Cuando Joe entró en la comisaría de policía, encontró al agente Watkins en el escritorio. Comprobó aliviado que no había ningún ciudadano presente.
Cuando el joven agente reconoció a Joe, supuso que iba a meter cizaña de nuevo sobre Silas Hepburn.
—Lo siento, pero no tengo novedades para usted, señor Callaghan —dijo—. Pero no se preocupe, que seguiremos indagando sobre este caso…
—Soy yo el que tengo novedades —le interrumpió Joe—, pero son extremadamente confidenciales.
—¿De qué se trata? —preguntó el agente Watkins, con la frente arrugada.
—Hemos encontrado a Neal Mason. Alguien le dio una paliza brutal, pero está vivo. Alguien ha intentado matarlo y estuvo a punto de conseguirlo.
—¿Está seguro de que las heridas no fueron provocadas por la explosión de su barco?
A Joe le costó controlarse. ¡Pero qué pregunta más absurda!
—En primer lugar, no ha sufrido quemaduras, y en segundo lugar, lo encontraron en un callejón de la ciudad, no en la orilla. Pero no creerá que la detonación lo pueda haber enviado tan lejos. He llamado al médico y dice que las heridas se deben a que alguien lo golpeó con un tronco. Alguien ha querido acabar con su vida, y apuesto a que es Silas Hepburn. —Al ver la expresión de escepticismo en el rostro del joven agente, Joe añadió enseguida—: Por supuesto, ha ordenado a alguien que lo haga. Al fin y al cabo, todos sabemos que Silas jamás se ensucia las manos, aunque algunos no quieran verlo.
—Si es tan amable de sentarse un momento, señor Callaghan, veré si el juez le puede recibir.
Joe se retiró del mostrador y se sentó, y justo en ese momento entró en la comisaría Conrad Emerick.
—¿Qué puedo hacer por usted, señor Emerick? —preguntó el agente Watkins.
—Me gustaría hacer oficial que uno de mis clientes, el señor Silas Hepburn, está desaparecido desde hace dos días.
—Vaya, qué sorpresa —intervino Joe—. Entonces aún no se habrá enterado de que está escondido, después de provocar un caos absoluto en esta ciudad.
Conrad se volvió y lo miró con desdén por encima de la montura de las gafas.
—Le aseguro que mi cliente no ha huido. Tiene numerosos compromisos comerciales en esta ciudad que jamás desatendería.
—Gracias a sus maquinaciones está bajo amenaza de cárcel, y dudo que tenga ganas de volver a ella —repuso Joe.
—Por favor, señor Callaghan, compórtese mientras interrogo al señor Emerick —le ordenó el agente Watkins.
—Ninguno de vosotros tiene las agallas de pedir cuentas a Silas Hepburn, ese es el problema —dijo Joe, fuera de sí—. Solo por ser rico siempre se sale con la suya.
El agente Bennett, asustado por el alboroto, salió del cuarto trasero.
El agente Watkins le pidió que se llevara a Joe al despacho del juez.
—Por aquí, señor Callaghan —dijo Bennett.
Antes de que Joe pudiera levantarse, entró Sam Fitzpatrick en la comisaría. Joe sabía que era el maquinista del Curlew, así que sintió curiosidad por ver qué quería. Habían tardado varios días en sacar el Curlew del fondo del río con dos grúas, una tarea difícil y arriesgada. Al final un buque de carga y un remolcador lo cogieron por el medio y lo llevaron al dique seco, donde lo repararon.
—Me gustaría denunciar la desaparición de Mike Finnion —dijo Sam—. Hace dos días que parece que se lo haya tragado la tierra. —Miró a Conrad Emerick—. Usted es el notario de Silas Hepburn, ¿verdad?
—Sí.
—En realidad hace dos días que debería haber firmado la orden de reparación del Curlew.
—¿No acaba de decir que Silas jamás desatendería sus obligaciones comerciales? —Joe se volvió hacia Emerick antes de levantarse y seguir al agente Bennett.
