27

De las veinte tabernas que había en Echuca, Joe ya había visitado quince cuando se encontró a Mungo McCallister en el Fisherman’s Inn de Red Gum Street. Estaba sentado solo en una mesa en el rincón más perdido del bar lleno de humo, una figura solitaria que suscitaba compasión, amargado en su rencor corrompido. Cuando Joe se le acercó y Mungo levantó la cabeza, su estado de ánimo se leía en el gesto hosco. A Joe no le cabía ninguna duda de que Mungo había informado a la comisión del incidente que desembocó en la explosión de la caldera de su barco.

Cuando Joe llegó a la mesa advirtió las cicatrices de quemaduras en las manos, el brazo y el cuello de Mungo, al tiempo que pensó en la multitud de cicatrices que se ocultaban bajo la camisa. Pero por Francesca Joe estaba decidido a llegar al fondo del oscuro corazón de Mungo.

—¿Qué quieres? —gruñó Mungo.

—Estoy seguro de que esperabas mi visita —respondió Joe.

Mungo lo observó con una mirada gélida, y Joe notó casi literalmente que el cerebro le funcionaba a toda velocidad. Mungo se preguntó si Joe sabía que le había proporcionado información a Frank Gardener.

—Estás saboteando de forma intencionada y de mala fe las posibilidades de mi hija de conseguir la licencia de capitán —le reprochó Joe, encolerizado.

—Sí que tienes buen concepto de mí —replicó Mungo, sarcástico, pero sin poder aguantarle la mirada a Joe.

—Sabes perfectamente que gracias a tu actitud temeraria destrozaste tu propio barco. Igual que eres el responsable de la muerte de Mary cuando nos embestiste aquella vez.

—Pero eso ya ha pasado a la historia. Dejemos que todo acabe bien —se burló Mungo, que apuró las últimas gotas de la copa.

Aquello fue demasiado para Joe. Agarró a Mungo del cuello y volcó la mesa. Un cenicero lleno salió disparado por el aire y cayó con un tintineo al suelo, junto con varios vasos vacíos. Joe estaba dispuesto a retorcerle el cuello a Mungo por haberse atrevido a burlarse de la muerte de Mary, pero el tabernero y otro hombre se apresuraron a sujetarlo.

Tras revolverse con fuerza varias veces, consiguió librarse de aquellos dos hombres. Se quedó inmóvil mirando a Mungo, que volvió a levantar su silla y se dejó caer en ella, visiblemente magullado y aún más furioso que antes.

—Todo el mundo comete errores —dijo Joe, jadeando, y se limpió la saliva de las comisuras de los labios—, pero tú le quitaste la madre a Francesca, y lo peor es que no has aprendido nada de ello. Faltó poco para que cayera también el peso de Leo Mudluck sobre tu conciencia, pero tú ni te inmutas. De verdad que no sé qué pasa por tu maldita cabeza. ¿Tiene que morir otra persona para que entres en razón de una vez por todas y pienses antes de actuar?

—Tonterías —replicó Mungo, impasible—. Siempre has sido un melodramático.

Joe sacudió la cabeza. Era obvio que estaba perdiendo el tiempo.

—No entiendo que desahogues tu sed de venganza con Francesca. ¡Qué bajo has caído, Mungo!

—¿Quién te ha dicho que esté descargando mi rabia en Francesca?

—Sabía que las cosas no quedarían así después del incidente con tu barco, con ese falso orgullo enfermizo que tienes. Francesca se había esforzado mucho en preparar el examen. Si aún te queda un ápice de decencia diles a la comisión que la explosión en tu sala de máquinas la provocaste tú por una tontería. Le diste la orden a Leo de subir la presión al límite, los dos lo sabemos.

—No voy a mover un dedo por tu hija. No se le ha perdido nada a una mujer al timón de un barco de vapor. Y respecto a mi barco… era todo lo que tenía para asegurarme el sustento. ¿Pero eso a ti qué te importa?

—Francesca es mil veces más sensata de lo que fuiste tú entonces, y mucho más apta para llevar un barco que tú o tu hijo. Es una suerte que tu barco no tuviera seguro. Cuanto más tiempo estés alejado del río, más seguros estaremos todos.

Mungo no tenía respuesta para eso, así que Joe se dio la vuelta y salió del bar.

