Comentarios

  1. — Estos modelos de entramados, con independencia de su contenido teorético, no lo son en el sentido tradicional de la palabra, son modelos pedagógicos. Nos sirven aquí sobre todo para facilitar la reorientación de la capacidad de imaginación y para clarificar la índole de las tareas a que se enfrenta la sociología. Se dice que la tarea de la sociología es el estudio de la «sociedad». Pero no está nada claro qué ha de entenderse por «sociedad». La sociología aparece muchas veces como una ciencia a la búsqueda de su objeto. En parte esto se deriva de que el material verbal, los instrumentos conceptuales, que el lenguaje aporta para la determinación e investigación de este objeto no son lo suficientemente flexibles para poder desenvolverse sin dificultades de comunicación y de una manera ajustada a la peculiaridad del ámbito de ese objeto. Los modelos pedagógicos son un medio para superar tales dificultades. El uso de la imagen de personas jugando un juego entre sí como metáfora de las que forman entre sí una sociedad facilita la tarea de repensar las imágenes estáticas que son consustanciales a la mayoría de los conceptos que se emplean habitualmente en este contexto y de llegar a las imágenes mucho más dinámicas que se necesitan para abordar con mejores pertrechos conceptuales las tareas que se presentan a la sociología. Basta comparar las posibilidades representativas de conceptos estáticos como «individuo» y «sociedad» o «ego» y «sistema» con las que se abre el uso metafórico de las diversas imágenes de jugadores y juegos para comprender la flexibilización de la capacidad imaginativa, que estos modelos aportan.
  2. —Los modelos sirven además para hacer más accesibles a la reflexión científica determinados problemas de la vida social, que aún jugando efectivamente un papel central en todas las relaciones humanas, se olvidan con demasiada frecuencia en el trabajo intelectual. Se cuenta entre ellos sobre todo el problema del poder. Este ocultamiento ha de atribuirse en parte sencillamente a que los fenómenos sociales a los que se refiere de concepto son de una naturaleza enormemente compleja. A menudo se simplifica el problema presentando una sola forma de las fuentes de poder de que disponen los hombres, como la forma militar o la económica, como la fuente de poder a la que puede reducirse toda forma posible de ejercicio del poder. Pero así justamente se oculta el problema. Las dificultades conceptuales que se plantean cuando se trata el problema del poder descansan en el carácter polimórfico de las fuentes del poder. No es el cometido de estos modelos —o de esta introducción— ocuparse exhaustivamente o con exclusividad de los problemas que se señalan. Nuestro cometido no es aquí solucionar el problema del «poder», sino solo rescatarlo de su sumergimiento y abrir una vía para su estudio, dado que es uno de los problemas centrales de la sociología. El hecho de que sea necesario abordar de nuevo este problema está relacionado con la dificultad evidente de indagar en las cuestiones de poder prescindiendo de todo compromiso emocional. El poder de otro es algo que se teme: nos puede obligar a hacer algo queramos o no. El poder es sospechoso: los hombres lo utilizan para explotar a otros en beneficio de sus propios fines. El poder tiene una apariencia inmoral: cualquier hombre debería estar en situación de tomar todas las decisiones por sí mismo. Y el aura de temor que posee el concepto se transfiere lógicamente a su uso en una teoría científica. También aquí se sigue sin mayor reflexión el uso lingüístico cotidiano. Se dice que alguien «tiene» poder y ya está, a pesar de que el giro verbal que hace aparecer al poder como una cosa lleva a un callejón sin salida. Ya antes se ha señalado que los problemas del poder solo pueden aproximarse a una solución si se entiende por tal claramente la peculiaridad estructural de una relación omnipresente que —como peculiaridad estructural— no es ni buena ni mala. Puede ser ambas cosas. Nosotros dependemos de otros, otros dependen de nosotros. En la medida en que dependamos más de los otros que ellos de nosotros, en la medida en que esperamos más de los otros que a la inversa, en esa medida tendrán poder sobre nosotros, siendo indiferente que nos hayamos hecho dependientes de ellos a causa de la pura violencia o por nuestro amor o por nuestra necesidad de ser amados, por nuestra necesidad de dinero, de salud, de estatus, de carrera o de variación. Sea como fuere, en una relación directa entre dos personas, la relación de A hacia B es siempre también la relación de B hacia A. Dejando a un lado casos marginales, en tales situaciones la dependencia de A respecto de B está siempre ligada a la dependencia de B respecto de A. Pero es posible que la última sea mucho menor que la primera. En tal caso, el poder de B sobre A, la posibilidad con que cuenta B de controlar y dirigir la actuación de A, es mayor que el poder de A sobre B. El equilibrio de poder arroja un saldo de poder favorable a B. Algunos de los tipos más elementales de equilibrio de poder en relaciones bipersonales directas y las correspondientes evoluciones de tales relaciones están ilustrados en los modelos de la serie 1. Pueden servir también como correctivo al uso estático del concepto de relación y recordar que todas las relaciones —como los juegos humanos, por ejemplo— son procesos.

