—No puedo seguir acostado sin hacer nada —dijo Neal, y se incorporó con esfuerzo. Gimió porque su cuerpo protestaba, y el martilleo en la cabeza le recordó que llevaba dos semanas condenado a la inactividad.
—No hay por qué ir con prisas, Neal. Por lo menos tienes que cuidarte durante una semana más —contestó Francesca—. El doctor Carmichael te ha ordenado que hagas reposo total, y tenemos que seguir sus recomendaciones.
—Y mientras tanto Silas acecha en algún lugar, esperando para rematar la faena. Estás en peligro. No sirve de nada, ni a ti ni a nadie, que siga aquí tirado.
Francesca sabía que Neal estaba desesperado.
—Hace más de dos semanas que no se sabe nada de Silas, Neal. No tienes de qué preocuparte.
—A lo mejor te quiere secuestrar. Es muy capaz. Probablemente ha desaparecido para que nos creamos seguros.
—Tienes mucha imaginación, Neal. —Francesca se echó a reír, pero también estaba inquieta—. Papá y Ned no me quitan ojo de encima. No puede pasarme nada.
Neal se agarró el costado izquierdo, le dolían las costillas. A pesar de que las contusiones iban disminuyendo poco a poco, Francesca tenía la sospecha de que había sufrido una conmoción cerebral, aunque él lo negara.
—Necesito aire fresco, Francesca. ¿Vamos a la cubierta?
Francesca imaginaba que Neal se sentía como si llevara una eternidad recluido.
—Muy bien —dijo—. Fuera hace un día precioso, y tal vez te sienten bien el sol y el aire fresco.
—Eso espero —contestó él, y le hizo un guiño insinuante.
Se levantó con cautela y Francesca le ayudó a llegar a cubierta, donde se dejó caer en una silla que estaba al sol.
—Es obvio que Joe y Ned han estado muy ocupados —comentó, al tiempo que dejaba vagar la mirada. Habían mejorado el barnizado y renovado las cuerdas que aseguraban la borda, además de realizar numerosas tareas pequeñas que se habían pospuesto durante mucho tiempo.
—Sí, ahora el Marylou vuelve a estar bonito, ¿no te parece? —contestó Francesca. Enseguida se arrepintió de su comentario espontáneo: a Neal seguía doliéndole la pérdida del Ofelia—. En cuanto te paguen el dinero del seguro podrás encargar un barco nuevo —se apresuró a añadir.
Neal asintió.
—Pero no sé quién lo va a construir. Ezra era el mejor en su oficio.
—Ya encontrarás a alguien. ¿Quieres un té?
—Sí.
Lizzie estaba en la cocina.
—Huele delicioso —dijo Francesca al entrar para prepararle un té a Neal.
—Hay gratinado de pollo y setas —dijo Lizzie.
—Papá sigue poniendo por las nubes el gratinado que hizo la semana pasada.
A Lizzie se le iluminó el rostro. Le gustaba cocinar para Joe y Ned. Los dos disfrutaban con lo que preparaba, y así ella se sentía útil.
—Así puedo devolverle un poco de su amabilidad a su padre —dijo—, y además me divierte.
Saltaba a la vista que, con el tiempo, a Lizzie había llegado a encantarle la vida en el río.
—Papá y Ned no dejarán que se vaya jamás si sigue cocinando tan bien para ellos —dijo Francesca.
Lizzie pensó que era demasiado bonito para ser verdad. Aunque en el burdel hacía pocas tareas de la casa, disfrutaba como una niña sintiéndose útil a bordo del Marylou haciendo la colada, limpiando y cocinando. Así también descargaba a Francesca, que pasaba la mayor parte del tiempo haciendo guardia junto a Neal. Además, a Lizzie le gustaba la luz del sol. En su vida anterior se había perdido muchos días durmiendo.
