Sin posibilidad de elegir
Después de una travesía veloz y sin contratiempos por el golfo, gracias a que el viento del oeste de fines de verano le hinchaba las velas, el Soñadora se deslizó hacia el muelle de Pireth Vanguard, el asentamiento mas antiguo de Honce en la tierra del mismo nombre. Callen, Cadayle y Bransen se encontraban a proa, observando cómo atracaba el barco junto al largo muelle.
—Lo encontraremos —dijo Bransen en un susurro mientras mantenía apretada en la mano la piedra del alma y con la otra mano asía la de Cadayle, que le dio un apretón cariñoso como respuesta.
—Y tú hallarás tus respuestas y algo de paz —dijo Callen—. No hay nadie que lo merezca más.
—Seremos los primeros en bajar, antes de que se lancen todos en tromba —decidió Cadayle.
—Con vuestro perdón, buena dama… buenas damas y caballero, pero el capitán McKeege quiere veros en su camarote —dijo una voz a sus espaldas que hizo que se volvieran los tres (porque Bransen, llevado por la sorpresa, se dio la vuelta sin la menor vacilación) y se encontraran ante un joven marinero, al que reconocieron como el grumete del Soñadora, al que la tripulación le había puesto el mote de Pisaboñigas.
—¿No debería estar él aquí fuera dirigiendo el atraque? —preguntó Callen.
Pisaboñigas se encogió de hombros.
—Cualquiera de la tripulación puede hacerlo. El capitán esta en su camarote y me envió a buscaros.
—Condúcenos hasta él, pues —dijo Cadayle, y les hizo un gesto de indiferencia a sus dos compañeros—. Tanto da que nos reunamos con él en la ciudad o aquí mismo.
Siguieron al grumete hasta el camarote del capitán, situado en la cubierta superior. Dawson estaba solo, esperándolos con una botella de ron y cuatro vasos de metal sobre su escritorio.
—Buena travesía —dijo a modo de saludo cuando entraron. El grumete pidió la venia para marcharse y cerró la puerta detrás de ellos—. Ha sido una travesía como pocas he hecho, incluso en la mejor época del año.
Les indicó que se sentaran en las tres sillas que había colocado frente a su escritorio. Mientras las dos mujeres ayudaban a Bransen, Cadayle observó una mueca curiosa en el rostro de Dawson. No sabía con certeza lo que anunciaba, pero en cierto modo le pareció fuera de lugar.
—Esperaba que tomarais una copa conmigo —explicó Dawson cuando se hubieron acomodado. Echó algo de ron en su propio vaso, que ya contenía un poco, según pudo ver Cadayle, y después en el de Callen y el de Cadayle. Hizo una pausa, sosteniendo la botella encima del vaso que había delante de Bransen.
—Será mejor que no —observó Callen. Dawson asintió y retiró la botella antes de dejarse caer en su silla.
—Por los buenos amigos —dijo alzando su vaso.
—Por encontrar al padre Dynard —añadió Cadayle.
—Claro, Dynard —concedió Dawson después de beber un sorbo—. No sé con certeza en que templo estará, pero lo sabrán en Pellinor.
—¿Es un viaje muy largo? —preguntó Callen—. Si lo es, deberíamos conseguir una carreta para Bransen.
—Una o dos semanas. Os llevaremos a los tres hasta Tanadoon, una pequeña ciudad a unos cuantos kilómetros tierra adentro. Allí tienen muchas casas nuevas aguardando a que alguien, cualquiera, las ocupe. También vamos a instalar allí a unas cuantas familias de nuestros nuevos soldados, de modo que tendréis como vecinos a algunos de los que habéis conocido durante nuestro viaje, y todos tendréis vuestras propias casas y grandes parcelas de terreno. —Y, con una risita, explicó—: ¡Tenemos madera para más casas de las que puede ocupar nuestra gente! Es nuestro deseo que lleguéis a amar esta tierra tanto como yo. Es una vida dura, pero vale la pena, sin duda, y Vanguard da la bienvenida a personas como vosotros. Volvió a alzar el vaso para brindar otra vez, pero esta vez se quedó solo.
—No veo cómo podría encargarse mi esposo —dijo Cadayle.
—Claro —replicó Dawson, y otra vez sorprendió Cadayle ese destello de sonrisa demasiado cómplice—. Entonces debería apresurarme para que vosotros tres, y tal vez el hermano Dynard, pudierais volver a atravesar el golfo antes de las nieves invernales.
