3. Modelos de juego

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ay ciertos problemas básicos de la sociología que deparan particulares dificultades a la comprensión de su cometido en el estadio actual del pensamiento y el saber. Se cuenta entre ellos sobre toda la cuestión de cómo es posible que la sociología pretenda para el ámbito que constituye su objeto, la «sociedad», y consiguientemente para sí misma, una autonomía relativa frente a las ciencias que, como la biología, se ocupan de la estructura del organismo humano individual o de un grupo de tales organismos. ¿Es posible conseguir conocimiento valioso investigando los agrupamientos humanos, no podría lograrse más claramente y mejor ese conocimiento a través de la investigación de los muchos individuos concretos que integran estas sociedades?

Este argumento aparece sobre todo en el ámbito de las abstracciones puramente teoréticas. No es difícil refutarlo cuando uno se apoya en problemas teorético-empíricos. Es fácilmente comprensible que resulta imposible entender o explicar la estructura de los estados y los cargos públicos, las profesiones y los idiomas así como de muchos otros de índoles similar si se toma a cada uno de los individuos que en interrelación conforman estados, ejercen cargos, hablan idiomas y se les considera como sí fuesen más o menos independientes de otros individuos. Pero de la misma manera que se accede a este problema en su forma más general, de contenido más teorético, se plantean grandes dificultades a la comprensión de la pretensión de la sociología de poseer una autonomía relativa frente a la biología, la psicología y otras ciencias dedicadas al estudio del hombre considerado como individuo. ¿Cómo es posible que debido a su interdependencia, debido al entramado constante de sus acciones y experiencias, los hombres establezcan entre sí un tipo de interrelación, una especie de orden —si no se le da a la palabra una carga valorativa, esto es, si no se la considera contrapartida de la «confusión»— dotado de autonomía relativa frente al tipo de orden ante el que nos encontramos cuando investigamos a los hombres concretos como representantes de una especie o como individuos singulares, es decir, cuando los investigamos desde la perspectiva del biólogo o del psicólogo por ejemplo?

La pregunta plantea sus dificultades. Es posible facilitarse un poco la respuesta si —como una especie de experimento mental— recurriendo a algunos modelos se consideran los diferentes entramados aisladamente, simplificándolos así algo. Es lo que se va a intentar en lo que sigue. Los modelos que se van a describir aquí son, con excepción del primero, modelos de juego. Sus reglas son artificiales y se corresponden, de todos modos, en sus formas más simples a juegos como el ajedrez, el tresillo, el fútbol, el tenis o cualesquiera otros juegos «reales». Son de utilidad porque permiten ejercitar la imaginación sociológica, en muchos aspectos bloqueada por las formas tradicionales de pensamiento. Los juegos, igual que el pre-juego, cuya significación todavía objeto de una consideración más atenta, se basan en dos o más personas que miden sus fuerzas respectivas confrontándose. Este es un hecho elemental que se encuentra siempre que los hombres se relacionan o entran en relación entre sí, pero que se suele olvidar en la reflexión acerca de las relaciones humanas —por motivos sobre los que no vale la pena extenderse aquí. Cualquier lector puede determinarlos por sí mismo sin dificultad. Y puede acoger esto como un pequeño desafío que le lanza el autor. De esta clase de desafíos nos vamos a ocupar aquí precisamente. Forman parte de la realidad normal de todas las relaciones humanas. Siempre hay en estas pruebas de poder más o menos acusadas: ¿quién es más fuerte, tú o yo? Después de algún tiempo las personas establecen con mucha probabilidad sus relaciones sobre un determinado equilibrio de poder, que resulta a veces estable y a veces inestable en función de las circunstancias sociales y personales.

La expresión «poder» tiene hoy para muchas personas connotaciones poco agradables. La causa de esto reside en que en el curso anterior del desarrollo de la sociedad los niveles de poder han estado repartidos de modo muy desigual y los hombres o grupos de hombres que han dispuesto socialmente de grandes posibilidades de ejercer poder las han utilizado con brutalidad y falta de escrúpulos, para sus propios fines. Estas connotaciones negativas del concepto de poder determinan, así, con facilidad que no se esté ya en condiciones de distinguir entre la simple constatación de un hecho y su valoración. Aquí nos vamos a referir sólo a lo primero. Los equilibrios más o menos fluctuantes de poder constituyen un elemento integral de todas las relaciones humanas. En este hecho se basan los modelos que siguen. Hay que tener en cuenta, que todos los equilibrios de poder, como todas las relaciones, son como mínimo fenómenos bipolares y en la mayoría de los casos fenómenos multipolares. Sobre esto, más adelante tendremos ocasión de extendernos más en concreto. Los modelos sirven para visualizar tales equilibrios de poder. Tengamos en cuenta que incluso el bebé tiene desde el primer día de su vida poder sobre los padres y no sólo a la inversa; el bebé tiene poder sobre los padres en la medida en que tiene, en algún sentido, un valor para estos. Si no es este el caso, pierde ese poder —los padres pueden deshacerse de su hijo si llora excesivamente. Lo mismo puede decirse de la relación entre un amo y su esclavo: no sólo tiene poder el amo sobre el esclavo, sino también el esclavo sobre su amo —depende, en cada caso, de la función que cumpla para aquel. En los casos de la relación entre los padres y su pequeño y entre amos y esclavos, los niveles de poder están muy desigualmente repartido. Pero sean grandes o reducidos los diferenciales de poder, siempre hay equilibrios de poder allí donde existe una interdependencia funcional entre hombres. La utilización de la palabra poder nos induce, en este sentido, fácilmente a error. Decimos que un hombre tiene mucho poder como si el poder fuese una cosa que uno pudiese llevar de aquí para allí en el bolsillo. Esta manera de hablar, en realidad, es un vestigio de ideas de carácter mágico-mítico. El poder no es un amuleto que uno posea y otro no; es una peculiaridad estructural de las relaciones humanas —de todas las relaciones humanas.

