35

Claude Mauston llevó a Francesca de regreso a la ciudad. Había pasado con Regina más tiempo del que tenía previsto porque su estado era preocupante. Se le había hecho tarde, y Francesca temía que Neal se preguntara dónde había estado. Le pidió a Claude que la dejara en High Street en vez de en el paseo marítimo, y bajó inmediatamente en cuanto el coche se detuvo.

Después de trabajar todo el día con su amigo Fred Cook, Neal estaba tomando una copa con él en el hotel Orient. Pese a que tenía ganas de ver a Francesca, aceptó la propuesta de Fred porque también quería comprar una buena botella de vino para su velada con Francesca. Estaba saliendo del hotel cuando vio bajar a Francesca del coche de los Radcliffe y desaparecer por un callejón que llevaba al paseo marítimo. Neal estaba tan sorprendido que se pegó a los talones de Francesca cuando el coche se hubo ido.

Francesca caminaba a paso ligero, de modo que llegó al muelle antes de ver a Neal. Se puso loca de contento al ver que el Marylou estaba anclado allí. Mientras caminaba presurosa por el muelle, hizo una seña a Ned, que se encontraba en la cubierta.

—¡Francesca! —gritó Neal, cuando casi la había alcanzado—. ¿Dónde has estado?

Francesca se dio un susto al oír su voz, que sonaba enojada.

—Neal —dijo, sin aliento, y se volvió hacia él. Vio que estaba furioso. Enseguida comprendió que Neal la había visto bajar del coche de los Radcliffe—. El Marylou ha vuelto —dijo para distraerle.

—¿Dónde has estado? —repitió Neal, y le lanzó una mirada furiosa.

—Yo… —pensó si debía darle una excusa, pero enseguida descartó la idea. Neal merecía su sinceridad—. He estado con Regina Radcliffe —contestó ella—. Me preocupa mucho y…

Neal la interrumpió.

—¿Te preocupan Regina o Monty?

Francesca lo miró asombrada.

—Regina. Pero, por supuesto, también me preocupa Monty —repuso.

—¿Entonces ya has olvidado que intentó matarme?

—Claro que no…

—Pues eso parece. Regina fue cómplice al hacerte salir del Ofelia para que su hijo pudiera hacerme saltar por los aires con el barco, y a ti no se te ocurre nada mejor que ir a la granja y preguntar por el estado de salud de la alta sociedad.

—Es una tragedia, Neal.

—Como mínimo podría haberlo sido, sí.

—Regina ha perdido a su marido, y ahora Monty está en prisión, y le amenazan con la horca…

—¿Te habrías compadecido de él si me hubiera hecho saltar por los aires? —gruñó Neal. Nunca se había enfadado tanto.

—¿Cómo puedes preguntar eso, Neal? Te quiero, ya lo sabes.

—Tengo mis dudas —replicó él con brusquedad, y se fue dando zancadas.

Francesca lo vio marchar. Luego lanzó una mirada al Marylou, desde cuya cubierta Ned los observaba con gesto de preocupación. Había seguido la discusión.

Cuando Francesca subió a bordo del Marylou, Joe y Lizzie también habían salido a cubierta, así que Ned mantuvo la boca cerrada.

—¡Francesca! —gritó Joe, y la abrazó—. Me alegro de verte.

—Hola, papá… Lizzie. ¿Os lo habéis pasado bien? —Francesca puso cara de valiente, aunque por dentro tenía el corazón destrozado.

—Mucho, y hemos pescado un cubo lleno de peces. Elizabeth tiene un don para la pesca. Incluso me supera a mí. —Le guiñó el ojo a Lizzie, que le sonrió, coqueta—. Pero dudo que nos hayas echado de menos.

—Claro que os he echado de menos —replicó Francesca, evitando la mirada de su padre para que no notara lo deshecha que estaba. Joe interpretó su inquietud como timidez. Francesca, en cambio, pensó que nunca lo había visto tan feliz, igual que a Lizzie. Era obvio que las vacaciones les habían sentado muy bien.

—¿Dónde está Neal? —preguntó Joe.

