N
o es habitual, en un libro que trata de los problemas de la sociología, ocuparse con cierta extensión de la imagen que se tiene del «individuo», de la persona individual. La especialización científica es actualmente tan rigurosa que si en la relación con los universales de la sociedad se incluyen en la reflexión no solo problemas de los hombres en plural, sino también problemas de los hombres en singular, se da la sensación de proceder casi a un paso ilegal de frontera o tal vez incluso de proceder a un desplazamiento ilegítimo de los mojones que señalizan la línea fronteriza. Es posible que se baya dicho ya lo suficiente como para dejar sentado que la separación convencional —entiéndase bien: la separación, no la distinción— entre la investigación científica del hombre y de los hombres es problemática. Una de las mayores deficiencias de las teorías sociológicas convencionales es que si bien intentan clarificar la imagen de los hombres como sociedades no lo hacen con la imagen de los hombres en tanto individuos.
La consecuencia de esta limitación del horizonte, determinada no por motivos objetivos sino de especialización, es que los teóricos de la sociología trabajan permanentemente con una imagen específica del hombre individual, del «individuo», pero sin someterla a ningún análisis crítico. Asumen acríticamente en sus teorías e hipótesis acerca de la «sociedad» una de las imágenes precientíficas del hombre individual sin depurarla de las valoraciones y de los ideales de toda suerte que la Impregnan. Cuando, como se hace aquí, se somete a examen este problema, es fácil percibir que la escisión de la imagen del hombre en una imagen del hombre y otra de los hombres como sociedad es un error intelectual. No hace falta por el momento entrar en los perjuicios en que incurren las diversas ciencias humanas al situar en sus teorías netamente al hombre individual en el centro de su atención dejando, sin embargo, al margen de su campo de visión y de su interés la inserción del hombre en la sociedad, designada como «marco no estructurado de referencia», «medio» o «entorno». Como «sociólogo», en todo caso, es imposible someterse a una tradición que hace aparecer las cosas como si la tarea de las teorías sociológicas fuese someter a examen crítico y, en la medida de lo posible, hacer más congruentes con los datos concretos disponibles las ideas existentes acerca de la «sociedad», pero no las que existen acerca del «individuo». Realmente se comprende que no se puede hacer lo uno sin lo otro. En la investigación acerca de los hombres cabe lanzar toda la luz de nuestro foco ya sobre personas individuales ya sobre las figuraciones compuestas por muchas personas individuales. Pero la comprensión de ambos planos de análisis ha de sufrir daños si no se toman constantemente ambos en consideración. Lo que se caracteriza con dos conceptos distintos como «individuo» y «sociedad» no son, como el uso actual de estos conceptos a menudo hace aparecer, dos objetos que existan separadamente, sino dos píanos distintos, pero inseparables, del universo humano.
Se impone una cierta economía si, para comprender este problema, se trata de introducir nuevos conceptos. Cuando, haciendo uso del derecho del estudioso a poner en circulación en relación con nuevas ideas también nuevos conceptos, se llega a exagerar, como sucede en ocasiones, el resultado es que se bloquean las posibilidades de comunicación tanto en el interior de la propia ciencia como entre la propia ciencia y las otras. Sin embargo, el concepto de «figuración» aquí introducido tiene, en el estado actual de la discusión sociológica, una tarea que cumplir. Hace posible sustraerse a la presión socialmente determinada a proceder a una escisión y polarización ideal de la imagen del hombre que constantemente nos mueve a poner una junto a otra una imagen del hombre como individuo y otra como sociedad. Está muy claro que esta polarización conceptual se deriva del reflejo de diversos sistemas de creencias cuyos partidarios emplean como valor máximo «la sociedad»; por otra, un sistema social de creencias cuyos adeptos definen como valor máximo al «individuo». En la conciencia contemporánea se consagra por tanto la idea de que a dos valores distintos les corresponden también dos objetos distintos, con existencia separada. Refuerza la imagen de sí mismo como «yo en mi cáscara cerrada», la imagen del hombre como humo clausus.
El concepto de «figuración[40]» sirve para proveerse de un sencillo instrumento conceptual con ayuda del cual flexibilizar la presión social que induce a hablar y pensar como si «individuo» y «sociedad» fuesen dos figuras no sólo distintas sino, además, antagónicas.
