Puede que fuera por la simple necesidad de sobrevivir, pero tuve que mantenerme muy pendiente del funcionamiento de mi cuerpo. O tal vez fuera por mi entrenamiento Jhesta Tu. En cualquier caso, me doy cuenta de que estoy mejor preparado que el común de la gente para comprender las sutiles claves que me da mi alma inconsciente. ¡Son tantas las cosas que descubrimos sin darnos cuenta siquiera!

La ligereza de mi paso cuando abandoné Palmarisburgo, por ejemplo, ya fuera bajo la forma del Cigüeña o del Salteador de Caminos, me mantenía a flote; me sentía como si pudiera elevarme a metros del suelo. Con el camino hacia el Monasterio de Abelle despejado ante mí, las esperanzas de ver a ese hombre, Bran Dynard, mi padre, impregnaban todo mi ser y me levantaban el animo.

Conscientemente ni siquiera pensaba en ello. Conscientemente me decía, me advertía de que todo ese viaje tal vez no fuera más que un aplazamiento. El verdadero camino era el que iba hacia el sur y hacia el este, pero yo estaba —deliberadamente— a mucha distancia de él.

Sin embargo, a pesar de mi sentimiento de culpa, sentía esa ligereza de forma clara y nítida, como una sensación de nerviosismo, y sólo porque había conseguido demorar y dejar a un lado mi enfrentamiento con mis peores temores.

Lo cierto es que durante ese camino a la iglesia matriz de La Orden Abellicana tenía la sensación de estar avanzando en mi viaje, de estar dando un paso muy importante y apasionante.

Me preguntaba si estaría traicionando a Garibond, a mi amado padre de hecho, al que me había criado y tolerado mis disminuciones sin quejarse, el que me había amado sin condiciones y sin vergüenza. Parecía como si mi camino me estuviera llevando hacia el hombre que me había engendrado, y por eso lo recorría con ansiedad. ¿Qué repercusión tenía eso sobre Garibond y sus sacrificios?

¿Y qué expectativas tenía realmente respecto de ese hombre, Bran Dynard?

¿Y por qué no había vuelto a buscarme? Más de dos décadas habían pasado desde su partida de Prydburgo y él no había vuelto a buscar a Sen Wi ni a su hijo.

Mientras considero estas cuestiones, mi mente vacila y se estremece, y se dispara en mil direcciones no deseadas. Y para todo ello no tengo respuestas verdaderas, lo reconozco, porque no sabré qué siento por Bran Dynard hasta que me haya encontrado con él. No sabré en qué medida afectara esto al legado de Garibond hasta que haya pasado mucho tiempo, estoy seguro.

De hecho, esa es la pregunta más difícil de responder; porque la verdad es clara y sin embargo está ensombrecida por la culpa, el más opaco de todos los velos. Quise y todavía quiero a Garibond desde lo más hondo de mi corazón y de mi alma. ¡Me arrojaría a una hoguera por salvarlo! Haría cualquier cosa, lo que fuera, para hacer que regresara.

Del que me engendró no estoy tan seguro. Sobre Bran Dynard sólo tengo expectativas para guiarme en mis consideraciones previas.

Bueno, sólo eso y el Libro de Jhest, el volumen manuscrito por él, o copiado por él al menos. La naturaleza de su contenido implica que nadie que no tuviera una comprensión adecuada del libro podría reflejar adecuadamente sus matices más sutiles. Tal vez ese libro siga siendo la paradoja de mi conflicto interior, la fuente de mi inquietud, de mi agitación.

Porque quisiera desesperadamente conocer al hombre que escribió el libro, ese volumen maravilloso que me liberó de mi abyecta indefensión, aunque no tuviera ninguna otra conexión conmigo, de sangre o de otra índole, más que la que siento en mi corazón con lo que escribió. Es eso lo que me hace sentir realmente cómodo en mi viaje.

¿Cómo podría ser de otro modo? Deseo conocer al hombre que escribió ese libro maravilloso y deseo conocer a los místicos que viven las lecciones de ese libro en su existencia diaria. Y este viaje es incluso más seguro que eso, porque, sea cual sea el resultado de mi encuentro con Bran Dynard, queda el Sendero de las Nubes. Subsiste la esperanza.

¿Es este, pues, un paso adecuado para mí? A pesar de todos mis otros temores respecto de ese extraño, casi no tengo expectativas de encontrar a un padre, de modo que sospecho que no puedo quedar decepcionado, y sea cual sea la filosofía que Bran Dynard pueda defender ahora, o sea lo que sea lo que pueda ofrecerme para favorecer mi recuperación, ya me ha dado tanto que no puedo albergar ira contra él.

O quizá sí. Tal vez mi enfado por su negativa o imposibilidad de volver a Sen Wi y a mí represente un dolor más grave de lo que supongo, una espina clavada en mi corazón más hondo de lo que soy capaz de entender.

Y así, con un suspiro de resignación, debo admitir que tal vez el único consuelo real de este viaje sea que me permite posponer la marcha aún más aterradora al Camino de las Nubes.

BRANSEN GARIBOND