—Ha estado ayudando a Fred Cook, pero ahora ya debería estar de nuevo en el Bunyip. Será mejor que me vaya, papá, pero vuelvo mañana. —Se había olvidado completamente de la cena de bienvenida.

—Te esperaremos encantados —contestó Joe, y le dio un beso en la mejilla. Aunque estaba desilusionado por no verla más tarde, entendía que a dos recién casados les costaba pasar mucho tiempo separados.

Mientras Joe y Ned iban a la cocina, Lizzie saltó a tierra y corrió tras Francesca. Había tomado la decisión de hablarle a Francesca de la relación con Joe, que durante su breve ausencia se había estrechado. Joe no había dicho ni una palabra que pudiera sacar el tema a colación, y Lizzie tenía la necesidad de hablar primero con Francesca. Si ella no aceptaba su relación, ya pensaría qué hacer.

—¡Francesca! —gritó Lizzie, sin aliento—. Espere, por favor. Me gustaría hablar con usted —dijo. Sintió un nudo en el estómago, y se le había secado la boca del miedo.

—Ahora no puedo, Lizzie —repuso Francesca, irritada. Quería ir a ver a Neal lo antes posible—. Tengo que irme. —Siguió su camino a toda prisa.

Lizzie se quedó como si le hubieran dado un golpe en la cabeza y la siguió con la mirada. Probablemente Francesca se imaginaba lo que quería decirle, y seguramente no le gustaba nada. Lizzie se sintió herida y rechazada, una sensación que ya le era familiar. Además, se sintió estúpida. ¿Cómo podía haber creído que iba a poder llevar una vida mejor?

Ya había anochecido cuando Francesca llegó al Bunyip, y comprobó con turbación que no había luz a bordo. El barco estaba desierto. Escudriñó la orilla con la mirada y llamó a Neal, pero no lo vio por ninguna parte.

Francesca esperó una hora a bordo. Al ver que Neal no aparecía, se dirigió de nuevo al Marylou. Su padre se sorprendió al verla, y se asustó al comprobar que había llorado.

—¿Qué pasa, Frannie? —Estaba sentado con Lizzie y Ned, tomando una taza de té en la cocina.

Lizzie se levantó.

—Disculpadme —dijo—. Me duele la cabeza y me gustaría acostarme.

Joe se sintió confuso porque Lizzie no había mencionado en todo el rato que le doliera la cabeza.

—¿Va todo bien, Elizabeth?

—Sí, solo necesito dormir bien. Hasta mañana.

—Buenas noches —dijo Joe, y le sonrió. Cuando Lizzie se hubo retirado, desvió la atención hacia su hija—. Bueno, ¿qué pasa, Francesca?

—No sé dónde está Neal —contestó ella.

Joe no la entendía.

—¿Habéis discutido?

Francesca dejó caer la cabeza.

—Ha descubierto que hoy he estado en Derby Downs, y ahora está furioso —dijo.

—Ah —dijo Joe. Entendía que Neal se enfadara—. No me extraña, Francesca. Al fin y al cabo, Monty ha intentado matarlo.

—Ya lo sé, papá, pero hace poco que Regina ha perdido a su marido, y ahora está muerta de miedo por Monty. Me encontré a Amos Compton en la ciudad y me contó que él y Mabel estaban muy preocupados por Regina. A decir verdad… a mí me ocurre lo mismo. Me da miedo que haga una tontería y se haga daño.

—No hace falta que te preocupes por Regina, Francesca. Tienes mucha empatía, que no es que esté mal, pero tienes que poner límites con los Radcliffe. El enfado de Neal es completamente comprensible. No solo Monty ha intentado matarlo, sino que además te hizo la corte…

—Neal no tiene motivos para imaginar que siento algo por Monty.

—Después de todo lo que ha tenido que sufrir, probablemente ni siquiera sabe cómo asumir todo esto, Francesca. Cuando no una, sino dos personas han atentado contra tu vida, puede sacarte de quicio.

—Pero mis sentimientos hacia Monty no son románticos.

—Supongo que a tu marido le cuesta entenderlo.

