—¿Me estás pidiendo la mano de mi hija? —dijo Joe, que no salía de su asombro.
—Sé que no te lo esperabas —contestó Neal, que se encontraba en la cubierta del Marylou con Francesca. Notaba que ella estaba temblando y le apretaba con ternura la mano para calmarla.
—Y que lo digas —replicó Joe, desconcertado. Era evidente que hacía algún tiempo que los dos se sentían atraídos, pero no esperaba eso, sobre todo sabiendo que Neal no le tenía mucho aprecio al matrimonio. Se propuso averiguar qué había provocado aquel cambio de opinión.
Neal sabía lo que Joe estaba pensando.
—Para nosotros también ha sido una sorpresa —dijo, y sonrió a Francesca—. Sobre todo para mí —añadió con toda la intención—. Como ya sabes, soy un soltero empedernido, y ha tenido que ser una mujer extraordinaria la que me haga vacilar.
—No has dicho nada, mi niña —dijo Joe a Francesca, que casi nunca permanecía callada.
—Estoy muy emocionada, papá —contestó en voz baja. No le gustaba nada engañar a su padre, pero no tenía elección. Silas Hepburn era un hombre peligroso con mucho poder, dinero e influencia. Si estaba dispuesto a prender fuego al astillero de Ezra Pickering y dejar fuera de combate a Dolan O’Shaunnessey de una forma brutal, no quería ni imaginar lo que era capaz de hacerle a su padre.
Joe buscaba las palabras adecuadas. Por supuesto, tenía claro que un día perdería a Francesca en manos de su futuro esposo, pero no esperaba que fuera tan pronto.
Francesca vio que su padre estaba molesto.
—Ven, haré un té para los dos —propuso, al intuir que quería hablar a solas con ella. Así tendría la oportunidad de aclarar sus dudas.
Neal apretó la mano de Francesca antes de soltarla.
Francesca entró en la cocina con su padre. Vio que no entendía qué había ocurrido de repente entre Neal y ella.
—Sé que suena precipitado, papá —dijo, antes de que él pudiera expresarse—. Pero como los dos deseamos casarnos, no hay motivo para seguir esperando.
—¿Estás segura? Eres muy joven.
—Estoy totalmente segura, papá.
—¿Y qué ocurre con Monty?
A Francesca le sorprendió que mencionara a Monty.
—¿Qué se supone que pasa con él, papá?
—¿No le romperás el corazón cuando se entere de que te convertirás en la esposa de Neal Mason? Ya se quedó destrozado cuando le dijiste que te ibas a casar con Silas. En realidad esperaba que él te propusiera matrimonio después de anular el compromiso.
Francesca tuvo que reprimir las lágrimas, sabía lo mucho que estaba sufriendo Monty.
—No habría aceptado su propuesta, papá —dijo. Monty no podía imaginar que era su hermanastra, y jamás debía saberlo—. Y no hubo nada serio entre nosotros —añadió, fiel a la verdad.
—Pero sé que está prendado de ti —intervino Joe.
—Entonces también sabrás que las mujeres en edad de merecer hacen cola por él y que ahora mismo sale con frecuencia con Clara Whitsbury.
Joe se encogió de hombros.
—Tampoco esperaba que llegara el día en que Neal contrajera matrimonio.
«Neal tampoco se lo esperaba», pensó Francesca.
—Espero que vaya en serio y que no te dé preocupaciones…
—No me dará ningún problema, papá. Neal solo estaba esperando hasta que se le ha cruzado en el camino la mujer adecuada. Está perdidamente enamorado de mí —dijo para relajar la situación, antes de irse de la lengua.
—En eso no puedo reprocharle nada —contestó Joe—. Pero me gustaría que tu madre…
Francesca posó la mano en el brazo de su padre a modo de consuelo.
—Ya lo sé, papá. A mí también me gustaría que estuviera aquí.
Joe asintió, abrumado por la emoción.
—Venga, volvamos arriba —dijo. Cuando regresaron a la cubierta, preguntó—: ¿Habéis pensado en casaros en la iglesia?
—No —contestó Francesca sin vacilar—. Habíamos pensado hacer venir a un cura y celebrar el enlace en el Marylou o el Ofelia. Nos gustaría mucho. —Miró a Neal esperanzada.
