E
l primer punto que merece mencionarse se refiere a la unidad social de la que se dice que se desarrolla. Los modelos evolutivos del siglo XIX estaban construidos por lo general como si existiese una línea de evolución típica del conjunto de la humanidad que se repitiese más o menos del mismo modo en las diferentes sociedades. Pero se entendía por tales, sociedades encuadradas en un Estado.
En la actualidad cuando se habla de una evolución se tiene presente la evolución de un país determinado, es decir, también de una sociedad organizada como Estado, pero también puede pensarse en una tribu. En todo caso, la unidad de referencia que se postula implícitamente en las evoluciones sociales está constituida por una unidad social de defensa o ataque. En este sentido propio no es difícil apercibirse de que esta limitación de los modelos evolutivos a los procesos intraestatales es inadecuada. Una de las causas de esta limitación es la concentración actual de la atención en lo que se podría denominar los aspectos «económicos» de las evoluciones. Pero aun cuando se trate de países en vías de desarrollo, el enfoque de los denominados procesos «económicos» de desarrollo entendidos como el verdadero núcleo de la evolución de una sociedad resulta poco realista. Situando en el centro de la dinámica de la evolución social los procesos de diferenciación e integración, es decir, considerando junto a los aspectos económicos del desarrollo también los procesos de formación del Estado, que sin duda en el caso de los países en desarrollo son inseparables en tanto que aspectos estructurados de un desarrollo global, de la evolución de los aspectos económicos, nos aproximamos más a los hechos.
Pero trátese de la evolución de los países en desarrollo o de la ulterior evolución de los países industrializados —y en los últimos los procesos de desarrollo estatal no juegan un papel menos destacado que en los primeros—, los procesos sociales endógenos de desarrollo resultan incomprensibles o inexplicables si no se toma al mismo tiempo en consideración la evolución del sistema estatal en el que está inserta cada sociedad. Una de las tradiciones de la sociología consiste en limitarse en gran medida a los procesos intrasociales. Las actuales teorías sociológicas se atienen casi siempre a una tradición según la cual los límites de un Estado se consideran en líneas generales como los límites de aquello que se entiende por sociedad o, como hoy está de moda decir, por «sistema social». Las relaciones intraestatales pertenecen, según el consenso general, a otro campo académico: la politología.
En efecto, la separación conceptual de los desarrollos intrasociales e intersociales, intraestatales e interestatales, emerge no solo cuando se trata de poner en claro los problemas de los desarrollos contemporáneos. Esta separación conceptual está, básicamente equivocada. Trátese de una tribu, o de un estado, el desarrollo interno de cualquier unidad de defensa y ataque ha sido desde siempre funcionalmente interdependiente con la evolución del respectivo balance of power, una figuración que vincula entre sí diversas unidades interdependientes de ataque y defensa.
En el pasado más reciente, además, la interdependencia entre las evoluciones intrasociales e intersociales se ha hecho más universal y más estrecha que nunca antes. La prolongación y la densificación de las cadenas de interdependencia económica así como el desarrollo de las armas intercontinentales y muchos otros desarrollos científico-técnicos han conducido en una medida mayor que nunca a que los desarrollos intraestatales de cada sociedad sean relevantes para la evolución de las relaciones interestatales —con mucha frecuencia a lo ancho de todo el planeta— y a la inversa. Por consiguiente, la división teórica entre una evolución social entendida como intraestatal y una investigación, clasificada como de política exterior, de la evolución de las relaciones interestatales, del sistema universal del balance of power o, con otras palabras, de la sociedad de estados, se ha tornado más irreal que nunca antes.