Francesca le hizo a Neal un bocadillo con el té y se sentó con él en la cubierta hasta que Neal se cansó. Cuando se retiró de nuevo al camarote, Francesca fue a dar un paseo por la ciudad. Esperaba encontrarse con Claude Mauston o Amos. Se había enterado de que Monty había sido puesto en libertad bajo fianza, pero con la condición de permanecer en la granja hasta que la policía hubiera averiguado quién estaba a bordo del Ofelia en el momento de la explosión. Francesca esperaba obtener alguna noticia de Monty, ya que no se atrevía a ir a Derby Downs. Al fin y al cabo vivía con Neal, y sabía que debía mantenerse al margen de la vida de Monty y Regina.
Francesca pasaba por delante del hotel Bridge cuando alguien la llamó.
—Disculpe… —le dijo una mujer.
—¿Sí?
—Usted es Francesca Mason, ¿verdad?
La mujer se encontraba en la entrada del hotel, que llevaba casi tres semanas cerrado.
—Sí —contestó ella.
—Soy Henrietta Chapman, la antigua esposa de Silas Hepburn —se presentó, y se acercó a ella.
—Ah. ¿Cómo sabe quién soy?
—Me lo ha dicho uno de los empleados del hotel. ¿Es cierto que estuvo usted prometida con mi exmarido?
Francesca se mostró vacilante.
—Sí —dijo a continuación—. Pero durante muy poco tiempo.
—Es usted afortunada —contestó Henrietta, para sorpresa de Francesca.
Henrietta era una mujer fuerte con un rostro atractivo, pero tenía una apariencia poco femenina porque llevaba el pelo recogido en un moño apretado que quedaba oculto bajo una caperuza blanca. Sin embargo, a Francesca le gustó el estilo sobrio de aquella mujer.
—Seguro que está usted muy ocupada, pero iba a tomar un té. ¿Desea acompañarme? —preguntó Henrietta.
Francesca no salía de su asombro.
—Sí, con mucho gusto —contestó ella, aunque la oferta de Henrietta la puso algo nerviosa.
Entraron en el comedor vacío, y Henrietta le sirvió té recién hecho.
—Me gustaría disculparme por las molestias que mi exmarido pueda haberles causado a usted y a su familia —dijo Henrietta, mientras tomaba asiento y destapaba una bandeja con galletas y pasteles—. Hace pocos días que estoy en Echuca, pero ya me han contado el sufrimiento que ha causado Silas a los miembros de esta comunidad desde que me fui. Estuvo tan poco tiempo prometida con Silas que probablemente le haya jugado una mala pasada. —Antes de que Francesca pudiera contestar, Henrietta añadió—: Conozco a Silas, no me sorprende, y lo lamento mucho.
—Le honra que se disculpe por Silas —dijo Francesca—. Pero usted no es responsable de sus tejemanejes. Dudo que Silas permita que nadie interfiera en sus asuntos.
—Sabe Dios que lo he intentado, pero al final tuve que darme por vencida y abandonarlo. Desde entonces vivo en Melbourne y trabajo en un hogar para mujeres en Malvern.
—Yo fui a la escuela en Malvern —dijo Francesca.
—¿Entonces conoce el hogar para mujeres de Barnaby Street?
—Barnaby Street no queda lejos de mi antiguo colegio.
—Qué casualidad. En el hogar para mujeres siempre buscan ayudantes, y por suerte allí tratan muy bien a mis hijos. No se imagina cuántas mujeres y niñas buscan refugio allí. Es triste. Si me quedo en Echuca, me gustaría crear aquí una institución parecida. Las mujeres que han sido abandonadas o que tienen que cuidarse solas pasan muchos apuros, y a menudo acaban en un burdel. Si hubiera un servicio de atención, ya no se verían obligadas a ello.
—Estoy de acuerdo —dijo Francesca, que pensaba en Lizzie. Respiró hondo—. Para ser sincera, Henrietta, le diré que nunca tuve intención de casarme con Silas.
—Entonces ¿por qué se comprometió con él?
—Sé que es ruin, pero lo hice solo para que mi padre pudiera devolverle sus deudas a Silas sin tener que estar pensando en que su trabajo iba a ser saboteado constantemente.
