25

Francesca estaba saliendo de la carnicería de Haggerty en High Street, donde había comprado costillas de cordero para cenar, cuando se encontró a Monty. Por un momento se hizo un silencio incómodo, mientras ambos se miraban.

—Me alegro de volver a verla, Francesca —dijo Monty finalmente—. Me han dicho que ha anulado su compromiso.

—Por lo visto las buenas noticias enseguida corren —respondió Francesca, al tiempo que se sonrojaba al recordar el beso entre Regina y Silas.

—De hecho son muy buenas noticias. Sabía que no sentía nada por Silas, Francesca.

Francesca bajó la mirada. Le daba la impresión de que Monty volvía a hacerse ilusiones de revivir su amistad, pero no podía ser.

—¿Eso significa que tenemos una nueva oportunidad? —preguntó él, esperanzado—. En ese caso, le prometo que mi madre no volverá a entrometerse.

Monty y Francesca no se dieron cuenta de que Neal los había visto. Se veía incluso de lejos que se respiraba tensión entre ellos, y se preguntó si Monty estaba acosando a Francesca.

—Lo siento, Monty, pero…

En aquel momento apareció Neal y lanzó una mirada hostil a Monty.

—¿Va todo bien, Francesca? —preguntó.

—Hola, Neal. Sí, todo estupendo. —Miró a Monty, que a su vez miraba a Neal. Era obvio que aquellos dos hombres no se soportaban.

—¿Estás segura? Tienes cara de estar preocupada —insistió Neal.

—Estoy bien —repuso Francesca, que miró de nuevo a Monty—. Acabo de comprar costillas para la cena, para variar del pescado.

—Tu padre sigue eufórico —dijo Neal—. Acabo de comprarle una botella de ron. ¿Ibas a volver también al barco?

—Enseguida.

Neal volvió a mirar a Monty con recelo.

—Puedo esperar y acompañarte después, si quieres.

Francesca estuvo tentada de aceptar la oferta de Neal, pero aún tenía que aclarar algunas cosas con Monty. Debía impedir que se hiciera falsas ilusiones.

—No es necesario… pero gracias. Iré en un rato.

Neal miró a Monty malhumorado y siguió andando. Francesca se dio cuenta de que iba en dirección contraria al barco.

Si a Monty le quedaba alguna duda de que Neal estaba perdidamente enamorado de Francesca, había desaparecido del todo. De pronto se irritó.

—¿Su padre celebra su cumpleaños? —preguntó con brusquedad.

—No, le ha caído de forma inesperada una gran cantidad de dinero con el que ha podido saldar sus deudas. Así que, por supuesto, está muy contento.

—Entiendo.

De nuevo se produjo un silencio incómodo, y Francesca tuvo la sensación de que Monty libraba una lucha interna.

—¿Sabe, Francesca? —dijo finalmente—, en realidad esperaba que me acompañara durante la cena esta noche. Tengo que hablar con usted. —Se detuvo, pero Francesca sabía que quería hablar sobre un posible futuro en común.

—¿No tiene una relación con Clara?

—No. Solo salía con ella para ponerla celosa. Mi corazón le pertenece a usted, Francesca, para siempre.

Aquellas palabras le dolieron en el alma a Francesca.

—Lo siento, Monty, pero entre nosotros solo puede haber amistad. —Le habría encantado decirle que era su hermanastro, y así podrían volver a tener una relación más próxima. Pero sabía que no podía hacerlo.

—Siempre pensé que nos entendíamos, Francesca.

—Y es cierto, Monty, pero tiene que haber una chispa de pasión cuando dos personas se unen y, por mucho que le admire, no siento pasión por usted. —Tuvo que convencerse de que realmente no lo deseaba, de lo contrario no podría haber aceptado tan rápido que era su hermanastro.

—Por favor, no diga nada más, Francesca —dijo Monty. Era obvio que sus palabras le dolían.

—Lo siento en el alma, Monty. Jamás tuve la intención de preocuparle. —Francesca estiró la mano para consolarle, pero él se apartó.

—Me da la impresión de que nunca nos ha dado una oportunidad, Francesca —dijo, y se dio la vuelta, dispuesto a irse—. Si nuestra relación se hubiera desarrollado normalmente, seguro que habría surgido la pasión entre nosotros.

—No, Monty. Jamás podríamos tener una relación como se imagina. Tiene que aceptarlo.

—No puedo. —Monty se dio la vuelta y se fue presuroso. Francesca vio lo alterado que estaba, odiaba ser la causa de su dolor.

