E
n la filosofía clásica europea el pensamiento «racional» —que encuentra su más clara expresión en las ciencias de la naturaleza— aparece como el tipo normal del pensamiento de todos los hombres. No es objeto de consideración en las teorías clásicas de la ciencia y del conocimiento el hecho de que este tipo de pensamiento sea de muy tardía aparición en la evolución de la humanidad, que durante un largo período los hombres no hayan procedido científicamente y en sus esfuerzos por conocer. Esto se descarta como irrelevante para una teoría de la ciencia y el conocimiento. Para Comte el problema de la relación entre las formas no científicas de conocimientos y las científicas se convierte en una cuestión central. Respondía a su punto de vista sociológico que no juzgase al pensamiento precientífico fundamentalmente en función de su validez, sino simplemente que contase con él como un hecho social. Es un hecho observable, decía, que todos los conocimientos científicos surgen de ideas y saberes no científicos. Formulaba esta observación en términos de una ley del desarrollo social. «Cada una de nuestras concepciones principales, cada rama de nuestros conocimientos, atraviesa sucesivamente tres estadios teóricos diferentes: el estadio teológico o ficticio; el estadio metafísico o abstracto; el estadio científico o positivo. Dicho de otra manera, la inteligencia humana… utiliza sucesivamente en cada una de sus investigaciones, tres métodos… el método teológico; luego, el método metafísico; y, finalmente, el método positivo.»[7]
Cuando se toma como marco de referencia del pensamiento y el conocimiento humanos no los individuos aislados, cuya naturaleza se considera, por así decir, autogenerada, ajena a cualquier trabajo previo, como un mecanismo que funciona mecánicamente, ciegamente, sin metas ni objetivos, pero sujeto a leyes, sino antes bien, como hace Comte, se considera este conocimiento como el resultado de una evolución que abraza centenares y tal vez miles de generaciones, es efectivamente imposible sustraerse a la pregunta de cuál es la relación que existe entre los esfuerzos científicos de conocimiento y los precientíficos. Comte emprendió una tentativa de establecer una tipología clasificatoria de estos estadios de la evolución de la humanidad. Señala en este sentido, que la reflexión humana sobre la naturaleza inanimada, luego sobre la vida y finalmente sobre las sociedades se basa al principio siempre en especulaciones, en la búsqueda de respuestas absolutas, definitivas y dogmáticas para todas las preguntas y en el empeño de encontrar una explicación para todos los sucesos de importancia afectiva para quienes formulan las preguntas en las acciones, los objetivos y las intenciones de determinadas personas a las que se considera como autores materiales. En el estadio metafísico, las explicaciones basadas sobre autores personales son sustituidas por explicaciones en forma de abstracciones personificadas. Comte tenía aquí presentes sobre todo a los filósofos del siglo XVIII, quienes explicaban muchos sucesos invocando abstracciones personificadas como la «naturaleza» o la «razón». Cuando finalmente los hombres alcanzan en una rama determinada del saber el estadio positivo o científico del pensamiento, renuncian a preguntar por comienzos absolutos y metas absolutas, que si bien pueden tener en sus sentimientos una gran importancia no son susceptibles de prueba a partir de observación alguna. Entonces la meta de su conocimiento se orienta a determinar qué tipo de relación tienen entre sí los acontecimientos observables. Las teorías, como podríamos decir en nuestro lenguaje actual, son modelos de interrelaciones observables. Comte mismo, de acuerdo en esto con el estadio de los conocimientos de su tiempo, hablaba aún de las «leyes» de relación. Nosotros hablaríamos, en cambio, de legalidades, estructuras o interrelaciones funcionales.
Pero para la continuidad del trabajo, más importante que el intento de solución propuesto por Comte es el planteamiento del problema que él hizo. Una teoría sociológica del conocimiento y de la ciencia no pude hacer abstracción de la cuestión de en qué modo y en relación con qué cambios sociales globales se produce la transición de unos tipos de pensamiento y conocimiento precientíficos a los científicos. Con un planteamiento así se quiebra la limitación tanto de la sociología del conocimiento anterior como de la teoría filosófica del conocimiento[8]. La sociología clásica del conocimiento se limita a tentativas de mostrar la conexión de las ideas precientíficas, las ideologías, con las estructuras sociales. Cuando se plantea la cuestión de las transformaciones sociales de carácter global en cuyo curso los esfuerzos precientíficos de conocimiento mutan en científicos se sale del círculo en el que se está confinado en cuanto se vincula el análisis de las relaciones entre las ideas y la situación social específica de sus portadores con un enfoque tendente a la relativización y a la desvalorización de esas ideas como meras «ideologías[9]». La ley de los tres estadios de Comte remite entre otras cosas a la posibilidad de contemplar la evolución de las formas de pensamiento y las ideas en relación con un desarrollo social más amplio sin necesidad de descartar a aquellas sencillamente como ideologías falsas, precientíficas. Más que dar respuestas a este conjunto de problemas, sin embargo, Comte lo enunció. Pero llamó claramente la atención en relación con un aspecto de la vinculación entre formas precientíficas y científicas del conocimiento que es de una gran importancia para la comprensión del desarrollo del conocimiento y, más aún, para la comprensión de todos nuestros conceptos y, no en última instancia, también de los lenguajes en general. Mostró que sin lo que él llama el tipo teológico de conocimiento, y que nosotros tal vez llamaríamos sencillamente religioso, la formación de un tipo científico es absolutamente impensable. La explicación que da de esto muestra de nuevo en qué escasa medida fue Comte un «positivista». Los hombres, señalaba, han de realizar observaciones para poder formular teorías. Pero también han de tener teorías para poder observar: «La inteligencia humana, en el momento de nacer, se habría visto encerrada en un círculo vicioso que nunca hubiese roto si, por suerte, no se hubiese abierto una salida natural gracias al desarrollo espontáneo de las concepciones teológicas[10]». Comte hace referencia aquí a un aspecto fundamental de la evolución humana.
Supongamos que nos remontamos a una época anterior, en la que el patrimonio social del saber era mucho menor de lo que es hoy. Para poder orientarse, los hombres necesitan un cuadro: global, una especie de mapa que les señale cómo se relacionan entre sí los diferentes fenómenos singulares que perciben. Actualmente forma parte de nuestro patrimonio de experiencias el convencimiento de que las teorías que señalan cómo se relacionan entre sí los hechos singulares son de la máxima utilidad para la orientación de las personas y para dar a estas la posibilidad de controlar el curso de los acontecimientos si se desarrollan en una permanente interrelación con las observaciones concretas. Pero los hombres de épocas anteriores no poseían todavía la experiencia necesaria para saber que es posible aumentar el conocimiento acerca de las conexiones entre hechos a través de observaciones sistemáticas. Consiguientemente, elaboraban modelos de las interrelaciones entre acontecimientos, indispensables para la orientación de las personas en su mundo, es decir, elaboraban lo que hoy llamamos teorías, como señalaba Comte, sobre la base de una capacidad espontánea del hombre para crear imágenes de la conexión entre los hechos con ayuda de la fuerza de la imaginación, de la fantasía. Esta explicación de la sucesión que Comte da en su ley de los tres: estadios subraya de nuevo la fecundidad de una teoría sociológica-evolutiva del conocimiento. Es apenas un comienzo, precisa de un examen más exacto, pero el modelo conceptual que está esbozando aquí merece una atención mayor de la que se le ha dispensado hasta el presente.