A la mañana siguiente, cuando Sally se despertó, tardó unos segundos en recordar dónde estaba. Por alguna razón, sintió que estaba de vuelta en su habitación de la casa de Bristol. Tal vez fue el hecho de que estaba nublado y hacía menos calor que en Singapur. Sally creyó, solo por un instante, que pronto oiría a Miss Field entrando en su habitación, preparando su ropa y diciéndole qué había para desayunar. En breve oiría los pasos de su padre bajando las escaleras y saludando jovialmente a cualquier criado que se encontrara en su camino.
Sin embargo, la fantasía solo duró unos segundos. No tardó en recordar que estaba en Aberdeen Hill. No sentía el aroma del jabón que usaba Miss Field para lavar la ropa y que traía consigo cada mañana, ni tampoco el olor de las tostadas y el café de Theodore trepando por las escaleras y entrando tímidamente en su habitación. No cabía duda de que estaba en Hong Kong. Sin embargo, se dejó llevar un poco más por esta fantasía del pasado y se tapó con la sábana e intentó con todas sus fuerzas imaginar al viejo pintor bajando al comedor, sentándose en su silla y tomando su café, esperando a que Sally se reuniera con él para desayunar juntos.
Alguien llamó a la puerta y la fantasía se esfumó rápidamente; la imagen de Mei Ji muerta volvió a su mente como un latigazo violento y directo.
—Sally. Soy yo, Zora —susurró la chica desde el otro lado de la puerta. Sally le indicó que podía pasar y la chica, aún en bata y camisón, pasó y se sentó al pie de la cama. En ropa interior parecía más pequeña de lo que era y Sally no pudo evitar pensar que su dulce amiga nunca se había parecido tanto a una muñeca como en este momento—. ¿Cómo has dormido, Sally?
—Creo que bien —contestó la chica. Sabía que había tenido pesadillas, pero no podía recordar nada a excepción de que un bebé aparecía en ellas—. ¿Y tú? ¿Has estado bien en nuestra habitación de invitados? ¿Tienes mareos?
—Estoy bien, estaba tan cansada por el viaje que he dormido plana. De un tirón. —Zora cogió la sábana con los dedos y empezó a jugar, nerviosa—. Anoche no tuvimos la oportunidad de hablar de lo que te contó Mistress Kwong…
—No, lo siento, estaba tan… —Sally se detuvo a buscar la palabra: ¿sorprendida?, ¿abrumada?, ¿triste?— sobresaltada. Pensé que la mejor opción era ir a dormir directamente y dejar que las cosas se calmaran.
—Mistress Kwong no te tendría que haber gritado así… —empezó Zora, pero Sally la interrumpió.
—Tal vez no, pero tenía razón. Yo fui quien se llevó a Mei Ji a casa de los Abbott. Fue mi decisión. También lo fue postergar su vuelta a Aberdeen Hill y todo porque no quería estar sola con los Abbott. Yo sabía que algo iba mal, no exactamente el qué, pero podía ver lo infeliz que Mei Ji era y lo ignoré. Fui una egoísta y, cuando tuve la oportunidad de mejorar las cosas, en lugar de quedarme, me marché sin más a Singapur. Ella era mi responsabilidad y ahora está muerta. —Sally cerró el puño y tragó saliva. Se odiaba a sí misma y, por primera vez, sintió que también odiaba a los Abbott con todas sus fuerzas.
—No seas tan dura contigo misma —intentó consolarla su amiga.
—¿Qué hago si no? Una persona ha muerto por mi culpa, y su bebé… —Sally miró a un lado. No podía acabar la frase.
—Los padres de Mei Ji se llevaron a la niña. Al menos estará con ellos, no dejarán que nada malo le pase.
—Oh, Zora, ¡no seas ingenua! —dijo Sally sin poder ocultar la rabia—. Ya oíste a Mistress Kwong; los padres de Mei Ji son pobres campesinos de arrozal. No tienen dinero para mantener a una hija. Las niñas no tienen el mismo valor que un varón. Dijo que seguramente la venderían. Siendo una niña y, si tiene suerte, y sobrevive, podría acabar de criada. Sin embargo, la podrían vender a una familia que la quisiera como futura tercera o cuarta esposa, y, sin nadie que la protegiera, le esperaría una vida llena de humillaciones. Pero —Sally se detuvo para tragar saliva—, siendo tan pequeña, muchos querrían sacar provecho del coste de su crianza vendiéndola. ¡Venderla! —repitió Sally sin poder borrar de su cabeza lo que Mistress Kwong les había explicado la noche anterior.