Confuso, Joe regresó al Marylou.
—Mike Finnion ha desaparecido, y el notario de Silas acaba de presentar una denuncia de desaparición —le contó a Ned.
Ned se rascó la cabeza.
—Tal vez Silas le ordenó a Mike que secuestrara el Ofelia y Mike fue el pobre diablo que desapareció en la explosión —dijo.
—Yo también lo había pensado, pero el juez no quiere saber nada de mi teoría. Dentro de una hora vendrá el agente Watkins para interrogar a Neal y Francesca. Mientras tanto, han comprobado que era el Ofelia el que explotó, pero nadie sabe quién estaba al timón. Tengo que contárselo a Neal antes de que aparezca el agente.
—Siento lo de tu barco, Neal —dijo Joe, después de contárselo con el máximo tacto posible.
Consternado, Neal sacudía la cabeza. Recordó la noticia que recibió la noche del asalto, la que sirvió para sacarlo del barco.
—Lo principal es que no estaba a bordo cuando explotó el Ofelia —dijo—. Aun así, no entiendo nada. La caldera estaba en perfecto estado. La hice revisar cuando el barco estaba en dique seco, así que es imposible que fuera la causa de la detonación. Pero eso significa que había un explosivo en el barco, seguramente oculto entre la leña. ¿Pero entonces por qué me dieron una paliza en el callejón y me dejaron ahí? ¿No habría sido más fácil hacerme saltar por los aires con el barco?
—Supongo que alguien tenía planeado precisamente eso. Pero había un segundo desconocido que quería matarte y luego robarte el barco.
—¡Pues sí que soy querido! —exclamó Neal en tono de burla.
—Eso parece. Pero uno de los asesinos entorpeció al otro.
Neal estaba temblando.
—No era en absoluto consciente de que tenía enemigos. Suponiendo que alguien hubiera podido enfadarse conmigo alguna vez, no tenía motivo para matarme.
—Excepto Silas. Probablemente perdió los estribos al enterarse de tu boda con Francesca… y es capaz de cualquier cosa.
—Pero no sabe nada de barcos —añadió Neal.
—Es cierto, pero tiene cómplices que sí saben cómo introducir a escondidas un explosivo a bordo de un barco. Y también es capaz de haberte enviado a un matón.
—Seguro que no contaba con que sobreviviera —dijo Neal.
—Acabo de estar en la comisaría —dijo Joe—. Tenía que informarles de que estabas vivo, pero me han prometido que, como mínimo mientras dure la investigación, no lo harán público. Aquí estás a salvo, así que no te preocupes. Conrad Emerick, el notario, también estaba en la comisaría para denunciar la desaparición de Silas. Niega que Silas haya huido, pero al fin y al cabo todos sabemos que ha estado en la cárcel y que seguro que no quiere volver. Y después llegó Sam Fitzpatrick a comisaría para comunicarles que Mark Finnion había desaparecido.
—Qué curioso. Mike, por ejemplo, sí sabría cómo preparar un barco con explosivos.
—Cierto. ¿Pero para qué iba a hacer que él saltara por los aires, o Silas?
Joe y Ned sacudieron la cabeza, confusos. Ninguno acababa de entender todo aquel asunto.
Al cabo de una hora subió a bordo el agente Watkins. Pidió hablar primero con Francesca.
—En primer lugar buscamos un móvil para el ataque que sufrió su esposo, el señor Mason —dijo. Estaban sentados en la cocina. Joe quiso estar presente en el interrogatorio, pero Francesca insistió en estar a solas.
—Ya entiendo —contestó Francesca.
—¿Es cierto que hasta hace poco estaba usted comprometida con el señor Silas Hepburn? —preguntó Watkins.
Francesca se sonrojó. No estaba en absoluto orgullosa de ello.
—Sí.
—¿Me permite preguntarle por qué anuló el compromiso?