—Sí, eso estaría bien —dijo Cadayle, y recibió un codazo de su madre.
—No seas tan desagradecida, hija —la reconvino Callen.
—Todos nos volvemos impacientes cuanto estamos a punto de conseguir algo —dijo Dawson con una sonrisa—. Los pasos más desesperados son los tres últimos que nos llevan hasta la puerta ¿no?
El desfile de más de cien personas, incluidas la mayor parte de la tripulación de Dawson y una guarnición de Pireth Vanguard, se puso en marcha ese mismo día. El camino hasta la nueva ciudad de Tanadoon no era más que una pista.
¡Que era nueva era evidente! El olor a madera recién cortada salió al encuentro de la caravana cuando entraron por la puerta sudoriental de la aldea, rodeada por un vallado de madera. Dentro se encontraron con una hilera de casas pulcramente alineadas, todas con un aspecto muy similar. Unas cuantas estaban ocupadas por familias que se habían trasladado desde el interior de Vanguard, pero la mayoría estaban vacías, a la espera.
—Tal como se os prometió —dijo Dawson cuando todos estuvieron dentro—, incluso los hombres sin familia podéis reclamar una vivienda. Dos hombres por casa si no tenéis familia, por favor. Aunque sólo pasaréis en ella esta noche, sabréis que tenéis un lugar al que volver cuando hayáis pagado la deuda que tenéis con la dama Gwydre.
No hubo ninguna ovación, cosa que sorprendió a Cadayle mientras observaba los rostros serios de los allí reunidos. La mayor parte eran prisioneros del laird Delaval, unos cuantos del laird Ethelbert, y ninguno parecía muy satisfecho de estar allí.
El trío no tardó mucho en encontrar una casa. Estaba escasamente amueblada, pero tenía paja suficiente para hacer unos lechos confortables, y los hombres de Dawson acudieron con provisiones en abundancia: comida y barriles de agua e incluso un mapa rudimentario de la zona en el que estaban incluidas las indicaciones para ir hasta un río cercano.
—No está tan mal —dictaminó Callen esa misma noche, cuando los tres estaban sentados alrededor de un candil, compartiendo una torta—. Me refiero al conjunto. La casa, la comida y la bienvenida de nuestros anfitriones. Dawson McKeege es un hombre bueno y generoso.
—Me temo que en demasía —dijo Cadayle, pero Callen se burló de ella y rechazó sus sospechas.
A la mañana siguiente, los hombres que habían ido a servir a la dama Gwydre partieron de la ciudad hacia batallas lejanas, dejando algunos de ellos esposa e hijos tras de sí. Eran en total unas veinte personas que se sumaban al número de los ya asentados en Tanadoon. La aldea había sido construida para albergar con facilidad a cerca de trescientas personas, pero no habría más de una cuarta parte de esa población cuando Dawson se marchó.
—Volveré pronto con noticias de Bran Dynard —le prometió Dawson a Bransen desde su alazán. Saludó a Cadayle llevándose la mano al sombrero y luego, con más descaro, saludó a Callen (lo cual hizo que Cadayle parpadeara más de una vez mirando a su madre). Por fin partió, encabezando la fila de la milicia, por la misma puerta por la que habían llegado la noche antes.
—Odio las esperas —susurró Bransen.
—Volveré en cuanto pueda —lo tranquilizó Callen con confianza sorprendente, lo cual volvió a desconcertar a Cadayle.
—¿Madre? —le dijo con una mirada inquisitiva.
—Es un buen hombre —respondió Callen. Dicho esto se dio media vuelta y se encaminó hacia la casa que habían elegido.
—Se está encariñando con Vanguard —apuntó Bransen.
—Es un lugar difícil para el Cigüeña —replicó Cadayle, cambiando de tema.
Bransen se volvió a mirarla.
—Cualquier sitio es difícil para el Cigüeña —dijo, tratando por todos los medios de hablar en voz baja para no poner en peligro su disfraz. Estaba agitado. La suya no era tarea fácil.
—Lo sé —dijo Cadayle—. Cuanto antes estemos fuera del alcance de Ethelbert o de Delaval, tanto mejor.
—Deberíamos habernos dirigido hacia Behr en lugar de venir hacia el norte —se lamentó Bransen volviéndose para marcharse y simulando un tropiezo cuando pasaron otros dos habitantes del lugar.