Esta circunstancia aparece con una particular crudeza cuando comparamos la elaboración teorética tradicional de los conflictos sociales con lo que sucede ante nuestra vista. Nuestra conceptualización tradicional consiente en distinguir conceptualmente con toda nitidez entre conflictos en el interior de una sola sociedad-estado, que incluyen el uso de la violencia física, y conflictos entre sociedades-estado diferentes, es decir, insertos en la evolución de la sociedad de estados, que incluyen el uso de la violencia física. Los primeros son clasificados como revoluciones, los segundos como guerras. La teoría marxiana y su herencia la teoría marxista de las revoluciones, extreman aún más la expresión de esta separación conceptual entre la estructura de los conflictos violentos en los dos planos de integración. La certeza teorética en la victoria revolucionaria de las clases oprimidas fue proyectada al futuro por Marx y Engels por una vía deductiva a partir de las luchas revolucionarias victoriosas de las capas oprimidas en el interior de cada sociedad-estado. El hecho de que Marx y Engels percibiesen los conflictos violentos no meramente en términos de fenómenos caóticos y no estructurados, sino fundamentados en la estructura del desarrollo social y, por tanto, también como fenómenos sociales a su vez estructurados, significó un considerable progreso en la formación de la teoría sociológica. Pero la teoría marxiana reflejó un estadio de la evolución de las ciencias sociales en la que sus exponentes si bien entendían los desarrollos intrasociales como hechos estructurados y, por tanto, como posibles objetos de investigación científica, consideraban, en contraste, las relaciones interestatales y particularmente los conflictos que incluían el uso de la violencia en el plano interestatal de integración como no estructurados y por tanto todavía no como objetos posibles de una teorización de carácter científico, La interdependencia creciente de las Luchas intrasociales e intersociales de poder tanto en sus formas reguladas y no violentas como no reguladas y violentas muestra de un modo elocuente la creciente interpenetración y combinación de los procesos intraestatales e interestatales de desarrollo.
Bastará con hacer mención aquí de uno de los muchos ejemplos de esta indisociabilidad de los procesos evolutivos en ambos planos de integración. Piénsese en la dialéctica de movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios en el tablero de ajedrez de las repúblicas sudamericanas. Como en muchas otras pequeñas sociedades, la polarización de las elites directivas de esos estados es una consecuencia de la polarización de grandes grupos de poder en el tablero de ajedrez internacional. Los estratos masivos, en este caso los campesinos, se ven impotentes entre el martillo y el yunque. En las sociedades más avanzadas no ocurre menos que en las atrasadas, sobre las que ejercen una poderosa fascinación. Unas y otras constituyen una conocida figuración, un clinch estructural, un equilibrio de poder entre estados interdependientes, que dependen unos de otros —por motivos accesibles a una investigación más detenida y necesitados de ella— hasta tal punto que se ven amenazados por un estado hostil en su independencia, en su reparto interno del poder, en su mera existencia física. Cada parte busca incesantemente un aumento de su potencial y de sus posibilidades estratégicas en una confrontación de carácter bélico. Toda mejora de las posibilidades de poder de un lado, aún la más mínima, es acogida por el otro como un debilitamiento, como un propio retroceso y plantea en el marco de esta figuración también un debilitamiento. Desencadena contragolpes orientados a mejorar las propias posibilidades que, a su vez, determinan nuevos contragolpes de la otra parte. Esta polarización de los potenciales humanos de poder en dos o tres campos —en la perspectiva de China— cuyos adeptos se agrupan en un lado en torno a la bandera de los sistemas comunistas en sus diversas variantes y en el otro en torno al del capitalismo, en el primero en torno al dominio prolongado de un único partido y en el segundo en torno al gobierno alternante de varios partidos, se sobrepone y se impone en todos los rincones de la Tierra a las situaciones conflictivas y antagonismos locales.
Esto puede predicarse de todas aquellas sociedades situadas dentro de los límites de lo que podría quizá denominarse el espacio estratégico establecido de protección o, con una expresión de uso más frecuente en el pasado, las esferas establecidas de influencia de las mayores unidades de defensa y ataque. El equilibrio fijado de poder entre estos grupos de grandes potencias lleva en muchas de estas sociedades situadas en el interior de la frontera estratégica a divisiones entre partes del territorio y de la población que se inclinan a uno de esos grupos de poder y otros que se inclinan al otro. Todo corrimiento de la frontera significa, debido al inestable equilibrio de la tensión que existe entre las superpotencias, una pérdida potencial de una de las partes y una ganancia potencial de la otra. Mientras subsista esta figuración de grandes potencias polarizadas, todo intento serio encaminado a un corrimiento de tales características no hará sino aproximar la fase crítica en la que la confrontación armada entre adversarios interdependientes deja paso al uso abierto de la violencia armada.