Bajo la protección de los árboles en la orilla del río en New South Wales, Monty observaba a escondidas a Neal Mason a bordo del Ofelia. Había empezado a espiarle en cuanto Silas le contó que Francesca se había vuelto a prometer. Como ya no existía el puente flotante, se vio obligado a meterse en el río con el caballo desde el terraplén de la granja y finalmente montar río arriba hasta ver el Ofelia en la otra orilla. Monty observó horrorizado que Francesca ya había pasado dos noches a bordo, dos noches que Monty había aguantado hasta el amanecer para cerciorarse. Entretanto Silas había averiguado que Francesca se había casado con Neal. Monty estaba profundamente abatido, pero decidido a cumplir sus planes. Se desharía de Neal de una vez por todas, aunque fuera lo último que hiciese.

Neal había recibido el encargo de transportar correo y productos de primera necesidad de Echuca a Barmah. Era un trayecto lucrativo y solicitado, pero Neal no sabía que Monty había sobornado a su cliente para que le ofreciera un contrato temporal y así él pudiera tenerlo mejor vigilado. Así, Monty se dedicó a seguir a Neal y sus marineros a los lugares donde cargaban madera, y comprobó satisfecho que su plan funcionaba. Si todo iba bien, Francesca pronto sería viuda.

El Ofelia se encontraba a la sombra de unos eucaliptos altos sobre los que brillaba el cálido sol del mediodía. Cuando Francesca subió a bordo, se encontró a Neal solo en la cubierta. Estaba sentado junto a una botella, emborrachándose. Su ayudante de marinero, Wally Carson, vivía en la ciudad, y cuando terminaba de trabajar siempre se iba a casa.

Francesca había estado desolada todo el día y tenía los ojos rojos de llorar. Se sentía seca por dentro. A Neal le bastó una mirada para saber que no había aprobado el examen, igual que con solo mirarle Francesca vio que estaba borracho.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—La comisión se ha enterado de nuestra carrera con el Kittyhawk, y me lo reprochan. Sacaron el tema al final. Hasta entonces me daba la impresión de que me iba bien. —De nuevo asomaron lágrimas en los ojos, que se secó con impaciencia. Estaba harta de tanta lágrima y tanta autocompasión.

—Entonces seguro que te irá bien un vaso de vino.

—No…

—Te calmará un poco —se empeñó Neal. Le ofreció un vaso y colocó una silla junto a la suya. Cuando Francesca se sentó, notó que Neal había lanzado el sedal, así que dedujo que aún no había cenado.

—¿Cómo se ha enterado la comisión de la carrera con el Kittyhawk? —preguntó Neal.

—Mi padre dice que entre los examinadores hay un amigo de Mungo McCallister.

—Joe debe de estar furioso.

—Se ha ido sin decir adónde. Espero que no quiera discutir con Mungo.

Estuvieron un rato sentados en silencio. Cuando Francesca se terminó el vaso de vino, Neal lo volvió a llenar. Ella respiró hondo varias veces, y por primera vez la tensión del día se relajó un poco. Mientras el sol descendía despacio tras las copas de los árboles en la orilla opuesta, la superficie del agua se tiñó de un cálido brillo rojizo.

—Estoy ansiosa por hacerme mayor —comentó Francesca de repente.

—¿Por qué dices eso?

—Cuando uno es joven no tiene suficiente conocimiento del ser humano. Una cree en la bondad de las personas… y luego la decepción es aún mayor. Cuando uno es mayor, seguro que no se deja intimidar tan fácilmente, y ha desarrollado un instinto para saber en quién confiar.

—La edad no tiene nada que ver. Cuando hablamos de personas, uno siempre se puede equivocar por completo —repuso Neal. De pronto sintió remordimientos por haber pensado en dormir con ella—. A veces uno se lleva un chasco, pero otras también se lleva sorpresas agradables.

Francesca no había vivido muchas sorpresas agradables en su vida.

—¿Cómo llevas tú las decepciones, Neal?

Por un momento, Neal se quedó pensativo.

—Las decepciones no se pueden evitar, Francesca, forman parte de la vida. Creo que hay que aprovechar la felicidad y disfrutar de cada momento.

—Suena bien —dijo Francesca. Estaba más desinhibida gracias al alcohol, y abierta a ver la vida desde otro punto de vista, y el consejo de Neal tenía sentido. ¿De qué servía romperse la cabeza siempre con el futuro?—. De tanto reflexionar sobre lo que puede suceder o no en un futuro próximo o lejano, dejo escapar completamente todo lo que ocurre alrededor.

—Es verdad —convino Neal, y la miró.

