Sally había conocido a Sir Hampton un nublado día del mismo verano en el que él llegó a Inglaterra, o al menos este era el primer recuerdo que tenía de él. Para una niña pequeña, Sir Hampton era una persona difícil de olvidar. No solo era altísimo, sino que, además, todas sus extremidades eran exageradamente largas. Sally recordaba en particular unas manos grandes cuyos dedos parecían colgar cediendo a su propio peso. De hecho, todo el cuerpo parecía moverse siguiendo la cadencia que marcaban sus enormes manos. Sally guardaba una imagen —probablemente exagerada por su imaginación infantil y el paso del tiempo— del cuerpo largo de Sir Hampton moviéndose lentamente y ofreciéndole una mano para pasear juntos. Aunque William Hampton era muy serio, no provocaba miedo. Al contrario, este hombre distinguido inspiraba seguridad y algo cercano a la familiaridad.
Otro de sus recuerdos más vivos era el de su padre y Sir Hampton charlando en el taller de la casa de Bristol, mientras ella jugaba con pinceles. La pequeña se había pasado tanto tiempo entre adultos que había adquirido la costumbre de escuchar las conversaciones que estos mantenían. La mayor parte de las veces la niña no entendía de qué hablaban, así que, para dar sentido a aquellas palabras, intentaba rellenar los huecos con conceptos de su propia invención o, a veces, simplemente, preguntaba.
—¿Qué quiere decir «contrato», padre? —dijo un día la niña al oír la palabra.
—Un contrato es un papel que deja por escrito un acuerdo entre personas, se firma, y, de esta manera, todo el mundo lleva a cabo lo que pone en el papel —respondió Theodore con amabilidad.
—¿Es como un juramento? —añadió la niña, después de haber reflexionado un momento sobre estas palabras.
—¡Eso es, pequeña! Como un juramento que se escribe en un papel y así nadie olvida lo que había prometido —precisó Theodore, claramente satisfecho por la agudeza demostrada por su hija.
A veces, después de una larga charla, el pintor volvía a sus obras y Sir Hampton sacaba a la niña a pasear. A Sally le gustaban estos paseos y recordaba claramente no solo algunas de las cosas que le explicaba el caballero, sino también la sensación de orgullo que sentía al pasearse por los Downs de Bristol junto a ese gigantón. No podría haber estado más orgullosa si hubiera estado paseando con un ave exótica o un lobo domesticado.
Fue en estos paseos cuando le explicó historias que concernían a su vida personal: que no estaba casado ni tenía niños, cómo conoció a su padre cuando los dos estaban en la universidad y cómo desde entonces había sido su abogado. Fue también el momento en el que Sally oyó hablar por primera vez de los abogados, de la ley, los jueces… Qué eran y para qué servían. Con palabras seleccionadas cuidadosamente, le explicó estos y otros conceptos relacionados con su profesión. También le habló de la ley en diferentes culturas y en diferentes momentos de la historia. Sally no siempre entendía lo que el amigo de su padre le explicaba, pero lo encontraba fascinante. Sus palabras parecían dotadas de una carga especial y poderosa. En ocasiones, hacían cosas más divertidas, como cuando Sir Hampton le enseñó un experimento con una tinta mágica que desaparecía al escribirse. Si la rociaban con agua con limón y luego se secaba con una vela, la tinta emergía de nuevo.
Las visitas de Sir Hampton eran, por tanto, siempre especiales, pero se interrumpieron, sin que Sally supiera por qué, cuando esta tenía unos doce años. Casi media década después, Sally recordaba algunas cosas con más claridad que otras. Entre sus recuerdos más vívidos estaban sus manos, el sello rojo que estampaba en sus cartas y una conversación. Fue durante esta conversación en particular, la primera y última vez que Sally oyó hablar a Theodore sobre su difunta esposa.
El Lady Mary Wood había zarpado el 21 de mayo de 1951 y estaba planeado que llegara a Hong Kong en octubre del mismo año. Recientemente se habían comenzado a utilizar barcos de vapor para viajes de ultramar. Por primera vez los grandes buques no dependían de los vientos, y las travesías podían planearse con casi total exactitud. El barco era una máquina en pleno funcionamiento gracias a la fuerza que proporcionaba esta nueva tecnología propia de la Revolución Industrial.