En este sentido, la línea divisoria entre los grupos de poder ya no discurre sólo, como antaño, separando dos campos estratégicos claramente diferenciables en la geografía aun cuando no cabe duda de que en el espacio euro-asiático hay una línea estratégica que deslinda los campos, del Océano Pacífico al Mar Báltico. Pero más allá de esto, la creciente interdependencia entre las evoluciones intersociales y las intrasociales sobre la Tierra en su conjunto conduce a confrontaciones latentes o abiertas entre partidarios de las sociedades polarizadas en el interior de muchos estados medianos o pequeños. Cierto que también en muchas otras fases del desarrollo de la humanidad han existido líneas más o menos estrictas de unión entre los enfrentamientos intraestatales e interestatales. Pero debido al entramado universal más estrecho que existe en el presente, estas interdependencias son mayores y más firmes que nunca. Desde un punto de vista sociológico, la guerra y la guerra civil o aun la mera amenaza de guerra y de guerra civil se entrelazan e interpenetran cada vez más. El eje principal de la tensión de las relaciones interestatales posee una especie de fuerza magnética de atracción para muchos de los enfrentamientos locales que se suceden en el interior de las diferentes sociedades.
Los ejes intraestatales de tensión se orientan en la dirección de los ejes interestatales y cristalizan en torno a estos. Consiguientemente, la frontera estratégica entre las grandes potencias polarizadas atraviesa en muchos casos de manera abierta o latente las diversas sociedades. Así, la predisposición de los países menos desarrollados y más pobres, a verse envueltos en conflictos violentos y su tendencia a la polarización interna entre grupos de elite siguiendo el esquema de la polarización global de los grandes estados es particularmente intensa. En estas condiciones, grupos locales del tipo más diverso, guerrillas y tropas gubernamentales, revolucionarios y contrarrevolucionarios, combaten en pequeñas guerras como vicarios de las grandes potencias enfrentadas. Mientras que en los países desarrollados y prósperos la dialéctica de la amenaza violenta no es un obstáculo e incluso constituye con frecuencia un estímulo decisivo para el crecimiento de la propia riqueza social, esta misma dialéctica de la violencia, de la polarización entre revolucionarios profesionales y contrarrevolucionarios, contribuye al empobrecimiento de los países pobres afectados. Las ayudas de las grandes potencias se revelan como meros paliativos. En el fondo no sirven tanto al desarrollo de las sociedades en cuestión como para ganar adeptos a una u otra de las partes. La creciente interpenetración y entramado de las dos formas principales de utilización social de la violencia, de la interestatal y de la intraestatal, de los dos tipos de violencia que se caracterizan para distinguirlos conceptualmente como «bélico» y «revolucionario», no resulta el único ejemplo indicador de hasta qué punto han devenido funcionalmente interdependientes las peculiaridades estructurales de la evolución de una sociedad particular y las del desarrollo de la sociedad de estados. Pero muestra con particular claridad por qué los modelos tradicionales de un solo nivel relativos a la evolución de la sociedad se han vuelto insuficientes como marco teorético de referencia para el diagnóstico y la explicación de los desarrollos observables. Esto se aplica no solo a lo que, con referencia a las teorías evolutivas de los sociólogos del siglo XIX, se sigue entendiendo todavía hoy como «evolución social». Se aplica sobre todo a los modelos de los procesos económicos de desarrollo, determinantes hoy en gran medida de la idea que se tiene cuando se habla de la evolución social. Cuando se habla hoy de evolución social se entiende el desarrollo económico de un solo país. Esta es una noción insuficiente tanto teórica como prácticamente. Es evidente que en la ejecución de investigaciones empíricas o en la solución de tareas prácticas queda muy mermado el papel de hilo conductor de aquellas teorías del desarrollo que se limitan a destacar los aspectos económicos en la figuración de la sociedad, de los cambios estructurados, considerando todos los otros aspectos manifiestamente interdependientes y funcionales —incluyendo la evolución de la posición de un estado en el seno de la evolución de la sociedad de los estados— como no estructurados y, por tanto, no accesibles a la exploración científica y a la elaboración de modelos teóricos, como meros accidentes. De hecho persistir en la creencia de que es posible explicar o aun dirigir el desarrollo global de una sociedad únicamente a partir de este aspecto económico, puede acarrear como consecuencia incurrir en juicios erróneos y planes equivocados. En su lugar se necesitan modelos sociológicos de desarrollo estructurados en dos niveles, que incluyan en su perspectiva, en tanto que aspectos estructurados, no solo los procesos de diferenciación, sino también los de integración, no solo los desarrollos intraestatales, sino también los interestatales.