Poco después de que Sally se marchara, Mistress Kwong empezó a notar que algo no andaba bien, y pronto se dio cuenta de que Mei Ji estaba encinta. En el momento en que el intento de aborto no funcionó, y era evidente que el bebé no quería darse por vencido, decidieron que mantendrían a Mei Ji lo más escondida posible a la espera de que Sally pudiera volver a Aberdeen Hill y ayudarles. Los padres de Mei Ji se negaron a tener a su hija y al hijo bastardo en su casa, así que tuvieron que mantenerla en Aberdeen Hill. Por suerte, Mister Williams estaba de vuelta en Inglaterra y nadie visitaba la casa y fue fácil convencer a Charlie de que guardara el secreto. Nadie pudo contactar con Sally porque, no solo no había dado una dirección, sino que tampoco había dicho el nombre de la amiga a la que estaba visitando en Singapur. Una noche, Mei Ji dio a luz a la niña en la caseta de los criados, asistida únicamente por Mistress Kwong. Según esta, la niña nació bien, con buenos pulmones. Era pequeñita y peluda como un mono, fuerte y testaruda. La criada se pasó la noche sentada al lado de la madre y el bebé. Por la mañana se fue a la casa principal para preparar sopa de arroz para Mei Ji. En cuanto salió de la casa principal, le sorprendió el llanto desconsolado de la recién nacida. Cuando llegó, en la caseta se encontró al bebé solo en el suelo, cuidadosamente cubierto con las mantas. En el fondo, sobre la cama y rodeada de un charco de sangre, yacía el cuerpo sin vida de Mei Ji. Se había rajado el cuello con un cuchillo.
Mistress Kwong tuvo que mandar a avisar a los padres de la muchacha. El padre llegó al cabo de cuatro días. El hombre no era más que un campesino venido a menos, se negó a pagar el funeral y se llevó a la niña. Mistress Kwong le suplicó que dejara el bebé en Aberdeen Hill, pero el padre se llevó a la niña como compensación por la deshonrosa muerte de su hija. Técnicamente, la niña hubiera pertenecido a Sally si esta hubiera comprado los derechos a Mister Williams, el dueño de Aberdeen Hill. Pero Mister Williams estaba en Londres y Sally no estaba en Hong Kong. El padre de Mei Ji amenazó con decir a la guardia que ella había asesinado a su hija y Mistress Kwong no tuvo más remedio que dejar que se llevara a la recién nacida.
Sally y Zora bajaron para desayunar y se encontraron con una Mistress Kwong más sosegada. Las chicas se sentaron sin decir nada, tanteando a la criada, que parecía nerviosa y con ganas de hablar. Finalmente, Sally le preguntó si estaba mejor:
—Sí, perdona, Miss Evans. No tendría que haberme puesto así… Han sido demasiadas cosas a la vez. —Sally no podía creer que Mistress Kwong, siempre orgullosa y soberbia, le estuviera pidiendo perdón, a la vez que empezaba a tutearla, todo un signo de confianza.
—Lo entiendo. Todo ha sido por mi culpa. Todo.
—Bueno, todo no —dijo Mistress Kwong con convencimiento, y ella y Sally se miraron. Sally agradeció ver empatía en los ojos de la anciana, y, si Mei Ji no estuviera muerta seguro que las dos se hubieran echado a reír.
—He pensado… —Sally no sabía cómo decir lo que tenía que explicarle—. Zora y su marido se van a Inglaterra y me voy a ir con ellos. La razón por la que he vuelto es para recoger mis cosas y pedirles que, si están de acuerdo, les podría comprar a Mister Williams y podrían venir con nosotras. —Mistress Kwong se quedó pálida y sus facciones, que hacía un momento se habían suavizado, se volvieron a endurecer—. No hace falta que me responda ahora —se apresuró a decir Sally antes de que Mistress Kwong tuviera tiempo de gritarle otra vez—. Primero hay algo que tengo que hacer. He pensado que debería ir a buscar a la niña de Mei Ji y traerla conmigo. Tenías razón, Mistress Kwong, fui una egoísta. Ahora es mi responsabilidad recuperar al bebé y asegurarme de que esté bien. —En cuanto dijo esto, Sally se quedó mirando al suelo. No se atrevía a mirar ni a Zora ni a Mistress Kwong. Durante la noche anterior, y completamente sobresaturada de emociones de rabia y tristeza, decidió que necesitaba salvar a ese bebé.
—¿Estás segura? ¿No es algo peligroso para una mujer occidental salir de la península? —preguntó Zora llena de preocupación—. ¿No puedes hablar con la guardia o contratar a alguien para que busque a la niña?
—La guardia no se va a preocupar de la hija bastarda de una sirvienta china y no creo que nos podamos fiar de nadie para hacer el pago y traer al bebé —reflexionó Sally—. Parece una locura, pero creo que debo hacerlo. —Sally volvió a hacer una pausa y luego añadió—: Ya sé que habéis incinerado a Mei Ji, pero me gustaría que llevarais a término el ritual del funeral según la tradición… yo lo pagaré.
—Muy bien —respondió Mistress Kwong con la voz algo quebrada—. Pero tienes que saber que se llevaron a la niña cuando solo tenía unos pocos días. Los niños pierden mucho peso al nacer si no se les cuida apropiadamente. La aldea de los padres de Mei Ji está en la península, en Kowloon. Probablemente a más de un día de camino y no me extrañaría que estuviera muerta. Y, si no lo está, ya la habrán vendido. Tienes que marcharte cuanto antes, y, además, necesitas a alguien que hable cantonés.
