Era mediodía cuando Francesca y Lizzie se dirigieron a la tienda de telas. Joe le había dado dinero a Lizzie para que se comprara alguna prenda, pero sabía que no tendría valor de ir sola, y si la acompañaba él armaría un revuelo en la ciudad que no deseaba. Por eso le pidió a su hija que la acompañara, además de que a las dos les iría bien un poco de distracción. Al principio Francesca dudó si dejar solo a Neal, pero él le aseguró que estaba bien y que de todos modos en su ausencia él estaría durmiendo.
Cuando las dos mujeres paseaban por High Street, Lizzie le confesó a Francesca que le daba miedo que la reconocieran. Cada vez que se acercaba un transeúnte ella bajaba la cabeza porque temía que la abordaran.
—¿Pero es que no tiene claro lo mucho que ha cambiado? —le dijo Francesca—. Ha ganado peso, lleva el pelo diferente y viste de forma distinta que antes. —Francesca se ahorró, por deferencia, el comentario del aspecto horrible que tenía antes Lizzie. Lo que más tenía grabado en la memoria era que nunca la veía sonreír. Ahora sabía que en aquel momento sentía una profunda tristeza, y que Silas la maltrataba con regularidad. Sin embargo, desde que estaba en el Marylou, sonreía con frecuencia, y volvía a tener un poco de brillo en los ojos. Y desde que se esmeraba más con el pelo y tomaba más el sol, lo que le daba un tono de salud en la cara, parecía mucho más joven. El colorete y la barra de labios de color rojo carmín, la preferida de las prostitutas, estaban muy pasados de moda, y había salido a la luz una mujer mucho más atractiva que antes.
—Sé que tengo otro aspecto, yo también lo percibo, pero aun así me da miedo que me reconozcan —contestó Lizzie—. He sido humillada durante toda mi vida, así que para mí no es nada nuevo, pero quiero ahorrarles a usted y a Joseph situaciones desagradables. Silas siempre me reprochaba que era una inútil… —Hizo una pausa y se sonrojó—. Y la brutalidad con la que me trataba consiguió hacerme creer que tenía razón. Por eso agradezco a su padre y a Ned que me traten con tanto respeto. Me han enseñado una vida completamente distinta, y me han demostrado que no todos los hombres ven en mí solo un cuerpo que utilizar cuando y como a uno le viene en gana.
—Puede ir con la cabeza bien alta por la calle, Lizzie. No solo porque es buena persona, sino porque se ha ganado una vida feliz.
A Lizzie se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Usted me ofreció refugio y me salvó la vida. ¿Lo sabe, Francesca? No sé cómo llegaré a compensárselo jamás.
—Ya lo ha hecho, Lizzie. Sé que la noche en que atacaron a Neal hacía mucho frío. Si las chicas del burdel no lo hubieran recogido, no habría sobrevivido a aquella noche. Y si usted no lo hubiera descubierto allí, yo seguiría triste por su pérdida. —Posó el brazo en el hombro de Lizzie—. Vamos a buscarle algún vestido bonito.
Gregory Pank y su ayudante trataron a Lizzie como a cualquier otro cliente, de modo que ella se desinhibió y enseguida empezó a disfrutar de comprar ropa nueva. Sin embargo, aún seguía fijándose en todos los hombres que pasaban, por miedo a que reconocieran que había sido prostituta. Ya se había imaginado otra vida, junto a Joe, pero no se atrevía a hablar de ello abiertamente con Francesca. Pese a que había demostrado no tener nada en contra de su amistad con Joe, seguro que no toleraría todo lo que pasara de ahí.
—Su padre es muy generoso, y no me refiero solo al dinero que me ha dado para comprarme ropa. Es una persona generosa en todos los sentidos —dijo Lizzie, de camino de vuelta al Marylou, cargadas con paquetes. No mencionó que Joe le había ofrecido quedarse en el Marylou para siempre, ni que le había prometido ocuparse de ella.
—Sí, papá tiene un gran corazón —contestó Francesca—. Es una de las características por las que lo quiero tanto.