Francesca observó su rostro atractivo. En su presencia siempre se sentía como atraída hacia él por una fuerza invisible, sobre todo en ese momento en que sus rostros estaban tan cerca. Alrededor, el sol vespertino bañaba el paisaje con una luz tenue, casi mágica, y el aire era suave y repleto de mil aromas. El alcohol había debilitado la resistencia de Frannie, que notó que se rendía al hechizo de los ojos oscuros de Neal.

Neal también estaba entregado al encanto de Francesca, desde la primera vez que se vieron. Al principio había opuesto resistencia, pero no podía ganar esa batalla.

—Disfruta del momento siempre que puedas, Francesca —dijo él con la voz ronca, mientras desviaba la mirada hacia los labios de la chica, ligeramente abiertos, llenos de deseo y esperanza.

Francesca se inclinó hacia él hasta que se mezclaron sus respiraciones y le miró a los ojos, oscuros e insondables.

—Ámame, Neal —susurró.

Sus labios se unieron en un beso apasionado. Se olvidaron de todo, entregados completamente al momento. Neal estrechó entre sus fuertes brazos a Francesca, y el beso se volvió más apasionado. Francesca se sentía caliente y segura, y la invadieron unas sensaciones maravillosas y excitantes.

—¿Estás segura de que quieres esto, Francesca? —preguntó Neal con la voz quebrada, y la besó en el cuello—. No tiene que pasar nada que no quieras…

—Shhh. —Francesca le acarició el rostro con las manos y le dio un beso en los labios, mientras él la llevaba al camarote.

Monty los observaba desde la orilla opuesta. Notó que los celos se apoderaban de su interior. Si hubiera estado en la otra orilla, le habría metido un tiro a Neal. Ciego de ira y de odio, se dio la vuelta y desahogó la rabia en los árboles que lo rodeaban. Profirió un grito del tormento interno que sentía y se hizo sangre en los nudillos antes de caer de rodillas, exhausto, sollozando.

Francesca y Neal, fogosos, se arrancaron la ropa del cuerpo y se enredaron con pasión en la cama. Neal iba con mucho cuidado, pero un súbito sentimiento de ardiente amor hizo que Francesca olvidara la timidez. Quería a Neal, lo deseaba con pasión y con todo su corazón. Se sintió liberada al aceptarlo por fin y expresarle su amor. Cuando se unieron en un solo ser, ella perdió el mundo de vista.

Más tarde, estuvieron acostados juntos. Neal hundió el rostro en el pelo oloroso de Francesca, y ella tenía la mano sobre el corazón acelerado de Neal. Ambos se estaban deleitando en aquel momento.

—Te quiero, Neal —susurró Francesca, antes de cerrar los ojos y quedarse dormida.

Neal, en cuyo interior la pasión se iba extinguiendo despacio, seguía con los ojos abiertos, sumido en sus pensamientos. Recordó cómo Francesca se había imaginado un futuro en común de color de rosa, y eso solo después del primer beso. Pensó qué esperaba ella en secreto: matrimonio, hijos, una convivencia feliz…

Pero esa no era vida para él. Sabía que Francesca no podía vivir el momento. Había sido muy insensato al creerla capaz de vivir así.

Cuando Francesca despertó a la mañana siguiente, estaba sola en la cama. Llegó a su olfato el atractivo aroma de pescado asado, y notó que tenía un hambre atroz. De pronto fue consciente de que estaba desnuda en la cama, y el recuerdo de la deliciosa sensación de estar en brazos de Neal y ser amada por él la ruborizó.

Encontró a Neal en la cocina, donde estaba friendo pescado.

—Buenos días —dijo, amodorrado—. Este tipo ha picado durante la noche y ha venido directamente a desayunar. ¿Tienes hambre?

Francesca estaba muerta de hambre, pero se limitó a decir:

—Un poco.

—He preparado una jarra de té, sírvete.

Francesca se dio cuenta de que Neal apenas la miraba a los ojos, cuando ella lo único que deseaba era estar entre sus brazos y corresponder a sus besos apasionados como la noche anterior. Sin embargo, Neal se comportaba como si no hubiera ocurrido nada especial entre ellos, mientras que Francesca tenía ganas de dar gritos de alegría.

—Neal, tenemos que hablar de anoche…

—Escucha, Francesca, no debes sacar demasiadas conclusiones.

—¿Demasiadas conclusiones? —Le sorprendió esa manera de expresarse. Le había entregado su cuerpo, su alma y su corazón, y Neal los había aceptado con gusto. Aun así, por lo visto no tenía intención de repetirlo. Francesca se sintió utilizada.

Tenía ganas de contarle cómo se sentía cuando de pronto alguien gritó desde la orilla:

—¡Francesca Callaghan! —Era un muchacho joven.