—¿A un día de camino? Pero nos marchamos dentro de cinco días… —Sally pensó con rapidez y se volvió hacia Zora, quien, hasta ahora, había estado escuchando sin decir nada—. ¿Entiendes que tengo que hacer esto, verdad? —Zora asintió y Sally continuó—: ¿Entonces, puedes quedarte aquí a empaquetar todas nuestras cosas? Yo iré a buscar al bebé de Mei Ji.
—Me parece bien —dijo Zora—. Pero no puedes ir sola. Necesitas ir con alguien que pueda hacer de intérprete.
Tanto Zora como Sally miraron a Mistress Kwong.
—Yo iré contigo —dijo la criada—. Pero soy lenta y vieja, tendrás que tener paciencia.
—Yo ir, yo ir. —En este momento, Siu Wong y Siu Kang entraron en el comedor desde el jardín y se dirigieron a Sally—. Yo valiente y yo puedo ir; yo no viejo como Mistress Kwong.
—¿Desde cuándo has aprendido a hablar inglés? —dijo Sally sorprendida. El crío no solo estaba hablando con ella, sino que era evidente que había entendido la conversación. Mistress Kwong tenía razón: el crío era inteligente y muy bueno espiando.
—Mistress Kwong me enseña —dijo el crío, señalando descaradamente a la criada.
—Sí —explicó Mistress Kwong—, desde que aquel día nuestro pilluelo no pudo entender la conversación de Mister Abbott con los piratas, decidió que quería hablar inglés. Siu Kang también está aprendiendo muy rápido, pero es muy tímido.
—Sí, yo también —dijo Siu Kang, orgulloso.
—¿Es una buena idea ir con estos pillos? —preguntó Sally.
—Sería mucho mejor llevarme a mí, pero no sé si seré una carga más que una ayuda. —Sally pensó en horas y horas de viaje por arduas carreteras de montaña y decidió que la mejor opción sería llevarse a Siu Wong y dejar a Siu Kang en Aberdeen Hill para ayudar a Zora y a Mistress Kwong a empaquetar.
En unos minutos más organizaron la excursión, decidieron lo que necesitaban y Mistress Kwong le dio todos los consejos de los que fue capaz. Sally tendría que coger un junk e ir a la península con algún pretexto, probablemente para hacer una labor misionera. Era importante desembarcar en una parte de la costa alejada de la ciudad amurallada de Kowloon, el enclave que el Imperio chino mantenía para marcar una estrecha vigilancia sobre la colonia británica.
Cuando acabaron, todos se levantaron de la mesa. Sally aún no había podido quitarse la imagen de Mei Ji muerta al lado de su bebé, del charco de sangre… Sin embargo, la idea de salvar a la niña le permitía sentir que volvía a respirar por primera vez desde la noche anterior.
—Mistress Kwong —dijo Sally cuando estaba a punto de abandonar el comedor para volver a su dormitorio—. ¿Vendrá usted conmigo a Inglaterra?
—Primero tú trae a la niña. —Es todo lo que la amah se limitó a contestar.
«¿Cuánto puede valer una niña?», se preguntaba Sally mientras la carreta donde viajaban ella y el pequeño Wong se balanceaba sobre las piedras del camino. Sally apretó la bolsita de dinero que llevaba oculta en su amplia manga y deseó tener el suficiente para rescatar al bebé de Mei Ji. Pero, entre los gastos de su funeral, el viaje desde Singapur, el junk que los había llevado a la península, el alquiler de la carreta y el conductor, a Sally le quedaba solo el equivalente a unas quince libras. Además, Mistress Kwong le había dicho que no llevara todo el dinero. Así que, en total, cargaba con unas dieciséis piezas de reales de a ocho y confiaba que la plata con la que las monedas españolas que también llevaba Sally estaban acuñadas fuera suficiente para tentar a los campesinos.
Desde que Theodore había muerto, Sally había sobrevivido con el poco dinero en efectivo que tenían para gastos en Hong Kong y algunos ingresos en el banco de la colonia. El dinero disponible en Bristol pagaba a los criados a cargo de mantener la casa, y Miss Field ya le había notificado por carta que, o bien vendían algo de la casa o pronto no podrían mantener al servicio. Sally necesitaba recibir información de Sir Hampton cuanto antes, pero en todo este tiempo no había recibido ni una sola carta del abogado. Mientras estaba en Singapur, intentó no pensar en el tema. Su padre le había enseñado a pintar, pero no le había explicado nunca cómo llevar las cuentas. Incluso dudaba de que su padre hubiera sabido alguna vez administrar su propio dinero. Al fin y al cabo, sus únicos intereses eran la pintura y los viajes.