—Debo aclararle que en ningún momento tuve intención de convertirme en su esposa.
El agente Watkins puso cara de desconcierto.
—Por favor, agente Watkins, no me juzgue hasta conocer los hechos. Hace un tiempo, mi padre pidió dinero prestado a Silas para poder reparar su barco. Silas le ofreció perdonarle las deudas si le concedía mi mano. Cuando mi padre se negó, amenazó con quedarse con el Marylou, que mi padre había puesto como garantía. Además, lo presionaba saboteando el trabajo de mi padre, de manera que ya no podía hacer frente a los pagos de las cuotas.
—¿Puede probarlo, señorita Mason?
—No, Silas es demasiado astuto para eso. Entonces mi padre trabajó durante un período breve para Ezra Pickering, pero Silas obligó a Ezra a deshacerse de mi padre amenazándolo con anular sus pedidos.
—¿El señor Pickering lo confirmaría?
—Sí, seguro, si su declaración es confidencial. Entonces Ezra envió a mi padre a Dolan O’Shaunnessey, que poco después tuvo un misterioso accidente, de modo que tuvo que cesar su actividad. Y el astillero de Ezra se incendió. Silas tuvo cuidado de que nadie pudiera relacionarlo con esos accidentes, y yo sabía que a mi padre le rompería el corazón tener que entregar el Marylou. Por eso se me ocurrió comprometerme con Silas para que mi padre estuviera en situación de devolverle el préstamo sin que Silas continuara haciendo daño a personas inocentes. Silas accedió a mantener un período de compromiso largo, pero luego debió de empezar a desconfiar porque de pronto empezó con los preparativos de la boda. Sin embargo, luego anulé el compromiso cuando lo sorprendí besando a otra mujer. —Francesca omitió intencionadamente el nombre de Regina, así como que le habían tendido una trampa.
—¿Silas reaccionó airado a la anulación del compromiso? —preguntó el agente Watkins.
—¡Pues claro! Y más cuando mi padre heredó de forma inesperada una gran suma de dinero y pudo reembolsar el crédito. Poco después me encontré a Silas en la ciudad. Dijo que su propuesta de matrimonio seguía en pie. Yo le contesté que lo aborrecía, y él me amenazó con seguir haciéndole la vida imposible a mi padre. Como temía por mi padre, le dije que me había comprometido con Neal.
El agente no paraba de tomar notas.
—También tenía amistad con Montgomery Radcliffe, ¿no es cierto, señora Mason?
A Francesca le sorprendió que el agente mencionara a Monty.
—Sí, es verdad.
—¿Y cómo se tomó él que se comprometiera con el señor Hepburn, para casarse con el señor Mason poco después?
—No muy bien —admitió Francesca. Era consciente de que así incriminaba a Monty, pero estaba convencida de que jamás recurriría a la violencia física. No era en absoluto propio de él.
—¿Diría que se quedó muy afectado?
—Sí. Monty es una persona muy sensible. Se lo toma todo muy a pecho, pero siempre mantiene la compostura.
El agente Watkins recordó el estado en que se encontraba Monty cuando fue a Derby Downs a informarle de la muerte de su padre. Nunca lo había visto en un estado tan lamentable. Monty apenas reaccionó ante la noticia del fallecimiento de su padre.
—Anteayer por la noche estuve en Derby Downs para comunicarles a la señora Radcliffe y a Monty que Frederick Radcliffe había sufrido un ataque al corazón durante una subasta de ganado en Shepparton.
Francesca se quedó conmocionada.
—Oh, no. —Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Frederick era una persona tan amable…
—Yo no lo conocía muy bien personalmente, pero sé que gozaba de gran consideración en la comunidad.
—Seguro que ha sido un golpe muy duro para la familia.
