1
a). Supóngase un juego entre dos personas en el que uno de los jugadores es muy superior al otro: A es un jugador muy fuerte, B muy flojo.
En este caso A tiene, en primer término, un alto grado de control sobre B: hasta cierto punto puede obligar a este a hacer determinadas jugadas. Tiene, con otras palabras, «poder» sobre él. Esta palabra no significa otra cosa sino que está en condiciones de influir en gran medida sobre las jugadas de B. Pero el alcance de esta influencia no es ilimitado. El jugador B, aun siendo flojo en el juego, como es el caso, posee también un cierto grado de poder sobre A. Pues igual que B ha de orientarse en cada una de sus jugadas por la jugada anterior de A, también A ha de orientarse en cada jugada suya por la jugada anterior de B. La fuerza de B en el juego puede ser inferior a la de A, pero no es igual a cero; en otro caso no habría juego. Con. otras palabras, aquellos individuos: que juegan a un juego se influyen siempre mutuamente. Cuando se habla del «poder» que posee un jugador sobre el otro, este concepto no alude, por tanto, a algo absoluto, sino a la diferencia —a su favor— que existe entre su fuerza en el juego y la del otro jugador. Esta diferencia, el saldo de las fuerzas en el juego, determina en qué medida el jugador A puede influir con sus jugadas sobre las de B y en que medida es influido, a su vez, por estas. De acuerdo con el supuesto del modelo a el diferencial de fuerzas en el juego a favor de A es en este caso muy elevado. Igualmente grande es su capacidad para imponer a su contrincante un determinado comportamiento.
Pero A, debido a su mayor fuerza en el juego, no posee sólo un alto grado de control sobre su contrincante B. Tiene, en segundo término, también un alto grado de control sobre el juego como tal. Puede determinar, es cierto que no absolutamente, pero sí en un alto grado, el curso del juego —el «proceso del juego», el proceso de la relación— en su conjunto y por tanto y también el resultado del juego. Esta distinción conceptual entre la significación que tiene una elevada superioridad en cuanto a fuerza en el juego para la influencia que un jugador puede ejercer sobre otra persona, es decir, sobre su contrincante, y la significación que reviste su superioridad en relación con el curso del juego como tal, no carece de importancia a efecto de la utilización del modelo. Pero la posibilidad de distinguir entre la influencia sobre el jugador y la influencia sobre el juego no significa que sea posible imaginar jugadores y juego como realidades existentes por separado.
1b). Supóngase que el diferencial de fuerza en el juego de A y B se reduce. Es indiferente que esto se deba a un aumento de la fuerza en el juego de B o a una disminución de la fuerza de A. La posibilidad con que cuenta A de influir a través de sus jugadas en las de B —su poder sobre B- se reduce en la misma medida; la de B aumenta. Lo mismo sucede con la capacidad de A para determinar el proceso del juego y el resultado del juego. Cuanto más se reduzca el diferencial de fuerzas de juego de A y B, tanto menor será la capacidad de cada uno de los jugadores para obligar al otro a un determinado comportamiento en el juego. Tanto menos estará uno de los dos jugadores en condiciones de controlar la figuración del juego; tanto menos dependerá de las intenciones y planes que se haya trazado en relación con el curso del juego.
Al contrario, tanto mayor será la dependencia del plan general y de las jugadas de cada uno de los jugadores de la cambiante figuración del juego, del proceso de juego; tanto más adquiere el juego un carácter de proceso social y pierde el de ejecución de un plan individual; en tanto mayor medida resulta, con otras palabras, del entramado de jugadas de dos individuos un proceso de juego que no ha sido planeado por ninguno de los dos jugadores.