El mismo día que Sally decidió ir a buscar al bebé de Mei Ji, Mistress Kwong se encargó de buscar a un coolie de confianza que los pudiera llevar hasta la aldea de los padres de Mei Ji. Este tendría el resto de su paga si traía a Miss Evans, Siu Wong y al bebé a salvo. De esta forma se asegurarían que no intentara sacar provecho de otra forma o robarles. El poco tiempo que tenían antes de partir se lo pasaron repasando el plan:
—Los padres de Mei Ji son campesinos, así que no les gustará ver a una mujer occidental entrando en su aldea y mangoneando en sus asuntos. Aunque no quieran a la niña, no deja de ser su descendencia. Así que deja hablar a Siu Wong.
—Pero solo es un niño —dijo Sally.
—Sí, pero es un varón y es cantonés —puntualizó Mistress Kwong—. Intenta ser cortés en todo momento y ofrécele los regalos que te he dado. —Mistress Kwong señaló una bolsita que contenía unas hierbas—. Hazlo de la forma más reverencial posible y ofrécelas al padre de familia sin mirar a nadie a los ojos.
—¿Ese es el proceder? —se interesó Sally.
—No lo sé —dijo Mistress Kwong encogiendo los hombros—. No creo que haya un proceder particular para «mujer extranjera compra bebé a unos campesinos». Pero el sentido común me dice que contra más humilde te muestres más podrás lograr ante el orgulloso padre de Mei Ji. Si te ofrecen comida… querrá decir que aprueban la negociación. Acepta lo que te ofrezcan con agradecimiento… aunque no te apetezca.
—De acuerdo —asintió Sally.
—También toma estas dos cosas por si acaso.
Mistress Kwong tenía una especie de alforja en la mano y de ella sacó dos objetos que puso sobre la mesa: una pieza de jade que se mostraba como un amuleto plano de color verde coral, y un cuchillo. El amuleto representaba una especie de animal mitológico. Sally lo tomó en sus manos y le sorprendió lo fría que estaba la piedra. Pasó los dedos por la hermosa pieza; podía distinguir la forma de un animal felino de apariencia amable y mansa con un gran cuerno. Estaba recostado y junto a ella yacía su cría arropada y mirando hacia su madre con devoción.
—Es una pik ce —explicó Mistress Kwong antes de que Sally tuviera tiempo de preguntarle—. Es un animal mágico. Tiene algo de león y de dragón y un cuerno como el de vuestros unicornios. —Mistress Kwong señaló la protuberancia del animal con delicadeza—. Su nombre quiere decir «alejar malos espíritus». Te protegerá y ayudará al bebé. —Mistress Kwong rozó con su dedo la figura de la cría—. Además, es jade verde, muy valioso. El jade es piedra muy buena y fuerte…
—¿Es suyo? —dijo Sally señalando el amuleto.
—¡Pues claro que es mío! —exclamó Mistress Kwong ofendida. Sally decidió no preguntarle por qué tenía una pieza tan valiosa y tampoco por qué había decidido dársela—. Recuerda que si no quieren dinero puedes intercambiar esto.
—Si no quieren dinero… —Sally no había pensado en esa posibilidad, se quedó unos instantes pensativa y luego añadió—: ¡Ya lo sé! ¿Dónde podemos comprar opio?
Ya llevaban horas de camino colina arriba y Sally no sabía dónde estaban, ni siquiera en qué dirección quedaba la costa. En un principio, el paisaje le había parecido sobrecogedoramente hermoso; las aldeas y las gentes que se encontraban eran muy diferentes de los habitantes de la ciudad y le recordaban a sus antiguos viajes caritativos. No obstante, el paisaje pronto empezó a convertirse en monótono y las incomodidades superaban la belleza de su alrededor y la exaltación de la aventura.
Además, a medida que avanzaban, su inquietud iba en aumento, debido al hecho de que estaban a la merced de su guía, un hombre llamado Ka Ho. Ya habían pasado unas cuantas aldeas de pescadores en la falda de la montaña y pronto empezaron a ascender por una carretera imposible. Sally se aferraba al fardo que contenía todo lo que necesitaban para recuperar al bebé, así como su comida y otras cosas esenciales para el bebé. Sally tenía hambre y sed, pero estaba tan nerviosa que apenas había comido nada en todo el viaje; el carro que habían alquilado era normalmente utilizado para mercancías y le dolía el cuerpo por el vaivén y el constante juego de equilibrio que tenía que hacer con las caderas.
Al cabo de unas horas, llegaron a un llano que acababa justo al lado de un bosque y colindaba con lo que parecía una granja. Ka Ho bajó del carro y empezó a hablar en cantonés con Siu Wong. El niño y el conductor pronto empezaron a discutir a viva voz e hicieron que un anciano y unos cuantos niños salieran de la casa y se acercaran a ellos. Mientras discutían, Sally aprovechó para salir del carro, estirar las piernas y beber un poco de agua. El calor era asfixiante y sentía que se iba a desmayar.
—Nosotros esto no más —dijo Siu Wong señalando el carro—. Nosotros maa, maa —gritó señalando la granja. Sally miró en la misma dirección, y, aunque en un principio no entendió a qué se refería el niño, se dio cuenta de que había dos caballos amarrados a un murito de adobe que demarcaba la granja.