—Sí, la noticia les impactó mucho —contestó el agente Watkins, pero cuanto más lo pensaba, más le sorprendía la peculiar apatía de Montgomery—. Señora Mason, debo interrogarla sobre la explosión en el barco, en calidad de testigo. ¿Podría contarme algo al respecto?
—Regina Radcliffe me había invitado a cenar aquella noche. Regina, yo y Amos Compton, uno de sus sirvientes, estábamos esperando en la orilla, donde Neal debía recogerme. Al cabo de un rato vimos aparecer el Ofelia. Neal me había prometido hacer sonar tres veces el pito en cuanto hubiera alcanzado el recodo del río, pero no hubo ninguna señal. En aquel momento no podía imaginar que no estuviera a bordo, como sé ahora.
—¿Le llamó la atención alguna otra cosa fuera de lo habitual?
Francesca pensó un momento.
—Sí. Me pareció raro que no hubiera luz a bordo.
—¿Observó algo a bordo antes de que estallara?
—¿A qué se refiere?
—Un movimiento en la cubierta, por ejemplo. ¿Le dio la impresión de que había más de una persona a bordo?
—Creo que no… pero no estoy segura. Era de noche, y estábamos bastante lejos del barco.
—Muchas gracias, señora Mason. Nos ha sido de gran ayuda —dijo el agente Watkins.
—Espero que descubran quién atacó a Neal. Aunque nunca podremos comprobar quién estaba a bordo del Ofelia cuando estalló por los aires.
—¿Quién sabe? Tal vez nuestras indagaciones nos lleven a algún sitio. O quizá surja algún indicio de la población que nos sea útil.
—¿Tienen ya alguna pista?
—A menudo los misterios se resuelven como un rompecabezas. Cada pieza solo cobra sentido cuando se une a las demás.
A continuación el agente Watkins se dirigió al camarote de Joe a hablar con Neal.
—¿Qué hizo la noche en que fue atacado, señor Mason?
—Hacia las seis de la tarde llevé a Francesca a Derby Downs y regresé a Echuca. Hacia las nueve quise volver a recogerla, pero a las ocho recibí una nota que no esperaba. —Ned explicó lo qué decía y que luego resultó ser falsa—. Sé que iba de regreso al Ofelia, pero luego ya no recuerdo nada más. Supongo que alguien me dio un golpe en la cabeza por detrás.
—¿Entonces no podría darme ninguna pista que nos pudiera llevar hasta el agresor?
—Por desgracia, no.
—¿Los días antes del ataque tuvo la sensación de ser observado?
—No, pero tampoco me fijé.
—¿Dónde y cuándo fue la última vez que cargó leña?
—Fue aquella misma tarde, en el poste de tensión 299.
—¿Era una parada habitual?
—Hice la parada cuando recibí el encargo concreto de transportar una carga de Echuca a Barmah.
—¿Quién le hizo el encargo?
—A decir verdad, no lo sé exactamente. Me ofrecieron el encargo a través de un intermediario. Pensé que era un golpe de suerte, ya que se trataba de un encargo excelente. No tenía más que transportar cartas y alimentos a los asentamientos que había entre Echuca y Barmah. La carga era ligera, y estaba bien pagado.
—¿Cuándo le hicieron la oferta?
—Hace aproximadamente una semana.
—¿Podría decirme el nombre del intermediario?
—Harry Marshall.
—Muchas gracias, señor Mason. Le deseo una pronta recuperación.
—¿Me lo hará saber cuando hayan encontrado al culpable de haber hecho saltar por los aires mi barco? —preguntó Neal.
—Por supuesto, señor.
—Disculpe, señora, el agente Watkins está de nuevo aquí —dijo Amos Compton en un tono elocuente. Regina estaba sentada en su escritorio, en la biblioteca.
—¿Sí? —contestó Regina, un tanto sorprendida, pero sin estar muy concentrada. No paraba de recibir visitas para darle el pésame desde la mañana, y ahora la aquejaba un terrible dolor de cabeza.
—Está esperando en el vestíbulo, señora.