Los días fueron pasando y la vida en el barco se fue convirtiendo en rutina. De los primeros días de borrasca, pasaron a los días agradables de junio al sur del ecuador. Sally pasaba el rato ocupada en su nueva vida social o en ayudar a su padre. Aunque no había olvidado la carta, no encontraba el momento adecuado para hablar del tema. En su lugar, la llevaba encima casi como un amuleto, ya que demostraba que había una razón ulterior por la que su padre la había convencido para ir a Hong Kong. Sin embargo, quería pensar que si Theodore no le había explicado toda la verdad sobre este viaje, debía de haber una buena razón para ello.
A bordo del Lady Mary, Sally estaba disfrutando de la compañía de Zora y Mary Ann. Las tres chicas se habían hecho amigas y compartían las horas paseando, jugando a las cartas o leyendo juntas. Mientras Theodore estaba ocupado en sus acuarelas o sus libros, Sally se pasaba el tiempo intentando aprender todo lo que podía sobre las modas, los bailes y los cotilleos de la sociedad de Victoria. Cuanto más aprendía sobre la colonia, más emocionada se sentía sobre su nuevo destino.
—¡Ya verás, Sally, los bailes que vamos a organizar! Hace unos años casi no había mujeres en Victoria, pero ahora hay muchos jóvenes y eventos sociales —explicaba Mary Ann a menudo—. Es una lástima que vosotras dos —añadía entonces dirigiéndose a las hermanas Whitman— no podáis estar allí con nosotras. Cuando os aburráis en Singapur, no dudéis en coger una de las líneas que pasan por Hong Kong para venir a visitarnos.
—Sí, es una buena idea ¡Nos encantaría poderos visitar e ir a uno de vuestros bailes! —decía Sylvia llena de entusiasmo.
—Nos encantaría —respondía Zora de forma mucho más discreta. Sally intuía que la mayor preocupación de su amiga no eran los bailes organizados en Hong Kong sino la salud de su padre.
Tanto Zora como Sally se sentían especiales al estar al lado de Mary Ann. Aunque sus modales podían ser atrevidos y llenos de una teatralidad algo ensayada, la chica representaba el tipo de joven que deslumbraba en los círculos sociales. Pero, más allá de las reuniones y las cenas, Sally y Zora crearon un mundo propio. Ambas se pasaban horas, especialmente durante la noche, hablando o leyendo. Zora era una admiradora de los llamados románticos; no solo le gustaban las obras más famosas en inglés, sino que practicaba su alemán leyendo los libros de autores como Novalis o Goethe.
—¿Dónde has aprendido a leer alemán? —preguntó Sally cuando Zora le explicó que leía la poesía de Goethe en su lengua original.
—Mi padre siempre me compraba libros de todos los autores que él creía que eran importantes o interesantes. Me gustaron tanto los alemanes, que mi padre insistió en encontrarme una institutriz que pudiera enseñarme el idioma.
—¡Tu padre debe de estar muy orgulloso de ti! —exclamó Sally con admiración.
—Yo estoy muy agradecida de tenerlo a él como padre. —Y después de una breve pausa, añadió—: Él ha sido siempre un ejemplo para mí, un hombre fuerte y ejemplar. Estamos muy unidos, como Mister Evans y tú.
Al principio Sally no supo qué responder. Nunca había pensado en que ella y Theodore estaban unidos.
—Supongo que sí… Desde que murió mi madre solamente nos hemos tenido el uno al otro —reflexionó Sally en voz alta.
—¿Te puedo preguntar cuándo murió tu madre, Sally? —preguntó Zora de repente.
—Sí, por supuesto —respondió Sally, sabiendo que su amiga le preguntaba esto para conocerla mejor y no por simple curiosidad—. Yo tenía cuatro años; murió de una enfermedad grave.
—¿Una enfermedad? —preguntó Zora sorprendida—. ¿No sabes de qué murió tu madre?
—La verdad es que no… —Sally intentó sonreír, pero lo único que consiguió esbozar fue una mueca triste—. Mi padre no quiere hablar del tema, ni de cualquier cosa que tenga que ver con mi madre. Por eso no sé casi nada de ella. He visto retratos, por supuesto, y era muy hermosa. También sé que se casaron por amor. Ella, siendo española, no tenía ninguna relación con la familia de mi padre y mi abuelo, que era un miembro del Parlamento, y no aprobó el enlace. Esto lo sé porque he escuchado a Miss Field, nuestra ama de llaves, hablar del tema. Pero no sé mucho más.