Lizzie estuvo a punto de decir que a ella le ocurría lo mismo, pero se reprimió a tiempo.
Mientras paseaban por High Street observando los objetos de los escaparates, de pronto Francesca se fijó en dos hombres que bajaban de sus caballos delante de la comisaría: el agente Watkins, alto y delgado, vestido con el uniforme de policía, y un hombre esposado que a Francesca le resultó familiar. Pese a la distancia, vio que el desconocido presentaba un aspecto muy deteriorado, aunque conservaba un porte digno. Cuando ella y Lizzie se acercaron y el hombre miró un momento la calle antes de entrar en comisaría, Francesca lo reconoció: era Monty. Sus miradas se cruzaron por un instante fugaz, lo suficiente para que Francesca captara su desesperación.
—Era Monty… ¡esposado! —le dijo a Lizzie. Se había quedado atónita—. ¿Qué puede haber hecho para que lo detengan?
—¿Cree que tiene algo que ver con el incidente del barco? —replicó Lizzie.
—Imposible —contestó Francesca. Era una idea absurda, pero sintió un nudo en el estómago—. Escuche, Lizzie, tengo que averiguar por qué lo han detenido. Por favor, dígale a mi padre que tenía que hacer un recado, pero no le cuente de qué se trata. Si Neal está despierto, dígale que enseguida estoy con él.
—¿Adónde va, Francesca?
—A la comisaría. Si no consigo saber nada allí, iré a Derby Downs y le haré una visita a Regina. De todos modos quería expresarle mis condolencias por la muerte de Frederick. Tal vez ella me cuente por qué han detenido a Monty.
En comisaría no le informaron de nada porque el juez aún estaba interrogando a Monty, así que se dirigió acto seguido a la caballeriza de los Radcliffe. Una vez allí, le pidió por segunda vez un coche a Henry y se dirigió a Derby Downs. Cuando llegó, encontró a Regina en el balcón, con la mirada perdida en el río. A Francesca no le sorprendió verla desmejorada.
—Mi más sentido pésame —dijo Francesca al subir los escalones de la entrada, y lanzó una mirada rápida al vestíbulo, donde se encontraba la silla de ruedas de Frederick, vacía. Le dolió no verlo, como siempre, con una sonrisa.
—Gracias —dijo Regina en voz baja. Francesca tomó asiento a su lado en una silla de junco—. Sabía que tenía el corazón débil, pero no esperaba perderlo tan pronto. Su muerte ha sido completamente inesperada. Casi no puedo soportar estar en casa. Hay un silencio sepulcral.
De pronto Regina levantó la cabeza y miró a Francesca a los ojos.
—Me alegro de que Neal esté vivo —dijo.
Francesca se quedó asombrada de que Regina estuviera informada de ello. Se preguntó sin querer quién más estaba al corriente y si Neal corría peligro.
—¿Cómo lo sabes?
Regina parecía muy afectada.
—¿Por la policía?
—Sí. —Regina se miró las manos, que reposaban en su regazo—. Han detenido a Monty —dijo, con la voz temblorosa.
El pánico se apoderó de Francesca.
—¿Por qué?
Regina la miró mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas. Francesca advirtió la expresión atormentada de sus ojos. Sabía lo que le iba a decir antes de que pronunciara las palabras. De camino a la casa no había parado de darle vueltas: aunque no quisiera creerlo, tenía sentido. Aun así, rogaba en silencio estar equivocada. Estaba temblando cuando Regina empezó a hablar.
—Monty ha confesado… —dijo Regina. De nuevo le costaba hablar. Tenía los ojos llenos de lágrimas, y agarró la mano de Francesca—. Ha reconocido que preparó con un explosivo la leña que Neal cargó en el Ofelia.
A pesar de que Francesca se lo esperaba, aquellas palabras fueron un duro golpe. Se levantó y se dirigió al extremo del balcón para intentar asimilar la noticia. No podía creer que una persona como Monty fuera capaz de semejante acto de violencia.
