La serie de pronombres como modelo de figuración

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ería extraño que nuestros lenguajes cotidianos no nos ofreciesen medios de expresión susceptibles de un desarrollo ulterior en este sentido. Tratándose de personas hay, en efecto, toda una gama de instrumentos de esta índole. Tal vez no hay la suficiente conciencia de sus posibilidades como instrumentos de la conceptualización científica porque suponen un tipo de conceptualización que se desvía del tipo reificado tradicional. Entre los modelos más prometedores de una formación de conceptos del tipo indicado, no cosificadora, que nos ofrecen los lenguajes cotidianos, se cuenta la serie de los pronombres personales[39]. Ciertamente, no es nuevo servirse de ella para la construcción de conceptos en ciencias humanas, pero el modo como se hace muestra muy elocuentemente la fuerza de una tradición que nos impone transformar en la reflexión relaciones en objetos estáticos carentes de ellas. Así, el pronombre «yo», que normalmente se utiliza para expresar en una comunicación con otros que un determinado enunciado se refiere al que habla, se transforma de pronto en su uso científico en un sustantivo que de acuerdo con los hábitos dominantes de expresión parece referirse a una figura individual aislada e independiente. El concepto de ego, tal como lo utilizan Freud o Parsons, es un buen ejemplo de esta transformación de un concepto de relación en una especie de concepto-sustancia o concepto-cosa. En este mismo sentido es muy característico de la fuerza del arco de imaginación centrado en torno al individuo que un sociólogo como Parsons destaque el «yo» solitario de la serie de los pronombres personales y le contraponga las demás personas, que nosotros, con mayor realismo, vivimos en términos de tú, él, ella, ello, de nosotros, vosotros y ellos, como alter, como el «otro». Hay pocos rasgos característicos del tipo actualmente predominante de sociología teorética que pongan tan directamente de manifiesto su limitación.

Es fácil ver que las posiciones individuales de esta serie de relaciones no se pueden separar unas de otras. Realmente, la función que desempeña el pronombre «yo» en la comunicación humana sólo se entiende en conexión con las demás posiciones representadas por los otros miembros de la serie. Difícilmente son separables las seis posiciones en juego; es imposible imaginarse un «yo» sin un «tú», un «él» o un «ella», sin un «nosotros», un «vosotros» y un «ellos».

El conjunto de los pronombres personales representa la serie más elemental de coordenadas que pueden aplicarse a todos los grupos humanos, a todas las sociedades. Todos los hombres se agrupan entre sí en sus comunicaciones directas o indirectas como hombres que dicen respecto de sí mismos «yo» o «nosotros», «tú», o «vosotros» en relación con aquellos con quienes comunican aquí y ahora y «él», «ella» o, en plural «ellos» en relación con un tercero que momentánea o duraderamente está al margen de las personas que se están comunicando en ese mismo momento. Otras sociedades se sirven de señales que permiten a sus miembros expresar en sus comunicaciones cuál de las posiciones básicas de este entramado de relaciones adopta en el momento dado aquel a quien se hace referencia en la comunicación. Pero siendo distintos, los símbolos estandarizados de este conjunto de coordenadas son sin duda comunes a todos los grupos humanos. Este mismo conjunto de coordenadas es uno de los universales de las sociedades humanas. Es al mismo tiempo un testimonio de la singularidad y peculiaridad de las formas de conexión vigentes en el plano de integración de las sociedades humanas. La experiencia y la agrupación en estas en términos de «yo», «tú» y «él» o «ella», de «nosotros», «vosotros» y «ellos» carece de equivalente entre las formas de relación de los planos inferiores de integración. No es posible referirlos simplemente a estos o explicarlos sobre la base de estos. Son una muestra de la autonomía relativa de las sociedades que los hombres constituyen entre sí y del tipo de comunicación que es característico de ellas.