Los modelos de entramado ya descritos han mostrado anteriormente hasta cierto punto en qué sentido se utiliza aquí el concepto de «figuración». Cuando cuatro personas se sientan en torno a una mesa y juegan a las cartas, constituyen una figuración. Sus acciones son interdependientes. Cierto que también en este caso es posible el uso sustantivador tradicional y hablar del «juego» como si tuviese existencia por sí mismo. Es posible decir: «el juego transcurre con lentitud». Pero a pesar de todas las expresiones objetivadoras, está claro en este caso que el transcurso del juego resulta del entramado de las acciones de un grupo de individuos interdependientes. El juego, como se ha dicho más arriba, en el caso de que los jugadores tengan una fuerza equilibrada, posee relativa autonomía frente a cada uno de ellos. Pero lo que no posee, como parece indicar la configuración de la palabra «juego», es una sustancia, una existencia, una esencia independiente de los jugadores. Tampoco es el juego una idea o un «tipo ideal» que un observador sociológico puede determinar a través de una generalización que parta de la consideración aislada de la conducta de cada individuo en el juego para sustraer posteriormente como ley del comportamiento individual ciertas peculiaridades que tengan en común con los comportamientos de varios jugadores individuales. El «juego» es una abstracción en tan escasa medida como lo son los «jugadores». Lo mismo se puede decir de la figuración constituida por los cuatro jugadores sentados en torno a la mesa. Si el concepto «concreto» tiene algún significado se puede decir que la figuración que constituyen los jugadores es tan concreta como ellos mismos. Lo que se entiende aquí por figuración es el modelo cambiante que constituyen los jugadores como totalidad, esto es, no solo con su intelecto, sino con toda su persona, con todo su hacer y todas sus omisiones, en sus relaciones mutuas. Como se ve, esta figuración constituye un tejido de tensiones. La interdependencia dé los jugadores, que es la premisa para que constituyan entre sí una figuración específica, es no sólo su interdependencia como aliados sino también como adversarios.
Se reconoce mejor el carácter de una figuración como tejido de juego en el que puede existir una jerarquía de varias relaciones «yo» y «él» o «nosotros» y «ellos», si se piensa en un partido de fútbol[41]. Aquí aparece con particular claridad que dos grupos adversarios e interdependientes, que se enfrentan entre sí en una relación en términos de «nosotros» y «ellos», constituyen una única figuración. La fluida agrupación de los jugadores de un lado sólo es comprensible si se relaciona con la fluida agrupación de los jugadores del otro lado. Para poder comprender el juego y complacerse con ello, los espectadores han de estar en condiciones de poder seguir las cambiantes posiciones de los jugadores de ambos lados en su mutua dependencia, es decir, precisamente la fluida figuración que constituyen las dos partes en su interrelación. Se ve en este ejemplo con mayor claridad lo absurdo que sería considerar a los individuos que juegan como lo «concreto» y a las figuraciones que forman entre sí como lo «abstracto» o también a cada uno de los jugadores como lo «real» y a su agrupación, a su fluida figuración sobre el terreno de juego, como lo «irreal». También se ven con claridad los motivos por los cuales antes se transformó el concepto de «poder» de un concepto sustantivo en un concepto de relación[42]. En el centro de las cambiantes figuraciones o, dicho de otro modo, del proceso de figuración hay un equilibrio fluctuante en la tensión, la oscilación de un balance de poder, que se inclina unas veces más a un lado y otras más a otro. Los equilibrios fluctuantes de poder de este tipo se cuentan entre las peculiaridades estructurales de todo proceso de figuración.