—¿Caballos?
—¡Sí! Caballos —asintió el crío al ver que Sally lo había entendido.
—No, no puede ser. ¡No podemos ir todo el resto del viaje a caballo!
Siu Wong se limitó a mirarla, sorprendido, y simplemente repitió:
—Caballos. —Y señaló el camino que tenían que seguir.
Sally comprendió entonces que montando a caballo era la única forma que tenían para continuar el viaje. Estaba furiosa. No solo no se había traído la vestimenta apropiada, sino que hacía años que no se subía a uno de estos animales. Pero no tenían más remedio, Sally necesitaba volver a Hong Kong a tiempo para tomar el próximo barco a Singapur.
Sally tuvo que esconderse detrás de unos árboles y sacarse las enaguas que llevaba para poder estar más cómoda. Cuando volvió con la ropa en la mano, dispuesta a guardarla, los niños de la granja se abalanzaron sobre ella y, entre risas y gritos, le quitaron las enaguas y se pusieron a jugar con ellas. Sally nunca las recuperó.
El resto del viaje fue largo y extremadamente doloroso. Ella y Siu Wong tuvieron que compartir el espacio que quedaba en un caballo sin silla. Sus piernas y su espalda pronto le empezaron a doler tan intensamente que no podía evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos. Cuando el camino se hacía demasiado estrecho o escarpado, Sally prefería bajar del caballo para poder descansar las piernas, pero esto requería un gran esfuerzo, y el bajar del caballo y volver a subir retrasaba el viaje en gran medida. Además, Sally se sentía ridícula bajando y subiendo del animal mientras sus silenciosos acompañantes la miraban sin ayudarla.
Cuando empezó a oscurecer, llegaron a un llano y pararon un poco, reposando sobre una manta. Ni siquiera encendieron un fuego. Ka Ho y Siu Wong hablaron en cantonés durante un rato, mientras Sally intentaba descansar. En lugar de dormir, se dedicó a observar a Ka Ho. Era un hombre alto para ser chino, tenía un cuerpo recio y musculoso y una mirada intensa que incomodaba a Sally. Aunque sabía que Mistress Kwong no hubiera contratado nunca a un criminal, no se fiaba de aquel hombre. Así que se sentó con las piernas estiradas, colocó con disimulo el cuchillo bajo su falda y apretó la alforja contra su pecho.
De todas formas, aunque hubiera querido dormir, los mosquitos no la hubieran dejado. Mistress Kwong le había dado un ungüento que olía a alcanfor, menta y otros ingredientes que Sally no podía distinguir. Le dijo que tanto serviría para repeler los mosquitos como para curar las picaduras. Sally tenía tantas en las piernas y los brazos que dudaba de que el remedio estuviera funcionando, pero agradecía tener algo que hacer en la oscuridad azulada del llano. Miró de nuevo a su guía y al niño y deseó poder entender lo que estaban diciendo. La escena era extraña: un coolie, un niño y una joven europea en un llano perdido en la costa china en plena noche. Sally pensó en que su padre hubiera encontrado la escena muy cómica. Sally casi se echó a reír imaginando la reacción de Theodore, pero se detuvo, estaba agotada y lo único que quería era salir de allí y volver a Victoria cuanto antes.
Poco antes del amanecer, cuando las primeras luces del alba empezaron a iluminar el bosque, reiniciaron la expedición. Las ropas de Sally estaban completamente húmedas por el rocío y casi no se podía mover. En silencio, fueron avanzando hasta llegar a una ladera llena de terrazas cultivadas. Pronto empezaron a pasar cerca de campesinos que se dirigían a trabajar a los campos. Algunos niños seguían los caballos con curiosidad durante un corto tramo, hasta que los adultos los llamaban para que volvieran al trabajo. El camino se fue estrechando y pronto no era más que un pequeño pasillo entre el campo labrado.
—¿Qué hora debe de ser? —preguntó Sally de forma casi retórica. Siu Wong, quien había estado todo el viaje sentado delante de ella en el caballo sin parecer estar incómodo ni cansado, miró al cielo y simplemente dijo:
—Mediodía. —Llevaban casi un día entero de viaje.
—¿Estamos cerca? —dijo Sally, pensando que, seguramente, aún faltaba mucho para llegar. No parecía que hubiera ninguna aldea cerca de donde ellos se encontraban. Incluso dudaba de que en esta zona hubieran visto muchos occidentales, especialmente mujeres.
—¿Cerca? —repitió Siu Wong, y, sin decir nada más, preguntó a Ka Ho. Este respondió gesticulando con energía y Sally se empezó a temer lo peor—. Sí, cerca —fue la respuesta del crío.
Sally miró a su alrededor intentando localizar algo más que no fueran arrozales, pero lo único que pudo percibir fue un fuerte hedor a excrementos humanos. Justo al lado del caminito había una construcción cuadrada de madera con una baranda en medio: era una letrina que daba directamente a un campo labrado. Sally tuvo que cerrar los ojos e intentar no respirar mientras pasaban por el lado de la fosa. Pero, si habían topado con una letrina, quería decir que vivía gente cerca.
