S
e hace así más comprensible un estado de cosas que constantemente ha venido jugando un papel obstaculizador en el desarrollo de la sociología hasta convertirse en una ciencia autónoma. Los medios conceptuales y lingüísticos de que actualmente disponen los sociólogos no son en buena parte apropiados para las tareas que han de abordar. A la hora de dar cuenta de los universales de la sociedad y cuando se comienza a tomar conciencia de las condiciones de las que se deriva la autonomía relativa del plano de integración representado por las sociedades humanas, hay que preguntarse si y en qué medida los medios de pensamiento e investigación hoy disponible poseen, por su parte, la suficiente autonomía de los medios de investigación desarrollados para la exploración de otras regiones del universo hasta el punto de adecuarse a la indagación de la región humano-social, Puede decirse que en líneas generales este no es el caso. En general hoy sigue siendo habitual seguir utilizando sin reservas los instrumentos de comunicación y reflexión procedentes de una determinada tradición de pensamiento y expresión hasta que no queda más remedio que desprenderse de ellos por inservibles. El motivo de la extraordinaria capacidad de persistencia de los medios lingüísticos y conceptuales se deriva precisamente de su naturaleza social. Para desempeñar su cometido han de ser susceptibles de comunicación. Cuando se reconoce su inadecuación relativa y se intenta conseguir su ulterior desarrollo, resulta que sólo es posible avanzar a pasos muy pequeños. Si no se hace esto, las palabras y las ideas pierden rápidamente comunicabilidad.
Tal vez puede parecer a primera vista que un esfuerzo en favor de la reorientación del pensamiento complica la tarea de la sociología. Pero la verdad es justamente la inversa. Esa tarea se simplifica cuando se asume ese esfuerzo. La complejidad de muchas teorías sociológicas actuales tiene su causa no en la complejidad del objeto en cuya investigación se esfuerzan, sino en el uso de conceptos que se han acreditado fundamentalmente en otras ciencias, en especial las físicas o en el uso de conceptos cotidianos asumidos como obvios y que resultan inapropiados para la investigación de contextos funcionales específicamente sociales.
Tal vez algún lector de esta introducción se haya planteado en alguna ocasión la existencia de una singular reorganización a la que se impone proceder en muchos sentidos cuando se piensa y se habla de lo que se puede observar efectivamente. Nuestros lenguajes están construidos de tal manera que en muchos casos sólo pueden expresar un movimiento constante, un cambio continuo, si al hablar y pensar acerca de un objeto aislado en situación de reposo y luego, en cierto modo a posteriori, añadiendo un verbo precisamos que lo que normalmente está en reposo se mueve. Si por ejemplo nos hallamos frente a un río y tratamos de captar conceptualmente el flujo constante de agua ante nuestros ojos y queremos expresarlo en comunicación con los demás no pensamos y hablamos, por ejemplo, de esta manera: «mira el flujo constante de agua»; decimos y pensamos, más bien: «mira lo rápido que va el río». Decimos: «el viento sopla», como si el viento fuese en principio algo inmóvil que se pusiese en un determinado momento en movimiento y empezase a soplar, como si fuese algo distinto de lo que sopla, como si pudiese existir un viento que no soplase. Este tipo de reducción a un estado de reposo aparece como evidente a quienes se han educado aprendiendo estos lenguajes. Habitualmente suponen que no es posible pensar y hablar de otra manera. Pero esto, sin duda, no es así. Hay algunos investigadores del lenguaje que han señalado que las estructuras de algunos lenguajes posibilitan una elaboración distinta de tales experiencias. El examen más valiente y lleno de ideas de estas limitaciones de la tradición lingüística e intelectual europea se encuentra en el libro de Benjamín Lee Whorf Language, Tought and Reality[30]. Indica en él que los lenguajes de tipo europeo construyen sus frases sobre la base de dos elementos fundamentales, el sustantivo y el verbo, el sujeto y el predicado. Ya en la Antigüedad y luego en una medida creciente a partir del trabajo de gramáticos y lógicos posteriores a Aristóteles fue sistematizada y consagrada esta tendencia del lenguaje en la creencia de que era el modo universal, la manera que se suponía lógica y racional de elaborar intelectualmente y expresar verbalmente lo que se observa. El propio Whorf señala incluso que estas peculiaridades restrictivas de nuestras estructuras tradicionales de pensamiento y lenguaje son en parte responsables de las grandes dificultades con que se enfrentan los físicos al tratar de entender y conceptualizar de manera adecuada determinados aspectos de las investigaciones recientes, en particular por lo que toca a las partículas atómicas.
No puede caber ni la más mínima duda de que sucede lo mismo en la sociología. Como técnica de conceptualización de lo que observamos realmente, la tendencia de nuestros idiomas a situar en el centro de atención sustantivos a los que se confiere un carácter de cosas en estado de reposo y a expresar todos los cambios y los movimientos mediante atributos o verbos, pero en todo caso como algo adicional, es muchas veces inadecuada. Esta constante reducción a un estado de reposo y la estimación ligada a ella de lo invariable como lo auténtico y lo esencial en todos los fenómenos se extiende también a esferas en las que una tal limitación es lisa y llanamente falsa. Whorf menciona la separación mental que operamos involuntariamente entre el actor y su actividad, entre cantidad y desarrollo de acontecimientos, entre objetos y relaciones. Muy especialmente la última, la forzada tendencia de nuestros idiomas a hacernos hablar y pensar como si todos los «objetos» de nuestra reflexión, incluidos los propios hombres, fuesen en principio meramente objetos, no solo sin movimiento, sino también sin relaciones, es extremadamente molesta para la comprensión de los entramados humanos que constituyen el objeto de la sociología. Cuando uno hojea manuales de sociología se encuentra con expresiones técnicas que dan la impresión de referirse a objetos aislados e inmóviles, siendo así que, en una consideración más detenida, se refieren a personas que están o han estado en constante movimiento y en relación permanente con otras personas. Piénsese en conceptos como «norma» y «valor», «función» y «estructura», «clase social» o
«sistema social». El concepto de «sociedad» mismo tiene este carácter de objeto aislado en situación de reposo, igual que el de «naturaleza». Lo mismo sucede con el concepto de «individuo». En consecuencia nos vemos una y otra vez obligados a utilizar formulaciones absurdas como, por ejemplo, «individuo y sociedad», que da a entender que «individuo» y «sociedad» son cosas distintas, como una mesa y una silla o una olla y una marmita. Así, uno se puede ver envuelto en prolongadas discusiones acerca de cuáles son las relaciones que existen entre estos dos objetos que se supone existen separadamente, a pesar de que en otro nivel de su «conciencia» uno se da perfecta cuenta de que las sociedades están compuestas por individuos y que los individuos sólo pueden adquirir su carácter específicamente humano, esto es, por ejemplo su capacidad de hablar, de pensar y de amar, en y a través de las relaciones con los demás, o sea, «en sociedad».
Baste con estos pocos ejemplos, por el momento, para dejar sentado que es preciso examinar críticamente la idoneidad de las estructuras tradicionales del pensamiento y el lenguaje para el estudio científico de las interrelaciones existentes en el plano humano-social de integración.