—Buscamos respuestas, y vamos a donde nos llevan nuestras preguntas —respondió Cadayle—. Ahora es Vanguard, pero tal vez no estemos tan lejos de Behr como piensas. Dawson ha estado allí varias veces, en una ciudad a la que llamó Jacintha. La travesía dura toda una estación, pero él ya la ha hecho y promete repetirla.
Bransen no dijo nada, y a Cadayle le pareció que se había relajado. Lo ayudó a volver a la casa, donde iba a pasar los días siguientes esperando con ansiedad el regreso de Dawson con noticias, tal como había prometido.
Dawson volvió al finalizar la semana siguiente, rodeado por una veintena o más de soldados, incluidos varios de los hombres que se habían embarcado hacia el norte con Bransen, Cadayle y Callen. No obstante, la mayor parte de los que lo acompañaban llevaban tiempo sirviendo en la guardia de Vanguard y estaban endurecidos por años de combates. Su forma de cabalgar, de desmontar, la facilidad con que aparecían las armas en sus manos, lo revelaban claramente.
—Hermosa mañana a la que embellece más la presencia de tan hermosas damas —dijo Dawson cuando el trío salió a saludarlo. No desmontó como lo habían hecho los guerreros armados que lo flanqueaban.
Bransen intentó decir algo, pero se paró en seco y dio la impresión de que iba a caerse de no haberlo sujetado Cadayle y Callen en el último minuto (en una coreografía perfecta).
—Eso no era necesario —dijo Dawson.
—Bueno, no vamos a dejar que se dé de bruces contra el suelo ¿no? —dijo Callen.
—Lo que quería decir es que él no necesita eso —explicó Dawson y los tres lo miraron con curiosidad—. Tú, Bransen Garibond. No necesitas llevar aquí el disfraz de tullido.
Bransen trató atropelladamente de decir algo y empezó a babear. En realidad no estaba simulando, porque había soltado la piedra del alma.
—No te burles de mi marido —le reprochó Cadayle.
—¿Tu marido, el Salteador de Caminos? —preguntó Dawson.
—No sé de qué me hablas —dijo Cadayle y enderezó a Bransen, afirmándolo sobre sus pies, antes de dar un paso decidido hacia Dawson—. ¿Has venido a burlarte de nosotros? Nos prometiste noticias del hermano Bran Dynard…
—Está muerto.
Eso le restó ímpetu a Cadayle, pero Bransen soltó un sonido gutural, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
—Lo siento… de veras —dijo Dawson, y parecía sincero a pesar de lo confusa que era aquella situación—. Bran Dynard murió hace más de veinte años, cuando iba de camino al Monasterio de Abelle. Nunca lo consiguió. Los hermanos creen que fue un ataque de los powris, lo cual parece probable, ya que, aunque los Dominios estaban relativamente en paz en aquellos momentos, todavía había muchos powris por allí.
—¿Muerto? —farfulló Bransen. Pensó en el Libro de Jhest, su salvación, y le pareció tan incongruente que el hombre que había escrito un libro tan magnífico pudiera haber tenido semejante muerte. «El hombre que lo había escrito», dijo para sí y se dio cuenta de que se estaba refiriendo a su padre. No sabía qué sentir. Quería refutar las palabras de Dawson, pero ni siquiera estaba seguro de si quería hacerlo porque Dynard había escrito el libro y tal vez tuviera alguna respuesta para él, o porque Dynard era su padre.
¡Su padre! ¡Muerto! Bransen no estaban tan sorprendido como habría pensado. Tanto tiempo y ni una palabra… Un hombre al que nunca había conocido… Nunca sabría…
—¿Cómo te has enterado? —quiso saber Cadayle. De pronto parecía que tartamudeaba casi tanto como su esposo, y ese simple hecho sacó a Bransen de su confusión.
—Me lo dijeron los hermanos del Monasterio de Abelle.
—¡Nos mentiste! —dijo Cadayle. A su lado, Callen se tapó la boca, horrorizada, y lanzó un grito ahogado.
—Así es, lo reconozco, pero lo hice por vuestro bien —explicó Dawson con toda la calma—. ¡Y deja ya de tambalearte y de babear, hombre! ¿Realmente pensabas que podrías recorrer la tierra del uno al otro confín con un disfraz tan obvio? Se dio aviso a todos los templos de Honce para que estuvieran prevenidos contra el hombre al que ellos llamaban el Cigüeña, que había matado al laird Prydae y había abandonado el Dominio de Pryd ocasionando gran revuelo.