—¿Y por qué tu padre no te explica nada más sobre tu madre? No es justo… —Zora tenía una expresión de angustia que solo consiguió entristecer más a Sally.
—Mi padre estaba muy enamorado de mi madre… Creo que no quiere ni puede hablar del tema. Lo intenté de pequeña, pero lo único que conseguía eran algunas explicaciones vagas y sumir a mi padre en una profunda tristeza. Al final, él me prometió que, cuando fuera suficientemente mayor, me explicaría todo lo que quisiera saber. Lo que sí siempre me ha dicho es que mi madre me amó profundamente.
Las dos amigas se quedaron calladas por unos instantes, perdidas en sus propios pensamientos.
—¿Tienes recuerdos de ella? ¿Cómo era? —interrumpió Zora en silencio.
—Tengo algunos recuerdos que, de tanto repetirlos en mi mente, han llegado a adquirir un cariz casi irreal, ¿sabes? A veces dudo de si son escenas que yo me he inventado. —Sally movió la cabeza como rechazando esta idea—. Era hermosa, morena, recuerdo unos brazos fuertes y una cabellera negra, muy rebelde. No eran como los míos, rizados, sino más bien ondulados.
—Bueno, querida amiga, me temo que con tantos bailes y tantos pretendientes vas a convertirte en una dama tan… tan admirada por todos que tu padre no tendrá más remedio que aceptar que ya no eres una niña y finalmente explicártelo todo sobre tu madre. —Sally agradeció que Zora cambiara el tono de la conversación y las dos adolescentes se rieron a carcajadas.
Durante las cenas y otras reuniones sociales, George se reunía con las jóvenes. Era todo lo contrario a Zora. La tranquila timidez de la chica se contraponía a la sociabilidad de George. Mientras que Zora prefería observar, a George le encantaba explicar historias acompañadas de una percusión de ademanes marcados y grandes gesticulaciones. Su voz sonaba tan alta y fuerte que parecía retumbar más que otras en el interior del barco. Pero, a pesar de las diferencias entre ambos, Sally estaba convencida de que entre sus dos amigos había una conexión especial. Así que, aunque nunca había hecho de celestina, Sally intentaba dejarlos solos en cuanto podía. Claro que la cubierta del buque no era lo mismo que un paseo en un prado, no había mucho espacio para la intimidad, y, además, Zora parecía empeñada en no ayudar a Sally en su cruzada. Mientras que la segunda hacía todo lo posible para dejarlos solos o para dirigir la conversación a intereses comunes, la primera hacía todo lo posible para no quedarse sola con su admirador.
Sin obtener demasiado éxito en su empresa y sin atreverse a hablar directamente con Zora, Sally decidió acudir a Mary Ann. Después de todo, ella también conocía a George y a Zora y, sin duda, tenía más experiencia en el arte del cortejo. Por esa razón, Sally aprovechó para sacar el tema un día que las dos amigas paseaban por la cubierta.
—¡Qué día más delicioso! —dijo Mary Ann mientras cogía a su amiga por el brazo—. Es tan agradable pasear por cubierta, ¿no crees, Sally?
—Sí, es ciertamente refrescante —respondió Sally, quien siempre se sentía algo incómoda durante conversaciones puramente descriptivas; así que, sin esperar más, añadió—: Mary Ann, ¿no crees que Zora y George harían una gran pareja? Creo que George está interesado en Zora, y que los dos podrían ser muy felices pero…
—¡Ay! ¡Sally! —interrumpió Mary Ann riendo—. Creo que es muy bonito que intentes hacer esto por Zora… ¡Es tan tímida la pobre! Está claro que a ella le gusta George, y, teniendo en cuenta la conexión entre George y los Whitman, sería un enlace de lo más conveniente, pero me temo que debo decepcionarte. Los intereses románticos de nuestro amigo George van en otra dirección. —Mary Ann hizo una pausa llena de intención, después de ver la sorprendida mirada de Sally, y prosiguió—: Desde la cena inaugural de la primera noche, George se ha mostrado, cómo puedo decirlo, muy atento y lleno de admiración por mí. Más de una vez me ha acompañado al camarote. Y, desde que tu padre ha estado trabajando en mi retrato, George ha demostrado su entusiasmo por la obra.