Estos ejemplos tal vez ayuden a hacer comprensible en qué sentido se utiliza aquí el concepto de figuración. Este se puede aplicar tanto a grupos, pequeños como a sociedades integradas por miles o millones de individuos interdependientes. El profesor y sus alumnos en una clase, el médico y sus pacientes, en un grupo de terapia, clientes, de un café reunidos en torno a la mesa de tertulia, los niños en un jardín de infancia, todos ellos constituyen entre sí figuraciones abarcables, pero también forman figuraciones los habitantes de un pueblo, de una gran, ciudad o de una nación, aun cuando en estos casos la figuración no sea directamente perceptible porque las cadenas de interdependencia que vinculan entre sí a las personas son en estos casos mucho más largas y diferenciadas. Entonces se trata de aproximar a la propia razón indirectamente las peculiaridades de esas figuraciones complejas, a través del análisis de las cadenas de interdependencia. La referencia muestra sobre todo con claridad por qué en un análisis sociológico no es posible darse nunca por satisfechos con la utilización, en tanto que instrumentos de investigación, de sustantivos deshumanizadores. Ya se hable de función o estructura, de rol u organización, de economía o cultura, la significación de estos conceptos deja fuera de consideración su vinculación a figuraciones específicas de personas en la misma medida que el significado usual del concepto «juego» si se pierde de vista que el juego es un aspecto de una figuración específica de los jugadores.
Por eso es problemático que, como sucede hoy con frecuencia, sea posible caracterizar a la sociología como una behavioral science. Procediendo así es fácil dar la impresión de que cabe avanzar de manera suficiente en la resolución de los problemas sociológicos situando en el centro de atención de la investigación sociológica la conducta de los individuos singulares que constituyen entre sí las formaciones sociales en cuestión. Entonces aparece como realidad social todo aquello que es posible abstraer como rasgos comunes de las conductas de muchos individuos singulares. Pero sin duda alguna, esta es una visión limitada y en muchos aspectos también deformante de la tarea de la sociología. Con investigaciones que se limiten al estudio de las conductas de muchos individuos aislados, es muy escasa la penetración que se puede lograr en las estructuras sociales, en las cambiantes figuraciones de personas, en los problemas del reparto de poder, del equilibrio de tensión y de muchos otros problemas estrictamente sociológicos.
No se quiere decir con esto que las investigaciones estadísticas orientadas a averiguar los rasgos comunes de la conducta individual de los integrantes de grupos determinados no hayan de tener lugar alguno en la investigación sociológica. En muchos casos son imprescindibles. De lo que se trata es de las premisas teóricas sobre cuya base se diseña una encuesta estadística, es decir, sobre todo, del tipo de planteamiento a cuya resolución se orienta, esa encuesta. El marco teorético de la sociología de las figuraciones y el desarrollo deja margen para las investigaciones de índole estadística. Pero hoy en día es muy común que un cierto tipo de estadística, que sitúa la investigación de la conducta de muchos como un hecho casi independiente de los individuos concretos investigados, dicte a los sociólogos su manera de plantear los problemas. Como se dice en inglés: The tail wags the dog[43]. Si el estudio de los procesos de figuración, que se asemejan a juegos complejos, se revela como una tarea sociológica, hay que tratar de desarrollar los medios estadísticos auxiliares adecuados para el cumplimiento de esta tarea.
Con el concepto de figuración se desvía la atención a las interdependencias de los hombres. La cuestión es qué es realmente lo que interrelaciona a los hombres en figuraciones. Ahora bien, es imposible aportar respuestas a interrogantes de esta índole sise insiste en considerar a todo hombre aisladamente, por sí mismo, como si cada uno de ellos fuese un homo clausus. Así se permanece en el plano de las ciencias del hombre individual, de la psicología y de la psiquiatría por ejemplo, de las que por otra parte se deriva también, relacionado con determinadas nociones teoréticas del behaviorismo, el concepto de la behavioral science. Dicho de otro modo, con este enfoque se reducen todos los problemas específicamente sociológicos a problemas psicológico-sociales. Se supone que las sociedades, que las figuraciones que constituyen las personas en sus interdependencias, no son en el fondo otra cosa sino agregaciones de átomos individuales. Tal vez los ejemplos del juego de cartas o del partido de fútbol sean de alguna ayuda para poner de manifiesto las deficiencias de una hipótesis de este orden. En parte la concepción atomista de la sociedad se apoya, sin duda, en la incapacidad para imaginar que del entramado de los comportamientos de muchas personas individuales puedan surgir estructuras de entramados, trátese de matrimonios o de parlamentos, de crisis económicas o de guerras, que no se pueden comprender o explicar reduciéndolas a los comportamientos de cada uno de los que intervienen en ellas. Una reducción de esta naturaleza implica desconocer la autonomía relativa del ámbito objeto de la sociología y, en consecuencia, también de la autonomía de la sociología respecto de la psicología.