E
n este punto es conveniente abordar la cuestión de si la complejidad del ámbito objeto de la sociología es mayor que la de los planos precedentes de integración, es decir, si es mayor que la de los ámbitos objeto de la biología o de la física. Sin embargo, tal vez sea útil ofrecer al lector en este contexto una posibilidad de hacerse una cierta idea de la complejidad de las sociedades humanas.
Esto puede hacerse de manera relativamente sencilla preguntándose de qué modo aumenta el número de relaciones posibles en un grupo cuando se incrementa la cantidad de personas que integran ese grupo. Este planteamiento es de alguna utilidad aunque sólo sea porque recuerda que los razonamientos en ocasiones algo complicados de los sociólogos solo pueden considerarse fértiles y justificados cuando se basan sobre una complejidad demostrable del ámbito de su objeto y no en las vueltas y revueltas artificiales de unos investigadores empeñados en ajustar las observaciones que hacen sobre su objeto al lecho de Procusto de un sistema de ideas prefabricado, anclado en sus sentimientos y, por consiguiente, totalmente inelástico. La sociología se ocupa de los hombres; sus interdependencias se sitúan en el centro de su labor. La expresión «relaciones humanas» suscita muy frecuentemente la impresión de que se trata sencillamente de aquello que sucede día a día y hora a hora en el estrecho círculo de experiencia de la propia persona, en su familia y su profesión. El problema que se deriva de que cientos, miles, millones de personas estén relacionadas entre sí y puedan llegar a depender recíprocamente unas de otras, como es el caso en el mundo de hoy, apenas es registrado con toda su generalidad en la conciencia de muchas personas, a pesar de que la amplia gama de dependencias que actualmente vinculan a unos hombres con otros y la red de interdependencias en que se insertan estos se cuentan entre los aspectos más elementales de la vida humana.
La siguiente tabla sirve en el presente contexto solo como medio auxiliar introductorio a la comprensión de esta complejidad, al margen de la relevancia teorética que pueda tener desde otro punto de vista, sobre lo cual no vamos a profundizar aquí. Permite hacerse cargo de una manera simple de lo rápidamente que se hace imposible para personas individuales insertas con otras en una red de relaciones comprender con claridad lo que está en juego en la red y no digamos ya controlarlo. Con ello facilita también la comprensión del hecho de que tales entramados de relaciones se desarrollan con independencia de las intenciones y los objetivos de la acción de los individuos que los integran. Dado que la tarea de la sociología es hacer penetrable esa impenetrabilidad de los entramados de las relaciones humanas, es importante para ella adquirir conciencia de esa impenetrabilidad. El índice de complejidad es un medio auxiliar simple. Indica de qué modo crecen las posibilidades de relación cuando aumenta el número de personas. Las primeras crecen aún relativamente despacio cuando sólo se toma en consideración la posibilidad de relaciones bilaterales. Crecen bastante más deprisa cuando se toma en consideración todas las posibilidades de relación, consideradas en términos puramente numéricos. Si además —con algo más de realismo— se toma en consideración el hecho de que las perspectivas de las personas insertas en una relación en lo tocante a eso que numéricamente aparece como una relación —la relación entre A y B, verbigracia: entre esposo y esposa, entre estudiante y profesor, entre secretaria y jefe— son todo lo contrario a idénticas, de tal manera que la relación entre dos personas que numéricamente aparece como una sola implica, en una consideración más detenida, dos relaciones —la que existe entre A y B y la que existe entre B y A-, se adquiere una cierta idea del incremento de las complejidades con el aumento del número de personas insertas en un entramado de relaciones.
Tabla 1: Crecimiento de las posibilidades de relación en función del número de individuos insertos en un entramado de relaciones[28]
En las fórmulas de cálculo de las diversas relaciones posibles en grupos de diversa magnitud, x es el número de las relaciones que pueden mantener los individuos en un grupo y n es el número de individuos con que cuenta ese grupo.
Pero esto no es suficiente. Hasta este punto sólo se han considerado los aspectos cuantitativos de las modificaciones que experimentan las posibilidades de relación cuando aumenta el número de individuos en un grupo. Los aspectos de figuración, es decir, sobre todo el hecho de que los equilibrios de poder de cada una de las posibilidades de relación consideradas hasta ahora podrían ser totalmente distintos, no han sido incluidos de momento en el campo de observación. Limitémonos, a título ilustrativo, a dos aspectos simples de figuración, a la posibilidad de una distribución igual del poder y a la de una desigual, es decir, en el último caso a una relación marcada por la supraordenación y la subordinación de individuos. ¿Cómo aumenta el número de relaciones posibles cuando se incluyen esas diferencias de figuración en la medida de la complejidad, sin incluir en el cálculo, por el momento, la cuestión de las perspectivas de todas las relaciones? Bástenos limitar aquí la reflexión a un grupo de cuatro personas. La columna 4 muestra 11 posibles relaciones simples en un grupo así: 6 relaciones entre dos, 4 relaciones entre tres y 1 relación entre cuatro. Cuando se incluyen las mencionadas dos posibilidades distintas de equilibrio de poder en el cálculo resulta el doble de relaciones posibles entre dos (12), seis veces de relaciones entre tres (24) y catorce veces de relaciones entre cuatro (14). En vez de 11 relaciones simples posibles en un grupo de cuatro personas obtenemos ahora 50 posibilidades diferentes de relación. Si además se atiende a las diferencias de perspectiva de las relaciones, la complejidad aumenta nuevamente. Bien es verdad que estas posibilidades no se actualizan en cualquier momento dado. Pero en la investigación de grupos e incluso en la vida en tales grupos no se puede eludir tomar en consideración tales posibilidades y preguntarse cuáles de ellas son efectivas.
Aquí nuestra tarea es, en principio, hacer comprensible el objeto de la sociología. Esto no se puede hacer sin llamar la atención acerca de la impenetrabilidad de los entramados de relaciones que los hombres constituyen entre sí y, por consiguiente, de la imposibilidad de dominarlos. Hacer más transparentes esos entramados de relaciones y con ello contribuir también a que arrastren menos ciegamente y con menos autosuficiencia a los individuos que los integran es una de las tareas centrales que se le plantea a la sociología. Esto se refiere sobre todo a los amplios entramados que se extienden en el espacio y el tiempo. Una pregunta que no resulta fácil de contestar es la que plantea hasta qué punto son actualmente conscientes los hombres de que están enlazados ya por una conexión funcional que se extiende por toda la Tierra y que, a pesar de estar constituida por ellos mismos, hasta el presente sólo ha sido en muy escasa medida comprensible y controlable. También se plantea hasta qué punto esta situación se deja descifrar acudiendo a las fórmulas tradicionales de explicación, unas fórmulas que o bien atribuyen todo lo que sucede a personas individuales o lo remiten a sistemas de creencias sociales enemigos. Los índices de complejidad a los que nos hemos referido aquí pueden ayudar tal vez a hacer que lo cotidiano aparezca a una luz un tanto singular. Esto es lo que se necesita antes de poder comprender el hecho de que el objeto de la sociología —los entramados de relaciones, las interdependencias, las figuraciones, los procesos que configuran los hombres interdependientes, en una palabra; las sociedades— son realmente un problema.