Poco después, llegaron a una zona en la que había un par de casas. Aparte de unos perros pulgosos y un cerdo, no parecía haber nadie más. Ka Ho les indicó que bajaran del caballo y los amarró. El hombre hizo una señal para que se esperaran y se dirigió a las casas mientras se presentaba a gritos. Al cabo de un rato, un anciano que parecía que se acababa de despertar de una siesta salió de una de las casetas y empezó a gritar, evidentemente enojado, a Ka Ho. El guía empezó a explicarle algo y los dos discutieron durante un buen rato. Finalmente, el anciano pareció entender lo que le explicaba y miró hacía donde estaba Sally. Aunque solo estaban a unos veinte pasos del hombre, este parecía ver con dificultad. Cuando finalmente distinguió la figura de Sally, de pie con su vestido verde oscuro, el hombre se echó a reír, le hizo un ademán con la mano como si espantara moscas y se volvió al interior de la casa.
Ka Ho se volvió hacia ellos y suspiró con intensidad. No parecía algo muy alentador. Comentó algo a Siu Wong y se acuclilló y, por primera vez en todo el viaje, sacó una pequeña pipa y se dispuso a fumar allí mismo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Sally exasperada—. ¿Estamos en el sitio equivocado?
Siu Wong pareció no entender la pregunta, pero Ka Ho la miró y, sin sacarse la pipa de la boca, dijo:
—Sí, es el sitio correcto. Pero el padre de tu sirvienta no está aquí.
—¡No sabía que hablaras inglés! —exclamó Sally, aguantándose las lágrimas de enfado y cansancio—. ¿Dónde está? ¿Dónde está la niña?
Ka Ho se limitó a mover la cabeza para indicar que no lo sabía.
—Ha ido a vender a día y medio de camino…
—¿Y la niña?
—No sé —respondió el hombre.
—Pero ¿por qué no se lo preguntas? —Sally se acercó a Ka Ho y señaló hacia la casa.
—No nos lo van a decir —sentenció Ka Ho.
Sally volvió junto a Siu Wong. Sacó un trozo de pan, lo partió en tres trozos y los repartió. Buscó un lugar a la sombra para sentarse y los tres comieron en silencio. Ahora solo cabía esperar.
Las horas fueron pasando y Sally se iba poniendo cada vez más nerviosa, pronto anochecería y estaban perdiendo un día entero; tenían que conseguir volver a Hong Kong lo antes posible o Sally no podría volver a Singapur con Zora. Pero, por más que esperaban, nada parecía cambiar.
Al atardecer, algunos de los campesinos volvieron a la casa. Había una mujer con un bebé que parecía tener unos cuantos meses. Todos los miraron con curiosidad, algunos señalaron a Sally, y la mayoría de ellos se dirigieron en silencio a su casa y poco después emergieron con modestos cuencos de madera y, sin mucho que decir, ofrecieron uno a cada uno de sus extraños visitantes. Era una especie de sopa pegajosa y con gusto de gachas pasadas. Aunque no le gustó en absoluto, su estómago agradeció el calor proporcionado por el brebaje. Al acabar la cena, Sally desplegó su manta y se estiró. Ya no le importaba nada, simplemente quería dormir.
Era de noche cuando la voz de Siu Wong la despertó. Sally abrió un poco los ojos y se encontró con que el chico la empujaba con ambas manos para despertarla.
—El padre de Mei Ji aquí, él aquí. —Siu Wong señaló hacia la casa. Todo estaba oscuro. Pero Sally pudo distinguir una luz pálida que venía de una de las casas, y también oyó las voces de Ka Ho y otro hombre.
Cuando Sally reunió las fuerzas para incorporarse, Ka Ho volvía hacia ellos, parecía enfadado e increpaba entre dientes.
—¿Qué ha pasado? ¿Y la niña?
—No está. Acaba de volver el padre… ¡vendida!
Sally, rendida, cayó sobre sus rodillas. A su lado, Siu Wong miraba al suelo con frustración, tenía los puños cerrados y, en la oscuridad, pudo notar cómo el crío intentaba reprimir sus sollozos.
—Esto ya está. Mañana volvemos —ordenó Ka Ho.
Sally sintió el peso del dinero guardado en su manga.
—No está —dijo incorporándose de nuevo—. Podemos comprarla a su comprador…
Pareció que Siu Wong entendió a Sally, porque dejó de sollozar y alzó la cabeza. Ka Ho movió las cejas con enojo.
—Está lejos. Muy lejos. No volveremos a tiempo —insistió el guía—. No tenemos nada. No tenemos comida…
Sally pensó por un momento si estaba yendo demasiado lejos. Probablemente, lo más sensato era volver a Hong Kong. Sin embargo, la imagen de Mei Ji apareció en su mente y el dolor lleno de culpabilidad que había estado azotando su interior volvió con fuerza. Tenía que intentar comprar a la niña.