—Yo conozco a un cura —dijo Neal—. Le conozco de Moama.
—¿Ya habéis fijado una fecha? —preguntó Joe.
—Mañana —se apresuró a contestar Neal, que cogió por sorpresa a Francesca.
Joe también se quedó atónito. Desvió la mirada hacia su hija.
—¿Tantas prisas tenéis con la boda? —Francesca necesitaba un momento para entender la insinuación, pero Neal lo comprendió al instante.
—No, Joe. Te juro que no he puesto en un compromiso a Francesca. Pero nos gustaría pasar juntos nuestras vidas. ¿Para qué esperar más?
—Exacto, papá —confirmó Francesca—. ¿Cómo se te ocurre pensar que Neal y yo…? Ya sabes que…
—Lo siento, Frannie. Sé que eres una chica decente, pero ha sido todo muy repentino.
—Si mañana es demasiado precipitado para ti, también podríamos esperar un poco más… —Francesca miró a Neal, que para su sorpresa la miró malhumorado. Era obvio que no quería esperar más. Dedujo que Neal consideraba que Silas era mucho más peligroso de lo que pensaba.
—No, no. Mañana está bien —dijo Joe—. Pero desgraciadamente el lunes te apunté para el examen de la patente de capitán, y cae justo en vuestra luna de miel.
—No tenemos pensado hacer luna de miel, papá —contestó Francesca, que se sonrojó de nuevo—. A partir del lunes será para nosotros una semana de trabajo normal.
—¿Estás segura?
—Sí, papá. ¿Y cuáles son tus planes? Si consigo la patente de capitán, podría seguir llevando el timón del Marylou.
Joe miró a Neal.
—A mí me parece bien, Joe —dijo Neal—. De todos modos tenía pensado contratar un ayudante de marinero para el Ofelia. Luego podrías dejar en casa a Francesca después de trabajar.
Rodeó los hombros de Francesca con el brazo, y Francesca tuvo que tragarse el nudo en la garganta. No le había gustado mentir cuando se comprometió con Silas, pero con su padre le resultaba mucho más difícil de lo que pensaba.
—Si Silas cumple su amenaza, podría ser difícil conseguir encargos, Neal —advirtió Joe—. Para nosotros y para ti.
—Ahora Silas ya no tiene motivos para complicarte la vida, papá —dijo Francesca—. Ahora que me caso con Neal, ya no puede ganar nada.
Joe pensó sin querer si Francesca se casaba con Neal solo por eso, para que Silas lo dejara en paz, pero enseguida descartó la idea. Saltaba a la vista que Neal y Francesca estaban enamorados.
—Pero no os casáis de forma tan precipitada por Silas, ¿verdad? —preguntó, para tener la conciencia tranquila. No paraba de mirar a Fran y a Neal.
—No, papá —le aseguró ella.
—Aun así, Neal, te aconsejo que cuides bien de mi niña. No me fío de ese tipo.
—Puedes estar tranquilo —contestó Neal.
—No tenemos prisa para encontrar trabajo —dijo Joe—. Me gustaría hacerle algunas reparaciones al Marylou, y ahora, gracias a la herencia, puedo permitírmelo. Pero una cosa después de la otra. ¿A quién os gustaría invitar a la boda?
Francesca ni siquiera lo había pensado.
—A vosotros dos —respondió ella—, y, por supuesto, a Lizzie.
—¿Y tus parientes, Neal? Una vez mencionaste que tenías una hermana. —De pronto Joe fue consciente de que nunca había conocido a la hermana de Neal, aunque hacía años que eran amigos.
—Por desgracia mi hermana no puede venir, y no tengo más familia en Victoria —contestó Neal en un tono que dio a entender a todos que no quería hablar de su familia.
La mañana del día de la boda Neal fue a buscar a su amigo a Moama, el que debía fingir que era cura. Antes había obligado a Francesca a aceptar el dinero para un vestido de novia, e insistió en que se comprara algo especial para la ocasión. Francesca tenía la sensación de que pretendía desbancar a Monty regalándole un vestido aún más bonito, no era ningún misterio lo poco que le gustaba ese regalo.
La noche anterior el Marylou y el Ofelia se dirigieron a un lugar idílico en el río, justo enfrente del puerto de Moama. Los dos barcos amarraron juntos, pero el enlace debía tener lugar en el Ofelia. Después, a mediodía, celebrarían un sencillo banquete en el Marylou.