Los modelos demuestran de hecho en una forma simplificada. Pero con su ayuda se aíslan hasta cierto punto estos problemas, en los modelos de juego que vamos a ver —si bien no en el pre-juego— el concepto de poder se ha sustituido por el de fuerza relativa de juego. También en este caso puede suceder que la terminología nos induzca a entender por «fuerza de juego» algo absoluto. Basta un pequeño esfuerzo mental para ver con claridad que fuerza de juego es un concepto de relación. Se refiere a las posibilidades de ganar con que cuenta un jugador en relación con las de otro. Se aprende con ello algo elemental acerca del objeto de la sociología y acerca de los instrumentos conceptuales que se necesitan para hacerse cargo de su peculiaridad. No solo el concepto del poder, sino también muchos otros conceptos usuales en nuestro lenguaje nos inducen a imaginar las propiedades de unas relaciones dinámicas en términos de sustancias inmóviles. Ya se verá hasta qué punto es más apropiado pensar desde el principio sobre la base de conceptos de equilibrio. Estos son mucho más apropiados para lo que se puede observar cuando se investigan las relaciones y las interdependencias humanas y las conexiones funcionales que los conceptos modelados de acuerdo con objetos inertes, que son los que aún predominan en la exploración de tales fenómenos.

Como ya se ha dicho, los siguientes son modelos de juego con la excepción del primero. Esto tiene un motivo: los modelos de juego son modelos de relaciones relativamente reguladas. Pero es imposible comprender las relaciones humanas reguladas si se parte de la premisa de que las normas o reglas están ahí, por así decirlo, ab ovo. Con ello se suprime por completo la posibilidad de preguntar y de observar bajo qué circunstancias y qué relaciones no reguladas por normas se sujetan a estas. Esta cuestión no se refiere solo a un problema ficticio: que esto es así resulta muy fácil de observar en un mundo en el que no son extrañas las guerras y otros tipos de conflictos no regulados. Aquellas teorías sociológicas que presentan las cosas como sí las normas, por así decirlo, fuesen las causas de las relaciones sociales entre los hombres y que no toman en consideración la posibilidad de relaciones humanas no sujetas a normas y a regulación, por consiguiente, ofrecen una imagen tan deformada de las sociedades humanas como las teorías que no consideran la posibilidad de normación de relaciones humanas previamente innormadas y no reguladas. Por tanto, vamos a presentar muy brevemente aquí en calidad de pre-juego, los mode los de juego propiamente dichos de un tipo de relación completamente libre de normas y reglas. El modelo de pre-juego enseña algo sorprendente en el estado actual del pensamiento sociológico. El hecho de que las relaciones humanas carezcan absolutamente de normas y reglas no significa en modo alguno que no estén estructuradas. Uno de los malentendidos fundamentales de las relaciones humanas es imaginar que su estructuración, su carácter de orden de tipo específico, se deriva de su sujeción a normas. El hecho que aparece aquí puede resumirse muy brevemente diciendo que, desde un punto de vista sociológico, aun lo que puede aparecer a los ojos de los individuos afectados como el máximo desorden representa un aspecto específico de orden social. Todo «desorden» histórico y su decurso —guerras, revueltas, disturbios, masacres, asesinatos, lo que sea—, puede ser explicado. De hecho, hacerlo es una tarea de la sociología. No se podría hacer si lo que nosotros valoramos como «desorden» no tuviese también una estructura, igual que lo que consideramos como orden. Sociológicamente esta distinción es irrelevante. Entre los hombres, como en el resto del mundo, no hay un caos absoluto.

Así, cuando aquí se utiliza la expresión «sociedad» como terminus technicus para designar un determinado plano de integración del universo, cuando se habla de las conexiones en este plano como de un orden de tipo específico, no se está usando la palabra en un sentido valorativo, en el sentido, por ejemplo, en que se habla de «paz y orden» o en la forma adjetiva de un hombre «ordenado» en contraposición a otro «desordenado». Se habla de orden, en el presente contexto, en el mismo sentido en que se puede hablar de un orden natural del que la decadencia y la destrucción en tanto que fenómenos estructurados forman igualmente parte que la construcción y la síntesis, al que pertenece la muerte igual que el nacimiento, la desintegración igual que la integración. Para las personas afectadas en cada caso concreto, esas son, por motivos, muy legítimos y comprensibles, cosas incompatibles y opuestas. Pero en tanto que objetos de la investigación son inseparables y equivalentes. Por eso sería equívoco tratar de elucidar los diversos entramados sólo con ayuda de modelos que se basan en relaciones firmemente reguladas entre personas. El primer modelo muestra determinados aspectos de una relación totalmente carente de regulación. Sin referencia a ella se olvida con demasiada facilidad qué es lo que en verdad se regula socialmente.