L
a presión que ejerce el creciente número de jugadores sobre el jugador individual puede conducir a que el grupo, en el que todos juegan entre sí en un mismo nivel, se desdoble en un grupo de jugadores a «dos niveles» o en «dos pisos». Todos los jugadores siguen siendo interdependientes, pero ya no juegan directamente unos con otros. Esta función es asumida por funcionarios especiales de la coordinación del juego —representantes, diputados, jefes, gobiernos, cortes principescas, elites monopólicas, etc— que forman un segundo grupo más reducido que, por así decirlo, se sitúa en el segundo piso. Estos son los individuos que juegan directamente entre sí y unos contra otros, pero siguen de una u otra forma vinculados a la masa de jugadores que forman ahora el primer piso. Tampoco en los grupos de jugadores puede haber un segundo piso si no hay un primero: no hay función de los individuos del segundo piso sin relación con la de los del primer piso. Los dos pisos dependen uno de otro y —en función del grado de su mutua dependencia— cuentan con una medida variable de oportunidades de poder. Pero la distribución de los niveles de poder entre los hombres del primer piso y los del segundo puede ser muy variable. Los diferenciales de poder entre los jugadores del primer piso y los del segundo pueden ser extraordinariamente favorables a los de este último, pero pueden ir reduciéndose más y más.
Tomemos el primer caso: los diferenciales de poder entre el primer piso y el segundo son muy grandes. Sólo los jugadores situados en el segundo tienen una participación directa y activa en la marcha del juego. Poseen el monopolio del acceso al juego. Todo jugador del segundo piso se encuentra inmerso en un círculo de actividad que ya pudo observar o en los jugadores de los juegos de un solo piso; el número de jugadores es reducido, cada uno de los participantes está en condiciones de hacerse una imagen de la figuración dinámica de los jugadores y el juego; puede planificar una estrategia en función de esa imagen y puede intervenir directamente a través de sus jugadas en la figuración, en constante movimiento del juego. Puede además influir sobre esta figuración en mayor o menor medida en función de su propia posición en el seno del grupo y seguir las consecuencias de sus jugadas sobre la marcha del juego cuando otros jugadores contestan con contrajugadas y el entramado de unas y otras se expresa en el constante cambio de la figuración del juego. Puede vivir en la creencia de que la marcha del juego que se desarrolla ante sus ojos es más o menos transparente para él. Miembros de elites preindustriales y oligárquicas de poder, como por ejemplo los cortesanos, gentes como el memorialista Saint-Simon en la época de Luis XIV, solían creer que conocían a la perfección las reglas no escritas del juego que se desarrollaba en el centro de la sociedad y el Estado.
La idea de una transparencia total del juego nunca se ha ajustado a la realidad; y las figuraciones que se mueven en dos pisos —por no hablar de las de tres, cuatro y cinco, que se dejan fuera de consideración en este contexto en beneficio de la simplicidad— constituyen tramas demasiado complicadas como para penetrar en su estructura y la orientación de su desarrollo sin una investigación científica más detenida. Pero a estas investigaciones sólo se llega en un nivel de desarrollo de la sociedad en el que los hombres pueden ser conscientes al mismo tiempo de su ignorancia, es decir, de la relativa opacidad del juego en el que practican sus jugadas, y de la posibilidad de reducir esa ignorancia mediante la investigación sistemática. Esto no es aún posible, o lo es en muy escasa medida, en el marco de sociedades dinástico-aristocráticas que responden a un modelo oligárquico de dos planos. Aquí el juego que desarrolla el grupo del segundo piso no se considera aún como un proceso de juego, sino sólo como agregación de actos aislados. El valor explicativo de esta «visión del juego» es más limitado en la medida en que en un juego en dos pisos ninguno de los jugadores, por mucha que sea su fuerza, posee ni de lejos la misma posibilidad de influir en otros jugadores y, menos aún, en el proceso de juego como tal que el jugador A del modelo 1a. Incluso en un juego con no más de dos planos posee ya la figuración de los jugadores y del juego una medida de complejidad que no deja a ninguno de los otros individuos la posibilidad de dirigir el juego gracias a su superioridad y en función de sus propias metas y deseos. Efectúa sus jugadas simultáneamente dentro y fuera de una red de jugadores interdependientes en la que hay alianzas y enemistades, cooperación y rivalidad en diversos planos. En un juego en dos pisos cabe imaginar como mínimo tres, tal vez cuatro, equilibrios de poder diferentes que encajan como las ruedas dentadas de un mecanismo, pudiendo ser en tal caso los adversarios de un plano aliados en el otro. Está, primero, el equilibrio de poder en el círculo más reducido de jugadores del piso superior; segundo, el equilibrio de poder entre los jugadores del piso superior y los del inferior; tercero, el equilibrio entre los grupos del piso inferior; y si se quiere ir más lejos se puede añadir aún el equilibrio de poder en el seno de cada uno de estos grupos. Los modelos de tres, cuatro, cinco y más pisos tendrían naturalmente más equilibrios de poder complicados entre sí. De hecho, se corresponderían mejor con la mayoría de las sociedades políticas contemporáneas[25]. Aquí podemos limitarnos a modelos de juego de dos pisos.
En un juego de dos planos del tipo oligárquico antiguo el equilibrio de poder en favor del plano superior es muy desigual, inelástico y estable. La superioridad del círculo reducido de jugadores del plano superior sobre el círculo grande de jugadores del inferior es muy considerable. No obstante, la interdependencia de los dos planos no deja de coartar a los jugadores del plano superior. Incluso el jugador del plano superior, al que su posición confiere la mayor fuerza del juego, dispone de menos margen de maniobra para controlar el juego que, por ejemplo, el jugador A del modelo 2b. Asimismo, su margen de control y su posibilidad de controlar el juego es muy inferior a la del jugador A en el modelo la. No vale la pena volver a insistir en esta diferencia, pues en las exposiciones históricas, que por otra parte se ocupan en muchos casos solamente del círculo reducido de jugadores del plano superior de sociedades de muchos pisos, se suele explicar los actos de los jugadores como si fuesen jugadas del jugador A del modelo la. En realidad existen muchas constelaciones de los tres o cuatro equilibrios interdependientes de poder en un modelo de dos pisos del tipo oligárquico que limitan considerablemente las posibilidades de control aun de los jugadores más fuertes del plano superior. Si el balance global de un juego de estas características permite que todos los jugadores del plano superior y del plano inferior jueguen conjugadamente contra el jugador más fuerte, A, entonces las probabilidades con que puede contar este de obligar a aquellos a hacer las jugadas que, en función de su estrategia, sean las más convenientes para él, son extraordinariamente reducidas. Por el contrario, las probabilidades de que ese conjunto de jugadores obligue a través de su estrategia a este a hacer aquellas jugadas que más respondan a sus decisiones es muy grande. Si, por otra parte, hay grupos rivales de jugadores en el piso superior que son aproximadamente igual de fuertes y se equilibran entre sí, de tal manera que ni unos ni otros estén en condiciones de ganar claramente, entonces un jugador individual A situado en el plano superior pero al margen de esos agrupamientos tiene grandes probabilidades de controlar a esos grupos rivales y a través de ellos la marcha del juego siempre que lo haga con la máxima cautela y la máxima comprensión de las singularidades de esta complicada figuración. Su fuerza de juego descansa en este caso en la comprensión y la habilidad con que sea capaz de aprovechar las oportunidades ofrecidas por la constelación de los equilibrios de poder haciendo de ellas la base para su estrategia. En ausencia de A aumentaría, dada la rivalidad de los grupos del piso superior, la fuerza de juego de los grupos inferiores.