—No puedo creer que Monty haya intentado matar a Neal —susurró—. Dios mío, podría haberme pasado a mí si hubiera estado a bordo.
—No, Francesca. Pese a que Monty enloqueció de celos, se ocupó de sacarte del barco con una excusa.
—Pero de no haber recibido tu invitación, me habría quedado a bordo, y entonces… —De pronto Francesca lo entendió todo. Enseguida se dio cuenta de que aquella noche en que Regina la invitó a cenar se traía algo entre manos. Ahora sabía qué era—. Lo sabías, Regina, ¿no es cierto? Por eso me enviaste la invitación para cenar. ¡Has sido cómplice de Monty! —Francesca estaba aturdida.
—No, de verdad, no tenía ni idea. Pensaba que Monty quería hablar a solas con Neal sin que estuvieras tú. Por supuesto que noté que se comportaba de forma extraña, pero jamás habría imaginado que… que se volvería loco. De lo contrario lo habría evitado, Francesca, tienes que creerme. Nunca habría permitido que cometiera un asesinato.
Francesca respiró hondo. Sentía que Regina estaba diciendo la verdad.
—¡Pues este es el resultado de todas esas mentiras! —exclamó, furiosa—. Monty tendría que haber sabido que soy su hermanastra, y todo este asunto no habría llegado tan lejos.
—Sabes perfectamente por qué no se lo he dicho, Francesca.
—Tenías miedo de perderlo, ¿pero no es justo eso lo que ha sucedido?
Regina se secó las lágrimas que le corrían por las mejillas.
—Por lo menos no tendrá que cargar con la muerte de Neal en la conciencia —dijo entre sollozos—. Se arrepiente de corazón por lo que ha hecho… y no te imaginas el alivio que sintió cuando se enteró de que Neal no estaba a bordo cuando ocurrió.
Francesca se acercó a ella.
—¿De qué se le acusará?
—De provocar daños materiales con intento de homicidio…
—No tendrá que cargar con la muerte de Neal en la conciencia, pero sí la de otra persona —dijo Francesca en voz baja.
—Ya lo sé. Cuando descubran quién gobernaba el barco… —Regina se llevó el pañuelo a la cara y rompió a llorar.
Francesca volvió a sentarse a su lado y le acarició la espalda a modo de consuelo. De pronto le dio lástima aquella pobre mujer, que en poco tiempo había perdido a su marido y su hijo. Se apresuró a cambiar de tema.
—Silas ha desaparecido. La policía cree que se ha escondido porque se le avecinan problemas.
—Silas jamás huiría, tiene demasiados compromisos de negocios en la ciudad —repuso Regina—. Además, estoy segura de que cree que con dinero puede salirse con la suya siempre.
—Hay una orden de detención contra Silas por desfalcar dinero público y almacenar alcohol ilegal en el molino. No sé si además es sospechoso de atacar a Neal. Yo pensaba que era el culpable hasta que me has contado… —A Francesca se le quebró la voz por un instante—. Pero estoy segura de que Silas antes quemaría la ciudad que volver a la cárcel. Mike Finnion, el capitán del Curlew, también ha desaparecido —añadió.
Regina sacudió la cabeza y se quedó pensativa, con la mirada perdida, como si intentara comprender la situación.
—¿Neal ha dicho si envió a otra persona aquí aquella noche a recogerte?
—No —contestó Francesca—. Ni siquiera sabía que su barco hubiera zarpado.
—¿Entonces se lo robaron?
—Eso parece.
—¿Y dónde estaba Neal en ese momento?
—Estaba en un callejón, agonizando —dijo Francesca—. Alguien le dio una paliza con un tronco, en la oscuridad, por la espalda. —Por primera vez Francesca pensó que el agresor podía ser Monty.
Regina pareció leerle el pensamiento.
—Sé lo que estás pensando, Francesca, pero Monty no es violento. No es propio de él, en absoluto.
—¿Cómo puedes estar tan segura? Al fin y al cabo quería hacer saltar por los aires a Neal junto con su barco.