A medida que se iba acercando el momento del enlace, a Francesca todo le parecía irreal. Cuando salió con su vestido de novia del camarote, Joe se quedó boquiabierto. El brillo de los ojos, húmedos de la emoción, delataba que la encontraba preciosa.
—Si te viera tu madre… —dijo en voz baja, cuando recuperó el habla.
Sabía lo que quería decir porque ella había pensado lo mismo. Había ido de tiendas con Lizzie por Moama y descubrieron el vestido perfecto de encaje color marfil. La falda, cuya cintura alta llegaba hasta justo debajo del pecho, era abultada. El vestido tenía el escote rectangular y las mangas largas y hechas a medida. Era sencillo y elegante al mismo tiempo, como lo había soñado para su verdadera boda.
Para Lizzie, que se sentía muy insegura en su papel de dama de honor, Francesca compró un vestido sencillo pero a la moda. Era lila y le sentaba estupendamente. Como era la primera vez que Lizzie era invitada a una boda y además estaba implicada en los preparativos, estaba nerviosa. Con todo, era la dama de honor perfecta, Francesca se habría sentido perdida sin ella. Lizzie le hizo un recogido alto con tirabuzones y le puso con mucha gracia una cinta con perlas falsas. El resultado era impresionante.
Fran jamás olvidaría la expresión de la cara de Neal cuando ella se acercó del brazo de su padre, que le ayudó a saltar del Marylou al Ofelia. Se había quedado mudo y al borde de las lágrimas. Aquella reacción sorprendió mucho a Francesca, sabiendo que aquella boda era una farsa.
Jefferson Morris también interpretó su papel de cura de forma muy convincente. Llevaba el traje de ceremonias completo, con la sotana y una Biblia, y se mostró muy paternal. Pronunció las palabras adecuadas, como si hubiera celebrado cientos de enlaces. Su naturalidad fue una de las claves que hizo que la farsa pareciera tan real. Cuando Neal, con manos temblorosas, le deslizó la alianza en el dedo, Francesca se dio cuenta de que le brillaban los ojos oscuros, y a la novia le corrieron dos lágrimas por las mejillas de la emoción. Ya había notado en la voz que estaba nervioso al hacer su promesa de matrimonio, y la había dejado desconcertada. A Francesca le habría encantado creer que sus sentimientos eran tan profundos como los de ella, pero estaba segura de que su inquietud se debía a su aversión al matrimonio.
Cuando fue el turno de Francesca y prometió amarlo, respetarlo y cuidarlo hasta el fin de sus días, sabía que aquellas palabras salían de lo más profundo de su alma. Le puso la alianza y le apretó la cálida mano. Neal respiró hondo mientras el «reverendo» los declaraba marido y mujer, y a continuación besó a Francesca. Francesca esperaba un beso breve, fugaz, pero fue cariñoso, lleno de amor y prolongado.
Miró a su padre y a Ned, ambos visiblemente emocionados, y se sintió profundamente abatida por la culpa, porque todo aquello solo fuera fingido. Entonces Joe, Ned y Lizzie rodearon con mucha alegría a los «recién casados» y los abrazaron. Cuando Lizzie la abrazó, le susurró al oído a Francesca que era el día más feliz de su vida. Francesca había pensado en decírselo a Lizzie y confesarle que la boda era una farsa, pero después de aquel comentario se alegró de no haberlo hecho.
Mientras Joe y Ned brindaban por los jóvenes «novios», Neal observaba a Francesca maravillado. La luz del sol que se filtraba en las ramas de los árboles se reflejaba en el vestido y el pelo. Nunca la había visto tan guapa. Francesca respondió a la mirada afectuosa de Neal con una sonrisa cariñosa. Ella tampoco lo había visto nunca tan guapo. Para su sorpresa, se había puesto un traje nuevo, una camisa blanca almidonada y un pañuelo a rayas. Estaba irresistible, y a Francesca le dio un salto el corazón del amor que sentía.
Deseó que todo fuera real.