Continuó su camino, con los ojos bañados en lágrimas. Repudiaba el destino y la injusticia que le había tocado. De haberse criado en otro lugar que no fuera Echuca, su vida no habría sido tan complicada. Jamás habría sabido que Joe y Mary Callaghan ni siquiera era sus padres biológicos, sino Regina y ese indeseable de Silas Hepburn. No habría coqueteado con su hermanastro ni le habría roto el corazón. Mientras caminaba entre sollozos, de pronto se tropezó con alguien.

—Disculpe —dijo ella, al tiempo que se secaba las lágrimas para comprobar horrorizada que acababa de topar precisamente con Silas. Le lanzó una mirada fulminante y quiso seguir adelante, pero él la agarró del brazo.

—Francesca, me gustaría intercambiar contigo unas palabras.

—No estoy de humor para hablar contigo —replicó con brusquedad, y se limpió las lágrimas con un pañuelo.

—¿Qué es lo que te ha disgustado tanto, amor?

—¿Y a ti qué te importa? Y no me llames amor. No soy tu amor ni lo seré nunca.

—Eso puede que cambie.

—Eres un canalla miserable, Silas.

—Yo no tengo la culpa del incidente de la otra noche. No me gustaría parecer descortés, pero Regina prácticamente me asaltó.

De pronto Francesca entendió que la actriz que tenía que contratar Regina debió de fallarle y se vio obligada a interpretar el papel.

—Es obvio que no opusiste mucha resistencia. Pero, por favor, ahórrate los detalles escabrosos.

—Mi propuesta de matrimonio sigue teniendo validez…

Francesca palideció.

—No puedes decirlo en serio.

—Por supuesto.

—¡Eres deplorable!

Silas se encogió de hombros ante su rechazo directo.

—Pero eres consciente de que aún puedo amargarle la vida a tu padre. Soy un hombre influyente.

—¿Debo considerarlo una amenaza?

—Llámalo como quieras. Si te casas conmigo, Joe no tiene nada que temer. Pero si no… ¿quién sabe? —Percibió un brillo gélido y amenazante en sus ojos, como los de una serpiente. Francesca sintió rabia y odio. La atormentaba pensar que por sus venas corría sangre de aquel ser despreciable. Esperaba que renunciara a sus intenciones de matrimonio ahora que ya no tenía medidas de presión contra su padre, pero era obvio que no era el caso. Tenía que quitarle de la cabeza de una vez por todas la absurda idea de convertirla en su esposa, para proteger a su padre.

—Si le haces la vida imposible a mi padre, no obtendrás nada de mí, Silas, porque… porque me he vuelto a comprometer.

Silas se echó a reír.

—¿No pretenderás que me lo crea? —Entrecerró sus ojos grises inertes—. Reconozco tus mentiras, Francesca. Solo lo dices para proteger a tu padre.

Francesca titubeó. Quería mencionar a un «prometido», que no existía, pero no le quedaba más remedio.

—Sabes que nuestro compromiso fue un puro acuerdo comercial, así que no debería sorprenderte que pretenda casarme con Neal Mason, el hombre al que pertenece mi corazón. —Ya le comunicaría a Neal a su debido tiempo su mentira piadosa—. En cuanto supo que nuestro compromiso quedaba anulado, me pidió la mano, y he aceptado.

Francesca aún tenía confianza en poder engañar a Silas, cuando de pronto vio que Neal se acercaba desde un hotel que se encontraba un poco más arriba de la calle. Pensaba que había regresado al barco, pero por lo visto había hecho una parada en la taberna para charlar un poco. Ahora se acercaba en dirección a ella y no podía hacer nada más que respirar hondo y estar preparada. Esperaba que Neal se escandalizara cuando Silas le hablara de su compromiso, sobre todo porque no tenía ni la más mínima idea ni le importaba la sagrada institución del matrimonio, y no quería quedar como una mentirosa. Solo le quedaba una opción: tenía que adelantarse a Silas.

—Hola, cariño —susurró Francesca cuando Neal llegó hasta ella. Se arrimó a él y le dio un beso en la mejilla.

Neal se puso furioso al ver a Silas al lado de Francesca, y aquel apasionado saludo lo irritó aún más.

—Francesca… —empezó a hablar, pero se fijó en la mirada de advertencia de Francesca, mientras Silas lo observaba con recelo.

Neal la agarró de la cintura con aire posesivo. Pese a no saber lo que estaba ocurriendo, estaba dispuesto a participar, después de todo lo que le había hecho Silas a Joe.

—No has perdido el tiempo, ¿verdad, Mason? —dijo Silas con frialdad. No había querido creer a Francesca, aunque hacía tiempo que sospechaba que Neal se había fijado en ella. El propio Monty tenía esa sospecha—. Puedes considerarte afortunado. —Le costó mucho mantener la compostura.

Neal miró a Silas, confuso. No sabía a qué se refería.