—¿De verdad? No me había dado cuenta… —exclamó Sally con sincero asombro, algo que pareció molestar a Mary Ann.
—¡Oh, querida! ¿De verdad que no te habías dado cuenta? Su encandilamiento era tan obvio, incluso algo infantil. No puedo decir que no estuviera halagada. Desde luego es un caballero muy agradable, pero me temo que mi familia tiene otros planes para mí. Así que, como soy una buena persona, intenté dejarle claro de una forma muy sutil que no había posibilidades entre nosotros, y creo que lo entendió.
A Sally le hubiera gustado añadir que se percató del interés de George por Zora ya durante la primera noche. Sin embargo, su instinto la frenó, aunque parecía que Mary Ann pudo leer sus pensamientos.
—Creo que si has notado algo de interés por parte de George es porque después de que yo lo rechazara debe de haber dirigido sus atenciones a la dulce Zora.
Se quedó pensativa y, sin mucho convencimiento, dio la razón a Mary Ann. Sally era consciente de la vanidad de Mary Ann, pero estaba sorprendida por cómo había redefinido la situación. Por más que le diera vueltas, no podía recordar ningún signo que le hubiera hecho pensar que George cortejaba a Mary Ann. Al contrario, cada día había observado no solo un intenso interés por Zora, sino que también había notado algo que Sally deducía firmemente que era amor. Detalles tales como la forma suave y dulce que tenía de hablar con Zora y la manera con la que el chico recordaba cosas que ella había dicho o hecho apuntaban a sospechar que George llevaba tiempo enamorado de la hija de su superior. Así pues, después de la conversación con Mary Ann y sin comentar nada más al respecto, decidió que iba a hablar directamente con Zora.
Sally no pudo ver a Zora a solas hasta al cabo de unos días. Algunos pasajeros habían empezado a mostrar signos de molestias o debilidad y se rumoreaba que en tercera había un par de personas y, tal vez, niños que podían tener fiebre tifoidea o cólera. El pánico asaltó a los pasajeros y tripulantes que habitaban en los camarotes de lujo. Todos decidieron quedarse en sus aposentos hasta que se comprobara que el brote no era más que una simple fiebre. Los viajeros de primera, pues, se pasaron días descansando, rezando por las almas enfermas y bebiendo ron para evitar el temido escorbuto. Para evitar un posible contagio, todo el mundo había decidido no bañarse bajo la creencia que eso podría contribuir a la rápida propagación de la plaga. De esta forma, la atmósfera se hizo asfixiante a bordo. El calor era insoportable y todo estaba impregnado de un agudo tufo a sudor, heces, salazones, mezclado con el olor de las pinturas y trementina de Theodore. Todo a bordo parecía entregado a un silencio fúnebre y a un ritmo lento. Las horas pasaban dolorosamente y ningún entretenimiento parecía ayudar en esta larga espera. Sally estaba convencida de que este no era el mejor momento para hablar de amor con Zora o para desvelar secretos con su padre. Una extraña languidez invadió entonces a la joven y se pasó las horas en silencio intentando no pensar en los niños enfermos de a bordo, sin poder, sin embargo, pensar en nada más.
Al cabo de unos días, la fiebre parecía controlada, no habían brotado nuevos casos, pero un niño y una anciana habían perecido. Durante días, el silencio que había invadido el barco se hizo más pesado. Pasajeros y tripulantes parecían sumergidos en un estupor grave, solo algunos de los marineros comunes parecían inmunes a una tragedia que, sin duda, habían vivido en muchas ocasiones. Sally y Zora decidieron hacer unas donaciones a la familia y mostrar su pésame, si bien ir a las cubiertas donde se encontraban los viajeros más humildes parecía algo peligroso. Las dos damas usaron pañuelos para taparse la boca, pero, aun así, después de la visita, tuvieron que inhalar sales para recuperarse del calor y el olor a suciedad y enfermedad. Había sido una visita corta, pero había dejado una grave impresión. Los familiares no tenían mucho que decir a excepción de mostrar su agradecimiento. Sus caras sucias y cansadas y las condiciones en las que viajaban dejaron a las dos muchachas sumidas en un silencio pensativo durante días después de la visita. Sally fue rápidamente a buscar a su padre, que por suerte se encontraba solo leyendo, y lloró desconsoladamente. No había hecho algo así desde que era pequeña. Se dio cuenta de que en sus lágrimas no solo se encontraba la empatía por las familias que había visto, sino que también había en ellas una tristeza difícil de definir, por ella misma y su padre, quien ahora olía a pintura y a tabaco.