A menudo parece que se cree necesario hacer abstracción de que los desarrollos sociales no son otra cosa sino transformaciones en la interdependencia de los hombres y transformaciones de los propios hombres. Pero cuando se pierde de vista lo que pueda suceder con los hombres en el curso de los cambios sociales —que son cambios de las figuraciones integradas por los hombres— ya se puede uno ahorrar su trabajo científico. Pues la evolución social, si es que significa algo, remite a una transformación en el carácter y en la relación entre las posiciones sociales ocupadas por los diversos grupos de personas. Significa siempre y de manera irremisible que, en el curso de la evolución, determinadas posiciones sociales o grupos de posiciones pierden parcial o totalmente la función que ocupaban en el interior de una interrelación funcional, al tiempo que aumenta la importancia en el conjunto de la sociedad de las funciones de otras posiciones antiguas o también de grupos de posiciones nuevos. Por tanto, cuando se analiza, o aun planea, procesos sociales de desarrollo, no es suficiente mantener el análisis dentro de los límites de la manipulación intelectual de conceptos aparentemente impersonales como los de inversión de capital, renta nacional, productividad y similares.
No basta centrar la atención casi exclusivamente en lo nuevo, en lo que está surgiendo, y olvidarse de lo viejo, de las posiciones y formaciones más antiguas que van decayendo o desaparecido. La simultaneidad del ascenso y descenso de corrientes de figuración en el curso de los desarrollos sociales, el ascenso de nuevas posiciones con nuevas funciones o el enriquecimiento en función de posiciones más antiguas, de un lado, y el empobrecimiento de funciones o la pérdida total de ellas de las posiciones más antiguas, de otro, no ha de entenderse como un proceso impersonal realizado en cierto modo al margen de los hombres. Este ascenso y descenso significan ascenso y descenso de grupos humanos, que determinados grupos humanos acceden a una cuota de poder mayor y que otros, situados en posiciones que van desnacionalizándose total o parcialmente en el curso del desarrollo, pierden también total o parcialmente su cuota de poder[53].
Una de las singularidades más sorprendentes de muchas teorías sociológicas contemporáneas, pero también de muchas teorías económicas, es que apenas prestan atención al papel central que juegan en el curso de todo desarrollo de una sociedad sus tensiones y conflictos. A veces da la impresión de que, medio inconscientemente, los científicos sociales se imaginan que incorporando las tensiones y conflictos en sus modelos sociales provocan automáticamente su aparición o bien que podría entenderse que ellos preconizan la aparición de esos conflictos y tensiones. Pero los conflictos y tensiones no se suprimen olvidándose de ellos en la teoría. Es fácil observar que los conflictos y las tensiones entre grupos cuyas posiciones se desfuncionalizan y otros cuyas posiciones ganan, funciones nuevas o enriquecen las que ya poseían, se cuentan entre las peculiaridades estructurales centrales de todo desarrollo. Dicho de otra manera, no se trata solo, como les parece en la mayoría de los casos a los propios protagonistas, de conflictos y tensiones, personales y en cierto modo accidentales que puedan considerarse, según la perspectiva de cada uno de los grupos implicados, como un efecto de la maldad personal o como una consecuencia del particular idealismo de una u otra de las partes. Son conflictos y tensiones insertos en una determinada estructura. Ellos y su desenlace constituyen en muchos casos la pieza nuclear de un proceso de desarrollo.