Tras la ceremonia de enlace y un pequeño banquete que Lizzie había preparado en el Marylou, regresaron a Echuca. Joe amarró en el muelle. Se alegraba enormemente de poder comprar por fin la pieza de recambio que necesitaba para las reparaciones del Marylou, y estaba ansioso por empezar a trabajar. Ned y él habían comentado varios planes, y Francesca se había percatado de que la actitud de Joe hacia el dinero había cambiado. No pretendía tirarlo todo por la borda, como hacía antes. Quería emplear el dinero que le quedaba con cabeza.
Francesca y Neal echaron el ancla en un lugar apartado en la orilla. Francesca se sorprendió al ver que Neal se cambiaba enseguida y se disculpaba diciendo que tenía cosas que hacer. A solas de pronto el día de su boda, Francesca se cambió y bajó a tierra. A cierta distancia observó a Neal paseando por la orilla… y no podía creerlo cuando vio que desaparecía en el burdel.
Francesca estaba conmocionada. Aunque la boda no fuera real, no podía entender que justo ese día único Neal visitara el burdel.
—Neal Mason, no volverás a tocarme jamás —se prometió Francesca, entre lágrimas. Su primer impulso fue irse corriendo al Marylou, pero la sensación de vergüenza era mayor. Volvió al Ofelia y se encerró en uno de los camarotes.
Cuando Neal regresó al cabo de un rato, estaba de mejor humor. Había ido bien con Gwendolyn. Le había contado una versión sencilla y fácil de entender de la verdad. Aunque no estaba seguro de que pudiera seguirle. La única preocupación de Gwen era que siguiera visitándola con regularidad, como le había prometido. Ahora tenía que hablar a Francesca de Gwendolyn y decirle que era el motivo de sus frecuentes visitas al burdel.
El barco tenía un aspecto descuidado. Neal llamó a Francesca, pero esta no contestaba. Supuso que ya se había acostado, y quiso mirar en el camarote, pero para su sorpresa la puerta estaba cerrada.
—Francesca —llamó de nuevo, sin obtener respuesta—. ¿Por qué está cerrada la puerta?
—¿Qué quieres? —contestó ella, furiosa. No entendía que tuviera la desfachatez de volver y hacer como si no hubiera pasado nada.
—Abre —dijo Neal, que sacudió el pomo de la puerta.
—¡No! —repuso Francesca, que se esforzaba por contener las lágrimas.
Neal no comprendía aquella reacción. Lo más fácil para él habría sido romper la puerta, pero Francesca estaba de tan mal humor que no habría tenido sentido. Neal dejó escapar un profundo suspiro y subió a la cubierta, donde abrió una botella de vino que había comprado especialmente para esa noche. No sabía cómo iba a transcurrir la velada, pero, dadas las circunstancias, no le parecía correcto meterse en la cama con Francesca e intercambiar muestras de afecto. Pero no esperaba esa actitud de rechazo. Sería muy difícil fingir que eran una pareja feliz si ni siquiera eran capaces de tratarse con amabilidad.
Más tarde, Francesca salió del camarote. Como hacía rato que reinaba un silencio sepulcral en el barco, supuso que Neal se había ido a los bares o había vuelto al burdel, así que le sorprendió mucho verlo en la cubierta. Se había quedado dormido sentado, con las piernas apoyadas en la borda. La luna brillaba y teñía el paisaje con un tenue brillo plateado. Francesca no podía apartar la mirada de Neal, que, dormido, parecía inocente como un niño. Le había confesado su amor, y aun así no era capaz de renunciar a su esencia de soltero. Imaginó cómo sería estar casada de verdad con él…
De pronto Neal abrió los ojos y la miró. Francesca no se lo esperaba y se sintió cohibida al sentirse sorprendida observándolo a escondidas. Entonces él se acercó y le agarró la mano. Fue un gesto cálido y reconfortante, pero Francesca retrocedió y se fue corriendo al camarote. Al cabo de un instante Neal oyó que se cerraba la puerta y que echaba el pestillo.
—Si esto es la vida marital, mi rechazo estaba justificado —se dijo para sus adentros.
El lunes por la mañana, a primera hora, Francesca salió para el Marylou. Ned y su padre quisieron acompañarla al edificio que se encontraba junto al juzgado, donde tendría que superar el examen de capitán de barco ante la comisión. Neal ya le había ofrecido a Fran acompañarla, pero ella se había negado, así que se limitó a desearle suerte para el examen de todo corazón.
