parece obvio a los ojos de muchas personas que la exposición de una tendencia a largo plazo del flujo de figuraciones referente al pasado implica sin más una cierta predicción para el futuro. Cuando se demuestra la presencia de una tendencia civilizadora de larga duración en el pasado se encuentra frecuentemente que la gente asume como evidente que con eso se ha querido demostrar también que las personas serán cada vez más civilizadas en el futuro. Un modelo que muestre cómo y por qué una figuración de unidades sociales menos centralizada y diferenciada en épocas pasadas se transforma en una figuración más centralizada y complicada suscita con facilidad la impresión de que el investigador ha proyectado en esta labor investigadora sus deseos y sus objetivos para el presente y el futuro al pasado; se presume que se ha esforzado en la elaboración de un modelo del proceso de formación del Estado porque confiere un determinado valor a este y quería mostrar que también en el futuro había de cobrar importancia. No es posible esforzarse en la elaboración de modelos empíricamente fundamentados de una evolución social sin que infaliblemente esos esfuerzos deban enfrentarse a argumentos que han tomado carta de naturaleza en buena parte en la defensa frente a los modelos de desarrollo de las generaciones anteriores.

Los generales, se dice a veces, planean la nueva guerra como si no fuese más que la continuación de la anterior. Algo análogo sucede cuando en el intento de dar continuidad a la elaboración de una teoría de la evolución social hay que enfrentarse a muchas ideas consagradas que en el pasado se opusieron, a su vez, a teorías aún más antiguas de la evolución. A este tipo de ideas pertenece la noción de que el diagnóstico de una tendencia evolutiva de larga duración en el pasado implica automáticamente la prognosis de que la misma tendencia se prolongará necesaria y automáticamente también en el futuro, Esta noción resulta además reforzada por el hecho de que actualmente domina una teoría científica destaca precisamente como criterio decisivo de su cientificidad la prognosis.

Por tanto, tal vez sea útil detenerse a considerar, aunque sea brevemente, el cometido de las teorías sociológicas de la evolución social y los modelos de división de funciones o de formación de un Estado, que se apoyan en la investigación de eventos pretéritos. Los modelos sociológicos de los procesos evolutivos de larga duración son instrumentos de la diagnosis y la explicación sociológicas. Los estados nacionales surgieron en su mayoría de estados dinásticos y estos de organizaciones feudales o tribales menos centralizados. En ocasiones los primeros surgieron a partir de los últimos saltándose los estadios intermedios. En todos estos casos se trata de saber cómo y por qué ocurrió tal cosa. De sociedades basadas en mercados locales, una escasa división del trabajo, con cadenas de interdependencia breves y un nivel de vida bajo se desarrollaron sociedades con entramados de mercado muy difundidos, con un gran número de profesiones especializadas, con largas cadenas de interdependencia y con un alto nivel de vida. En todos estos casos se trata de saber cómo y por qué surgió la formación posterior de la anterior. Se busca una explicación de este tipo de procesos. El modelo teórico de un tal proceso tiene una función explicativa, tiene además una función de medida —no necesariamente sólo la de un instrumento de medida cuantitativa, sino sobre todo la de un instrumento de medida en relación con las diferencias de la figuración—, que sirve para dar respuesta a preguntas como estas: ¿en qué estadio de una serie evolutiva se encuentra esta o aquella sociedad?, ¿qué nivel de desarrollo ha alcanzado? El modelo evolutivo sirve, con la explicación, para la diagnosis, y finalmente, también para la prognosis. Toda explicación posibilita de un modo u otro la prognosis.

