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upóngase un juego de varias personas en el que el número de jugadores que intervienen crece constantemente. Esto refuerza también la represión sobre los jugadores para que alteren su agrupación, sus relaciones mutuas y su organización. El jugador individual ha de esperar mucho y cada vez más antes de poder participar en una jugada, Cada vez es más difícil para el jugador individual hacerse una imagen de la marcha del juego y de la cambiante figuración de este. Sin esa imagen el jugador individual se desorienta. Necesita una imagen en alguna medida clara de la marcha del juego y de la figuración global cambiante en función de esa marcha para poder planear adecuadamente su próxima jugada. La figuración integrada por los jugadores interdependientes y el juego que juegan entre sí es el marco de referencia para las jugadas de cada cual. El jugador ha de estar en condiciones de hacerse una imagen de esta figuración para poder valorar qué jugada le ofrece la mejor oportunidad de ganar o de esquivar los ataques de sus contrincantes. Pero la gama de entramados de interdependencia en el interior de los cuales un jugador individual puede orientarse y planificar adecuadamente su estrategia personal de juego en relación con una serie de jugadas, es limitada. Cuando crece el número de jugadores interdependientes, la figuración del juego, su desarrollo y su dirección devienen cada vez menos transparentes para el jugador individual. Por mucha que sea su capacidad de juego, se hace cada vez más incontrolable para el jugador individual. El entramado de más y más jugadores funciona, así, en una medida creciente —en la perspectiva del jugador individual— como si tuviese vida propia. El juego no es tampoco en este caso otra cosa sino algo que se dirime entre muchos individuos en interacción. Pero el aumento del número de jugadores hace no solo que la marcha del juego sea cada vez más impenetrable e incontrolable para cada uno de los jugadores, sino que poco a poco determina que los jugadores sean conscientes de ello. Tanto la propia figuración del juego como la imagen que el jugador individual tiene de esta figuración, la manera, como vive la marcha del juego, van cambiando conjuntamente en una dirección específica. Cambian en interdependencia funcional como dos dimensiones inseparables de un mismo proceso. Es posible considerarlas separadamente, pero no como dimensiones separadas.
Así pues, con el aumento del número de jugadores se hace para cada uno —y, por tanto, para todos los jugadores— más difícil acertar —desde su posición en el conjunto del juego— con las jugadas más adecuadas o correctas. El juego se va desorganizando; funciona cada vez peor. El mal funcionamiento progresivo[24] presiona sobre el grupo de jugadores y les impone una reorganización. Se trata de una presión en una dirección específica. Deja abiertas otras posibilidades. Vamos a mencionar ahora tres de ellas; aunque sólo es posible seguir una.
El crecimiento del número de jugadores puede conducir a una desintegración del grupo de juego. Se fracciona en un cierto número de grupos más pequeños. Sus relaciones mutuas pueden asumir dos formas distintas. O bien los grupos fraccionados se alejan más y más unos de otros, con lo que cada grupo jugará a partir de entonces de manera totalmente independiente de los demás, o pueden formar una nueva figuración de pequeños grupos interdependientes, cada uno de los cuales juega por su cuenca un juego más o menos autónomo, siendo al mismo tiempo codos ellos rivales entre sí que buscan unas determinadas oportunidades igualmente apetecidas por todos.
El grupo de jugadores puede, en tercer lugar, si aumenta el número de sus integrantes —en determinadas condiciones, en las que no entraremos ahora— permanecer integrado, pero transformarse en una figuración de mayor complejidad; de un grupo que actúa en un nivel puede convertirse en un grupo con dos niveles.