Fran y Joe estuvieron todo el fin de semana repasando todo lo que había que saber para el examen. Así Francesca además tuvo un motivo para perder de vista a Neal, pues entretanto ella estaba muy tensa. El orgullo le impedía a Neal preguntarle por qué se encerraba en su camarote, mientras que Francesca era incapaz, por respeto hacia sí misma, de mencionar la visita al burdel del día de su boda, de modo que solo hablaban cuando era estrictamente necesario. El sábado Francesca volvió al Ofelia hacia las seis de la tarde para preparar la cena, pero Neal le dijo que ya había comido. Se sintió estúpida por haberse ofrecido a prepararle algo.
El domingo por la tarde volvió a las ocho después de cenar con Ned, su padre y Lizzie sin preguntarle a Neal si había comido. Él la había estado esperando con la cena porque suponía que cenarían juntos. A su padre, Ned y Lizzie les explicó que Neal le había dicho que cenara con ellos porque a él le había invitado su hermana. Frannie no tuvo ningún remordimiento por utilizar de excusa a la hermana de Neal, pues creía que de todos modos no existía. Neal también utilizaba a su hermana imaginaria como excusa para sus visitas al burdel.
El tribunal examinador estaba formado por tres capitanes de barco y dos maquinistas. Francesca tenía que presentarse sola ante la comisión, de modo que Joe y Ned esperaron fuera, delante de la sala de exámenes. A ambos les resultaba muy desagradable reprimir los nervios. Los miembros de la comisión estaban sentados tras una mesa larga, con el semblante serio. Mientras Francesca estaba de pie frente a ellos, esperando a que le indicaran que tomara asiento, se sintió como si estuviera ante un pelotón de ejecución. Tras lo que le pareció una eternidad, mientras los hombres ponían orden en su documentación, finalmente uno de los examinadores la miró por encima de la montura de las gafas y le indicó que tomara asiento. Ese mismo hombre la presentó a los miembros de la comisión y se dirigió a ella en un tono frío, con un «señorita Callaghan». Le preguntó la edad y cuánto tiempo llevaba tripulando un barco. Otro de los examinadores quiso saber quién le había enseñado a llevar el timón. Dio respuestas breves y concisas, sin que pudiera descifrar por los rostros inexpresivos y serios cómo valoraban aquella información. A continuación cinco miembros bombardearon a Francesca con preguntas sobre la seguridad y el procedimiento en situaciones de emergencia. Una pregunta consistía en cómo mantener el barco bajo control si se rompía el timón. Otro quiso saber cómo reaccionaría en caso de declararse un incendio a bordo. Le preguntaron por los límites de velocidad y las señales acústicas del barco, problemas en el motor y las disposiciones portuarias. Francesca contestó a todas las preguntas con seguridad y firmeza. Se sintió muy segura hasta que el quinto examinador, que hasta entonces se había mantenido en silencio, hizo referencia a la carrera que hizo con Mungo McCallister en el río. Francesca no esperaba que la comisión estuviera al tanto de eso, y se ruborizó.
—La comisión tiene información de testigos presenciales, según la cual los timoneles del Marylou y el Kittyhawk actuaron sin contemplaciones en aquel incidente, que se remonta a hace unas semanas —dijo el hombre—. Nos han comunicado que el asunto terminó con la explosión de la caldera del Kittyhawk. ¿Se corresponde con los hechos, señorita Callaghan?
—Sí. Mungo McCallister le dio instrucciones a su maquinista de forzar al máximo la presión de la caldera —contestó Francesca con sinceridad.
El examinador levantó las cejas y observó a Francesca con detenimiento.
—El señor McCallister sufrió quemaduras, ¿no es cierto?
—Sí, pero fue por culpa suya.
—Podría haber perdido la vida.
—Sí…
—¿Estaba usted al timón del Marylou cuando se produjo el incidente?
—Sí, bajo la supervisión de mi padre.
—¿Está diciendo que no tiene ninguna responsabilidad en ese incidente?
—Así es. Nosotros… mi padre y yo… no queríamos participar de ninguna manera en la carrera, pero el timonel del Kittyhawk, el hijo del señor McCallister, Gerry, nos presionó varias veces y me obligó a efectuar varias maniobras de desviación para evitar un abordaje.
—Podría haber ido hacia la orilla, señorita Callaghan.