    Pero las relaciones y las dependencias que implican pueden no ser solo personales, sino pluripersonales. Supongamos una figuración integrada por muchos individuos interdependientes en la que todas las posiciones dispongan aproximadamente de las mismas posibilidades de poder. A no es más poderoso que B, B no es más poderoso que C, C no es más poderoso que D, etc. y a la inversa. Es muy probable que la interdependencia de tantas personas obligará en muchas ocasiones al individuo concreto a actuar de un modo diferente a como actuaría en ausencia de esa coacción. En este caso se siente inclinación a personificar o reificar conceptualmente la interdependencia. La mitología ligada a la propia tradición lingüística nos mueve a pensar que siempre ha de haber «alguien» que «tenga poder». Así se identifica siempre a una persona encargada de ejercer ese «poder» a cuya presión nos sentimos expuestos. O bien se habla de una especie de «suprapersona» como la «naturaleza» o la «sociedad» de la que se dice que tiene poder y a la que se hace mentalmente responsable de las coacciones a las que nos sentimos sujetos.

    El hecho de que actualmente no se distinga por lo general clara y tajantemente entre las coacciones que cualquier interdependencia posible entre individuos —aun en el caso de una figuración construida de tal manera que todas sus posiciones estén provistas de las mismas posibilidades de poder— ejerce sobre individuos y las coacciones que se derivan de la desigual provisión de oportunidades de poder entre las posiciones sociales tiene ciertas des-ventajas tanto prácticas como teoréticas. No es posible entrar aquí en el conjunto de problemas que esto plantea. Baste con decir que los hombres potenciales que somos cuando nacemos no se transformarían en los hambres que llegamos a ser si no estuviesen expuestos a ninguna coacción determinada por la interdependencia. Pero, desde luego, esto no significa que la forma actual de la interdependencia ajena el tipo de coacción capaz de contribuir a la actualización óptima de las potencialidades humanas.

  3. — En el modelo 1a el juego es estructurado en gran parte por las intenciones y las acciones de una persona. La marcha del juego puede ser explicada sobre la base de los planes y los objetivos de un individuo. En este sentido el modelo la es probablemente el que mejor responde a la idea que un gran número de personas se hacen de cómo se pueden explicar los acontecimientos sociales. Al mismo tiempo recuerda a un bien conocido modelo teorético de la sociedad, un modelo que parte de la interacción entre dos individuos en principio independientes, ego y alter. Pero el modelo no se agota con esto. La relación, en realidad es contemplada todavía en términos de situación y no de proceso. Los problemas que hemos planteado en relación con la naturaleza de las interdependencias humanas y los equilibrios de poder y todo lo que implican se sitúan todavía más allá del horizonte de las llamadas teorías de la acción. Registran, de todos modos, que interacciones intencionales tienen consecuencias no intencionadas. Pero ocultan el hecho central para la teoría de la praxis de la sociología de que en la base de toda interacción intencionada hay interdependencias humanas no intencionales. Tai vez sea el modelo del pre-juego el que más directamente ponga esto de manifiesto. No es posible desarrollar una teoría sociológica suficiente sin tomar también en consideración el hecho de que existen tipos de interdependencia que impulsan al ego y al alter a hostilizarse y a matarse.

    El modelo la es seguramente utilizable como modelo de determinadas relaciones. Existen casos a los que podría referirse y sería un error no prestarle atención. Un especialista puede mantener con un no especialista la misma relación que el jugador A con el B y lo mismo un amo con su esclavo o un pintor famoso y un coleccionista. Pero en tanto que modelos de sociedades la es, en el mejor de los casos, marginal.