—¡Eso es mentira! —dijo Cadayle.
—Por favor, buena dama, no soy vuestro juez —dijo Dawson desmontando, aunque varios de los guardias de aspecto temible que tenía a su alrededor se pusieron evidentemente nerviosos ante ese movimiento—. Los hermanos del Monasterio de Abelle tampoco querían juzgarlo, pero lo habrían hecho de no tener elección… en realidad, pensaban que no tenían elección, pero yo les hice una oferta que nos beneficiaba a todos.
—¡Embustero!
—¡Y gracias a eso tu esposo sigue con vida!
—¡Ya basta! —dijo Bransen, sobresaltándolos a todos con la repentina potencia de su voz.
Durante unos instantes todos se quedaron callados, hasta que Dawson hizo una profunda reverencia y dijo:
—Bienvenido, Salteador de Caminos. Tu fama te precede.
Bransen lo miró con dureza.
—Si no hubiera dicho nada, si te hubiera dejado allí, los hermanos del Monasterio de Abelle te hubieran entregado encadenado al primer terrateniente leal al laird Delaval. No deseaban hacerlo, pero seguramente se habrían visto obligados. Seguro que puedes entenderlo.
Bransen no respondió. Ni siquiera se movió.
—Cuando ibais de camino, se os adelantó el hermano Fatuus, del Monasterio de las Preciosas Reliquias de Palmarisburgo —explicó Dawson—. Llegó con noticias del Cigüeña, el Salteador de Caminos. Esperaban tu llegada antes de que te acercaras siquiera a Refugio. Yo les propuse un trato, por tu bien, para beneficio de mi dama, y para liberar a los hermanos de su penoso deber.
—El de traerme a ti para luchar en la guerra de tu dama —supuso Bransen.
Dawson hizo un gesto de impotencia.
—Necesitamos desesperadamente guerreros fuertes y, como ya dije, tu fama te precede. El mayordomo en funciones del Dominio de Pryd nos advirtió a todos de vuestra destreza con la espada. Se dice que eres letal.
—No quiero tomar parte en tu guerra —dijo Bransen, y Cadayle lo cogió fuertemente por el brazo.
—Me temo que no tienes elección —dijo Dawson—. No tienes a dónde ir, ni tampoco tus bellas compañeras.
—¿Acaso las amenazas? —La voz bronca de Bransen hizo que los soldados aproximasen sus monturas.
—La nuestra es una lucha justa —dijo Dawson—, no como esa carnicería sin sentido del sur. Combatimos contra goblins y trolls del hielo, con todas esas pequeñas criaturas brutales. Y también contra asesinos bárbaros y paganos, que se deslizan por las noches y matan a nuestros hijos mientras duermen. Luchamos contra los samhaístas, y tengo entendido que tú tampoco les tienes simpatía.
—Parece que oyes muchas cosas.
—Es cierto —dijo Dawson con una inclinación de cabeza, transformando el sarcasmo en un cumplido—. Lamento mi mentira y pido perdón humildemente. De no ser por ella haría tiempo que tú estarías muerto y tu bella esposa viuda pero, a pesar de todo, la mentira me dejó un regusto amargo. No obstante, ahora eso carece de importancia porque lo hecho, hecho está.
—No tienes más que dejarnos ir —dijo Bransen.
—¿Ir adónde?
—A cualquier lugar que no sea este.
—¿Entonces cruzaréis el golfo a nado? ¿O lo bordearéis por el oeste, atravesando territorio salvaje, donde los monstruos, los felinos y los osos hambrientos abundan más que los árboles? Sé razonable. No tienes elección.
—Encontraremos un barco que zarpe rumbo al sur, a Honce. O incluso a Behr.
—Ninguno se hará a la mar antes de que acabe el invierno.
—Entonces esper…
—¡Basta ya! —dijo Dawson, endureciendo repentinamente el gesto y montando en su corcel—. Basta ya, Salteador de Caminos. Ya te buscan y estás condenado en el sur, donde la sentencia sería la muerte. Yo te ofrezco esta alternativa. Marcharás con las fuerzas de la dama Gwydre, junto con muchos de los hombres con los que compartiste la travesía hasta Pireth Vanguard, en una honrosa campaña. Nos encontramos en una situación desesperada y sólo te estoy pidiendo que entres a nuestro servicio.
—¿Y eso significa…?
—Significa que si te niegas, tu vida está en juego.