—No lo entiendo. ¿Por qué iba Silas a impedir que su padre trabajara, si le debe dinero?
—Quería que mi padre tuviera dificultades con los pagos. Eso le daba la posibilidad de condonarle la deuda a cambio de su consentimiento para poder pedir mi mano.
Henrietta apretó los labios.
—Ya entiendo.
—Cuando mi padre se negó, Silas lo presionó. Como mi padre transportaba madera para Ezra Pickering, Silas obligó a Ezra a retirarle los encargos amenazándolo con quitarle los clientes. Ezra, por mala conciencia, envió a mi padre a Dolan O’Shaunnessey. Poco después Dolan sufrió un accidente grave y tuvo que cesar la actividad de su astillero. Y luego también se incendió el astillero de Ezra.
—No cree que esos accidentes fueran casuales, ¿verdad?
—No, y mi padre tampoco. Acepté la propuesta de matrimonio de Silas para que no sufrieran más personas inocentes y para que mi padre pudiera conservar su barco.
—¿Silas se enfadó cuando rompió el compromiso? Porque supongo que fue usted quien lo rompió.
—Sorprendí a Silas besando a otra mujer, pero le aseguro que aquello no me rompió el corazón. Poco después, mi padre recibió una herencia y pudo devolver el dinero de la deuda. Silas se puso hecho una furia, sobre todo porque me he casado con otro hombre. Al cabo de poco tiempo el barco de mi marido, el Ofelia, saltó por los aires, mientras alguien le daba una paliza en un callejón oscuro que estuvo a punto de matarlo.
—¡Es horrible! ¿Cómo está?
—Se está recuperando poco a poco, pero no estaremos tranquilos hasta que no sepamos qué le ha ocurrido a Silas.
—Su desaparición es todo un misterio, y va totalmente en contra de su carácter. No le gusta desatender sus negocios.
—Quienquiera que haya robado el barco de mi marido no sabía que Monty Radcliffe había escondido un explosivo a bordo. Por lo visto, el ladrón sacó a mi marido del barco con una nota falsa, y luego le dio una paliza. De todos modos, dudamos mucho que Silas haya robado el Ofelia, sobre todo porque no sabe gobernar un barco de vapor.
—Es cierto.
—Mike Finnion también ha desaparecido. Era el capitán del Curlew.
—Ya lo sé —dijo Henrietta—. Mientras no sepamos dónde está Silas, todo queda en suspenso. Me gustaría volver a abrir el hotel, pues el personal necesita el salario. De lo contrario habrá familias enteras en apuros. Pero, según tengo entendido, tienen que pasar siete años para que una persona desaparecida sea declarada oficialmente muerta, y eso significa que no heredaré el hotel hasta que pasen esos siete años. No sé qué hacer. Estoy en situación de dirigir un hotel, pero necesito autorización oficial para el despacho de bebidas. Pero, como conozco a esos pequeñoburgueses, no me la concederán por ser mujer. Como propietaria legal todo sería distinto. Por eso manifestaré mis deseos y lucharé por el hotel.
—Le deseo mucha suerte —dijo Francesca.
—Gracias. ¿Usted y su marido tienen casa en la ciudad?
—No, vivimos en el río. De momento vivimos en el barco de mi padre.
—Tiene que haber muy poco espacio.
—Uno se acostumbra.
—Aun así, no es la situación ideal para unos recién casados. Si desean ocupar una habitación del hotel, serán bienvenidos. Todas las habitaciones están vacías.
—Es muy generoso por su parte.
—Es lo mínimo que puedo hacer. De todos modos, tendrían que cuidarse ustedes mismos. Haré venir a una chica de la limpieza asiduamente para mantener limpio el edificio hasta que sepa cómo actuar, pero eso es todo.
—Hablaré con mi marido, pero puede ser que rechace la oferta.
—No importa. Lo entiendo. Solo me gustaría que supiera que la oferta sigue en pie.
—Se lo agradezco, Henrietta.