    Por el contrario, el modelo 2c y, aún más claramente, el modelo 3b ofrecen una cierta ayuda para la comprensión de lo que se ha señalado como experiencia principal de la naciente ciencia de la sociología, a saber, que del entramado de las acciones de muchas personas pueden derivarse desarrollos no planeados por ninguna de ellas. Ambos modelos de juego muestran bajo qué condiciones puede convertirse lentamente en un problema a los ojos de los jugadores el hecho de que un proceso de juego que existe sólo por el entramado de las jugadas individuales de muchos jugadores llegue a adquirir una dinámica que no ha sido planeada, determinada o prevista por ninguno de los jugadores individuales, sino que por el contrario suceda que la marcha no planeada del proceso de juego sea la que asuma recurrentemente la dirección de las jugadas de cada uno de ellos. Estos modelos ayudan, así, en alguna medida a iluminar uno de los problemas centrales de la sociología, cuya insuficiente comprensión ha producido en muchas ocasiones malentendidos acerca de su ámbito de objeto y su cometido.

    Una y otra vez se discute acerca de cuál es en realidad el ámbito del objeto de la sociología. Cuando se dice, como sucede con frecuencia, que es la sociedad, entonces muchas personas se imaginan que se trata de la agrupación de individuos aislados. La pregunta que se formula con reiteración reza por tanto: ¿es posible decir algo sobre la sociedad que no pueda determinarse a partir de la investigación de personas individuales, es decir, a partir, por ejemplo de análisis psicológicos o psicológico-individuales? Los modelos 2c y sobre todo el 3b muestran en qué dirección hay que buscar la respuesta a estas preguntas. Remiten a la posibilidad de que la marcha de un juego en el que participan 30, 300 o 3000 jugadores no sea controlada y dirigida por ninguno de ellos, como así sucede y en tanta mayor medida cuanto menos desiguales sean los potenciales de poder de los jugadores. En este caso el proceso de juego adquiere una autonomía relativa frente a los planes y las intenciones de los jugadores individuales que lo suscitan y lo mantienen en acción con sus propias acciones. Esto puede expresarse en términos negativos diciendo, por ejemplo: la marcha del juego no depende del poder de cualquiera de los jugadores que participan en él. Pero también es posible expresarlo en términos positivos: por su parte, el proceso de juego tiene poder sobre la conducta y el pensamiento de cada uno de los jugadores. Pues, en realidad, no es posible entender y explicar sus acciones e ideas si se las considera en sí mismas; solo es posible entenderlas y explicarlas en el marco del desarrollo del juego. El modelo muestra con bastante claridad qué circunstancias son responsables de la coacción que su interdependencia como jugadores ejerce sobre los individuos así vinculados unos con otros: es la naturaleza específica de su relación, el carácter específico de su interdependencia como tales jugadores. También en este caso el poder es la peculiaridad estructural de una relación. Lo que puede parecer a primera vista incomprensible en modelos de tipo 3b es el hecho de que en ellos no nos podamos referir ya a algún individuo concreto o a un grupo concreto de individuos que ejerzan unilateralmente el poder sobre todos los demás. Con el tiempo se hace más fácil de comprender que precisamente cuando los diferenciales de poder entre individuos y grupos interdependientes se reducen, se reduce también la posibilidad de que los jugadores que participan puedan controlar, aisladamente o en grupo, la marcha del juego en su conjunto. El distanciamiento creciente del propio entramado y el incremento de la comprensión de la estructura y la dinámica del curso del juego pueden posteriormente hacer que aumenten las posibilidades de control. La autonomía relativa de la sociología frente a ciencias como la fisiología o la psicología, que se ocupan de las personas individualmente consideradas, se basa en última instancia en la autonomía relativa de las estructuras procesuales que se derivan de la interdependencia y el entramado de las acciones de muchos individuos frente a cada uno de ellos. Esa autonomía ha estado siempre presente, pero entró a formar parte con especial claridad de la conciencia humana precisamente en la época en que, con la diferenciación creciente de la sociedad, se prolongaron más y más las cadenas de interdependencia, cadenas en las que un número creciente de individuos estaban vinculados entre sí, con distribución de funciones y abarcando ámbitos cada vez más extensos. Entre las condiciones de esta figuración se hace especialmente patente el carácter autoregulado, la autonomía relativa de los procesos de entramado frente a los sujetos que se interrelacionan. En definitiva nos encontramos, así pues, ante un estadio de integración que muestra, frente a estadios de integración interiores, como por ejemplo los organismos humanos individuales, peculiaridades, formas de conexión de un tipo específico, que se hacen inaccesibles a la exploración científica y a la comprensión intelectual en general si se trata de someterlas a investigación sólo a través de una reducción a sus componentes individuales, a individuos aislados, a organismos concretos, es decir, a través de una reducción a formas de explicación psicológicas o biológicas.

