C
on el concepto de figuración se sitúa, así pues, el problema de las interdependencias humanas en el centro del planteamiento teorético de la sociología. ¿Qué es lo que relaciona a unos hombres con otros, qué es lo que les hace mutuamente dependientes? Se trata de un problema de mucho alcance y de variados aspectos que no puede ser tratado como se debe en el marco presente. Obviamente, las dependencias mutuas de los hombres no son siempre idénticas, en todos sus matices, en las diferentes fases de la evolución de la sociedad. Pero al menos se puede intentar destacar una u otra de las dependencias universales y mostrar brevemente de qué modo varían las interdependencias de los hombres al compás de la creciente diferenciación social y de la multiplicidad, siempre en aumento, de los planos de las sociedades.
Hoy en día prolifera la opinión de que las peculiaridades biológicas de los hombres, a diferencia de las de los seres subhumanos, no juegan ningún papel en sus formaciones sociales, Un determinado tipo de teorías sociológicas consideran por ejemplo las normas humanas como el factor decisivo, auténticamente integrador de la formación social. De hecho, esto da a entender que no hay nada en las disposiciones biológicas de los hombres que contribuya a su mutua dependencia. Las normas, sin lugar a dudas, no están biológicamente fijadas, pero lo que antes se ha dicho acerca de la flexibilización de las normas innatas de comportamiento que es característica del hombre —la flexibilización que hace posible que las sociedades humanas puedan evolucionar, mientras que el hombre, considerado como especie biológica, no evoluciona— podría entenderse como si las disposiciones biológicas del hombre no jugasen papel alguno en las vinculaciones sociales de los hombres.
Si, como hace por ejemplo Talcott Parsons, se asume simplemente como un postulado la independencia de la estructura de la personalidad humana respecto de la estructura social[44], entonces no es sorprendente que se considere también el hecho de que el cuerpo es una fuente de «energías motivadoras» y nos depare reward objects —es decir, satisfacciones compensatorias— como un signo de la independencia del individuo. Parsons no es el único teórico que considera el hecho de que el propio sentimiento corporal sea propio de cada persona individual como un dato indicativo de que el hombre es ya un ser desprendido de la naturaleza, un ser que no depende absolutamente de nadie. Tan fuerte es en este caso la noción del hombre como un ser único y solitario que se olvida el hecho evidente de que la búsqueda de satisfacción por parte de una persona se orienta por principio a otras personas y que la satisfacción misma no depende tan solo del propio cuerpo, sino también y en gran medida de las demás personas. Esta es, de hecho, una de las interdependencias universales que vinculan socialmente a los hombres.
En este sentido es completamente erróneo suponer que esta inclinación elemental del individuo a los otros individuos, inscrita en su propia constitución biológica, se limita a la satisfacción de las necesidades sexuales. Hay enormes cantidades de observaciones que indican que más allá de la mutua satisfacción de las necesidades sexuales, las personas necesitan de otras personas para la satisfacción de otra gama de impulsos. No es preciso entrar aquí a discutir la cuestión de si las vinculaciones instintivas tan extraordinariamente variadas y matizadas que unen a unas personas con otras son, por su origen, de naturaleza libidinosa. Hay buenos motivos para suponer que las personas necesitan del estímulo emocional por otras personas aun en el caso de que sus valencias sexuales se hayan anclado en una relación duradera. La mejor manera de representarse esta situación, a título de modelo, es suponer que una persona en un momento dado es como un ser con muchas valencias orientadas a otras personas, algunas de las cuales encuentran una sólida vinculación y anclaje y otras, por el contrario, permanecen libres e insatisfechas, a la búsqueda de vinculación y anclaje en otras personas. El concepto de las valencias afectivas orientadas a otras personas ofrece un fecundo punto de partida en el intento de sustituir la imagen del hombre como homo clausus por la de un «hombre abierto[45]».
Tal vez podamos ilustrar esto con un sencillo ejemplo. Imagínese un individuo que haya perdido a una persona querida por fallecimiento de esta. Se trata de un ejemplo que demuestra la reorganización de la percepción que se necesita para comprender la singular permanencia de las interdependencias elementales e instintivas entre personas. Cuando se habla de vinculaciones sexuales se invoca un aspecto muy central, pero no obstante sólo relativamente breve y transitorio de las relaciones entre personas. Lo característico de las relaciones instintivas entre los humanos es la posibilidad de una permanencia afectiva más allá de la sexualidad y la posibilidad de vinculaciones afectivas muy intensas de diferentes tipos sin coloración sexual.
Así resulta que en la investigación del plano humano-social de integración nos encontramos con tipos de conexiones Imposibles de captar adecuadamente si hacemos uso de categorías suficientes para el estudio de planos de integración inferiores. La muerte de la persona querida no significa que haya sucedido algo en el «mundo exterior» de los sobrevivientes que actúe en tanto que «causa externa» sobre su «interioridad»; no basta con decir que ha sucedido algo «allí» que ha tenido su efecto «aquí». Este tipo de categorías no dan en absoluto cuenta de la vinculación emocional entre el superviviente y la persona querida. La muerte de esta última significa que aquel pierde una parte de sí mismo. Una de las valencias de la figuración de sus valencias satisfechas e insatisfechas la había fijado en la otra persona. Y esta persona ha muerto. Una parte integral de sí mismo, de su imagen en términos de «yo y nosotros» desaparece también.