Como se ve, la serie de posiciones a que se refiere la serie de los pronombres personales es diferente de las que normalmente se tiene a la vista cuando se habla de las posiciones sociales en tanto que roles, es decir, de series de posiciones como padre-madre-hija-hijo o sargento-suboficial-cabo-soldado raso. Estas expresiones se refieren en una comunicación en cada caso a las mismas personas. Es propio del carácter de relación y de funcionalidad de los pronombres personales que los mismos pronombres puedan servir en la comunicación de varios individuos entre sí para designar a personas diversas, pues lo que expresan es su posición en la relación con el que habla en cada caso o, según circunstancias, también su posición en relación con el conjunto del grupo que se comunica. También el concepto «yo», el pronombre de primera persona, es sintomático del carácter del conjunto de la serie como señalizador de las posiciones específicas de las personas que se comunican en sus mutuas relaciones. Es un instrumento de orientación en tales grupos, se haga tangiblemente presente o no, se diga claramente «yo» en presencia de otros y en relación con uno mismo o se piense calladamente en tales términos, en cualquier caso, incluye la idea que se tiene de los otros, de las otras posiciones del entramado de relaciones a la que se refiere la serie de los pronombres. Como ya se ha dicho: no hay «yo» sin «tú», «él» o «ella», sin, «nosotros», «vosotros» o «ellos». Se ve así lo equívoco que es el uso de conceptos como «yo» o «ego» independientemente de otras posiciones del entramado de relaciones al que se refieren los otros pronombres de la serie.

De hecho, la serie de los pronombres personales es la expresión más elemental de la vinculación fundamental de todo hombre con los demás, de la sociabilidad fundamental de todo individuo. Esto puede verse con claridad meridiana cuando se observa el despertar de la conciencia de uno mismo como persona aparte en el niño pequeño. La conciencia de la propia existencia es idéntica a la de la existencia de otras personas. La comprensión de la significación del concepto «yo», que no siempre es idéntico con el uso que se hace de la palabra «yo», está en la más estrecha relación con la comprensión de la significación de los conceptos «tú» o «nosotros». Puede suceder que existan estadios del desarrollo tanto de personas individuales como de grupos de personas en los que la diferenciación conceptual entre las distintas posiciones del entramado de relaciones sea menos marcada que en los hábitos de expresión de las sociedades diferenciadas. Bien puede ocurrir que las expresiones simbólicas para la primera y la tercera personas estén menos claramente articuladas y que los individuos utilicen para designarse a sí mismos el mismo símbolo que los demás, por ejemplo su propio nombre, tal como a veces hacen los niños pequeños. Puede ocurrir quedas expresiones que sirven para designar la primera persona en singular y en plural no estén diferenciadas en la misma medida; no es extraño encontrar que en algunas sociedades concretas sea normal decir «nosotros» en situaciones en las que en otras sociedades se diría «yo». Aquí hay un amplio campo para estudios comparativos. Podrían comenzar como estudios puramente lingüísticos, pero serían incompletos si las diferencias en la configuración y en el uso de los pronombres personales no se comprendiesen al mismo tiempo como signos de diferencias en la estructura de los grupos afectados, en las relaciones entre los hombres y en el modo como se perciben esas relaciones. Hay aquí muchas cuestiones abiertas. Por ejemplo, sería interesante saber cómo y por qué en la transición del antiguo alto alemán al medio alto alemán —y durante las fases correspondientes de la evolución de otros idiomas europeos— se llegaron a utilizar series de pronombres personales del tipo actual.

Pero la tarea que tenemos que abordar aquí no es precisamente entrar en el amplio ámbito de los problemas empíricos que se plantean en este contexto. En principio, la referencia a la significación de la serie de los pronombres sirve como un medio sencillo para operar el tránsito de la imagen del hombre como homo clausus a la del homines aperti. Sirve para la comprensión de lo que con toda claridad muestra la serie de pronombres, a saber, que el concepto de «individuo» se refiere a un hombre interdependiente en plural. Es plausible que en la tarea científica sea aconsejable y esté plenamente justificado distribuir la investigación científica de los hombres en singular y en plural a grupos diferentes de especialistas; por ejemplo, la primera a psicólogos sociales. El modelo de la serie de pronombres sirve para comprender que a largo plazo se podrá quizá distinguir la investigación científica de los hombres en singular de la investigación de los hombres en plural, pero que lo que no se puede hacer es separarlas, de la misma manera que es imposible separar a los hombres en singular de los hombres en plural.