Regina bajó la cabeza, avergonzada.
—Sí, y por eso no podía estar en la ciudad y haber perpetrado el ataque a Neal.
Francesca sabía que tenía razón. Por lo visto Neal tenía más de un enemigo, lo que le hizo pensar de nuevo en Silas. Tal vez Silas no era el culpable de la explosión, pero ¿y si lo era del ataque a Neal?
Durante el camino de regreso, Francesca decidió intentar hablar con Monty por segunda vez. Tenía que hablar con él en persona para poner en orden sus sentimientos. No paraba de debatirse entre la compasión y la ira. En la comisaría le dijeron que se habían llevado a Monty a una celda en custodia, en la parte trasera de la comisaría. Francesca suplicó que la dejaran hablar con él por lo menos unos minutos, pero el agente Watkins temía que pudiera hacerle algo por haber intentado matar a su marido.
—No lleva armas encima, ¿verdad, señora Mason?
Francesca se indignó.
—Por supuesto que no. —Se levantó el abrigo y le entregó el bolso, pero el agente Watkins no quiso registrarla—. Solo me gustaría entender qué ha hecho que Monty cometiera semejante acto —dijo.
El agente Watkins lo entendió. Él hubiera hecho lo mismo en su situación.
—Monty Radcliffe está esperando a su abogado, pero aún no ha llegado. Y como el juez ya ha salido del edificio, le permitiré, de forma excepcional, ver al señor Radcliffe. Pero solo unos minutos —aclaró.
—Muchas gracias —contestó Francesca en voz baja, con los nervios a flor de piel.
En el patio trasero de la comisaría había cuatro celdas. Tres de ellas estaban aseguradas con puertas enormes con mirilla. A Monty lo habían metido en la cuarta celda, con una puerta enrejada, para que pudiera hablar con su abogado, que llegaría en cualquier momento. Estaba sentado en un banco de madera, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza colgando. Era obvio que tenía la dignidad y el orgullo muy afectados.
Su mirada perdida hizo que se desvaneciera el enfado de Francesca. Pese a que seguía sin entender cómo había sido capaz de hacer algo así, no lo veía como un asesino. Como ella, Monty era víctima de las mentiras de su madre y las trágicas circunstancias.
Monty levantó la cabeza al oír pasos sobre la grava.
—¿Qué busca por aquí? —preguntó. Francesca se sobresaltó al oír la frialdad en su voz, pero vio que le costaba mantener la calma. Saltaba a la vista que su visita le resultaba dolorosa.
—Acabo de llegar de Derby Downs, donde su madre me ha contado que es usted el responsable del intento de homicidio de Neal —contestó Francesca.
Monty dejó caer la cabeza.
—¿Por qué, Monty? ¿Qué le ha llevado a cometer semejante atrocidad? —A Francesca le dolía que hubiera llegado tan lejos. Si no les hubieran ocultado la verdad, Monty y ella podrían haberse querido como hermanos.
—Mi amor por usted es todo lo que puedo alegar en mi defensa, Francesca. Me volví loco de celos cuando se casó con Neal Mason.
—Ya le dije que nosotros no teníamos futuro. La muerte de Neal tampoco habría cambiado eso.
—Puede que sí.
—No, Monty.
—Si me hubiera dado una oportunidad real…
—Escuche, Monty. Entre nosotros jamás habrá nada.
La expresión del rostro de Monty confirmó la sospecha de Francesca de que no había perdido la esperanza.
—Podría haberse evitado mucho sufrimiento —le reprochó ella.
—¿Cómo se puede evitar enamorarse de una mujer?
Francesca decidió contarle la verdad a Monty sobre el porqué no podía corresponder a sus sentimientos.
—Monty, todas estas desgracias se podrían haber evitado si le hubieran dicho quién soy en realidad…
—¿Quién es en realidad? ¿Qué significa eso, Francesca?
Ella respiró hondo.
—Soy tu hermanastra.
Monty se quedó pálido, sacudiendo la cabeza con energía.