Pero las prognosis científicas no tienen en absoluto el carácter indeterminado que es inherente al concepto de «profecía». Por ejemplo, sobre la base de la teoría de la evolución biológica es imposible formular prognosis alguna acerca de la evolución futura del género humano, digamos en dirección a una especie de superhombres. Sin embargo, sobre la base de la teoría de la evolución, en conexión con algunos otros enfoques teóricos, es posible pronosticar que en un yacimiento carbonífero no se hallará ningún diente humano, a no ser que algún minero haya perdido allí parte de su dentadura. Si se encontrase alguna vez un diente humano en un yacimiento carbonífero, la teoría de la evolución en su conjunto debería someterse a una enérgica corrección. Análogamente, con ayuda de un modelo del proceso de formación del Estado basado en la investigación de los procesos de formación del Estado basado en la investigación de los procesos pretéritos de formación estatal se pueden formular determinadas prognosis en relación con los procesos de formación de estados que se producen actualmente.

Puede que una comparación sencilla facilite una mejor y más rápida comprensión de estas cuestiones relativas a la función de las teorías. Las teorías se asemejan en cierto modo a un mapa. Cuando se está en un punto A en el que se cruzan tres caminos no es posible «ver» directamente cómo siguen esos caminos; no es posible «ver» si este o aquel camino conducen a un puente sobre un río que se desea cruzar. Una teoría, por decirlo de otra manera, señala a aquel que se encuentra al pie de una montaña interrelaciones que sólo podría ver desde la perspectiva de un pájaro. Descubrir interrelaciones donde no se conocían previamente es una tarea central de las investigaciones científicas. Los modelos teoréticos muestran, al igual que los mapas, interrelaciones anteriormente desconocidas entre los hechos. Al igual que los mapas de regiones ignotas, allí donde se ignoran aún qué interrelaciones hay aparecen zonas en blanco. Al igual que los mapas, nuevas investigaciones pueden evidenciarlos como falsos y determinar su corrección. Quizás habría que añadir que, a diferencia de los mapas, los modelos sociológicos funcionan como modelos espacio-temporales, esto es, como modelos en cuatro dimensiones.

Tal vez una simple reflexión puede evidenciar qué se entiende cuando se dice que los modelos evolutivos, susceptibles de examen y corrección a través de nuevas investigaciones concretas, pueden cumplir tanto funciones de diagnóstico y explicación como funciones de pronóstico. Puede contribuir asimismo a clarificar qué se entiende cuando se supone que en la base de una evolución social hay una necesidad.

Esquemáticamente un desarrollo puede representarse como una serie vectorial A-B-C-D. Las letras representan en este caso diferentes figuraciones humanas que van desplegándose en el curso del desarrollo que lleva de A a D. En una investigación retrospectiva es posible mostrar en muchos casos clara y nítidamente cómo y por qué el nivel de figuración C se cuenta entre las condiciones necesarias de D, el de B entre las de C y el de A entre las de B. Pero en una visión prospectiva del ciclo de figuraciones, independientemente de qué punto de referencia se tome en ese ciclo, es posible comprobar en muchos casos solo que la figuración B es una de las posibles transformaciones de A y lo mismo C de B y D de C. Con otras palabras, en el estudio de un ciclo de figuraciones es posible distinguir dos perspectivas de interrelación entre una figuración interpretada como anterior en el ciclo y otra posterior. Visto desde la anterior, la posterior es —en muchos, si no en todos los casos— solo una de las posibilidades de su transformación. Desde la posterior, la figuración anterior aparece habitualmente como una de las condiciones necesarias de su aparición. Tal vez sea de utilidad señalar que estas interrelaciones sociogenéticas entre una figuración anterior y otra posterior se expresan mejor si se evita utilizar en este contexto conceptos como «causa» y «efecto».

La diversidad de las perspectivas retrospectiva y prospectiva, por decirlo con concisión, tiene el siguiente motivo. El grado de ductilidad, de plasticidad o, por el contrario, la rigidez de las distintas figuraciones, o sea, el campo de fluctuación de sus posibilidades de transformación, es muy variable. El potencial de cambio de una figuración puede ser mayor, el de otra menor. Además, el potencial de transformación de las diversas figuraciones puede ser también de muy distinta naturaleza. Puede ser grande sin que ninguna de las transformaciones posibles tenga el carácter de un desarrollo, esto es el carácter de una transformación de la estructura, de los potenciales de poder de determinadas posiciones sociales y no solo de personas individuales alojadas en esas posiciones; puede ser pequeño pero con una elevada probabilidad de que dé lugar a transformaciones que tengan carácter de desarrollo.

