Vinculaciones estatales y profesionales

A

ctualmente los enunciados sociológicos relativos a las sociedades se suelen referir en primer término a sociedades organizadas como Estados o como tribus. Pero apenas se justifica la selección de estos tipos concretos de sociedades para hacer de ellos la fuente a partir de la cual hablar acerca de la sociedad o el sistema social como tal. ¿Por qué no se elige como modelo de la sociedad, por ejemplo, la aldea o la ciudad o, como se bacía muchas veces en el siglo XIX, la sociedad humana como un todo? ¿Qué es lo que confiere a planos de integración como los estados o las tribus la significación especial que se presenta casi como obvia de tal manera que son los que se tiene mentalmente presentes cuando se habla del «todo» social?

Al tratar de dar respuesta a estos interrogantes hay que indicar, antes que nada, quedos estados y las tribus son de manera particular los objetos de la identificación colectiva, los objetos colectivos de la vinculación de valencias individuales. Pero ¿por qué poseen de modo específico preeminencia las vinculaciones emocionales con las sociedades organizadas en Estado, actualmente estados nacionales, sobre otras figuraciones, mientras que en otras etapas de la evolución de la sociedad eran quizá las ciudades o las tribus o aun las aldeas las que poseían esa preeminencia?

Cuando se indaga qué tienen en común las diferentes figuraciones que en diversas etapas promueven este: tipo de vinculación emocional por parte de los individuos que las integran, se encuentra en principio que todas ellas son unidades que someten a un control estricto el uso de la violencia física entre sus miembros al tiempo que preparan y, en muchos casos, estimulan a estos para el uso de la violencia física contra los que no son miembros de ellas. Falta hasta ahora en la sociología un concepto claro de los rasgos comunes de este tipo de integración en las diferentes etapas de la evolución social. Su función es clara; se trata de uniones de los hombres para la defensa colectiva de su vida y para la supervivencia de su grupo contra los ataques de otros grupos o, también, para el ataque en común a otros grupos por motivos muy diversos. La función primaria de la unión es así pues, la protección frente a la aniquilación física por otros o de otros. Los potenciales de defensa y ataque de esas unidades son indivisibles. Tenemos por tanto las «unidades defensivas y ofensivas» o «unidades de supervivencia». En el estadio actual de la evolución social los estados nacionales son sus representantes. Mañana lo serán tal vez la integración de varios antiguos, estados nacionales[46]. Anteriormente lo fueron las ciudades-estado o los habitantes de un burgo. La dimensión y la estructura varía, pero la función permanece idéntica. En cada estadio la

vinculación y la integración de los hombres en unidades de defensa y ataque sobresale entre todas las demás. Esta función de supervivencia o el uso de la violencia contra otros crea entre los hombres interdependencias de tipo específico. No juegan, en cuanto a las estructuras sociales, la interdependencia entre las personas, las figuraciones por ellas constituidas, un papel mayor, pero tampoco menor, que las vinculaciones profesionales. Ni pueden reducirse a las funciones «económicas» ni pueden separarse de ellas.

Es característico de la perspectiva de un europeo del siglo XIX, quien en todo momento tenía presente el peligro potencial de que los hombres muriesen de hambre a causa de un determinado reparto del poder en el interior del Estado, pero en cuyo ámbito de experiencia, no obstante, jugaba un papel marginal el peligro de sometimiento o muerte a manos de enemigos exteriores. Es característico de Marx que reconociese más clara y penetrantemente que nadie antes que él las interdependencias derivadas de una producción de alimentos y otros bienes basada en la división del trabajo y, consiguientemente, que comprendiese también mejor que sus predecesores la estructura de los conflictos derivados de la monopolización de los medios de producción por determinados grupos. Pero no es menos característico de Marx que desconociese en toda su significación el peligro de la aniquilación física o del sometimiento de un grupo humano por la violencia física de otro como base para las formas de la integración y la interdependencia sociales. De hecho, respondía a un estadio de la evolución de las sociedades industriales el que Marx creyese en la posibilidad de explicar los medios de poder y las funciones de los grupos de empresarios burgueses, es decir, como una derivación de los intereses de clase de aquellos grupos de ocupación a los que debe el concepto de economía y de lo económico su significación específica. En la época en la que Marx escribía, la idea de que determinadas formas, de interdependencia muy ligadas a las actividades profesionales especializadas de las capas empresariales poseían su propia legalidad y una cierta autonomía frente a todas las demás actividades sociales era aún relativamente nueva. El reconocimiento de lo que con una palabra entonces nueva se conocía por esfera «económica» se relacionaba, por un lado, con el desarrollo de la nueva ciencia de la «economía». Pero, por otro, la elucidación teorética de la legalidad y autonomía de las interconexiones funcionales «económicas» en el contexto global de una sociedad dotada de Estado estaba estrechamente ligado a la exigencia por parte de las clases medias propietarias inglesas de libertad para sus empresas frente a la intervención estatal, con la exigencia de que se dejase curso libre y «natural» a la legalidad propia de la «economía», al juego de la oferta y la demanda.