    Es absolutamente factible representarse mediante los modelos de juego la peculiaridad de las formas de conexión que se encuentran en los niveles de integración del universo representados por las sociedades humanas. El legado mental y lingüístico que recogemos de épocas anteriores ejerce una cierta presión sobre nosotros en el sentido de explicar todas las conexiones en términos de encadenamientos lineales de causa y efecto. Junto a esta persiste todavía la explicación igualmente unilineal sobre la base de las acciones e intenciones de un autor personificado, que es más antigua y a la que se sumó poco a poco en el transcurso de la historia de la humanidad la explicación unilineal basada en una causa no personificada. También los entramados complejos se suelen intentar explicar con ayuda de estas categorías, de estas imágenes de una conexión unilineal. Lo único que se imagina en este caso es que basta proponer como explicación un grupo de breves cadenas unilineales de conexión del tipo señalado. En lugar de proponer una sola causa o un autor como explicación, se propone un grupo de 5, 10 o tal vez incluso 100 «factores», «variables» o como se las quiera llamar. Pero inténtese aplicar este tipo de explicación a la decimosegunda jugada de un jugador en un juego de dos personas en un solo plano entre jugadores de la misma fuerza. Tendemos a explicar esta jugada en base a la persona de su autor. Tal vez se la podría explicar psicológicamente como expresión de su gran inteligencia, o más fisiológicamente en función de su agotamiento. Cada una de estas explicaciones podría estar justificada, pero ninguna de ellas es suficiente. Pues la decimosegunda jugada en un juego de esas características no se puede explicar de manera adecuada con la ayuda de imágenes relativas a conexiones breves y unilineales. No basta la explicación fundada en la peculiaridad ni de uno ni de otro jugador. Esta jugada solo se puede explicar a partir del entramado anterior de las jugadas de ambos jugadores y la figuración específica que se ha derivado de ese entramado. Todo intento de atribuir ese entramado a uno u otro jugador o aún a un agrupamiento aditivo de jugadores en calidad de autores o causantes resulta insuficiente.

    Sólo el entramado creciente de las jugadas en el curso del proceso de juego y su resultado, es decir, la figuración de juego precedente a la decimosegunda jugada, puede ser útil para la explicación de esta. Es esa figuración la que toma como orientación el jugador individual antes de emprender la jugada. Pero este proceso de entramado y el nivel en que se encuentre, la figuración concreta en base a la cual se oriente el jugador individual, suponen un orden propio, un tipo de fenómenos con estructuras, formas de conexión, regularidades de tipo específico, que no existen, digamos, fuera de los individuos, sino que precisamente se derivan directamente de la constante integración y del entramado de los individuos. A este orden que, como se ha dicho, incluye también tipos específicos de «desorden», de la índole, por ejemplo, del modelo del pre-juego, y también tipos de desintegración y disgregación, se refiere todo lo que decimos acerca de la «sociedad», acerca de los «hechos sociales». El es el que constituye el ámbito del objeto de la sociología.