En muchos, cuando no en todos los casos, la plasticidad de las figuraciones que los individuos conforman entre sí en virtud de sus interrelaciones es tan grande que la figuración posterior que surge de un determinado estadio del ciclo de figuraciones es solo una de las muchas posibilidades de transformación del estadio anterior. Pero con la mutación de una determinada figuración en otra se limita por sí misma una gama muy amplia de transformaciones posibles quedándose en una sola de esas posibilidades. Posteriormente se puede investigar tanto de qué naturaleza es esta gama de transformaciones posibles como también qué constelación de factores asume la responsabilidad de que de la pluralidad de posibilidades existentes tan solo se actualice esa.

Así se explica que se pueda demostrar certeza, en una investigación genética retrospectiva que una figuración ha tenido que surgir de una figuración anterior determinada incluso de una serie de figuraciones anteriores de un tipo determinado, sin afirmar por ello que estas figuraciones anteriores tuviesen necesariamente que transformarse en las posteriores. A modo de una idea rectora de utilidad en la investigación del cambio de las figuraciones, se puede notar que toda figuración, compleja, diferenciada e integrada tiene como premisa: una figuración menos compleja, menos diferenciada y menos integrada, de la que procede. Ni la interdependencia de las diferentes posiciones de la figuración ni la actitud de las personas a través de cuya interrelación socialmente condicionada adquieren significación esas posiciones pueden ser explicadas o entendidas sin referencia al ciclo de figuraciones del que proceden. Pero esta constatación no es lo mismo que decir —y sería fácil que se diese esta confusión— que este ciclo de figuraciones necesariamente ha de conducir a la formación de esta figuración determinada más compleja o en general que debía conducir a una figuración más compleja. Así, en el tratamiento del problema de la necesidad de las evoluciones sociales hay que distinguir clara y nítidamente la afirmación de que una figuración B ha de seguir necesariamente a una figuración A y la afirmación de que una figuración A necesariamente había de preceder a una figuración B. Conexiones del último tipo se presentan siempre cuando se consideran problemas relativos a la evolución de la sociedad. Todas las cuestiones de la formación de figuraciones tienen que ver en ellas. ¿Cómo se forman los estados? ¿Cómo se ha formado el capitalismo? ¿Cómo se producen las revoluciones? Estas y muchas otras preguntas de índole semejante corresponden básicamente al esquema de la pregunta acerca de la necesidad que hay de que una figuración B deba surgir de una figuración precedente A. En este sentido, por tanto, se relaciona el concepto de evolución con un orden genético. Se explica una figuración B cuando se puede determinar cómo y por qué surge de una figuración A. Mientras no se pueda explicar cómo y por qué precisamente esta figuración posterior surge de la anterior, mientras se acepte sencillamente la existencia de la primera y se la interpreta al margen del ciclo de figuraciones en el que se inscribe, mientras se la considere como algo dado, será posible como mucho describir el funcionamiento de una figuración, pero no comprenderlo ni explicarlo.

La elucidación de este tipo de problemas se obstaculiza además en buena parte por el hecho de que actualmente se tiende a asumir como científica una «explicación» que se propone el establecimiento de una causalidad lineal. Es así como se utilizan conceptos como el de «capitalismo» y «protestantismo», por ejemplo, en algunos debates, como si se tratase de dos objetos con existencia separada. Se discute entonces si Max Weber estaba en lo cierto cuando afirmaba que el protestantismo fue la «causa» y el capitalismo el «efecto». Una de las dificultades de la sociología evolutiva consiste precisamente en que para su desarrollo se precisan modelos de figuraciones sumidas en un flujo continuo que, en realidad, carece de comienzos; y como el concepto tradicional de la causalidad tiende en el fondo siempre a la búsqueda de un principio entendido como absoluto, a la búsqueda de una «UrSache[52]» no es lícito esperar que el tipo de explicación que se precisa en los estudios de sociología evolutiva responda a las explicaciones según la matriz del modelo tradicional de causalidad. De lo que se trata aquí es de explicar los cambios en las figuraciones a partir de otros cambios en otras figuraciones, los movimientos a partir de los movimientos, y no a partir de una «Ur-sacbe» (causa) entendida como principio inmóvil.