Acompañada de Siu Wong, se dirigió hacia la casa y llamaron al padre de Mei Ji. Un hombre de unos cincuenta años, fuerte y bronceado, aunque extremadamente bajito, apareció por la puerta. Tenía una cara particularmente plana, y, aunque no era muy agraciado, Sally pudo distinguir los labios carnosos que su hermosa hija había heredado de él. Sally sacó los presentes que Mistress Kwong había preparado, se agachó e hizo un ademán para que Siu Wong se los diera. El hombre tomó los regalos lleno de confusión. Los paquetes estaban envueltos en papel y el hombre se los acercó a la nariz y los olió. Sally pidió entonces a Siu Wong que tradujera:
—Por favor, dile que nosotros teníamos en gran estima a su hija y que lo único que queremos es saber dónde está el bebé.
El niño tradujo con mucha solemnidad, incluso parecía estirar el torso para parecer más alto. Sin embargo, el hombre contestó de forma tajante y escueta, y Siu Wong, sin traducir, miró a Sally con poco disimulada frustración. La chica entendió que el hombre la estaba culpando por la muerte de su hija. Sally ofreció unas monedas que el hombre tomó en su mano. Las miró asombrado y se las guardó, pero no proporcionó más información. Sally tenía que encontrar una forma de convencer al hombre… Ka Ho estaba de nuevo en cuclillas fumando de su pipa y Siu Wong la miraba con exasperación. Fue entonces cuando tuvo una idea.
—Siu Wong, dile a este hombre que si yo me llevo a su nieta haré que sea la primera esposa de un hombre chino, decente y con dinero.
El crío la miró confundido; era evidente que no entendía todo lo que Sally le había dicho. Ka Ho suspiró con exasperación, se levantó, y, mientras se acercaba, fue traduciendo.
El hombre miró luego a Sally boquiabierto e hizo una pregunta.
—El viejo dice cómo puede pasar eso.
—Por mi dinero.
Siu Wong y Ka Ho miraron a Sally sorprendidos.
—Si yo me llevo a la niña, será mi protegida y la casaré bien.
—¿Con quién?
—Con Siu Wong —respondió Sally señalando el niño. Y, dirigiéndose a él, dijo—: Tú ayudaste a mi padre; yo te ayudaré a ti.
No fue hasta que Ka Ho señaló al crío que el hombre pareció entender. El padre de Mei Ji entró en la casa y cerró la puerta. Todos se quedaron esperando fuera sin decir nada. Al cabo de un rato, el hombre volvió acompañado de dos chicos que debían de ser sus hijos. Todos los presentes hablaron durante unos minutos ignorando completamente a Sally.
—Muy bien —dijo Ka Ho cuando acabaron—. Usted, mujer loca, gana. Mañana por la mañana saldremos a buscar la dichosa niña.
—¿Quién la tiene?
—Nada bueno… un hombre joven y soltero…
Tardaron casi dos días en llegar a la granja de un tal Kai Wong. Pasaron aldeas, campos y bordearon colinas escarpadas. Tuvieron que convencer a los campesinos que tomaran las monedas a cambio de conseguir arroz, té y agua limpia. Sally no había estado tan sucia en toda su vida y el cuerpo le dolía tanto que a veces quería gritar de exasperación. Pero la mayor parte del tiempo simplemente se dejaba llevar por un estado de semiinconsciencia. Cerraba los ojos y pensaba en las tostadas de Miss Field, en el porche de Aberdeen Hill, en las manos de Ben…
Cuando llegaron a la granja, Sally pensó que estaba viendo un espejismo. Era una casa más grande que la anterior, una construcción más sofisticada. Las tejas eran más elaboradas y, sobre la puerta principal, había una especie de friso esculpido. El jardín delantero estaba lleno de gallinas y gansos. Un hombre de unos veinte años apareció por la puerta y Sally se retiró instintivamente dejando a Ka Ho y a Siu Wong por delante.
Estos hicieron las presentaciones y hablaron durante un par de minutos. Mientras lo hacían, una mujer joven, muy desaliñada y con la mirada triste, apareció de detrás de la casa. Llevaba una tela enrollada a su alrededor y, por dentro, se asomaba la cabecita morena de una niñita. No se la oía, parecía dormida.
—Este es el dueño y esa es su hermana. No se ha casado aún y piensa intercambiar a la niña por una esposa. No la quiere vender.
—Insiste —dijo Sally.
La chica miró al hombre mientras hablaban y no le gustó. Para ser un campesino, vestía de forma pomposa, con un raído vestido de seda. Todo él estaba sucio. Pero no como los campesinos que se ensucian a causa del trabajo. En él, aquello que le ensuciaba era la dejadez, el alcohol y el juego. Tampoco le gustaba su hermana; en su mirada había algo desgastado parecido a una locura latente. Cargaba a la niña como si fuera un saco de patatas.