—¡Es imposible! ¿Cómo se le ocurre semejante tontería?
—No es ninguna tontería, Monty. Es la verdad. Cuando me enteré me sorprendió tanto como a ti.
Monty se quedó mirando a Francesca, atónito. Su mente se negaba a aceptar lo que estaba oyendo, pero vio que Francesca lo decía en serio.
—Tengo una marca de nacimiento inconfundible en el muslo. Parece una estrella. El fin de semana que fui invitada a Derby Downs, tu madre la vio por casualidad y enseguida la reconoció.
—Mi madre… ¿la reconoció? ¿Cómo puede ser?
—Acuérdate de que en aquel momento se encerró en su habitación y se negó a salir. Estaba aturdida. Entonces yo no lo sabía, pero un poco más tarde me contó la verdad.
—¿La verdad? ¿Qué verdad? —Monty aún no entendía del todo lo que estaba oyendo.
—Que Regina no solo es tu madre, sino la mía.
—Eso no tiene ningún sentido, Francesca. ¿Por qué iba a ocultármelo solo a mí? —Monty se levantó de un salto y se acercó a la puerta enrejada.
—No hace falta que sigamos tratándonos con tanta formalidad, Monty. A tu madre le daba miedo que tú y tu padre os alejarais de ella si os confesaba que yo era hija suya. No quiero contarte nada más del tema, eso es cosa de Regina. Seguro que pronto vendrá. De todos modos… cuando me enteré de que éramos hermanos, tuve que romper nuestra relación.
Monty tenía el rostro desencajado.
—Dios mío —exclamó, y se dejó caer contra los barrotes.
—Monty, siento haberte causado tanto sufrimiento, pero sobre todo me arrepiento de no haberte contado antes la verdad. No estarías aquí.
—Probablemente me ejecutarán por mi locura —dijo—. Que Dios me perdone.
A Francesca se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Tal vez el juez sea más benévolo si conoce las circunstancias exactas. No podemos perder la esperanza.
Monty, que seguía apoyado en los barrotes, levantó la cabeza y le lanzó una mirada tan llena de dolor que a Francesca se le rompió el corazón. Ya solo quedaba la sombra del hombre que conoció unos meses atrás. Antes era cariñoso y tenía alegría de vivir, y un futuro prometedor por delante. Frannie no podía negar que se sentía cómplice de su caída en desgracia.
—En realidad debería ser yo la que estuviera entre rejas, y no tú, Monty —exclamó de pronto una voz afligida por detrás.
Francesca se volvió y vio a Regina. Con el rostro bañado en lágrimas, miró a su hijo.
Cuando Monty vio a su madre, volvió a sentarse en el banco y dejó caer la cabeza.
Regina lanzó una mirada a Francesca, mientras intentaba recomponerse para confesarle a su hijo que muchos años atrás había engañado a su padre con Silas Hepburn.
—He tenido que explicarle por qué no puedo corresponder a sus sentimientos. El resto te lo dejo a ti —le dijo al oído Francesca.
Luego los dejó a solas. Regina le daba lástima, pero le entristecía más Monty.
—Montgomery Radcliffe ha sido detenido —informó Francesca a su padre, Ned y Neal a su regreso. Advirtió la cara de estupefacción de Neal—. Se ha declarado culpable de preparar con un explosivo un tronco de la leña que cargaste.
—¿Por qué iba a hacer algo así? —preguntó Neal.
—No podía aceptar que me hubiera casado contigo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Joe.
—Vi por casualidad que lo llevaban esposado a comisaría, así que fui a visitar a Regina. Admitió que últimamente se había fijado en que Monty se comportaba de forma extraña, pero ni se le pasó por la cabeza que pudiera hacer daño a nadie.
Neal vio que Francesca estaba muy alterada.
—¿Entonces el ataque le costó la vida al ladrón de mi barco, cuando debía haberme ocurrido a mí?
Francesca se arrodilló junto a su cama y apoyó la cabeza en su hombro.