    Se ve ya aquí que muchos conceptos de tipo tradicional que se nos imponen al pensar sobre tales hechos no se ajustan al estadio específico de integración al que pertenecen y a sus formas peculiares de conexión. Se cuentan entre estos, por ejemplo, expresiones usuales como la que hace referencia a «los hombres y su medio» o a su «marco social». Piénsese en los modelos de juego. A nadie se le ocurriría definir el proceso de juego en el que interviene un jugador como su «medio», su «entorno» o su «marco». La contraposición tantas veces repetida entre «individuo» y «sociedad», que presentadas cosas como si fuese posible en algún sentido la existencia de individuos sin sociedad o de sociedades sin individuos, aparece como altamente problemática a la luz de estos modelos de entramado. También tiene un carácter supersticioso la creencia de que en el trabajo científico hay que proceder necesariamente a la descomposición en sus partes integrantes de los procesos de entramado. En muchos casos los sociólogos ya no lo hacen así, a pesar de que no pocos parecen tener mala conciencia cuando no proceden de esta manera. No es raro, especialmente en el trabajo empírico, que los sociólogos se sirvan de un marco teórico y de un instrumental empírico en gran medida ajustados a la peculiaridad del orden específico del entramado y al carácter de las sociedades entendidas como figuraciones mutables integradas por hombres interdependientes. Pero tal vez falte aún una elaboración más expresiva, conciencia y justificación de lo que se hace. Piénsese, por ejemplo, en la explicación que Durkheim da de ciertas regularidades de las tasas de suicidio en diferentes agolpamientos humanos partiendo de las diferencias específicas de la estructura de su entramado. Las estadísticas juegan ahí un papel insustituible, pero su función es la de indicadores de diferencias específicas en el modo de inserción de los hombres en un tejido de relaciones. Ya sea que «tratemos de establecer el poder del Parlamento en relación con el poder del canciller en la República Federal[26]» o que tratemos de investigar la relación entre «integrados y marginales[27]» o la estrategia de juego de un jefe carismático o de un príncipe absoluto en el seno de su grupo cortesano de allegados, nos encontraremos siempre ante fenómenos de entramado del tipo de los que hemos ilustrado aquí con ayuda de unos cuantos modelos.

  4. — Tal vez sea útil decir aún algunas palabras sobre la simplificación que está en la base de los modelos de entramado 3a y 3b. La serie de modelos comienza, como se recuerda, con una breve observación acerca de los posibles agrupamientos de jugadores que puede tener como consecuencia un aumento del número de estos. Este enfoque del modelo podría dar pie a un malentendido. La suposición de un aumento del número de jugadores permite establecer determinadas modificaciones de la figuración en un modo relativamente sencillo y plástico. Pero no significa que los movimientos de población, considerados en sí mismos, constituyan el impulso fundamental de las modificaciones sociales. Los movimientos de población suponen variaciones en la cantidad de individuos pertenecientes a determinadas unidades sociales. La unidad de referencia de un movimiento de población puede ser la humanidad o un continente, un estado o una tribu; pero ha de existir esa unidad específica de referencia, pues si no la idea de un movimiento de población carece de sentido. Con otras palabras, un movimiento de población no es nunca un fenómeno que se produzca en el vacío. Es siempre un aspecto singular de un cambio más global en el seno de una unidad social determinada. Cuando en una unidad de referencia aumenta o disminuye la población en un período determinado, cabe estar seguros de que no solo varía el número de sus miembros, sino que también varían mucho otros aspectos de esa unidad, en suma: que la unidad de referencia en cuestión cambia en ese período. Pero sería precipitado concluir que en tal caso el movimiento de la población constituye la causa y todo lo demás son solo consecuencias. En este como en muchos otros casos constituye una cierta dificultad del análisis sociológico el hecho de que nos hayamos educado en una tradición qué nos mueve a esperar que todo hecho inicialmente explicable tenga una explicación identificada con una causa única. Ya se ha indicado que este hábito mental no se ajusta a la comprensión de las formas específicas de conexión que se dan en el plano de integración de las sociedades humanas. También sucede así en este caso. El rápido incremento de la población que se inició en Europa a finales del siglo XVIII y a principios del XIX fue, en efecto, tanto una consecuencia como una causa en el engranaje de las transformaciones de conjunto que se dieron en las sociedades europeas en ese período. El peculiar proceso de democratización que se refleja en los modelos de juego 3a y 3b está relacionado con esa transformación de conjunto y, desde luego, no solo con el incremento de la población. Pero es muy instructivo en tanto que experimento intelectual, plantearse la cuestión de las diferentes posibilidades de reagrupamiento que puede conllevar ya sólo un aumento del número de miembros de una sociedad.