Francesca comprendió que su padre tenía razón. Había sido una insensible.

—¿Puedo quedarme en el Marylou esta noche, papá? —Al día siguiente se dedicaría a buscar a Neal para hacerle entender que no sentía nada por Monty.

—Por supuesto, Francesca —contestó Joe—. Pero, por favor, no hagas ruido, por Elizabeth. Lleva todo el día muy callada.

—Tal vez sea por Echuca —aventuró Francesca.

—Puede ser. Ha disfrutado mucho de la excursión. —Había florecido como una rosa. Solo recordar lo despreocupada que estaba, Joe sonrió. Y al pensar en su primer beso, se le aceleró el corazón. Aunque ambos estaban muy nerviosos y se habían mostrado torpes, a Joe le pareció que estaba muy bien. Sus besos se volvieron cada vez más apasionados, y finalmente se amaron y derramaron lágrimas de felicidad. Fue un momento muy extraño y emocionante, sobre todo para Lizzie. Lloró con tanta intensidad que Joe se preocupó, pero ella le aseguró que solo estaba abrumada de felicidad.

—Cogeré una de las mantas y dormiré aquí, en el banco —dijo Francesca.

—A Lizzie no le molestará que te metas con ella en la cama —contestó Joe. El banco no era muy cómodo para dormir. Tenía longitud suficiente, y estaba tapizado, pero aun así.

—No, ya tengo bastante. Si a Lizzie le duele la cabeza, prefiero no molestarla.

Al día siguiente por la mañana, Francesca y Ned fueron los primeros en levantarse. Como tantas veces, se acomodaron juntos en la borda, con una taza de té en la mano. Soplaba un viento débil, y el brillo del sol se reflejaba en la superficie del agua y eliminaba las últimas sombras de la noche. Por desgracia, el sol no podía hacer desaparecer los miedos de Francesca. Apenas había dormido, se había pasado casi toda la noche dándole vueltas a si Neal la perdonaría.

—No has pegado ojo, ¿verdad, Frannie? —dijo Ned, que se fijó en sus ojeras.

Francesca sacudió la cabeza.

—No creo que Neal entienda tu visita a Derby Downs si no le cuentas que Regina es tu madre biológica —continuó Ned.

Francesca no podía pensar en otra cosa. Hacía un tiempo que había llegado a la conclusión de que cuantas menos personas supieran de sus padres biológicos, mejor. Además, Neal no entendería que le hubiera ocultado sus orígenes, sobre todo después de que él le dijera que no debería haber más mentiras entre ellos.

—No sé, Ned —contestó ella—. Cuanta más gente lo sepa, más probabilidades hay de que mi padre también se entere. Y eso no puedo permitirlo.

—Entiendo que protejas a Joe, Fran, pero Neal es tu marido. Tiene derecho a saberlo. Si no hablas con sinceridad con él, seguirá pensando que sientes algo por Monty y que esos sentimientos son los que te acercan a Regina.

Francesca lo pensó un momento.

—Tienes razón, Ned. No sé qué haría sin ti.

—En ese sentido, puedes estar tranquila —contestó Ned, con una sonrisa.

Francesca también sonrió y le dio un abrazo. Sabía apreciar aquellos momentos con Ned, sobre todo ahora que se hacía mayor.

Cuando Francesca volvió al Bunyip, encontró a Neal solo en la popa, ensimismado. Vio que seguía vestido con la ropa de trabajo del día anterior, y comprendió que ni siquiera se había acostado. Apenas le dedicó una mirada cuando se sentó a su lado, y la expresión de su rostro no le dejaba dudas. Era obvio que se sentía engañado.

Francesca estuvo a punto de preguntar dónde se había metido durante toda la noche, pero no era una pregunta adecuada en aquel momento. Primero tenía que dar explicaciones.

—Neal, sé que estás furioso conmigo —empezó.

—Estoy decepcionado, Francesca. Monty intentó matarme, y tú te preocupas por él.

—Sí, pero por un motivo completamente distinto del que crees, Neal.

Neal se volvió hacia ella y arrugó la frente.