—Acabo de explicarle a Silas que nos hemos comprometido —intervino Francesca, mientras le apretaba el brazo a Neal en busca de ayuda, sin poder evitar sonrojarse—. Silas pensaba que nosotros… él y yo… podríamos reanudar la relación, pero le he dicho que es demasiado tarde.

—Ya ha tenido su oportunidad, Silas —dijo Neal—. Y la ha echado a perder. —Se volvió de nuevo hacia Francesca, que notó que ya no se ruborizaba—. ¿Es que has levantado la liebre antes de tiempo, cariño? Nuestro compromiso no es oficial. Todavía no, por lo menos.

Francesca notó que aquella mentira le provocaba malestar. ¿O era por verse obligado a fingir que estaban comprometidos? También notó que Silas estaba fuera de sí. Lanzó tal mirada de odio a Neal que temió por él.

—Me parece que Francesca es tan voluble que cambia de prometido cada dos días —repuso Silas.

—Vaya con cuidado, Silas —le avisó Neal.

—Dudo que nadie haya creído que nos casábamos por amor —se justificó Francesca—. Ya sería la cuarta esposa.

—Además, podría ser su padre por edad —añadió Neal.

Francesca sintió un leve mareo.

Silas la miró de nuevo.

—Hace un momento hablaba en serio —murmuró, y la dejó allí.

Neal agarró del brazo a Francesca.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—A mi barco. Me parece que tenemos que hablar… a solas.

Cuando apenas habían subido a bordo del Ofelia, Neal exigió una explicación.

—Silas me ha dicho que su propuesta de matrimonio seguía en pie —aclaró Francesca—, y me ha amenazado con complicarle la vida a mi padre. La única excusa para disuadirle que se me ha ocurrido es hacerle creer que ya estaba prometida.

—Podrías haberme dicho que te había amenazado. ¡Le habría enseñado a ese tipo lo que es bueno!

—No hay que subestimarle, Neal. Ya sabes que con Ezra Pickering y Dolan O’Shaunnessey cortó por lo sano. No me gustaría que os pasara algo a ti o a mi padre. Siento haberte implicado en mi mentira, pero me pareces el candidato perfecto, ya que Silas piensa que estás enamorado de mí. Me lo dijo en la fiesta de compromiso.

Neal la miró y puso cara de tristeza.

—Te quiero, Francesca, pero…

Era la primera vez que Neal reconocía su amor, y a Francesca le dio un salto el corazón de alegría.

—Pero no quieres casarte ni tener hijos… —Cuando comprendió que nunca podrían tener un futuro en común, se le rompió el corazón, puesto que ella también le quería—. No ha sido un intento de vincularte a mí, Neal… —Francesca, con lágrimas en los ojos, se reprochó haberle utilizado para su mentira. Cuando Silas amenazó a su padre no vio otra manera de ayudarle—. Me da miedo mi padre, Neal. No soportaría que le ocurriera algo, si tengo la posibilidad de evitarlo. —Tenía que hacer creer tanto a Silas como a Monty que quería a otro hombre, era la única opción—. Siento haberte metido en esta situación, Neal.

—Entiendo tus motivos, Francesca.

—No hace falta que finjamos el compromiso durante mucho tiempo, solo hasta que Silas pierda el interés por mí.

—No funcionará. Habría que recurrir a medidas drásticas, como por ejemplo una boda, para convencer a Silas de que estás comprometida para siempre. Pero creo que ni siquiera así renunciaría a vengarse de Joe.

Francesca miró a Neal, que estaba en un aprieto.

—Podríamos casarnos por las apariencias. Solo hay que organizarlo, ¿no?

—Sí. Pero ¿quieres que tu padre y Ned sepan la verdad?

—Es verdad que dudo que mi padre pudiera entrar en el juego. El falso compromiso con Silas ya lo incomodaba mucho. Aunque te respeta y te aprecia, Neal, tiene su orgullo. No creo que le gustara la idea de que hicieras ese sacrificio solo para protegerme. —Francesca rompió a llorar—. Lo siento, Neal. Ha sido una idea absurda.

Neal la estrechó entre sus brazos.

—Solo intentas proteger a Joe. —Se detuvo un momento y dijo—: Tengo un amigo que podría hacer de cura, pero entonces tendrías que vivir en el Ofelia y compartir camarote conmigo si quieres que tu padre y Ned se crean que realmente estamos casados. ¿Estarías dispuesta?

Francesca era consciente de lo que le estaba pidiendo. De pronto sintió mariposas en el estómago.

—Sí —contestó en voz baja—. Pero no sería un matrimonio de verdad.

—Aun así tendríamos que ser convincentes para no levantar sospechas de puertas para fuera.

Francesca sabía que Neal tenía razón. Si el matrimonio tenía que ser creíble para Monty y Silas, también tenía que ser verosímil para los demás, sobre todo para Joe y Ned. Francesca no podía creer que un pequeño lapsus, una mentirijilla, la hubiera llevado a una situación tan desagradable; sentía miedo y desasosiego.