Jimmy llamó a la puerta de la casa del número 5 de Humphries Street, donde Mike Finnion era inquilino en casa de una tal señora Weatherby. Como la puerta exterior estaba abierta, vio a través de la malla metálica el vestíbulo. Le llegó el débil humo de patatas fritas, y salió una mujer de la cocina.
—¿Sí? —dijo.
—Hola —contestó Jimmy.
—La habitación ya está alquilada, si vienes por eso —dijo la señora Weatherby.
—Solo quería preguntarle si sabe algo de Mike Finnion.
—¿Por qué quieres saberlo?
Jimmy advirtió que estaba a la defensiva.
—Me preocupa.
La señora Weatherby salió cojeando a la puerta, con los tobillos inflamados.
—Ya les he dicho a los señores de la policía que no sé dónde está —dijo, al tiempo que se limpiaba las manos en el delantal sucio.
—Si se entera de algo, le agradecería mucho que me lo dijera —le rogó Jimmy. Tenía que saber por lo menos si Mike seguía con vida. La vida de muchas personas dependía de ello.
La señora Weatherby escudriñó a Jimmy. A lo largo de los años se habían alojado en su casa cien inquilinos, así que había desarrollado una buena intuición personal. Jimmy parecía un buen muchacho.
—Mike aún me debía el alquiler de una semana —dijo.
Jimmy lo interpretó como una petición implícita de que le diera dinero por contestar a sus preguntas.
—Lo siento, no tengo dinero… —dijo, afligido.
—No pasa nada. Lo recibí ayer con el correo.
Jimmy abrió los ojos de par en par.
—¿Entonces Mike está vivo?
—No pasa nada si te digo que se fue a Melbourne y que está trabajando allí en el dique.
Jimmy soltó un suspiro de alivio. Sintió una alegría inmensa de que Mike estuviera vivo, era un buen tipo.
—Gracias, señora Weatherby —dijo—. No sabe a cuánta gente le ha hecho un favor.
—Ha sido un placer —contestó ella, y regresó cojeando a la cocina.
Jimmy tenía que pensar bien qué hacer con aquella nueva información. Sabía que si culpaba a Silas de haber sacado con algún pretexto a Neal Mason del barco, posiblemente se inculparía a sí mismo. Pero al mismo tiempo sabía que el personal del hotel Bridge y sus familias estaban en apuros. Además, tenía claro que acabaría de nuevo en la calle si vendían el hotel, y eso era lo que más temía.
Jimmy se dirigió al muelle, donde dos agentes conversaban con Joe Callaghan y Neal Mason. Neal acababa de saber que la empresa en la que tenía asegurado el barco no había aceptado su solicitud de una indemnización. Suponía que era porque no contaba con un informe policial oficial, que a su vez no podía realizar mientras la policía no hubiera determinado quién iba al timón del Ofelia.
—Tienen que hacer algo —dijo Neal a los dos agentes. Le molestaba que las investigaciones no avanzaran—. Soy el perjudicado, y aun así tengo que pagar yo los daños. No es del todo justo, ¿no?
—Lo lamento —dijo el agente Watkins.
—Montgomery Radcliffe ha confesado que me puso un explosivo en la leña cargada. Eso debería bastar para hacer un informe policial provisional, para contentar a la correduría de seguros.
—Me temo que no es tan fácil —contestó el agente Bennett—. Cuando hayamos averiguado quién estaba al timón del Ofelia podremos cerrar el informe.
—Tal vez les pueda ayudar —intervino Jimmy, que se acercó al grupo.
—¿Sabes algo, Jimmy? —inquirió Joe. Conocía bien al padre de Jimmy y sabía que Henrietta Chapman se ocupó del muchacho tras su muerte.
—Sé que la nota que recibió Neal la noche de la explosión procedía de Silas —dijo Jimmy.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó el agente Watkins.
—Porque me la entregó él —dijo Neal, que de pronto reconoció a Jimmy. Aquella noche ya estaba oscuro, y apenas prestó atención al chico. Solo le pudo dar a la policía una descripción vaga de Jimmy, pero ahora que lo volvía a ver lo recordó.