—¿Qué quieres decir? —Había estado toda la noche deambulando sin rumbo, dándole vueltas a cómo debía reaccionar si Francesca le confesaba que Monty no le era indiferente. No había llegado a ninguna conclusión.

Francesca respiró hondo.

—Monty es mi hermanastro.

—¿Qué dices? —Neal se había puesto de pie de un salto—. ¿Cómo puede ser?

—Regina Radcliffe es mi madre biológica —dijo Francesca en voz baja.

Neal volvió a sentarse, con la confusión reflejada en el rostro.

—Me lo he guardado para mí todo este tiempo… por mi padre —explicó Francesca—. Él no lo sabe, y nunca debe saber la verdad.

—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó Neal.

—Lo supe poco antes de mi compromiso con Silas.

—¿Y cómo?

—Me lo dijo Regina.

Neal seguía sin entender nada, de modo que Francesca le explicó lo que ocurrió aquella noche en el río, tal y como se lo había contado Ned.

—Regina me dio a luz en Boora Boora, y luego me abandonó en una tina pequeña en el río.

Neal la miró boquiabierto.

—Aquella noche la luna brillaba, y Ned había montado su campamento en la orilla. Oyó los gritos de Regina durante el parto, y poco después descubrió la tina en el río. Al oír luego el llanto de un bebé, reaccionó enseguida. Él y los Callaghan me salvaron del río.

—Dios mío, Francesca —dijo Neal, y la abrazó—. Podrías haberte ahogado.

—Lo sé. Si no me hubieran visto tan deprisa, seguramente ahora no estaría aquí sentada, hablando contigo.

Neal no quería ni pensar en lo que podría haber ocurrido si la tina hubiera quedado a merced del río.

—¿Regina sabía que los Callaghan y Ned te habían sacado del río?

—No, la primera vez que me reconoció como su hija fue cuando pasé el fin de semana en Derby Downs. Me estaba probando vestidos y vio la marca de nacimiento que tengo en la pierna. Como sabes, tiene una forma característica. Cuando Regina me preguntó por mi fecha de nacimiento, confirmó sus peores sospechas. Había entrado de nuevo en su vida, y además su hijo se había enamorado de mí. No tenía intención de contarnos la verdad ni a mí ni a Monty, sino que quiso separarnos desacreditándome para que Monty perdiera el interés en mí.

—¿Entonces por qué desembuchó justo cuando te comprometiste con Silas? En el fondo podría irle muy bien.

Francesca bajó la mirada.

—Voy a confiarte algo que solo Regina y yo sabemos, Neal. Como mi marido, debes saber la verdad, pero tienes que prometerme que quedará entre nosotros.

—Tienes mi palabra.

—Tal vez me veas con otros ojos cuando lo sepas… —Le tembló la voz.

—Yo siempre te querré, Francesca. —Le tomó la mano y la apretó—. Eso no cambiará nunca.

Aquellas palabras le dieron a Francesca el valor necesario.

—Silas Hepburn era mi padre biológico.

Neal palideció.

—Por eso Regina se vio obligada a contarme la verdad. Quería impedir que me casara con mi propio padre.

Neal sacudió la cabeza, consternado.

—Yo… no tengo palabras, Francesca. —Tras un breve silencio, continuó—: ¿Cómo pudo una mujer como Regina tener un lío con un tipo como Silas?

—Dice que antes era distinto.

—¿Le dijo que estaba embarazada de un hijo suyo?

—No, y se lo agradezco. Acabó con la relación porque quería a Frederick, y luego ocultó que estaba encinta. Como Frederick solía pasar meses fuera, no podía hacer encajar el niño con él, así que tuvo que deshacerse de mí sin dejar rastro. Creo que poco después Frederick tuvo el accidente, pero Regina estaba convencida de que jamás le perdonaría haberle engañado. Sin duda cometió una atrocidad, pero le daba miedo perder a Frederick y a Monty.

—¿Estás segura de que no se trataba solo de su reputación?

—Estoy segura de que temía por su buen nombre, y que eso me puso en el peor lugar. Pero la he perdonado, Neal. Lo más trágico es que, si Monty hubiera estado al corriente, nunca te habría atacado y no tendría que temer la horca.