—Se llama Francesca Mason —gritó Neal por la escotilla de la cocina, una reacción que sorprendió a Francesca. Ahora sí que no entendía nada.

El muchacho puso cara de estar confuso y miró un sobre que tenía en la mano.

—¿Tienes una carta para mí? —le gritó Francesca cuando salió a cubierta. Esperaba que fuera el resultado del examen. Sintió un nudo en el estómago de los nervios.

—Tengo una carta para la señorita Francesca Callaghan. Quería entregarla en el Marylou, pero allí me han dicho que encontraría a la señorita Callaghan en el Ofelia —contestó el chico.

Francesca se acercó a la borda.

—Yo soy Francesca Callaghan… mejor dicho, soy yo. Hace poco que me he casado.

—Ah —dijo el chico, que le entregó el sobre—. Debo esperar su respuesta, señora.

Francesca miró su nombre antes de abrir el sobre.

—¿Qué es? —preguntó Neal, que también salió a cubierta.

El sobre contenía una breve nota. Era de Regina Radcliffe.

Querida Francesca:

¿Me concedería el honor de cenar conmigo esta noche? Tengo que hablar con usted urgentemente. Monty se ha ido a Ballarat, y Frederick está de visita en una subasta de ganado en Shepparton, así que estaremos solas. Espero que venga.

REGINA

—Una invitación de Regina Radcliffe —contestó Francesca, mientras doblaba el papel y lo volvía a meter en el sobre—. Me invita a cenar esta noche, en la granja. Por lo visto Monty y Frederick no están en casa.

Neal enseguida sintió desconfianza. Pensó sin querer si Monty habría utilizado a su madre para conseguir una cita con Francesca.

Francesca, en cambio, tenía la sensación de leer entre líneas un sentimiento de soledad por parte de Regina. Sin duda, no se trataba de recuperar su relación madre-hija. Tal vez Regina quería hablar con ella del dinero que había hecho llegar a su padre. Por eso tenía que ir a casa de Regina, para hacerle saber que ahora estaba casada con Neal y que ya no tenía que preocuparse por Monty y Silas. Regina no debía saber que se trataba de una falsa boda…

—Hace poco le enseñé a Regina nuevos métodos de contabilidad —le contó Frannie a Neal—. Tal vez tiene dificultades y necesita mi ayuda.

—No deberías ir sola —dijo Neal. Pensó en las amenazas de Silas.

Francesca se puso nerviosa, le daba la impresión de que Neal quería acompañarla, y no podría hablar abiertamente con Regina sobre la herencia de Joe si Neal estaba presente.

—Te llevaré con el Ofelia y te recogeré más tarde —propuso él.

—De acuerdo, pero entonces tienes que renunciar a tu ayudante de marinero, porque todas las noches se va a casa.

—Puedo hacer un trayecto corto solo, y Derby Downs no está muy lejos. Además, puedes llevar tú el timón si yo tengo que alimentar la caldera.

A continuación Francesca escribió una respuesta breve para aceptar la invitación de Regina, y se la dio al mensajero.

Monty llevaba varios días observando atentamente, anotando dónde cargaba madera el Ofelia, de modo que conocía el lugar y la hora en que Neal hacía la última carga. Se escondió para que no le vieran las tripulaciones de otros barcos hasta que vio el Ofelia. Justo entonces metió un tronco que tenía preparado en el montón de leña y volvió rápido a la cubierta para observar desde su escondite a Neal y a su ayudante de marinero Wally Carson mientras cargaban. Luego se cercioró de que hubiera desaparecido el leño donde había introducido un explosivo. El plan estaba escrupulosamente pensado. Incluso le había pedido a un capitán que le explicara hasta dónde llegaba un barco de vapor como el Ofelia antes de tener que poner madera en la caldera. A continuación hizo algunos cálculos y llegó a la conclusión de que Neal tendría que cargar madera en el segundo trayecto a Derby Downs, cuando hiciera solo el viaje para recoger a Francesca. Monty tenía previsto que Neal nunca dejaría que Francesca hiciera el camino en coche, sola en la oscuridad, hasta Derby Downs, y el chico que hacía de mensajero se lo confirmó.

—Despertaría muchas sospechas hacer desaparecer el Marylou, pero tampoco me conformo con el Ofelia —le dijo Silas a Mike Finnion.

—Pero Neal Mason vive con su joven esposa a bordo —intervino Mike, al que se le ocurrió una idea horrible. Hacía tiempo que estaba harto de hacerle el trabajo sucio a Silas Hepburn, pero no sabía cómo decírselo, conociendo la maldad de Silas.