Ño hay todavía la suficiente investigación sociológica de este tipo de desplazamientos funcionales; no se ha desarrollado suficientemente el enfoque consistente en situar los niveles de poder en el centro de los procesos de desarrollo. Pero tal vez sea mejor trasladar a un ejemplo elocuente y cercano, pero cuya sintomática significación se pierde fácilmente de vista, la ilustración de lo que se ha dicho hasta ahora acerca de las peculiaridades estructurales de los desarrollos sociales. En el curso de los procesos de evolución de las sociedades europeas durante los siglos XIX y XX se produjo una desnacionalización, unas veces más rápida y otras más lenta, de las posiciones de los príncipes y nobles. Hasta el siglo XVIII las insurrecciones y revueltas tenían como meta en todos los estados mayores, si acaso, la sustitución de un príncipe por otro o bien proporcionar a algunas partes de la nobleza mayor o menor poder con relación a otras partes de la propia nobleza. Pero por lo general nunca se consiguió a la larga, y raramente fue la meta perseguida, la supresión de las posiciones de los príncipes y nobles como tales. Incluso en Inglaterra se transformó, tras la ejecución del rey (Carlos I, en el año 1649), la posición del hombre que ejercía la jefatura de la Revolución (Cromwell) en una posición monárquica una vez que el representante retornado de la vieja dinastía real (Carlos II, 1660-1685), accedió de nuevo a la tradicional posición regia. Un análisis detenido podría mostrar sin dificultad las peculiaridades estructurales de las sociedades preindustriales a las que se debe el hecho de que, a pesar de todas sus fluctuaciones, siempre se reintegran a una figuración en la que reducidas, capas privilegiadas, ostentaban carácter social de los príncipes y los nobles, lo que confería a este tipo de elites una alta cuota de poder en comparación con la masa de la población. Si no se atiende a una explicación sociológica de la evolución de las sociedades europeas se tiene la impresión de que la progresiva desposesión y en muchos casos la supresión de las posiciones ocupadas por los nobles y los príncipes en las sociedades europeas fue algo casual, una de las singularidades históricas que se operaron simétricamente en todos los países europeos.
Si se analizan más exactamente los acontecimientos de la Revolución Francesa se descubre que la desfuncionalización de las posiciones privilegiadas del rey y la nobleza bajo la cobertura del Anden Régime ya estaba en proceso muy avanzado antes de la Revolución al compás de la creciente comercialización de la sociedad francesa. Los privilegiados que se valían de su posición, sobre todo para obtener un desigual reparto de las cargas fiscales que les beneficiaba, carecían ya a los ojos de muchos de sus contemporáneos —como lo expresaba el Abbé Sieyès— de toda «función para la nación». Una investigación más cuidadosa del desarrollo de los procesos en curso muestra con mucha claridad que no fue solo el amotinamiento de las capas rebeldes lo que provocó la desfuncionalización revolucionaria de la nobleza y la realeza, sino la comprensible incapacidad de los nobles y el rey para adaptarse a la desfuncionalización ya avanzada de sus posiciones y a aceptar una reducción de sus privilegios coherente con la reducción de sus potenciales de poder.
Eludiendo situar en el centro de una teoría sociológica del desarrollo los problemas de las figuraciones parciales ascendentes y descendentes en el curso de la evolución y, con ellos, los problemas de las tensiones y conflictos estructurales propios de todos los procesos de desarrollo, se da la espalda a la posibilidad de dirigir la atención al problema central que hemos mencionado y que actualmente viene planteándose una y otra vez tanto en el plano teorético como en el práctico, a saber: si, y hasta qué punto, es posible someter las tensiones y conflictos no regulados e incontrolados entre los diferentes grupos humanos al control y a la regulación conscientes por los hombres. O, por el contrario, hasta qué punto es inevitable que estos conflictos y estas tensiones desemboquen en confrontaciones violentas, ya sea en el plano de las relaciones intraestatales en forma de revoluciones, o bien en el plano interestatal en forma de guerras.