Pero aunque en este sentido siempre es posible y necesario decir con determinación que la figuración B ha de proceder de una figuración A precedente —si bien no se puede decir con la misma determinación que la figuración B ha debido proceder necesariamente de la figuración A- desde luego no faltan secuencias forzosas del segundo tipo. Pero cuando se aplica a ellas el concepto de «necesidad» lo único que se hace es sumirse en la jungla de asociaciones físico-metafísicas que se siguen suscitando todavía hoy en día cuando se trae a colación el concepto de necesidad con referencia a los problemas de la evolución social en un sentido de avance. Sería más preciso y apropiado hablar en este caso más que de necesidad, de posibilidades o probabilidades de diverso grado. Así, actualmente es posible observar —por aducir un ejemplo cercano— que en la figuración de los estados nacionales late una tendencia muy fuerte a la formación de unidades mayores en calidad de representantes de un nivel más amplio de integración y —organizativamente— de un nuevo escalón. Las tensiones y conflictos estructurados, que en parte siguen siendo difícilmente regulables por las personas insertas en ellos, constituyen, como siempre en estos casos, un elemento integral de esta tendencia de desarrollo, cuya dinámica todavía no ha sido estudiada. Así, por poner otro ejemplo, en la evolución del Imperio romano tardío se observa una fuerte tendencia a la descentralización y luego a la desintegración —siempre con movimientos contrarios, con reiterados intentos de buscar la integración-que evidentemente obtuvo paulatinamente un ímpetu tal que se hizo imposible una vuelta atrás. Un buen ejemplo es asimismo la tenacidad inmanente de una figuración de muchas unidades grandes y en libre concurrencia entre sí en dirección a constituir una figuración monopólica, tendencia observable, por ejemplo, en las fases tempranas del proceso de formación de los estados, pero también en el desarrollo de la figuración formada por unidades económicas concurrentes en los estados europeos durante los siglos XIX y XX. Estamos aquí ante el ejemplo de una dinámica interna en una figuración, a cuyo proceso actual contribuyen ciertamente factores exógenos, pero cuya dinámica propia es lo bastante fuerte como para servir de ejemplo de procesos de desarrollo que no se pueden explicar sobre la base de una secuencia causa-efecto, sino a partir de una dinámica de figuración inmanente. Al mismo tiempo, este mecanismo de monopolización tratado más ampliamente en otro lugar constituye un buen ejemplo del tipo de secuencias forzosas que autorizan a decir en casos específicos que antes o después surgirá con más probabilidad de una figuración previa otra determinada figuración aún no existente, una figuración que pertenece aún al futuro.

Las discusiones acerca de estos problemas quedan boy en día eclipsadas por el hecho de que conceptos como «necesidad» o «probabilidad» se entienden, por lo que hace a su aplicación a la dinámica evolutiva de las figuraciones constituidas por personas, en el sentido mismo con que se aplican en asociaciones de tipo mecánico-causal. Con polaridades conceptuales indiferenciadas, aunque tal vez satisfactorias desde un punto de vista emocional para muchas personas, del tipo «determinación» o «indeterminación», no se está a la altura de los problemas tan diferenciados que plantean las figuraciones integradas por individuos y sus tendencias de cambio. Así, por un lado la plasticidad de una figuración dada en el interior de un ciclo de figuraciones puede ser muy grande sin llegar a ser infinito, sin que se pierda el carácter específico de la fase posterior de la figuración como consecuencia de las fases anteriores. De todos modos, en la comparación de figuraciones muy alejadas de un ciclo humano prolongado —por ejemplo, en la comparación entre la figuración representada por Alemania en el siglo XII y en el XX no se descubren puntos en común. Por eso el uso estático de conceptos como «cultura», «civilización» y «tradición» con referencia a ciclos largos de figuraciones resulta a menudo muy problemático.