—Dígale que espere un minuto —contestó Regina. No podía recibir al agente en el salón donde Frederick seguía de cuerpo presente. El sepelio tendría lugar al día siguiente por la mañana.
—Sí, señora —dijo Amos, y se retiró.
Regina intentó recomponerse. Ya había inventado una historia por si interrogaban a Monty. La noche anterior se había puesto de acuerdo con él, lo que les había costado una discusión, pero Regina estaba decidida a proteger a Monty en cualquier circunstancia.
Al cabo de unos minutos apareció Amos de nuevo en el marco de la puerta.
—El agente Watkins, señora —anunció.
—Gracias, Amos. Pase, agente. Tome asiento.
—Muchas gracias, señora Radcliffe. Siento tener que molestarle de nuevo, pero estoy investigando la explosión del Ofelia y, como usted considera a Francesca Mason una amiga de la familia, supongo que no le importa que le haga algunas preguntas. Ayer a mediodía ya hablé con el señor y la señora Mason, y han surgido nuevas preguntas.
—¿En qué le puedo ayudar?
—¿Está en casa su hijo?
Regina se encogió de hombros.
—Me temo que no, agente Watkins. ¿Quiere hablar también con él?
—Me gustaría hacerle unas preguntas.
—Tal vez pueda ayudarle yo.
—Es probable. En el transcurso de nuestras investigaciones sobre la explosión a bordo del Ofelia…
Regina le interrumpió.
—¿No fue la caldera lo que explotó, agente?
—Tenemos nuestras dudas. En todo caso, entretanto hemos realizado varios interrogatorios, señora Radcliffe, tanto entre los hombres de negocios locales como entre los granjeros. Durante los interrogatorios nos ha llamado la atención que últimamente Montgomery se ha comportado de una forma peculiar en varias ocasiones. Por ejemplo, no ha aparecido en reuniones de negocios, ya no cobra el arrendamiento de las tiendas que son propiedad de su familia…
—Últimamente ha estado muy ocupado —lo interrumpió Regina—. ¿Pero qué tienen que ver las ausencias en las reuniones de negocios y los derechos de arrendamiento no cobrados con el accidente del barco?
—Solo intento hacerme una idea del comportamiento de su hijo últimamente.
Regina sintió miedo por Monty.
—Además, atravesó el río con el caballo, y estuvo merodeando en la otra orilla por los terrenos de los vecinos —continuó el agente—. ¿Podría explicármelo?
Regina palideció.
—Desde que no existe el puente flotante, todo el mundo tiene que cruzar el río con los caballos y el ganado, no entiendo la pregunta.
—Acaba de decir que últimamente su hijo ha estado muy ocupado. ¿Podría explicarse con más detalle?
—Sí, por supuesto. —Regina consideró que era mejor mostrarse dispuesta a colaborar para no dar la impresión de que tenía algo que ocultar—. Seguro que sabe que mi hijo tenía una gran relación con Francesca Callaghan, en la actualidad señora Mason. Se enamoró de ella, pero sus sentimientos no eran correspondidos.
Regina advirtió el brillo fugaz en los ojos del agente, pues acababa de mencionar un posible móvil para que Monty atacara a Neal Mason.
—Frederick estaba muy preocupado por él. Monty estaba tan desesperado que Frederick incluso temía que se… que se quitara la vida. —Regina sintió que le asomaban lágrimas a los ojos.
—¿De verdad?
—Sí. Frederick estuvo a punto de enfermar de preocupación por Monty. No me extrañaría que fuera la causa de su ataque al corazón. Creo que Monty es consciente de ello y se culpa de la muerte de mi marido. Está aún más desesperado que antes. —Esperaba explicar con ello el lamentable estado de Monty al que se había referido el agente en su primera visita.
—Me cuesta hacerle esta pregunta, señora Radcliffe, pero ¿cree que Monty sería capaz de hacerle algo a Neal Mason por su mal de amores?