A Silas le molestó que le recordara la boda de Neal y Francesca.

—Tampoco puede ser tan difícil sacarlos a los dos del barco, ¿no? —reprendió a Mike, furioso.

—No lo sé, Silas… me parece que deberíamos retirarnos un tiempo para no despertar sospechas enseguida cuando desaparezca el Ofelia.

—Nadie sospechará de mí porque serás tú quien recorra el río con el barco, lo barnices y le des un nuevo nombre. Puedes hacerle algunas reformas. Nadie olerá el pastel.

—Pero solo si no vuelvo a aparecer por Echuca con el barco —dijo Mike, pero a Silas eso le era indiferente. Mike tenía la sospecha de que Silas quería restregarle por las narices a Joe y Neal el Ofelia con su nuevo aspecto. Seguro que Silas especulaba con que Neal reclamara su propiedad, y le produciría un placer indescriptible ver que Neal no podía probar que era suyo.

Mike vio que nadie haría cambiar de opinión a Silas.

—¿Cuándo hay que pasar a la acción? —preguntó con resignación.

—A ser posible esta noche. Sé cómo sacar a ese tipo del barco.

Aquella noche, más tarde, Silas envió a su chico de los recados personal, Jimmy, del hotel Bridge al Ofelia para llevarle una nota a Neal, pero Jimmy volvió sin haberlo conseguido porque el Ofelia había salido. Silas estaba fuera de sí, pero Mike Finnion se alegró por dentro. Había visto claro que inevitablemente sería el principal sospechoso de la desaparición del Ofelia, y que pedirían su cabeza por ello si aparecía poco después en Echuca con un barco nuevo. Y Silas, eso lo sabía, ni lo protegería ni se mostraría dispuesto a ayudarle si lo encerraban. Seguro que Silas negaría tener nada que ver con aquel asunto. Y si Mike se atrevía a culparle, sería su palabra contra la suya.

—Me voy al muelle. Tal vez averigüe adónde ha ido el Ofelia a oscuras —dijo Silas—. Ven en unos minutos.

Silas se fue, junto con el muchacho, Jimmy, del hotel Bridge con la esperanza de que entretanto volviera el Ofelia y Jimmy pudiera entregar la nota. Entretanto, Mike Finnion hizo algo bastante insólito. Desobedeció la orden del Silas. Se fue a casa, recogió sus cosas para irse de Echuca aquella misma noche. Ya estaba harto de que Silas Hepburn lo utilizara, quería buscar un trabajo en el puerto de Melbourne. Con un poco de suerte jamás volvería a ver a Silas.

Silas no averiguó nada en el muelle, pero se le pasó el enfado cuando de pronto vio aparecer el Ofelia y que amarraba muy cerca en la orilla. Silas esperó para observar si alguien subía a bordo, pero no vio a nadie.

—Corre, Jimmy —ordenó al chico—. Y no olvides: te envía una de las prostitutas.

—Sí, claro, señor Hepburn —contestó Jimmy, que salió disparado.

Entretanto, Silas se puso a buscar con impaciencia a Mike Finnion.

—¿Pero dónde demonios se ha metido ese tipo? —murmuró.

A Neal le sorprendió recibir una nota del burdel, y se temió lo peor. Se apresuró a leer el contenido. La nota era breve y concisa: Gwendolyn estaba gravemente enferma.

Neal salió corriendo enseguida.

Silas se ocultó en la sombra en el paseo marítimo y observó cómo Neal pasaba corriendo por delante de él.

—¿Estás seguro de que no hay nadie más a bordo? —le preguntó a Jimmy cuando el muchacho volvió.

—Sí. Cuando el señor Mason ha salido corriendo he inspeccionado un momento el barco.

—¿Dónde se ha metido Mike Finnion, maldita sea? —murmuró Silas, disgustado. Neal regresaría en unos minutos, y entonces habrían perdido su oportunidad. El tiempo apremiaba. Cuando de pronto oyó unos pasos, supuso que por fin aparecería Mike Finnion.

Se dio media vuelta con la intención de echarle la caballería encima…

Neal salió del burdel confuso. Las chicas le habían asegurado que no le habían enviado ninguna nota. Gwendolyn se encontraba bien y estaba durmiendo ya a pierna suelta. Neal no entendía qué estaba ocurriendo, pero por lo menos había dejado a Francesca a salvo en Derby Downs. En breve saldría de nuevo a recogerla.

Pero antes tenía que revisar la presión de la caldera y reponer la madera.