Cuando Silas entró en el hotel Bridge vio a Monty con los hombros caídos en la barra. Parecía completamente abatido, y Silas imaginaba por qué. Puesto que Monty había experimentado el mismo rechazo que él, decidió sentarse a su lado.

—Veo que ya conoce las novedades —comentó Silas, y mencionó el compromiso de Francesca. Estaba sentado junto a Monty, que lo miraba impasible. No estaba de humor para tener compañía ni mantener una conversación.

Por la mirada vidriosa de Monty y la fila de vasos vacíos que tenía delante en la barra, Silas comprendió que había bebido bastante.

—Su madre me dijo que le tiene mucho cariño a Francesca —añadió.

—¿Ah, sí? —refunfuñó Monty, distraído. Ni siquiera había entendido bien las palabras de Silas. Miraba su vaso, como si todas las respuestas a sus problemas se encontraran en el fondo del líquido color ámbar.

—Yo tampoco me lo creo —continuó Silas—. Seguro que usted hacía tiempo que lo intuía, como yo. Pero no contaba con la noticia, por lo menos no tan pronto. —Pidió algo para beber.

Monty apenas oía lo que decía Silas. Solo quería seguir emborrachándose en su miseria. ¿Cómo había llegado Francesca a la conclusión de que entre ellos no podía surgir la pasión? No paraba de preguntarse si había sido un error comportarse siempre como un caballero. ¿Había sido demasiado discreto? ¿Debería haberla besado sin más? Pensó que Francesca sabría apreciar su discreción, pero ahora le parecía un error mayúsculo. Había sido una tontería tratarla con guantes de seda solo porque a él le parecía alguien muy especial.

Monty tenía que aceptar que no sabía nada de mujeres.

—¿Qué… noticia? —balbució. De pronto advirtió que Silas había hablado de «noticias».

Silas comprendió que Monty estaba tan borracho que ni siquiera le había entendido.

—Las novedades sobre Francesca —contestó, se bebió el whisky de un trago y pidió el siguiente. No paraba de darle vueltas a la cabeza. Había tomado medidas para quitar de en medio a Neal Mason, pero por lo visto tendría que hacer uso de la artillería pesada, cuanto antes, mejor.

De pronto Monty aguzó el oído.

—¿Qué pasa con Francesca?

—Acaba de contarme que vuelve a estar prometida —respondió Silas—. Al principio no la he creído, pero parece que es cierto.

Monty se dio la vuelta.

—¡Prometida!

—A juzgar por su estado, pensé que ya lo sabía.

—He hablado hace poco con Francesca, y no me ha dicho nada de compromisos… —Monty siempre había tenido a Francesca por una persona decente, pero ahora tenía sus dudas. Por lo visto esa tontería de que entre ellos no podía haber pasión solo era un pretexto para ocultarle que se había prometido con otro hombre.

—¿Con… con quién se ha prometido?

—Con Neal Mason.

Monty confirmó sus temores, así que la sorpresa fue limitada. Aun así, por un momento se quedó sin habla, y el rostro se le quedó ceniciento.

—Por lo visto Mason le pidió la mano en cuanto Francesca rompió nuestro compromiso. No me explico por qué se casa con un capitán de barco cuando podría encontrar un mejor partido. —Silas pensaba en sí mismo, pero con la borrachera Monty entendió que se refería a él.

—No puede casarse con Neal Mason —exclamó, y vació de nuevo el vaso—. ¡No lo permitiré!

Silas observó a Monty. Parecía decidido, y su voz reflejaba el deseo de venganza. Era obvio que lo decía en serio. Aquello confirmó a Silas en su convencimiento de que Neal Mason era un problema que había que solucionar. Al principio quería hacerlo él mismo, pero ahora parecía que no quería ensuciarse las manos. Aunque en el fondo Silas no veía que el apacible Monty fuera capaz de hacer algo así… algunas personas eran impredecibles. Si Monty se ocupaba de Neal Mason y acababa entre rejas por ello, tendría el camino libre.

—¿Qué pretende? —preguntó Silas. Quería asegurarse de que la amenaza de Monty no fueran solo palabras.

—Tengo una idea —contestó Monty, que se inclinó sobre la barra para reflexionar sobre los detalles.

—¿Necesita ayuda? —preguntó Silas en un susurro. Tuvo cuidado de no desviar la conversación hacia él.

—No —rechazó la oferta Monty—. Cuanto más sencillo sea el plan, más probabilidades de éxito tendrá.

Silas asintió contento.

—¿Me permite invitarle a otra copa, Monty? —preguntó con un brillo malicioso en sus ojos inertes.