En esta situación harto singular en la que los grupos empresariales burgueses ascendentes luchaban por la liberación de las intervenciones de los gobiernos —de gobiernos que estaban todavía en gran parte en manos de grupos aristocráticos preindustriales-las cosas podían aparecer como si la «economía fuese una autonomía funcional absoluta frente al Estado». Esta noción adquiere su expresión simbólica en la evolución del término aplicado a la disciplina económica en formación. De «economía política», símbolo de la idea de que la esfera económica supone un ámbito de la esfera estatal, pasó a «economía», expresión simbólica de la idea de que en la evolución de la sociedad hay una esfera económica independiente, dotada de su propia legalidad autónoma inmanente. La exigencia por parte del empresariado burgués de que la «economía» debía gozar de autonomía frente al intervencionismo estatal se transforma en la idea de que la economía en tanto que esfera de la sociedad y en el contexto funcional de una sociedad dotada de Estado es también efectiva y funcionalmente autónoma en plenitud. Es este razonamiento liberal el que se refleja en la idea de Marx de la esfera «económica» como un marco de funcionamiento autónomo, dotado de su propia legalidad y cerrado en sí mismo aunque inserto en el contexto funcional social general y, en particular, también en su noción de la relación que existe entre la economía y el Estado. Coincidiendo con la exigencia del empresariado burgués y de la ciencia económica burguesa de que el Estado debía ser sólo una institución para la defensa de los intereses burgueses, Marx se representaba la organización estatal como si no fuese otra cosa, como si no tuviese realmente ninguna otra función sino la defensa de los intereses económicos burgueses. Asumió utilizando otra terminología e invirtiendo su signo la ideología inscrita en la ciencia económica burguesa de su época. Vista desde la perspectiva de la clase obrera, la defensa de los intereses burgueses parecía algo dañino y, por este motivo, parecía también dañina la propia organización estatal.

Un análisis sociológico-evolutivo más preciso[47] muestra claramente que la evolución de las estructuras estatales y profesionales son dos aspectos indisolubles del desarrollo de un solo marco de funcionamiento social general. La creciente división «económica» de los oficios, la transición de limitados mercados y empresas locales en tanto que puntos nodales del entramado social a mercados y empresas cada vez mayores y otros procesos insertos en la evolución de las cadenas de interdependencias sociales se verifican en la más estrecha conexión con el desarrollo de las instituciones estatales capaces de proteger la seguridad física de los agentes económicos y del transporte de bienes a cada vez mayores distancias, de garantizar el respeto a los contratos, de proteger frente a la competencia extranjera el desarrollo de las manufacturas propias mediante aduanas y varias otras cosas. Las instituciones estatales, por su parte, se desarrollan en la más estrecha conexión con el desenvolvimiento de los entramados comerciales e industriales. Desde un punto de vista sociológico, el desarrollo de la organización político-estatal y el de las posiciones profesionales son aspectos indivisibles de la evolución de un único y solo marco funcional social. De hecho, estas llamadas «esferas» no representan otra cosa sino aspectos de diferenciación e integración en el desarrollo del mismo entramado de interdependencia. Hay en ocasiones empujones de la diferenciación social de funciones que dejan muy atrás el desarrollo de las respectivas instituciones integradoras y coordinadoras. El impulso industrializador verificado en Inglaterra antes y después del paso del siglo XVIIL al XIX supuso un adelantamiento de los procesos de diferenciación. El consiguiente desarrollo de las instituciones de coordinación se produjo con un retraso de consideración. Esta situación se ha consagrado intelectualmente en la noción de que la «esfera económica» considerada en sí misma es el motor del desarrollo social en general. Sin embargo, en tanto que desarrollo de entramados de interdependencias, un desarrollo de la «economía» en ausencia del correspondiente desarrollo de la organización «político-estatal» es tan poco posible como este en ausencia de aquel. La separación conceptual de las esferas, lo mismo que la autonomía absoluta de las ciencias sociales que se ocupan de esas esferas, son restos del período que «ideológicamente» se caracteriza como período de liberalismo económico. En una consideración sociológica se trata, como se ha dicho, de un período en el que la diferenciación funcional de las cadenas de interdependencia se adelantó a la correspondiente integración. Recurriendo en lugar de al modelo habitual de las «esferas» al modelo de la diferenciación e integración funcional creciente o decreciente nos acercamos más a una imagen sociológica de la realidad social que supera la idea artificial de la sociedad como un agregado de esferas inconexas y coexistentes de las cuales unas veces se considera a una y otras a otra como la esfera motriz del desarrollo de la sociedad.