Al mismo tiempo este modelo nos ayuda a ver con algo más de claridad lo poco adecuados a la situación humana que son todos los hábitos de pensamiento que dan a entender que el auténtico «yo» o la «mismidad» residen en algún lugar en el interior de la persona individual, separada de los otros hombres, a los que se designa en términos de «tú» o «nosotros», «él» o «ellos». El recuerdo de que la percepción de sí mismo como persona a la que se designa en términos de «yo» es inseparable de la percepción de las demás personas a las que se denomina en términos de «tú», «él», «nosotros» o «ellos» quizá facilita distanciarse en alguna medida del sentimiento de que uno mismo existe como persona en su «interioridad» y todos los demás hombres existen como personas «fuera» de la propia interioridad.

Con ayuda de este modelo se puede acceder todavía a otro conjunto de problemas que necesariamente ha de quedar cerrado a la elaboración intelectual con el tipo de formación de conceptos que boy en ella predomina. Conceptos que confieren a su objeto el carácter de sustancias estáticas y aisladas hacen difícil asumir el hecho de que todas las relaciones entre personas tienen un carácter de perspectiva. Ya cuando nos referíamos al índice de complejidad indicábamos que toda relación entre dos del tipo AB engloba en realidad dos relaciones distinguibles, a saber, la relación AB vista desde la perspectiva de A y desde la de B. Cuando se trabaja con conceptos que confieren incluso a las relaciones un carácter de objetos estáticos, es difícil asumir este carácter de perspectiva de todas las relaciones humanas. La serie de los pronombres nos aporta un material conceptual mejor adaptado a la comprensión de tales problemas. En principio nos hace conscientes de que todas las personas de las que nosotros hablamos en tercera persona hablan de sí mismas en primera persona y de nosotros en tercera. El concepto de función constituye, un ejemplo sencillo de este carácter de perspectiva que tienen las relaciones. En el presente se suele utilizar vinculándolo con el mantenimiento de un determinado sistema social. Se dice, por ejemplo, que una situación cumple tal o cual función para su sociedad. Pero cuando se retrocede del uso reificante del concepto institución a los hombres que constituyen en cada caso esa institución se ve con claridad meridiana que esta visión unilateral de las funciones sociales es una simplificación bastante grosera. Y esto tiene que ver con el hecho de que el carácter sustantivo del concepto convencional de función oculta el carácter de las funciones sociales como atributos de las relaciones y por tanto también su carácter multilateral.

Así, por ejemplo, desde la perspectiva de quienes integran en cada caso las instituciones, estas no cumplen nunca tan sólo una función para el llamado «sistema», o sea, para un Estado o para una tribu, sino que cumplen siempre también una función para esos mismos hombres. Cumplen, con otras palabras, tanto una «función para mí» como una «función para él» y depende del reparto de poder que en un momento determinado sea una u otra la que alcance preeminencia. Por ejemplo, en la Francia de Luis XIV la función de la posición regia tenía para este preeminencia sobre su función para Francia. Al compás de la creciente democratización la posición de los cargos gubernamentales en favor de la organización estatal gana preeminencia sobre su función para los detentadores de esa posición, sin que esta última llegue a desaparecer. Sin un análisis que ponga en juego varias perspectivas, toda investigación sociológica de las posiciones sociales y de las funciones sociales es unilateral. No se aproxima lo suficiente a los procesos efectivos. Un análisis más exacto muestra además que al menos en sociedades más complejas, de más niveles, no basta con las funciones «para mí» y «para él» de las posiciones sociales. A menudo se necesitan todos los pronombres de la serie para ajustarse al carácter multilateral de las funciones de las instituciones sociales.