Pero por otro lado no todas las figuraciones disponen, en absoluto, de un ámbito para la variación igualmente grande. La probabilidad de que —en el caso de que cambien— lo hagan en dirección a una figuración determinada es alta. En muchos casos es posible establecer con ayuda de un análisis de la figuración, pero qué sucede así. Tales tendencias de cambio no son ciertamente independientes de las acciones finalistas de los individuos que forman esas figuraciones, pero tal como acaban por producirse no son el resultado planeado, buscado e intencional ni de alguna de las personas individuales que integran la figuración, ni de grupos parciales de ella, ni del conjunto de esas personas. Sin duda no es arriesgado formular la idea de que las sociedades dotadas de Estado y muy centralizadas de la época más reciente han surgido de manera no planeada a lo largo de los siglos de unidades sociales mucho menos centralizadas y también mucho menos diferenciadas de épocas anteriores. Por consiguiente, no se puede comprender y explicar la aparición de figuraciones más centralizadas y complicadas mientras no se dedique un esfuerzo sistemático a la elaboración de modelos susceptibles de reexamen y revisión de esos procesos de desarrollo estatal. Sin embargo es manifiesto que tales procesos desbordan en cuanto a extensión temporal la perspectiva, actualmente reducida al corto plazo, de la imaginación sociológica. La noción de que los procesos de desarrollo no planeados del presente más estricto —como, por ejemplo, los procesos de industrialización, urbanización y burocratización de los países europeos— tienen un carácter de procesos en alguna medida fijados, de transformaciones en una figuración dotadas de ciertas peculiaridades estructurales ya no es tan extraña al entendimiento común. Por otra parte, hay alguna contradicción con el uso estático de concepto de estructura el hecho de que se hable aquí de estructura de procesos. Pero la idea de que también la reestructuración de las sociedades en dirección a una centralización creciente y luego a un control creciente de los propios controladores centrales por aquellos que estaban unilateralmente gobernados constituye una evolución de la Sociedad en una dirección determinada, hoy en día casi no se da.

Tal vez no sea baladí recordar que los procesos de formación de estados en diferentes épocas y zonas de la Tierra tuvieron lugar —hasta donde llegan nuestros conocimientos de la actualidad— independientemente unos de otros, es decir, que siguieron en cada caso en parte una dinámica, en su figuración, inmanente y autónoma. Se suele aceptar explicaciones aparentes de tales transformaciones paralelas de las figuraciones que apuntan a las aptitudes peculiares de determinados pueblos, como los incas o los antiguos egipcios, para la formación de estados. Pero las explicaciones de esta índole no son, en el mejor de los casos, sino meros parches. Nos encontramos evidentemente ante figuraciones en las que latía una fuerte tendencia a desarrollarse en una dirección determinada. Si les aplicamos conceptos como los de «probabilidad» o «necesidad» indicamos que había transformaciones observables en la figuración que en un momento dado no pudieron —o aun no— ser controladas y dirigidas por los individuos que integraban las figuraciones en cuestión. También las tendencias actuales a complicaciones bélicas constituyen ejemplos de esas tendencias de desarrollo. Tales tendencias son exclusivamente fruto de las presiones que ejercen los hombres sobre sí mismos, grupos de hombres sobre otros grupos de hombres, pero al mismo tiempo resultan impenetrables e incontrolables quienes producen con sus acciones esas tendencias de desarrollo. Se puede avanzar en la comprensión de tales tendencias, que surgen de ciertos entramados a través de la investigación sociológica-empírica, pero solo es posible abordar desde la propia razón y luego transmitir a la razón de los otros este tipo de tendencias de desarrollo cuando no se produce una identificación total con una de las unidades que integran la figuración. En otras palabras, la visión de la autonomía y la autosuficiencia de una figuración de esta naturaleza y de su dinámica inmanente no se abre a las personas que integran la cambiante figuración mientras estas estén aún emocionalmente en las disputas y conflictos que se derivan de la peculiaridad de la interdependencia en que están sumidas. Esta visión se hace accesible a las personas que integran la figuración solo cuando están en condiciones de distanciarse mentalmente de la figuración integrada por ellas mismas y, en consecuencia, también de sus tendencias de cambio, de su «necesidad», de las presiones que los grupos enfrentados ejercen unos sobre otros.