Las consecuencias que se derivan de una corrección intelectual de este género tanto en el aspecto teorético como práctico son importantes. Baste con mencionar aquí una de ellas. Mientras se imagine la «esfera económica» como una esfera que funciona más o menos por sí misma y autónomamente en el contexto global de la sociedad y el Estado, se tendrá inclinación a considerar también la estratificación de la sociedad —esto es, en el caso de las sociedades industriales la estratificación en forma de clases sociales y sus conflictos de intereses— en términos de esta separación en esferas distintas como un hecho primariamente económico. Esta imagen responde en buena parte a la perspectiva cercana de las propias capas afectadas, La imagen que se hacen entonces propende a considerar que en tales luchas de poder solo se juega el reparto de las oportunidades económicas, es decir, el desarrollo de la pugna entre salarios y beneficios.

Pero también en este plano aparece, en una consideración más detenida, como insuficiente la idea de que es posible explicar las tensiones y conflictos entre las dos grandes clases industriales, entre obreros industriales y burguesía industrial, disociando las oportunidades «económicas» de las oportunidades disputadas y haciendo de ellas el centro de atención. En función de lo que realmente es posible observar, esto induce a error. El problema, visto más de cerca, es en realidad la distribución del poder a todo lo largo y ancho, o sea en todos los pisos, en todos los niveles de integración, de una sociedad industrial y estatal estructurada en muchos niveles. Por ejemplo, en la distribución de las posibilidades de poder en el plano de una sola fábrica la cuestión es: ¿qué grupos acceden a las posiciones dirigentes de integración y coordinación en este plano y cuáles no? Las personas que ocupan posiciones empresariales y las que ocupan posiciones obreras son, en congruencia con la conexión funcional específica de estas posiciones, interdependientes. Pero las dependencias recíprocas, los niveles de poder, no están equitativamente distribuidos. Ya en este plano el problema no consiste tan solo en saber de qué modo se distribuye realmente el ingreso de que dispone una empresa para su reparto entre los distintos grupos que ocupan posiciones en su seno. La distribución de estas posibilidades «económicas» es ya por sí misma una función del equilibrio más amplio de poder, de la distribución de las cuotas de poder entre esos grupos. Pero el equilibrio de poder en el interior de una empresa industrial se expresa no solo en el reparto de las cuotas económicas, sino también en el reparto de las posibilidades que los miembros de uno de estos grupos con una posición en ella tienen de controlar, despedir y mandar a los otros en el proceso de trabajo.

Si se considera la distribución de los niveles de poder entre empresarios y trabajadores que Marx y Engels tenían a la vista en la primera mitad del siglo XIX se comprende muy bren que en el análisis de las relaciones entre unos y otros dirigiesen su atención, casi exclusivamente a la distribución de las cuotas económicas, puesto que una parte considerable de la clase obrera se mantenía en aquella época en un nivel de vida situado en el mínimo de supervivencia. Su organización en la fábrica era entonces mínima y aun no existía en absoluto en los pianos superiores de integración de la sociedad. El concepto de clase de Marx asimismo englobaba tan sólo un plano. El frente de las clases obrera y empresarial, tal como él lo veía, estaba en los lugares de la producción y se derivaba solamente de la naturaleza de sus posiciones en el proceso de producción. Dado que en la época de Marx empresarios y trabajadores no se encontraban en ningún otro plano, dado que ninguno de los dos grupos disponía de organizaciones sintetizadoras en los planos superiores de integración de la sociedad y desde luego no de organizaciones nacionales o de partido, es de todo punto comprensible que su concepto de clase se limitase tan sólo a grupos específicos de posiciones en el proceso de la producción. Sin duda este análisis no ha perdido justificación, en absoluto, en el curso del desarrollo ulterior de las sociedades industriales. En el presente es posible ver con más claridad que, aunque imprescindible, es también insuficiente. Ya en la época de Marx el equilibrio de poder entre grupos de empresarios y trabajadores en la fábrica no era en absoluto independiente de sí, y hasta qué punto, los representantes de los monopolios estatales de poder colocaban su peso en uno u otro platillo de la balanza. Como se sabe, todo el desarrollo se ha movido en una dirección tal que, progresivamente, los enfrentamientos, las escaramuzas, los compromisos y los acuerdos entre ambas clases que se dilucidaban en el plano de la fábrica han ido perdiendo importancia relativa en beneficio de los que se dilucidan en los planos superiores de integración de las sociedades políticas y, sobre todo, en el plano máximo, el de las instituciones centrales del Estado, es decir, en el plano del Parlamento y el gobierno.

