Quien en los campos desiertos

sabiduría atesore,

verá llamar a sus puertas

¡al Enemigo del Hombre!

Dos fuertes celos contrarios

miden con rigor extremo,

todo alentar, toda fuerza

que quiera trazar gobierno.

—¿Cuál es, pensador —pregunto—,

la lucha más sostenida;

la que siempre es renovada?…

—¡La de la Muerte y la Vida!

—Y en estas sierras y llanos,

¿cuáles son esas porfías

que miden rigor en armas?

—¡Las de la Cruz y el Mandinga!

Pensando… Me voy pensando

en las palabras tremendas.

¿Qué camino elegiré

al entrar en las contiendas?

—Muerte y Vida… Bien y Mal,

y entre la Cruz y el Mandinga,

¿cuál es el mal y es el Bien

si entre ellos tejen la vida?

—Mira una estrella en la noche,

y de día, al manantial…

Ellos señalan, muchacho,

el camino de tu andar.

(Razones contrapunteadas, compuestas por un viejo puntano para su muy estudioso sobrino).

Bien fina guardia pidieron

para volar mil espantos

y no faltó un mal guardián

¡que vino a vender su mano!

El gallo pinto cantó

del mal los siete rigores,

en los negados momentos

del Enemigo del Hombre.

Siete desmanes mayores

sus bajos ojos miraron.

Siete pecados sumó

en traición el mal cristiano.

… Ambición que descaminas

por las sendas descarriadas.

¡Qué de cuantiosos castigos

se cobrarán a tus faltas!

—Una palabra levanto

de mis pasos en defensa:

¿Qué le resta al hombre libre

si la miseria lo apresa?

Abierta puerta dejó

nuestro Dios al mal tremendo…

Por esa puerta se miran

¡tesoros tan placenteros!

No hay Mal ni Bien, y es la Vida

balanza de fiel en falso…

Solo quien triunfa es que goza

¡la gloria arriba y abajo!

(Contestación y defensa que dejó escrita a su tío el Mal Guardián antes de morir).