—Va a pedir mucho dinero —dijo Ka Ho.
—No nos queda mucho. Solo el jade —añadió Sally.
—Dale la pik ce —concluyó Siu Wong.
Sally metió la mano en la bolsa, pero, en lugar del amuleto, sacó el fajo redondo que contenía opio. Hasta el momento ella no había mencionado a Ka Ho que llevaba tan preciada carga. Al ver el opio, la cara de Kai Wong se iluminó de inmediato y con una mueca llena de desprecio se fue acercando a Sally.
—¡Cuidado, Sally! —dijo Siu Wong, corriendo hacia ella.
Ka Ho intentó detenerlo. Se puso delante de él mientras Kai Wong lo agarraba por el cuello y los dos hombres se enzarzaban en una lucha torpe y desigual. Aunque Ka Ho era fuerte, estaba agotado por el viaje y Kai Wong lo zarandeaba con facilidad. En un descuido, Kai Wong lo apartó de un empujón y Ka Ho se cayó al suelo. El bebé empezó a llorar con un ruido sordo y repetitivo; la hermana de Kai Wong simplemente se limitó a seguir la escena desde la distancia. Kai Wong se dirigió a ella con rapidez diciendo algo que Sally entendió de inmediato. Para qué iba a darles la niña si simplemente podía quitarles el opio. Sally sacó el cuchillo, lo tomó en su mano y giró el puño, de esta forma el cuchillo señalaba el pecho del hombre. Con cuidado, dejó la bolsa en el suelo e intentando no temblar tomó una postura amenazante. Siu Wong estaba a su lado, con sus manitas alzadas, y parecía un gato a punto de saltar sobre un ratón.
—Si intentas algo, te ataco. ¡Aléjate! —dijo Sally con rabia, mientras Ka Ho, que se había levantado, se acercaba hacia el hombre por detrás, y traducía:
—Te damos el opio, pero nos traes a la niña. ¡Danos el bebé!
El hombre se alejó de Sally, y, cuando estuvo a una distancia prudencial, hizo un ademán; su hermana se acercó y sacó a la niña del fardo. Estaba desnuda, la pobre aún lloraba sin lágrimas y sus manos y pies colgaban, desmadejados, en su cuerpo rosado. Siu Wong cogió la alforja de Sally del suelo, corrió a coger a la niña y el fardo y se dirigió hacia los caballos. Sally aún estaba de pie sosteniendo el cuchillo y el opio.
—Nos podemos ir; no le des el opio —recomendó Ka Ho, quien ahora se posicionó al lado de Siu Wong para ayudarlo a subir al caballo.
Sally vio la mirada agresiva del hombre y supo que volvería a atacar, incluso era probable que los persiguiera. Solo había una solución. Tan rápido como pudo clavó el cuchillo en el fardo de opio hasta hacer un agujero, y, con todas sus fuerzas, lo tiró al aire. El polvo marrón salió del fardo haciendo un arco y se esparció cuando el paquete tocó el suelo. Sally no vio lo que pasó, simplemente corrió como no había corrido nunca y, no sin esfuerzo, subió al caballo, puso los brazos alrededor de Siu Wong y tomó las riendas aún con el cuchillo en la mano. Empezaron a trotar mientras Siu Wong intentaba mantener el equilibrio con el bebé en brazos. Afortunadamente Sally sabía que Kai Wong no los perseguiría. Estaría demasiado ocupado intentando recuperar el opio esparcido en su corral, y era cierto, ya que, mientras lo hacía, y en la distancia, gritó algo que sonó como una maldición.
Después de trotar durante unos minutos, se pararon. La niña aún gritaba a pleno pulmón. Ka Ho tomó el portabebés y se acercó a Sally. El primer impulso de la joven fue retroceder, aún sentía la excitación recorriendo su cuerpo y no hubiera dudado en atacar. Pero Ka Ho se limitó a tomar el fardo y ponerlo alrededor del pecho de ella, por encima de un hombro. Sally se dio cuenta de que estaba jadeando. Ka Ho estaba tan cerca de ella que Sally podía oler su sudor, ver los rectos y espesos pelos de su barba. Sally sintió la necesidad de abrazar a su guía, pero en su lugar dejó ir el cuchillo y tomó la niña. El bebé se retorció entre sus manos y se lo acercó al pecho. En unos segundos se calmó; Ka Ho la ayudó a ponerla dentro del hueco que hacía el cabestrillo y lo ataron como pudieron. Ahora el bebé estaba cerca del cuerpo de Sally. A través de la ropa, la joven notó el calor de su cuerpecito y de sus piernecitas luchando para encontrar su posición.
Sally miró con atención al pequeño y arrugado bebé. Parecía calmarse por momentos: su llanto había aflojado y ahora solo emitía un gruñido. Era la primera vez que Sally cogía en sus brazos un bebé, pero había algo familiar en ello. Tal vez era porque le recordaba a Mei Ji o porque, inmediatamente, sintió que no solo la niña le pertenecía, sino que también ella pertenecía a la niña.