Max Weber estaba ya tras las huellas de este problema. Como algunos de sus predecesores, trató de dirigir en sus trabajos teóricos y ocasionalmente también en sus trabajos empíricos la atención a la perspectiva desde el «yo» y «nosotros» de los hechos sociales. En el centro de su teoría estaba la demanda formulada a los sociólogos de estudiar el sentido pretendido, intencional, que tenían las acciones y los objetivos sociales para los propios protagonistas de esas acciones. Max Weber mismo alcanzó sólo en parte la solución de esta tarea, pero avanzó por este camino bastante más que cualquiera de sus predecesores. El hecho de que este enfoque de problema no haya alcanzado entre los sociólogos la atención que merece se deriva en gran parte de que sin un arsenal de relaciones en alguna medida preciso, como la serie de los pronombres, no es posible hacer justicia al carácter multilateral de las interrelaciones sociales.

El modelo de los pronombres puede utilizarse como conjunto de coordenadas no sólo en relación con las funciones sociales, sino también con referencia a cada figura social particular. Tiene la ventaja de que detrás de todas las imágenes aparentemente impersonales o quizás incluso extrahumanas que pueblan hoy las páginas de los manuales de sociología, permite que vuelvan a adquirir contornos precisos los hombres.

Pero naturalmente no es posible darse por satisfechos con la determinación de cada una de las perspectivas unilaterales de los jugadores que participan en el juego. Son imprescindibles, pero no bastan para comprender la marcha de este. Arriba se ha expuesto ya cómo y por qué del entramado de las perspectivas de cada uno de los jugadores surge un juego con una dinámica que el jugador individual no puede controlar; antes bien, es el juego el que condiciona sus jugadas, sus planes y sus perspectivas. El modelo de los pronombres ayuda a hacer comprensible el carácter de perspectiva de los entramados humanos de interdependencias. Posibilita, en cierto aspecto, una clara determinación de las tareas sociológicas. Bajo rótulos como estructura, sistema o función se despliega un esfuerzo encaminado en cierto modo a clarificar trayectorias de juego desde una perspectiva de ellos. Pero al mismo tiempo los sociólogos tienen también la tarea de determinar cómo viven los jugadores que toman parte en el juego, sus jugadas y la propia marcha de este. En consecuencia, una de las tareas de la sociología consiste en tener en cuenta al menos las perspectivas de la tercera y de la primera persona. También en este sentido recuerda el modelo de los pronombres, la imposibilidad de considerar a los hombres como individualidades aisladas y la necesidad de considerarlos integrados en figuraciones. La interdependencia del hombre como alguien que puede decir en relación consigo mismo «yo» y en relación con los otros «tú», «él» o «ella», «nosotros», «vosotros» y «ellos», es uno de los aspectos elementales, universales, de todas las figuraciones humanas. No hay ningún hombre que no esté o haya estado inserto en una red de personas en relación con las cuales utilice, en palabras o mentalmente, conceptos pronominales o análogos medios de expresión verbal. La imagen de una tal figuración es una condición de la imagen propia en tanto que individualidad, de la conciencia de su identidad personal. Se determina a sí mismo en el marco de las relaciones de «nosotros» y «ellos» de su grupo y de su ubicación en el seno de las unidades a las que se refiere en términos de «nosotros» y «ellos». Pero no utiliza en absoluto los pronombres siempre con referencia a las mismas personas. Las figuraciones de un momento, a las que se refieren esos pronombres, pueden variar en el curso de la vida con el hombre mismo. Esto se refiere no sólo a las personas individuales, sino también a todos los grupos, a las sociedades en general. Que sus miembros digan «nosotros» de sí mismos y «ellos» de los otros es algo universal. Pero de quién digan «nosotros» y de quién digan «ellos» es algo que puede variar.