Sally finalmente encontró una oportunidad para hablar con Zora a solas. Las dos chicas se encontraban en un rincón del salón leyendo y tomando un té cuando Sally le preguntó directamente:
—Zora, ¿puedo hacerte una pregunta? Hacía tiempo que te quería comentar… Bueno, he notado que George muestra unos sentimientos algo… —Sally se detuvo buscando la palabra más adecuada— parciales hacia ti. ¿Lo habías notado?
Zora no contestó, y, en lugar de eso, miró a Sally directamente a los ojos. Por un momento su mirada era directa y algo cortante, cosa que Sally no había visto antes en su amiga, pero pronto sus facciones se suavizaron y hasta enrojeció cuando añadió:
—Sí que lo había notado —fue toda la respuesta que le dio su amiga.
—¿Que le gustas? Siento ser tan atrevida, querida amiga, pero creo que gustar no es exactamente la mejor forma de describirlo. Puede que me equivoque, pero creo que sus sentimientos son más fuertes —dijo Sally, quien se arrepintió inmediatamente de su atrevimiento. Pero sus palabras habían causado efecto en su amiga, quien, aunque no parecía decir mucho, mostró algo parecido a una mirada cómplice, casi una sonrisa.
—No le he dicho nunca esto a nadie —añadió después de una corta pero intensa deliberación—, pero cuando volvió a Inglaterra nos vino a visitar… Fuimos a dar un paseo por el parque con Sylvia y mi madre y en un momento en que nos quedamos solos…
—¿Si? —preguntó Sally llena de expectación.
—Bueno, me pidió en matrimonio. —Miró a Sally por un instante y luego continuó—: Me dijo que desde la primera vez que me vio, cuando mi padre nos presentó justo antes de irse a Singapur, había desarrollado ciertos sentimientos hacia mí…
Zora se detuvo y Sally se sintió invadida de una confusión repentina. ¿Su amiga estaba prometida y no se lo había dicho a nadie? ¿Por qué ambos pretendían no estar comprometidos? Y si no lo estaban… ¿Tal vez George había declarado sus sentimientos pero no había afirmado de manera clara sus intenciones?
—Le dije que no sentía lo mismo —respondió Zora, ante la interrogativa mirada de su amiga—. Trabaja para mi padre y es un chico muy agradable, pero…
—Pero… —interrumpió Sally, quien se dio cuenta de que había mostrado un tono casi agresivo. En este mismo momento comprendió que Zora había cometido un grandísimo error. Ahora más que nunca tenía la certeza no solo de que George la amaba ardientemente, sino, además, de que su amiga había rechazado a un hombre del que estaba enamorada—. ¿Por qué?
—Bueno, no creí que fuera conveniente aceptar la propuesta de un hombre por el que mis sentimientos no están claros. Además, mi padre estaba en Singapur. ¿Cómo podía aceptar una proposición sin hablar con él antes? —Zora concluyó su explicación con un suspiro.
—Zora, ¿estás segura? Parece que quieras convencerte más a ti misma que a mí. —Y acercándose más a su amiga y bajando su voz añadió—: Zora, creo que tu padre tiene en gran consideración a George, ¿no es así? Tu madre lo ha comentado en varias ocasiones y tu padre lo ha invitado a tu casa. Estoy segura de que eso no sería un problema. Y en cuanto a tus sentimientos… Zora, puede que sea atrevida, pero estás equivocada, creo que ya sabes lo que sientes por él y no lo quieres admitir.
Sally sabía que ahora estaba siendo osada, pero sentía que debía convencer a su amiga antes de que fuera demasiado tarde. Las manos de Sally temblaban mientras Zora parecía algo impasible, solo sus mejillas seguían mostrando un ligero enrojecimiento.
—Sally, tal vez las dos seamos muy diferentes. George es un amigo muy querido de mi familia, pero no puedo simplemente lanzarme a un compromiso sin saber exactamente qué es lo que siento por él: si es amor o simple cariño.
