El naranjo da naranjas,

pero el santero hace santos.

Vengan a ver los que rezan

los primores de esa mano.

Un naranjo cargadito

con mil pintonas naranjas,

poco más y es de comerlas…

Pero él llega y pasa el habla.

—Lindo naranjo, y un santo

de su tronco yo le hiciera.

—Si te animas, buen santero.

(«Quién como yo lo tuviera…»).

Chas, chas… El hacha trabaja

sin merecer un descanso.

Hachazos que van y vienen,

naranjo se vino abajo…

De mañana se fatiga y,

sin descanso, a la tarde.

Viene la noche y lo encuentra:

—Hachita, dale que dale…

Limas, azuelas, martillos,

formones, cuchillas, sierras,

garlopas, lijas y tornos…

—¡Qué saldrá de tanta guerra!

Medio, medio es de decir

lo que saldrá y ha salido;

vengan ustedes a ver

esto tan largo y pulido…

(Este es el «compuesto» de un verdadero santero riojano, después que supo de la historia que sigue).