LA FLOR DE VIRA VIRA

E

sta que era una señora muy consentida y regalona. Su gusto era mirarse en el espejo y ponerse Solimán y agua perfumada para que la hallaran más buena moza que otro poco. Y su marido era buenazo, y tanto, que ya llegaba a ser más de medio sonso. Ella, que pasaba una vida zorzalina, hacía lo que quería con el pobre. Ya se traslucían algunas cosas que eran como para andar hablando solo de pura rabia.

Últimamente se había aficionado a un fraile buen mozo que venía a la casa a atender la capilla de la familia, y por esta razón y motivo todas las semanas se enfermaba la señora. Le daba una pataleta muy rara y ya largaba unos gritos terribles y ponía los ojos blancos y se quedaba dura. A fuerza de sobarla, medio volvía al conocimiento; pero se quejaba de un dolor que le subía y le bajaba por el cuerpo… ¡Uh…! Era como para llamar a las curanderas más mentadas, pero ella misma se sabía el remedio. Después de consolarlo al pobre de su marido, que se afanaba muchísimo, le decía:

Ya mismo te vais a la mar

a traerme vira vira.

Para yo poder sanar…

Y allá se iba el buenazo del marido; ¡a la mesma mar se iba! Cruzaba las cordilleras en su caballo, se allegaba a las orillas de la mar inmensa, recogía la flor de vira vira y se volvía, cada vez más sonso, adonde estaba la muy pilla de su mujer. Ella tomaba unos tecitos de flor de vira vira, con azúcar tostada, y se sentía muy de lo mejor. Pero a la semana siguiente le volvía la pataleta, y…

Ya mismo le vais a la mar

a traerme vira vira

para yo poder sanar…

Y como ya era una viva sonsera el pobre marido, ahí no más ensillaba su caballo, cruzaba las altas cordilleras y bajaba al plan de la mar a cosechar flor de vira vira para el mal de su señora. Y se volvía a su casa, pero a la siguiente semana era anudar el mesmo cuento de siempre.

Pero allí no se engañaba el compadre de él, que era avispado y las cazaba en el aire…

Tantas eran las visitas del fraile buen mozo, y tantas noches y días se quedaba en esa casa, que el compadre, no pudiendo ya aguantar más la rabia que lo soliviantaba contra la muy pilla de su comadre, se aventuró, al fin, a abrirle los ojos al asonsao de su compadre. Se lo contó todo y con pelos y señales. Y no solamente le contó todo, sino que hasta maquinó el justo castigo a los burladores. Y el marido, de tanta rabia que le vino, medio se avivó y se hizo otro…

Esto maquinaron los compadres:

En cuanto a la señora le viniera la pataleta y le pidiera el remedio milagroso, él ensillaría su cabalgadura y se haría el que partía para la lejana mar; pero en el primer recodo del camino daría media vuelta, volvería a su casa y se escondería en un petacón grandotazo que estaba en el comedor. Desde ahí podría ver, por unos agujeros del petacón, todo lo que pasaba…

El compadre, mientras tanto, rondaría por la casa en su mula baya, atento, por lo que puchas pudiera…

Dicho y hecho. En cuanto llegó el viernes, la pobre señora empezó a descomponerse. Se le torció la cara, charqueó los ojos y comenzó a grititos, y ¡ya se le descolgó el mal que daba miedo!

Al rato pudo hablar y ya dijo:

Ya mismo te vais a la mar

a traerme vira vira

para yo poder sanar…

El marido, haciéndose más sonso de lo que era, le contestó, tan sumiso:

Ya mesmo me voy, mujer,

y hasta la semana que viene

no voy a poder volver.

Y ya se fue al corral y ensilló su caballito, y luego enfiló para la mar, más tranquilo que el sol en su cielo… En cuanto dobló la senda detrás de unos chañares, le entregó el sillero a su compadre y él se volvió a pie y, en un descuido de todos, se metió en el petacón.

Al ratito no más cayó a la casa el fraile buen mozo. Venía más contento que unas pascuas y como con ganitas atrasadas de parranda… Sanita salió la señora, más paqueta y empolvada que una flor, y lo recibió con sonrisitas y remilgos. Ya mandó ella a la cocinera que se hiciera una buena cazuela de gallina, empanadas, un chanchito al horno y pastelitos dulces… Y para no quedarse atrás, sacó una guitarra y se la pasó al fraile, que había sido un guitarrero de mi flor. No bien templó el encordado, se descolgó con este cogollo:

Señora dueña de casa,

blanca flor de vira vira;

mientras su dueño se ausenta,

nuestro amorcito ¡que viva!…

Largaron las carcajadas los dos, pero en eso se oyó la voz del compadre que, en su mula baya, llegaba frente a la casa:

Compadre que está en el petacón:

atienda esa relación…

Y el marido, saliendo de su escondite, hecho una furia y empuñando un látigo cola de víbora, le contestó:

Compadre que está en la mula baya:

¡atájeme al fraile que no se me vaya!…