Bransen entrecerró los ojos y enderezó los hombros.
—Y también las vidas de tus compañeras.
Si Dawson hubiera hecho girar a su caballo para que diera a Bransen una coz en pleno rostro, el golpe no hubiera sido mayor.
—¡Cómo te atreves! —rugió Bransen, pero Dawson apartó su caballo tirando de las riendas y empezó a alejarse mientras los guardias montados rodeaban a Bransen y a las dos mujeres.
—Despídete de ellas, Salteador de Caminos —insistió Dawson—. Nos marchamos ahora. Préstanos buenos servicios durante la campaña invernal. Si repelemos a las hordas samhaístas, volverás y todos tus delitos quedarán perdonados. Te ofrezco pasaje a cualquier lugar del mundo adonde pueda llevarte el Soñadonz. —Detuvo su caballo y se volvió, cruzando la mirada con el furioso Bransen—. Es la mejor oferta que te harán jamás, Salteador de Caminos. Legalmente, puedo hacer que mis soldados te maten ahora mismo, siguiendo órdenes de la propia dama Gwydre. Recoge tus cosas y despídete. Hoy tenemos una larga cabalgada por delante, y otra aún más larga mañana.
Desde el día en que se enteró de la ejecución de Garibond, no había sentido Bransen un vacío interior tan profundo. En su cabeza sólo había cabida para un pensamiento: una oportunidad perdida. ¡No sabía qué sentir ni cómo interpretarlo! Esa confusión hacía que se sintiera culpable, y la culpabilidad aumentaba su confusión. Tenía toda la sensación de ser arrastrado hacia el fondo por una vorágine.
¡Dawson McKeege los había embaucado con tanta facilidad! La trampa que aquel astuto hombre había construido alrededor de ellos, le parecía la más inviolable que hubiera conocido. Se quedó sentado en la pequeña casa que los tres habían tomado como suya, con la espalda apoyada contra la puerta y la piedra del alma sujeta sobre la frente por el pañuelo de seda negra.
—Podríamos salir por la ventana de atrás —le dijo Cadayle mientras le ataba al brazo derecho la tira de seda que había pasado a ser meramente ornamental ahora que se había revelado su identidad—. Estaríamos en la espesura del bosque antes de Dawson y sus hombres se enteraran siquiera de que nos habíamos marchado.
Bransen negó con la cabeza.
—¿Marcharnos? ¿Adónde? Ese bosque no tiene fin. Aun cuando tú y yo lo consiguiéramos, tu madre no es joven.
—Entonces vete tú —dijo Cadayle—. Vete, Bransen, te lo ruego. No quieres ir a la guerra, no tienes el corazón de un soldado. Cuando te enfrentes a otros hombres, a alpinadoranos, que no te han hecho ningún mal ¿disfrutarás matándolos?
—No tengo elección —dijo Bransen, haciéndose eco de las palabras de Dawson.
—¡Corre! —le rogó Cadayle.
—Y eso os dejará a ti y a Callen a merced de la dama Gwydre. Ya oísteis la advertencia de Dawson.
—Dawson no nos hará daño.
—Lo hará, señora. —La voz de Dawson llegó desde la puerta—. Es lamentable, pero cierto.
Bransen entrecerró los ojos y miró al hombre con odio. Por instinto, llevó la mano hacia la empuñadura de su fabulosa espada, pero no podía negar la verdad de la lógica de Dawson, que los monjes lo habrían matado para librarse de la furia del laird Delaval.
—No te das cuenta de lo desesperados que estamos —prosiguió Dawson—. Nos están empujando hacia el golfo. Aldeas enteras han sido pasadas a degüello por los samhaístas y sus monstruosos secuaces. ¡Aldeas enteras! Mujeres y niños e incluso animales. No os engañé por gusto. Mi mentira no hace que me sienta listo ni feliz, pero por tu propio bien te ruego que no desoigas mis palabras de advertencia.
Miró a Bransen.
—Ahora, nos vamos —concluyó.
Sorprendida por el giro repentino de los acontecimientos, Cadayle estrechó a Bransen entre sus brazos. Callen se acercó y se sumó al abrazo. Los sollozos sacudían los hombros de las dos mujeres.
Bransen besó a Cadayle en la mejilla y le enjugó las lágrimas, aunque vendrían más a continuación.
—Volveré contigo —prometió—. No tengas la menor duda. —Dicho esto la apartó con firmeza y se fue tras Dawson.