—Yo… teníamos una entrega importante y no queríamos fallarle a nuestro cliente. Para nosotros es muy importante la formalidad. —Francesca no comentó que estaban bajo la presión de ganar el dinero para pagar las cuotas, pues le daba la impresión de que el examinador no quería oír más explicaciones.
—Aquí terminamos con nuestras preguntas, señorita Callaghan. Le comunicaremos nuestra decisión a su debido tiempo. Y ahora, si nos disculpa, tenemos que deliberar sobre el resultado.
Francesca tuvo la sensación de que le daban puerta, así que se levantó. Miró a la fila de miembros de la comisión, pero todos evitaron su mirada en la medida de lo posible. A pesar de que pensaba que había suspendido, les deseó a los examinadores un buen día y salió de la sala con la cabeza bien alta. Sin embargo, cuando apenas había traspasado la puerta, rompió a llorar. Joe y Ned estaban sentados en el pasillo un poco más allá. Enseguida corrieron a su lado.
—¿Qué ocurre, mi niña? —preguntó Joe.
—No me darán la patente de capitán —dijo Francesca entre sollozos. Se sentía fatal por haber decepcionado a su padre.
—¿Pero te lo han dicho? —dijo Ned, irritado.
—No, pero me han hablado de la carrera con el Kittyhawk, me han reprochado mi conducta temeraria y han criticado que no me dirigiera a la orilla en vez de participar en la carrera. Les he explicado cómo fue todo, pero no les ha causado ninguna impresión. —Francesca se secó las lágrimas—. ¿Hay alguna posibilidad de repetir la prueba?
—No hay motivo para que te denieguen la licencia —dijo Joe, furioso. Sin vacilar, entró en la sala de exámenes, donde los miembros de la comisión estaban deliberando sobre Francesca.
—Disculpen, caballeros —irrumpió él—. Tengo algo que contarles. —Al final de la mesa reconoció a Frank Gardener. Como era un buen amigo de Mungo McCallister, enseguida supo de dónde salía la información sobre la carrera. Era de esperar que de algún modo u otro Mungo se vengara de aquella humillación, pero le daba mucha rabia que tuviera que ser precisamente a costa de Francesca, que tanto se había esforzado para preparar el examen.
—Como algunos de ustedes ya saben, soy Joe Callaghan, el padre de Francesca. Fran iba al timón bajo mi supervisión. En el incidente con el Kittyhawk se limitó a seguir mis instrucciones.
—Somos de la opinión que sus instrucciones no fueron del todo adecuadas, señor Callaghan —repuso uno de los examinadores.
A Joe le costó poner freno a la rabia.
—En aquella situación era necesaria mi presencia. Hace diecisiete años que navego por este río, y mi conducta siempre ha sido ejemplar, también en el contratiempo que nos ocupa. Hicimos todo lo que estaba en nuestras manos por evitar la carrera con el Kittyhawk. Incluso hicimos una parada en la orilla.
—La señorita Callaghan no ha mencionado ninguna parada en la orilla.
—Esa fue nuestra primera reacción, pero el Kittyhawk se mantuvo al lado. El hijo de Mungo propuso una carrera, pero nosotros nos negamos. Después de rechazar la propuesta una vez más, el Kittyhawk empezó a perseguirnos, y el hijo de Mungo, como seguramente ya saben por mi hija, nos bloqueó el camino varias veces. No fuimos nosotros, sino única y exclusivamente Mungo y su hijo quienes se comportaron de forma temeraria. Como además obstaculizaban el camino de los barcos que iban en dirección contraria, le di a mi hija la orden de navegar con la máxima potencia para dejarlos atrás. Lo conseguimos, pero entonces explotó la caldera del Kittyhawk.
—¿Se detuvieron a ofrecer su ayuda? Tenemos motivos para sospechar que omitieron su ayuda.
—¡Por supuesto que nos ofrecimos a ayudarles! Pero Mungo McCallister se negó. No deberían culpar a mi hija por ese incidente. A Francesca le espera un gran futuro al timón de un vapor de ruedas. Tiene un talento natural.
—Muchas gracias por su intervención, señor Callaghan, pero no podemos tenerlo en consideración en nuestra decisión. Se comunicará a la señorita Callaghan el resultado en los próximos días.
Joe pensó que Frannie no aprobaría el examen, y eso le rompía el corazón.