—¡Pero yo sé que lo amas! —dijo Sally subiendo el tono de voz y bajándolo inmediatamente. Y con una sonrisa añadió—: Zora, sé que no hace mucho que nos conocemos, pero te considero una gran amiga. Simplemente no quiero que acabes cometiendo un error. Puedo ver que George está enamorado y puedo ver lo mismo en ti. No sé cómo describirlo… pero no me gustaría que perdieras la oportunidad de ser feliz.
—Gracias, Sally. Lo tendré en cuenta, pero yo tengo que llegar a mis propias conclusiones. Si es cierto que siento algo por él más allá del cariño, te prometo que actuaré en consecuencia.
—¿Entonces, qué vas a hacer? Querida amiga, la distancia que marcas entre tú y él puede que acabe en un gran desastre. Tienes que decirle que lo estás pensando, que tienes en cuenta sus sentimientos. Si no le expresas tus dudas, lo único que va a pensar es que no sientes nada por él.
Sally se dio cuenta de que Zora ahora la miraba divertida y esbozaba una sonrisa cómplice.
—Querida Sally… sabía que eras apasionada, pero no sabía que eras una gran defensora del amor.
Las dos amigas se rieron a carcajadas; era la primera vez que se reían desde que algunos de los tripulantes habían empezado a enfermar.
—Nunca había pensado en mí como apasionada. —Y sin dejar de sonreír y apretando las manos de su amiga, añadió—: Prométeme que, si de verdad amas a George, no lo dejarás escapar.
La amiga le prometió que haría lo posible para cumplir su promesa y, no sin dificultad, las dos amigas continuaron con su lectura.
Desde entonces, Sally intuyó un cambio sutil en su amiga. Aunque no parecía dirigir a George más atenciones que las necesarias, sí que estaba más abierta a recibirlas. Sally intentaba no espiar a su amiga, pero no pudo evitar observar cómo esta intentaba estar más involucrada en las conversaciones en las cuales George tomaba partido. En definitiva, Sally estaba satisfecha al ver que su amiga no era tan distante como antes.
En este punto del viaje estaban llegando al puerto de Ciudad del Cabo. El barco necesitaba algunas reparaciones y el descanso del Lady Mary fue aprovechado por la mayoría de pasajeros para pasar unos días en la ciudad de esta colonia inglesa arrebatada a los holandeses. Después de pasar tantos días seguidos en el barco, era reconfortante poder pisar tierra firme. El cuerpo tardaba en acostumbrarse a caminar y sentían una sensación casi agorafóbica al andar en un espacio abierto, fuera de la comodidad del barco, cuyos rincones se habían convertido en espacios aprendidos de memoria. Aun desubicada, Sally estaba contenta de poder estar fuera del barco. Además, era la primera vez que se encontraba a solas con su padre desde hacía días. Los dos estaban paseando del brazo por la parte del puerto donde se encontraban los almacenes pertenecientes a las empresas occidentales. Ninguno de los dos miraba nada en concreto, simplemente disfrutaban en silencio del alboroto del mercado. Casi sin pensar, Sally se dio cuenta de que este era un momento perfecto para hablar del tema que la había estado preocupando desde la primera noche a bordo del Lady Mary, así que discretamente sacó la carta que llevaba por dentro de la cintura de la falda y se la dio a su padre:
—Padre, encontré la carta por casualidad y, aunque sé que no estuvo bien, no pude evitar leerla.
Theodore pareció no tener ni idea de qué le hablaba Sally cuando cogió el arrugado trozo de papel, pero en su rostro la confusión dejó paso rápidamente a algo parecido al pánico. Aunque Sally nunca antes había visto a su padre mostrar miedo, no tuvo tiempo de deducir a qué se debía este sentimiento, ya que pronto retornó a su habitual sonrisa.
—¡Oh, querida! ¡Creo que la última vez que urgaste entre mis cosas tenías ocho años! Y también entonces te tomaste las cosas muy a pecho —recordó Theodore sin que Sally supiera exactamente a qué se refería. Antes de poder preguntar, Theodore añadió—. Supongo que te refieres a los asuntos que menciona nuestro viejo amigo Sir Hampton. ¿No es así, querida? Dichos asuntos se refieren a unos encargos que Hampton y unos amigos comunes quieren que haga en Hong Kong. Están interesados en ver impresiones de la colonia.