Consiguientemente se requiere también una corrección del concepto de clase tradicionalmente ligado a una visión de un solo nivel y limitado a la distribución de las cuotas económicas. Se necesita un concepto de clase que dé cuenta del hecho de que los enfrentamientos entre trabajadores y empresarios organizativa y funcionalmente interdependientes no se libran tan solo en el plano de la fábrica, sino también en muchos otros niveles de integración y especialmente en el plano superior de integración de una sociedad dotada de Estado. Ese concepto ha de dar cuenta del hecho de que en todas las sociedades altamente desarrolladas las dos clases organizadas están integradas en esa organización estatal en una medida mucho mayor que en los tiempos de Marx. De hecho, estas dos clases industriales se han convertido a través de sus representaciones en los diversos niveles de integración de la sociedad industrial —tanto en el municipal y regional como en el nacional— en las clases dominantes de las sociedades industriales. La distribución de los niveles de poder entre ellas es, ciertamente, desigual, sobre todo en el nivel de la fábrica, pero es menos desigual que en tiempos de Marx. Y junto a las tensiones que Marx evidenció en una época en la que todavía cabía contemplar a estas clases como formaciones sociales muy homogéneas al nivel de fábrica, aparecen cada vez más agudamente tensiones de nuevo tipo: tensiones entre los representantes de los diversos niveles de integración pertenecientes a las mismas clases y sobre todo tensiones entre gobernantes y gobernados.

Si se puede indicar brevemente qué significado tiene un enfoque teórico de la sociología que dé cuenta de la conexión tan frecuentemente olvidada, entre los procesos de integración y diferenciación, para la investigación de los desarrollos sociales a largo plazo, tal vez sea de utilidad indicar que su investigación no es en absoluto tan complicada como a menudo se presenta en la actualidad. Muchas de estas dificultades se derivan más de la confusión teorética que de la complejidad de los propios ámbitos objeto de la investigación. Hay toda una serie de posibilidades comparativamente más simples de análisis de procesos de integración y diferenciación de esta índole. Una de estas posibilidades, mientras se trate de procesos de integración, consiste en la determinación del número de pisos, de planos de integración, del orden de los ya mencionados susceptibles de observación en el análisis estructural de las sociedades. Se comprueba, en tal caso, que la igualdad en cuanto al número de planos de integración jerárquicamente dispuesto: en sociedades distintas guarda parangón con otras similitudes estructurales. Hay igualmente métodos simples de análisis de los grados de diferenciación. La determinación del número de actividades profesionales para las que hay en una sociedad una designación especial es uno de estos métodos. Naturalmente, en muchos casos las fuentes para establecer lo indicado no son accesibles o no existen. Pero muchas fuentes que sí existen no han sido explotadas hasta hoy.

Este método sencillo para determinar con gran precisión el estadio en que se encuentra en cada caso la división del trabajo arroja una luz especial sobre lo que llamamos, algo unilateralmente, «procesos de industrialización». En comparación con las sociedades preindustriales y particularmente también con las sociedades medievales de todo tipo, el número de los grupos profesionales diferenciados en cuanto a su nomenclatura presentes en las sociedades industriales es no solo sorprendentemente grande, sino que se multiplica a un ritmo imprevisto. Esto significa para el individuo estar sujeto a cadenas de interdependencias largas y además cada vez mayores, dándose asimismo la circunstancia de que estas cadenas forman entre ellas conexiones funcionales que le es imposible controlar. Significa también que las cuotas de poder se reparten menos desigualmente que en sociedades anteriores, que la dependencia unilateral en posiciones interdependientes se hace menor y que aumenta la reciprocidad. Pero significa además que las personas, interdependientes y con funciones divididas son a muchos niveles más dependientes del funcionamiento de los centros de integración y coordinación. El acceso y la ocupación de posiciones sociales de coordinación e integración, empero, confiere a sus portadores grandes posibilidades de poder. Uno de los problemas centrales de las sociedades altamente diferenciadas es, por consiguiente, el control institucional más eficaz de todas las posiciones sociales de coordinación e integración que sean, como tales, imprescindibles. ¿Qué posibilidades hay de asegurar socialmente que los detentadores de esas posiciones subordinan en una medida mayor sus funciones para sí mismos a sus funciones en términos objetivos y ajenos?