—Es cierto —confirmó Jimmy—. Yo tenía que entregar la nota de Silas, y Mike Finnion tenía que robar el Ofelia aquella noche, pero no apareció. Me he enterado de que está en Melbourne y trabaja en el dique.
—¿Puedes probarlo? —preguntó el agente Watkins.
—Ayer su casera recibió una carta con el dinero del alquiler que aún le debía.
—¿Sabes quién robó el Ofelia? —preguntó el agente Watkins.
Jimmy bajó la cabeza.
—Silas se puso furioso al ver que Mike no aparecía —dijo en voz baja—. Sabía que el señor Mason volvería en unos minutos. Tuve que llevar a Silas al lugar donde el Ofelia estaba anclado en la orilla. —Jimmy no paraba de restregar el suelo con los pies, inquieto—. Luego me envió de vuelta al hotel. Me fui corriendo, pero volví a mirar el barco una vez más y vi que Silas había subido a bordo. Desde entonces ha desaparecido sin dejar rastro.
El agente Watkins se volvió hacia Joe y Neal.
—Eso parece ser la solución al misterio. El chico tendrá que declarar ante el juez, pero creo que ya podemos concluir nuestro informe.
—¿Sabes si Silas ordenó que me dieran una paliza, Jimmy? —preguntó Neal.
El muchacho se sonrojó. Estaba seguro de que ya había hablado demasiado, y que al hacerlo se había autoinculpado.
—Chico, te prometo que no te considero cómplice, pero tengo que saber si tengo que andarme con cuidado el resto de mi vida.
—Antes de llevar a Silas al lugar donde estabas anclado, Silas pasó un momento por el hotel Star —dijo Jimmy—. Al cabo de unos minutos volvió a aparecer, junto con dos camorristas… de los que les gusta buscar guerra con los marineros por el placer de una pelea. No los conocía, pero estaban bastante borrachos y daban la impresión de estar a punto de apretarle las tuercas a alguien. Era obvio que Silas los conocía. Les puso dinero en la mano y desaparecieron en la oscuridad.
—¿En qué dirección fueron? —preguntó Neal.
Jimmy señaló el burdel.
—Después ya no vi a aquellos dos tipos —dijo Jimmy—. Estoy seguro de que no eran de aquí.
Mientras los dos agentes se llevaban a Jimmy a comisaría, Joe y Neal se miraron en silencio durante un rato.
Por fin se había solucionado el enigma.
Poco después, Francesca y Lizzie se unieron a ellos en la cubierta.
—¿Qué querían los agentes, Neal? —preguntó Francesca. A través de la escotilla de su camarote había visto que los policías se alejaban.
—Estábamos hablando del informe policial, que aún estaba pendiente, cuando de pronto ha aparecido un chico que nos ha explicado lo que ocurrió la noche de la explosión.
Francesca abrió los ojos de par en par.
—¿Quieres decir que saben quién robó el barco?
—Fue Silas —dijo Joe.
—¿Silas? ¿Eso significa que estaba a bordo cuando explotó el barco?
—Eso parece.
Francesca necesita digerir la noticia.
—Entonces su propia falta de escrúpulos fue su perdición… —dijo finalmente.
—Si no hubiera robado el barco, probablemente habríamos estado a bordo tú y yo, Francesca. De una manera extraña, Silas nos ha salvado la vida.
—No olvides que te envió a dos matones, Neal —le recordó Joe.
—No me corresponde juzgar a Silas, pero quizá no merecía otra cosa —intervino Ned, que hasta entonces había permanecido en silencio—. Creo que cada uno recibe lo que se merece —añadió, y miró a Francesca. Sabía que Ned estaba pensando en la noche en que descubrieron la tina en el río. En vez de Regina y Silas, había tenido a Mary y Joe de padres.
Ahora parecía que el destino corría a ayudarles a Neal y a ella… y que Silas había recibido lo que se merecía.