Cuando las personas integrantes de una figuración así estructurada llegan a ser capaces de una tal distanciación mental de la figuración a la que pertenecen, entonces están también en condiciones de hacer más accesible a su propio entendimiento la «necesidad» del cambio de la figuración y las presiones que se ejercen mutuamente debido a las peculiaridades de la interdependencia que las vincula. Y si existe la posibilidad de que este entendimiento sea comunicable incluso a los centros de poder de los grupos así relacionados, se afianzará también la posibilidad de una flexibilización de esas presiones y, finalmente, también la de su control y dirección. Ahora bien, ninguna de estas posibilidades, desde luego no la del distanciamiento mental, depende de las dotes personales de los diversos individuos que integran una figuración, sino de las peculiaridades de la figuración en cuestión.

Nuevamente nos encontramos aquí con el círculo vicioso al que ya hemos hecho referencia. Mientras los peligros y las amenazas que representan unos hombres para otros debido al tipo de interdependencia que los liga sean grandes y, por consiguiente, sea elevada la afectividad incorporada a su percepción y a su pensamiento en lo tocante al entramado que forman con los demás, los hombres estarán poco dispuestos a distanciarse, hasta el punto de poder contemplar en cierto modo desde «fuera» la figuración integrada por ellos mismos y otros en una relación de hostilidades mutua. Por otro lado, el peligro y la amenaza que representan unos para otros solo pueden reducirse si disminuye la carga afectiva presente en su pensamiento y su acción y esta última solo puede disminuir si se reducen los primeros. Hoy en día los hombres han logrado sustraerse considerablemente a la coacción de este círculo en sus relaciones con las fuerzas extra-humanas de la naturaleza.

La génesis social de la creciente racionalidad y de la liberación a ella ligada de las coacciones que antaño parecían incontrolables supone una evolución prolongada y llena de grandes dificultades. Tan solo la comprensión de la naturaleza de la figuración de las coacciones que ejercen mutuamente los hombres permite dar a la vieja discusión acerca de los problemas de la determinación la «necesidad» de las evoluciones sociales, un giro susceptible de guiar acertadamente entre la Scila de la física y el Caribdis de la metafísica. Las discusiones tradicionales no se ajustan lo suficiente al carácter peculiar de los fenómenos que se encuentra en el plano de integración de la sociedad humana. Cuando habla de la «determinación» en la historia se suele pensar en una determinación mecánica del mismo tipo que la que observa en los procesos físicos de condicionamiento causal. Cuando, por el contrario, se subraya la indeterminación la «libertad» del individuo, se olvida que siempre hay muchos individuos que dependen también de otros, que están recíprocamente condicionados y que experimentan, debido a su interdependencia, mayores o menores limitaciones en su libertad de acción, que a su vez se cuentan entre los presupuestos de su condición, humana. De hecho, se necesitan instrumentos de pensamiento algo más sutiles que la antítesis tradicional de «libertad» y «determinismo» para acercarse a una solución de este tipo de problemas.

Pero al mismo tiempo estas reflexiones nos proporcionan una mejor comprensión de dos aspectos de la evolución social que vamos a mencionar para facilitar sin que podamos abordarlos in extenso. También ellos pueden ayudar a liberar la teoría sociológica de la evolución de las asociaciones tradicionales que la rodean y a corregir el extremo movimiento pendular debido al cual la teoría de la evolución social ha estado durante tanto tiempo ausente del patrimonio intelectual que es común entre los sociólogos.