—¿Monty? ¡Jamás! A Frederick a menudo le disgustaba la dulzura de Monty. No sería capaz de hacerle daño a una mosca. En cambio Frederick, si hubiera estado en el lugar de Monty…
El joven agente arrugó la frente. Regina fingió tener miedo de haber hablado demasiado.
—Disculpe, agente, pero estoy cansada. Anoche apenas pude pegar ojo.
—Ya casi he terminado, señora Radcliffe. Una última pregunta: ¿sería posible que su marido hubiera ayudado a su hijo?
Regina fingió sentirse desconcertada porque el agente hubiera descubierto la verdad por casualidad.
—¿En qué sentido?
El agente parecía incómodo. Regina sabía qué estaba pensando.
—Cree que su marido…
—¿Le ordenó a alguien que hiciera saltar por los aires el Ofelia? —acabó Regina la pregunta.
—Sí. ¿Cree que es posible?
Regina miró la documentación que tenía enfrente.
—Frederick era una persona buena y considerada, igual que Monty, pero si se le ponía al límite, no tenía compasión. Quería a su hijo más que a sí mismo. También le había tomado cariño a Francesca, esperaba que se casaran algún día. —Sonrió con tristeza—. Frederick habría dado un brazo por Monty. Aunque me cueste reconocerlo, debo decir que mi marido sería capaz de algo así.
En aquel momento Monty apareció en el salón, donde se colocó junto al féretro de su padre. Había oído todo lo que había dicho su madre, y ahora se sentía como si le atravesará un cuchillo.
—Papá —susurró—. Sé que he ido por el mal camino, y me arrepiento, pero no permitiré que enturbien tu reputación. —Agarró la mano de su padre y los ojos se le llenaron de lágrimas. Finalmente se dio media vuelta y entró en la biblioteca.
—Basta, madre —dijo desde la puerta.
—¡Monty! —exclamó Regina, que se levantó de golpe. Tenía el corazón acelerado. Rezó para sus adentros para que Monty no dijera nada que lo inculpara, y menos ahora, después de que le hubiera costado tanto eliminar las sospechas que pendían sobre él. Se lo suplicó con la mirada, pero Monty ya había tomado la decisión.
—No toleraré que ensucies el buen nombre de mi padre. No lo permitiré —dijo—. ¡Está de cuerpo presente aquí al lado, en el salón, y no conseguirás atribuirle atrocidades que yo he cometido!
—Monty, por favor… —suplicó Regina.
El agente Watkins se levantó.
—¿Una atrocidad que usted ha cometido? —preguntó a Monty—. ¿Es usted el responsable de la explosión a bordo del Ofelia?
—¡Por supuesto que no! ¡No sabe lo que dice! —exclamó Regina—. Por el amor de Dios, Monty, déjalo ya. No conseguirás nada con esto.
—Confieso que soy culpable del asesinato de Neal Mason —dijo Monty—. Yo escondí un tronco con un explosivo oculto en el montón de leña del que siempre se abastecía el señor Mason. Los celos me volvieron loco… pero, por supuesto, eso no justifica mi comportamiento cobarde.
—No puedo acusarlo del asesinato, señor Radcliffe, porque Neal Mason no está muerto. No estaba a bordo en el momento del accidente.
Monty abrió los ojos de par en par.
—¿Neal no está muerto?
—No, señor.
A Monty le flaquearon las piernas del alivio, mientras Regina se dejaba caer en la silla y soltaba un sonoro suspiro.
—Pero… ¿entonces quién iba a bordo del Ofelia? —preguntó ella.
—No lo sabemos, señora Radcliffe. Pero les aconsejo que se busquen un abogado.
—¿De qué se le acusará a mi hijo?
—En primer lugar, de provocar daños materiales intencionadamente. Si podemos determinar quién iba a bordo del barco, tendrá que enfrentarse a una acusación de homicidio con premeditación.