—¿Así que los asuntos a los que Sir Hampton se refiere son simples encargos? —dijo Sally sin estar muy convencida.
—Bueno, encargos, cartas, bocetos…
—Pero por la carta se deduce que nuestro traslado a Hong Kong estaba decidido mucho antes de hablarlo conmigo.
—Planes sin importancia, querida; es cierto que fue por sugerencia del viejo Hampton que consideré ir a Hong Kong. ¡No le des demasiada importancia!
—Tienes razón, padre, pero no puedo evitar pensar que tendrías que haber compartido toda la información sobre el viaje con tu querida hija. Y, por cierto, ¿quiénes son los Dunn? —dijo Sally ahora un poco más relajada.
—Son unos viejos amigos que no hemos visto hace años. Creo que te van a gustar —apuntó Theodore cogiendo la mano de su hija.
Padre e hija siguieron paseando en silencio. Sally no estaba completamente satisfecha con las vagas explicaciones ofrecidas por su padre, pero pensó que tal vez estaba siendo injusta con él. Después de todo, los asuntos de los que no le había hablado no debían de ser tan decisivos. Además, el que su padre hubiera hecho algunos planes previos con Sir Hampton no significaba que las razones por las que el pintor había decidido ir a Hong Kong fueran menos importantes. Tenía que confiar en que su padre consideraba como prioridad el presentar a su hija en sociedad y no sus asuntos personales o posibles negocios con su amigo.
De todas formas, Sally pronto tuvo otras cosas en las que pensar. Poco después de acabar su paseo, Theodore se sintió gravemente indispuesto debido al calor y Sally tuvo que llevarlo de vuelta al barco. De todas maneras, Sally no tenía mucho más que hacer.
George y Zora habían empezado a pasar más tiempo juntos. Esa misma mañana, por ejemplo, el joven había acompañado a todas las mujeres Whitman a comprar algunas provisiones. Sally los había visto alejarse del barco; Mistress Whitman y Sylvia a la cabeza y Zora y George convenientemente retrasados, hablando animadamente, una escena que ya se había convertido en habitual, por lo que parecía que Sally no era la única que estaba al corriente del acercamiento entre los dos jóvenes: Mary Ann también había estado observando a la posible pareja.
—He podido comprobar, querida Sally, que nuestra amiga Zora está más atenta a las atenciones de George… Y tengo la ligera sospecha de que fuiste tú quien la animó un poco a ello.
—Bueno, no es que la animara, pero le indiqué que no se cerrara a considerar una relación entre los dos si se daba, bueno, ya sabes, la posibilidad. Después de todo, sus dos familias se conocen; George y Mister Whitman comparten carrera dentro de la Compañía…
—Sí, tienes razón —interrumpió Mary Ann—, pero yo te aconsejaría que no animaras a la pequeña Zora. Es tan tímida la pobre… Si las atenciones de George no llevan a nada, no me gustaría que acabara con una gran decepción. Después de todo, las dos sabemos que George tenía unas intenciones muy diferentes al principio de esta travesía.
Mary Ann proporcionó una sonrisa cómplice a Sally a la que esta respondió de mala gana. Seguía sin estar de acuerdo con su amiga, pero su intuición le aconsejaba no contrariar a Mary Ann. Sin embargo, desde aquel día algo había cambiado entre las dos amigas. Mary Ann empezó a organizar paseos sin informar a Sally, a mostrarse competitiva y a interrumpirla cuando esta hablaba. Nadie, a excepción de Zora, parecía darse cuenta de esta nueva actitud.
Poco después de abandonar Ciudad del Cabo, Mary Ann, Sally y Mistress y Mister Elliott estaban jugando a las cartas en el salón principal. Theodore no era el único que sufría por el calor; se había hecho tan insoportable que Mistress Elliott tenía una sensación continua de desfallecimiento.
—Cuando viajamos en barco, a mi padre y a mí, para pasar el mareo, nos ayuda tendernos en la litera —intentó aconsejar Sally a Mistress Elliott.
—¿Cuando viajáis en barco? —interrumpió Mary Ann—. Ay, mi querida amiga, lo dices como si viajaras en barco cada día, y nosotros fuéramos unos pobres mortales que no viajamos tanto como tú y tu padre ¡Gracias por tus consejos, querida amiga! —Este último comentario pareció ser muy divertido para Mary Ann, sus padres y el grupo que normalmente sociabilizaba con ellos.