—Puede ser, Francesca. Pero el asesinato no es la solución cuando la mujer que uno ama escoge a otro hombre. Eso no puedo perdonárselo.

Francesca entendía cómo se sentía Neal.

—Pero me da la sensación de que no estoy exenta de culpa en esta tragedia. Todo este asunto tardará mucho en pasar, Neal. Pero me gustaría saber si ahora entiendes por qué fui a ver a Regina.

Neal asintió, pero parecía preocupado.

—Pero no entiendo que visites a Monty, Francesca. ¿Me prometes no hacerlo?

Francesca se lo prometió, y Neal la estrechó de nuevo entre sus brazos.

Al día siguiente, Francesca se dirigió a ver a su padre, Ned y Lizzie. Cuando llegó al Marylou, su padre parecía de mal humor.

—¿Qué pasa, papá? —preguntó ella.

—Nada —replicó Joe, cortante, y subió a la caseta del timonel.

Francesca miró extrañada a Ned.

—¿Qué le pasa? —Sabía que esa aspereza era su mecanismo cuando no era capaz de expresar sus sentimientos. Siempre había sido así.

Ned la llevó a la cocina y cerró la puerta. Sirvió té en dos tazas y se sentó.

—No lo sé exactamente, pero Lizzie ha desaparecido. Me he enterado de que pretende trabajar en la lavandería que ha abierto Henrietta Chapman.

—¿Ya la ha abierto? —Henrietta era una caja de sorpresas. En cuestiones de negocios parecía tan expeditiva como Silas, pero por suerte no tenía su falta de escrúpulos.

—Sí, ha alquilado los hangares de lana del final del paseo marítimo y una caldera de un barco hundido, y ha comprado varias cubas. Creo que ya tiene contratadas a media docena de mujeres. Lizzie se enteró por una hoja volante de las que Henrietta ha impreso y ha repartido por todos los barcos del muelle para dar publicidad a su lavandería.

—Pensaba que Lizzie era feliz viviendo y trabajando a bordo del Marylou —dijo Francesca.

—Era feliz. Creo que esa es la madre del cordero.

—No te entiendo, Ned…

—Lizzie y Joe se han acercado mucho.

—¿Y qué problema hay? —preguntó Francesca, que no entendía nada.

Ned levantó las cejas, y Francesca abrió los ojos de par en par.

—Quieres decir que…

—Sí. Tienen sentimientos serios el uno por el otro.

A Francesca le costaba respirar.

—Pero… ¿románticos?

—Sí —contestó Ned.

—¿Papá y Lizzie?

—Sí. Ya se habían acercado mucho antes de irnos a Goolwa, pero creo que ha ido a más.

—Papá… y Lizzie —repitió Francesca. No podía creer que no lo hubiera notado—. ¿Y por qué no me ha dicho nada ninguno de los dos?

—Ya conoces a tu padre. No habla de esas cosas, ni siquiera conmigo. Cree que son cosas que solo le atañen a él. Y en cuanto a Lizzie, tengo una teoría que explica que no te haya dicho nada.

—¿Y cuál es?

—Seguro que cree que tienes algo en contra de su relación por su pasado.

Francesca ni siquiera había tenido tiempo para pensar en qué opinaba ella. En cambio, le preguntó a Ned.

—¿Y tú qué piensas, Ned? Al fin y al cabo, vosotros dos hace muchos años que estáis solos.

—Suena como si fuéramos dos solterones.

Francesca se echó a reír.

—Ya sabes lo que quiero decir.

—Sí. A decir verdad, me alegro, Fran. Soy bastante mayor que tu padre, por lo que cabe suponer que un día se iba a quedar solo.

—Por favor, Ned, no digas eso.

—Es la verdad, Frannie. Pero no te preocupes, aún me quedan unos años y me tendréis que soportar un tiempo. Pero hacía tiempo que esperaba que tu padre conociera a una mujer que le quisiera tanto como le quiso tu madre.

—¿Y tú crees que Lizzie es esa mujer?