La valencia así fijada resulta arrebatada. No se modifica con ello solo la figuración específica de las valencias del superviviente; también varía con la muerte de la persona querida el equilibrio de todo su entramado personal de relaciones. Tal vez la relación con otra persona que anteriormente tenía un puesto marginal en el entramado personal de relaciones del superviviente, en la figuración de sus valencias, adquiera ahora una intensidad emocional de la que carecía antes. Tal vez la relación con otros, que quizá tenían para el superviviente una función específica como catalizadores o como figuras marginales y amistosas en la relación con la persona muerta, puede llegar ahora a enfriarse. En definitiva, se puede decir: cuando muere una persona querida varía toda la figuración de las valencias del superviviente, todo el equilibrio de su entramado de relaciones.
Este ejemplo dirige la atención a la inclinación fundamental de la persona hacia los demás. El carácter específico de esta inclinación, su fijación en un número mayor o menor de modos de comportamiento estereotipados, y codificados, presentes en sociedades subhumanas, se ha podido olvidar, pero desde luego no esta inclinación misma, la necesidad emocional profunda que siente un hombre de entablar relación con otros miembros de su especie. La sexualidad es sólo la forma más intensa, más demostrativa, en que se manifiesta esta necesidad. El automatismo de los modos de comportamiento ha desaparecido en gran parte. Subsisten los impulsos biológicamente prefigurados; pero son extraordinariamente modificables a través del aprendizaje, la experiencia, los procesos de sublimación. Hay pocos motivos para considerar la constitución biológica del hombre como algo que se refiere sólo al «individuo», pero no a la «sociedad» y que, en consecuencia, no precisa atención en el estudio de la sociología.
Es importante ocuparse de estos problemas sobre todo porque contribuye a la clarificación de la cuestión de qué es lo que vincula a los hombres entre sí y fundamentalmente su interdependencia. Los sociólogos están habituados a contemplar las vinculaciones de las personas sobre todo desde la perspectiva de «ellos». Así, por ejemplo, se puede, como hizo Durkheim, contemplar las vinculaciones sociales entre los hombres sobre la base de la creciente especialización del trabajo, que les hace cada vez más dependientes unos de otros. Estos son puntos de vista importantes; también tendremos que hablar de las vinculaciones «económicas». Pero no se puede abordar adecuadamente el problema de las interdependencias sociales limitándose sólo a interdependencias impersonales. Sólo se adquiere una visión más completa cuando se integran en el ámbito de la teoría sociológica las interdependencias personales y sobre todo las vinculaciones emocionales de los hombres como eslabones de unión de la sociedad.
El ejemplo del entramado personal de relaciones de un solo individuo quizá no destaque con la precisión suficiente la trascendencia de estos aspectos personales de las vinculaciones humanas. Pero sin este recurso al entramado personal de relaciones del individuo tal como es configurado por él mismo, tal como es percibido desde la perspectiva: del «yo», no se puede comprender toda una gama de interdependencias de mayor amplitud que se basan en conexiones emocionales de carácter personal. Tal vez en pequeñas unidades sociales que engloben a un número comparativamente escaso de personas, los entramados de relaciones de tipo personal vividas desde la perspectiva del «yo» de cada individuo pueden abarcar a la totalidad de las personas presentes. Sin duda, también en este caso la figuración de las valencias satisfechas e insatisfechas de cada persona será también distinta de las demás. Pero la figuración engloba —mientras la unidad siga siendo pequeña— a todo el grupo. Si las unidades sociales se hacen mayores y adquieren más niveles, se generan nuevas formas de relaciones emocionales. Su referente no son ya sólo personas, sino también, cada vez más, símbolos de las unidades más grandes, escudos, banderas o conceptos llenos de carga emotiva.
Estas vinculaciones emocionales de los hombres entre sí a través de formas simbólicas no tienen una importancia menor para su interdependencia que las vinculaciones antes mencionadas debidas a la creciente especialización. De hecho, los distintos tipos de vinculaciones afectivas son inseparables. Las valencias emocionales que vinculan a unas personas con otras directamente en relaciones face to face o bien indirectamente a través de la referencia a símbolos comunes constituyen un plano de vinculación de tipo específico. Se conectan de diversos modos con tipos de vinculación que representan un plano de interdependencia distinto, menos derivado de la persona individual. Hacen posible la conciencia ampliada de «yo y nosotros» de las personas individuales, conciencia que constituye un vínculo de unión aparentemente imprescindible para el mantenimiento de la cohesión no solo en pequeños grupos, sino también en grandes unidades que integran a millones de personas, como los estados nacionales. Esta proyección de las valencias individuales a este tipo de grandes unidades sociales tiene con frecuencia una intensidad no menor que la proyección a una persona querida. También en este caso el individuo que establece tai vinculación experimenta la conmoción más profunda cuando la unidad social por él querida es destruida o vencida, pierde valor o dignidad. Una de las grandes insuficiencias de la más rancia sociología teórica de nuestros días es que casi siempre orienta sus investigaciones a una perspectiva de «ellos» y casi nunca integra sistemáticamente y haciendo uso de instrumentos conceptuales precisos las perspectivas del «yo» y el «nosotros» en la investigación.