—Sí. Es una historia horrible, Neal, y gracias a Dios que todavía te tengo conmigo.
Monty escuchó a Regina en silencio mientras le explicaba que unos años atrás tuvo una relación, fruto de la soledad, y que dio a luz a Francesca en la orilla del río y la abandonó en una tina en el agua. Se esforzó en hacer comprender a Monty la desesperación y el miedo que sentía en aquel momento, pero en el fondo sabía que jamás lo entendería. En cualquier caso, esperaba una reacción completamente distinta.
—No puedo creer que abandonaras a tu propia hija. Sin embargo, sé que eres la mejor madre que podría tener. Te perdono porque te quiero, y sé que padre también te habría perdonado. Tal vez habría tardado un tiempo, pero te adoraba, y los dos sabemos el cariño que le tenía a Francesca. —A Monty le temblaron los labios—. Entonces habría tenido una hermana —continuó—. Me habría gustado tanto…
Entre sollozos, Regina se sujetó a los barrotes.
—Estaba convencida de que Frederick jamás me perdonaría, si no le habría contado la verdad. Tú y tu padre lo erais todo para mí. Me daba tanto miedo perderos…
Monty parecía turbado y exhausto.
—¿Quién es el padre de Francesca? —preguntó.
—Eso no importa.
—A mí puede que no, ¿pero lo sabe Francesca?
—Sí, pero no quiere saber nada de ese hombre. Considera que Joe Callaghan es su padre, y ya está bien…
Ned vio a Francesca en el crepúsculo vespertino en la orilla del río, por donde paseaba sola. Neal estaba durmiendo, y Joe y Lizzie estaban sentados en la popa, pescando.
—¿Estás bien, Frannie? —preguntó cuando la alcanzó. Notaba que necesitaba hablar con alguien.
—Ya se me pasará, Ned. Me preocupa mucho el pobre Monty. —Le horrorizaba la idea de que pudieran ahorcarlo.
Ned también lo había pensado. Sabía que, después de todos los acontecimientos, Francesca aún estaba conmocionada, pero notaba que había algo más que la agobiaba.
—¿Regina es tu madre biológica, Frannie?
Francesca se quedó atónita de que Ned supiera la verdad, pero asintió.
—Y, de haberlo sabido, Monty no habría intentado matar a Neal… —continuó Ned en voz baja.
—Oh, Ned —exclamó Francesca, que se dejó caer en sus brazos.
A Ned le dolía verla tan preocupada. Aún era muy joven y, en el poco tiempo que había pasado desde su regreso a casa, había tenido que vivir situaciones horribles. No entendía cómo podía aguantarlo.
—Todo irá bien, Frannie. Aunque te compadezcas de Monty, los celos no son excusa para lo que ha hecho. Tampoco cambia nada que Regina sea tu madre biológica.
—Ya lo sé, Ned, pero si Monty hubiera sabido antes la verdad…
—¿Regina te ha dicho quién es tu padre? —preguntó Ned.
Francesca vio que le daba miedo la respuesta.
—Era un antiguo amante —se limitó a contestar, pues la verdad era demasiado cruel para desvelarla—. No importa quién sea, Ned. Joe Callaghan es mi padre y siempre lo será, y tú eres mi tío favorito. Para mí es lo único que cuenta. —Abrazó con más fuerza a Ned.
—¿Le dirás a Joe quién es tu madre biológica? —le preguntó a continuación.
—No —repuso Francesca en un susurro—. Regina y yo somos personas distintas.
Aunque sonara intransigente, Ned se sintió aliviado.
Francesca vio por encima del hombro de Ned a Joe en la cubierta del Marylou, sentado junto a Lizzie. Nunca había sentido tanto amor y agradecimiento como en aquel momento. A pesar de que su madre la había abandonado a un destino incierto, se sentía más que afortunada de que Joe y Mary Callaghan, junto con Ned Guilford, su maquinista, la hubieran salvado.
Francesca sabía que aquella noche en el río, en Boora Boora, un ángel de la guarda cuidó de ella.