—Sí.

Francesca no tuvo dificultades para encontrar la lavandería. En efecto, Lizzie estaba junto a una de las tinas, donde frotaba ropa contra una tabla de lavar. Aunque no era un día especialmente caluroso, tenía sudor en la frente. Había cinco tinas más con mujeres trabajando, con una enorme caldera en medio. Un hombre estaba ocupado cortando madera y atizando el horno de la caldera con ella. Por el calor que desprendía la caldera el ambiente era asfixiante en el viejo almacén, y húmedo como en el trópico.

—Si frota más fuerte se rasguñará las manos —dijo Francesca a Lizzie, que la miró sorprendida y se había quedado muda—. ¿Podemos hablar en la puerta? —le pidió Francesca.

—La colada tiene que estar lista a las diez —contestó Lizzie, que se secó la frente con el antebrazo.

—No te robaré mucho tiempo —dijo Francesca.

Lizzie dejó caer el jabón de fenol en la tina y siguió a Francesca hacia la luz del sol.

Por un momento las dos mujeres se quedaron frente a frente, en silencio. Francesca aún no podía entender que no se hubiera fijado en que había surgido una relación entre su padre y Lizzie.

—Me gustaría disculparme por haber estado tan brusca ayer, Lizzie. Tuve un malentendido con Neal, y quería irme lo antes posible.

—No pasa nada —repuso Lizzie, pero Francesca vio que se había sentido herida.

—¿De qué quería hablar conmigo? —preguntó.

—Se me ha olvidado —murmuró Lizzie—. Ya no importa.

Francesca sabía que la estaba engañando.

—¿Puedo preguntar por qué se ha ido del barco, Lizzie? Pensaba que se llevaba bien con mi padre y con Ned.

Lizzie dejó caer la cabeza.

—Es cierto, Francesca, pero no puedo quedarme eternamente. Su padre ya ha sido bastante generoso al darme un refugio seguro cuando estaba en apuros. No quiero abusar de su hospitalidad.

Francesca comprendía el orgullo de Lizzie. Cualquier otra mujer en su situación no habría dudado en que un hombre la mantuviera, aunque no fuera su marido, pero no Lizzie.

—No está abusando de nadie, Lizzie. Aunque nadie se lo pidió, ha cocinado y limpiado. Se ha ganado más que su sustento.

Lizzie se quedó mirando el agua, abrumada por la tristeza, porque ya amaba el río tanto como Joe. Ya no podía imaginar una vida sin él, y menos ahora que sabía qué significaba ser feliz.

—A usted le gusta la vida a bordo, Lizzie —dijo Francesca—. En todo caso es mejor que pasarse todo el día en la lavandería. No para de caerle sudor, y ni siquiera es verano todavía.

—Me gustaría quedarme en el barco, pero era el momento de continuar. Y no acabará conmigo un poco de trabajo duro.

Francesca vio que Lizzie no le expresaría sus sentimientos por voluntad propia.

—Lizzie, mi padre está muy triste desde que se ha ido. Creo que la quiere.

Lizzie se sonrojó hasta la raíz del cabello.

—Lo siento, Francesca. Quería ahorrarle la vergüenza.

—¿Vergüenza? ¿De qué habla, Lizzie?

—No le reprocho que no quiera a una exprostituta como mujer de su padre. Es comprensible.

—¡Yo nunca he dicho eso, Lizzie! Pero no sabía que usted y mi padre estaban enamorados. ¿Acaso cree que no me había dado cuenta de que mi padre está radiante de felicidad últimamente? Y si es mérito suyo, Lizzie, yo le apoyo.

Lizzie se sintió aliviada, pero sabía que Francesca tenía un gran corazón.

—No es tan fácil. Me da miedo entregarle mi corazón a Joe… y que un día se despierte y cambie de opinión porque sus amigos se ríen de él a sus espaldas.

—Debería saber que a mi padre le da igual lo que piensen los demás de él. Siempre ha sido así.

—Joe me trata como a una persona normal —dijo Lizzie, sacudiendo la cabeza, como si aún no lo pudiera entender.