—Yo solo quería… —dijo Sally mientras enrojecía, pero, antes de que pudiera encontrar las palabras para explicarse, Mary Ann había cambiado de tema.
En los días que siguieron a la travesía que les llevaba al océano Índico, estas escenas se repitieron. Sally había llegado a la conclusión de que intentar replicar a Mary Ann solo incentivaría futuros comentarios. Además, era consciente de que su futura vida social dependería de la joven, así que no era conveniente desairarla. Pero esta nueva situación había creado un ambiente casi insoportable para Sally. El barco parecía más pequeño que nunca y solo se sentía cómoda cuando pasaba tiempo con Zora o con su padre. Una vez recuperado de sus mareos y acabado el famoso retrato de Mary Ann, Theodore estaba totalmente inmerso en los otros retratos y en sus acuarelas. Con la excusa de que su padre había estado enfermo, Sally se pasaba largas horas ayudándolo. Intentaba asistir a los eventos sociales que eran imprescindibles o a los que estaba invitada sintiéndose incómoda y, a veces, incluso no muy bien recibida. Cuanto más se preocupaba por mantener la paz, más parecía molestar a Mary Ann.
Un día, Sally se sintió particularmente afectada por uno de los comentarios de Mary Ann. Para pasar el rato, decidió ayudar a su padre con sus acuarelas, sentados en la proa de la cubierta. En realidad, Theodore no necesitaba de mucha ayuda, así que Sally solo se dedicaba a esbozar distraídamente. Se encontraban en algún lugar entre el continente africano y la India, el mar estaba tranquilo y soplaba una brisa ligera y agradable. Casi todo el mundo se encontraba acabando de cenar y padre e hija estaban prácticamente solos en la cubierta.
—Sally, ¿te has fijado en qué atardecer tan hermoso? —dijo su padre interrumpiendo el silencio entre ambos. Sally, que hasta ahora había estado con los ojos fijos en su dibujo aún sin terminar, levantó la cabeza para mirar al horizonte. El color rojizo y anaranjado del cielo eran tan brillantes que los ojos le dolieron por un instante, pero pronto se acostumbraron al insistente brillo, y fue entonces cuando pudo ver una escena sobrecogedora: una cascada de colores tan intensos que por primera vez dudó de la capacidad de su padre de poder llegar a plasmar algún día tanta belleza en una simple acuarela. Sus ojos parecían ávidos por devorar los tonos intensos del atardecer que luchaban con la frontera azul que marcaba el océano, cambiando a cada segundo. Mientras miraba al horizonte, pareció olvidarse de sus problemas. Ahora solo sentía una profunda melancolía inspirada por este paisaje efímero.
—Sí, es hermoso, padre —contestó Sally finalmente.
—Ves, querida, esta belleza es la que importa. —Y cogiendo ligeramente la mano de su hija añadió—: No te preocupes por lo que Mary Ann está haciendo contigo; hay gente que no sabe cómo lidiar elegantemente con la competencia, y tú eres una gran competencia, querida Sally.
Sally miró a su padre y asintió, aunque ahora se sentía algo confundida. Su padre parecía no darse cuenta de nada… Aunque se había percatado de las rencillas entre las dos jóvenes, parecía no tener ni idea de por qué todo esto estaba sucediendo. ¿Acaso no se había dado cuenta de que ella no era competencia suficiente para nadie? Era Zora quien había recibido las atenciones del supuesto admirador de Mary Ann.
El cielo estaba casi completamente oscuro y el ahora débil cobrizo parecía haber perdido su batalla contra el azul. Sally se disculpó diciendo que estaba cansada y que deseaba volver a su camarote, y se dirigió a popa para acceder desde allí a los camarotes. Pudo entrever dos figuras a través de la oscuridad, un chico y una chica, que se encontraban al otro lado, a babor. Ninguno de los dos pareció ver que Sally pasaba caminando por el lado de estribor. Los dos se encontraban inmersos en una conversación y se cogían de las manos. Sally no solo pudo distinguir claramente quiénes eran, sino que vio como la figura masculina se arrodillaba de repente delante de la otra. Al ver la escena, Sally se dio cuenta —con inmensa alegría algo teñida de envidia— de que su querida Zora se acababa de prometer.