—Joe ve en usted más que una persona normal. Para él es muy especial.

—Usted no lo entiende, Francesca. Me pegan y me humillan desde niña, y desde entonces no puedo tener niños. Y ya sabe lo violento que era Silas. Siempre he pensado que merecía que me tratara así.

—¡Pues estaba equivocada, Lizzie! Pensaba que ya lo habría entendido. Mi padre la quiere. Si usted también lo quiere, aproveche esa felicidad, no deje pasar la oportunidad.

A Lizzie se le llenaron los ojos de lágrimas.

—¿Lo dice en serio, Francesca?

—Por supuesto. Al fin y al cabo, usted es… es mi mejor amiga, y no me cabe duda de que es la madrastra perfecta.

—¡Madrastra! —Lizzie se lanzó a abrazar a Francesca—. No tienes ni idea de lo feliz que me haces —dijo, sonriendo y llorando al mismo tiempo.

—Ni la mitad de feliz que a mi padre, si permaneces a su lado toda la vida —contestó Francesca—. Y ahora, vamos al Marylou.

—¿Y qué pasa con mi colada? —preguntó Lizzie, y se secó las lágrimas.

—Se lo explicaré todo a Henrietta. Estoy segura de que se alegrará por ti.

Joe se encontraba en la cubierta del Marylou, contemplando el agua, cuando Francesca llevó a Lizzie de regreso a bordo. Francesca recordó tiempos pasados, pues su padre parecía tan perdido como cuando falleció su madre.

—Mira a quién me he encontrado —dijo. Tenía el brazo sobre el hombro de Lizzie.

Joe se dio la vuelta.

—¡Elizabeth! —exclamó. Llevaba escrita en el rostro la esperanza de que hubiera vuelto para siempre. Francesca comprendió que amaba a Lizzie con todo su corazón. Había estado ciega por no haberse fijado antes.

—Yo ya he hecho mi parte, papá, ahora puedes convertir a Elizabeth en tu mujer. No puedo tolerar que mi padre viva en pecado, sería una deshonra insoportable.

Salió a la luz el temperamento irlandés de Joe.

—Me importa un carajo lo que… —Se calló al darse cuenta de que Francesca y Lizzie se estaban riendo de él—. Si ella quiere, será exactamente lo que haré —dijo.

Lizzie se lanzó a los brazos abiertos de Joe.

—Francesca —la llamó Ned desde la proa—. Tienes visita.

Francesca dejó solos a Joe y a Lizzie y se dirigió intrigada a la proa.

Volvió poco después con un documento en la mano, mientras Ned charlaba con un marinero del Captain Proud, que estaba anclado al lado.

—¿Puedo daros otra buena noticia? —dijo ella.

—Claro, ¿cuál? —preguntó Joe, que tenía agarrada a Lizzie por la cintura.

—¡Tengo mi licencia de capitán! —La levantó, orgullosa.

—¿En serio? ¿Es que la comisión ha cambiado de opinión de repente?

—Vayamos por partes, papá —contestó ella, rebosante de felicidad—. Por lo visto Leo Frank le contó a Gardener y los demás miembros de la comisión lo que ocurrió exactamente antes de que explotara el barco de Mungo. Después de oír sus explicaciones, deliberaron de nuevo.

—¡Es fantástico, mi niña! —dijo Joe, y la abrazó—. ¡Me alegro mucho por ti!

—Sí, papá, pero pronto tendrás que llamarme capitana Francesca Mason. Me parece que suena bastante bien.

—Suena genial —dijo Joe.

—Felicidades, Francesca —dijo Lizzie—. Estoy muy orgullosa de ti.

—Gracias, Lizzie —contestó Francesca. Estaba a punto de reventar de alegría, y ansiosa por contarle a Neal las buenas noticias.

En aquel momento Ned se unió a ellos, que parecía de todo menos contento.

—¿Qué pasa? —preguntó Francesca—. ¿Le ocurre algo a Neal?

—No, Frannie.

—Entonces ¿qué pasa?

—Acabo de enterarme de que mañana se abre el proceso contra Monty Radcliffe.