—Lamento que su prometida se haya sentido indispuesta, Silas —dijo Rebecca Peobbles, sin un ápice de lástima—. ¿Cuándo será la boda? —preguntó casi con resentimiento.
Silas quedó en ridículo. Nadie creía que Francesca se encontrara mal, y eso lo irritaba sobremanera.
—Mi prometida está ansiosa por convertirse en mi esposa, y como queremos celebrarlo en la intimidad, la boda podría celebrarse en dos semanas —contestó, y percibió con satisfacción el gesto de sorpresa de Rebecca, que por lo demás siempre permanecía impasible. Interpretó que en su opinión la boda era muy precipitada, pero no le preocupaba.
Regina estaba por allí cerca. Al oír el comentario de Silas se hicieron realidad sus peores temores, y por un momento tuvo un vahído. Warren Peobbles tuvo que aguantarla.
—¿Qué te pasa? —preguntó Frederick. Al ver que Regina no contestaba, envió a alguien fuera a buscar a Amos Compton.
—¿No te encuentras bien, amor mío? —volvió a preguntar, mientras Warren Peobbles le acercaba una silla.
—Estoy… estoy un poco mareada —contestó—. Quiero irme a casa, Frederick.
—Por supuesto, cariño. ¿Quieres que Amos vaya a buscar al médico?
—No. —Lanzó una mirada a Silas—. Solo quiero irme a casa.
Silas observó a Regina, intrigado. Había seguido su conversación con Rebecca, pero eso no explicaba su reacción. ¿Acaso había llegado a la conclusión de que había sido un error permanecer junto a Frederick durante todos esos años? Siempre le había dado la impresión de que lo había hecho por pena, no por amor, aunque no lo hubiera confesado hasta ahora.
Al día siguiente por la mañana, Francesca se despertó al salir el sol. Lizzie seguía durmiendo a pierna suelta. Francesca salió a la cubierta y observó el espectáculo de colores en el cielo. Poco después Ned se unió a ella y le alcanzó una taza de té caliente que tenía en las manos. Observaron en silencio durante un rato los martines pescadores, que dibujaban círculos sobre la superficie del agua en busca de comida, mientras daban sorbos a las tazas de té. El ambiente era tranquilo, pero su vida iba por el mal camino.
—No es propio de Joe dormir tanto —comentó Ned.
—Dudo que haya dormido mucho —repuso Francesca—. Creo que se ha pasado media noche hablando con Lizzie. Estaba muy poco comunicativa, y mi padre se sentía inquieto.
La noche anterior, Francesca dejó a Lizzie y su padre solos bastante pronto y se fue a la cama. Joe intentaba animar a Lizzie, pero sus palabras no surtían efecto. Por un lado, Francesca estaba preocupada por Lizzie, y por otro se había pasado casi toda la noche pensando en las palabras de Regina, así que no había pegado ojo. A las cuatro de la mañana seguía despierta, y Lizzie aún no se había acostado.
—Este compromiso te está desgastando demasiado —dijo Ned, que había notado las ojeras que lucía Francesca—. Si todo esto te trae tantas preocupaciones, no vale la pena. Prefiero vivir en una tienda de campaña que verte infeliz. Y seguro que tu padre opina lo mismo.
—No es el compromiso lo que me preocupa, Ned.
—¿Entonces?
—Es por algo que me dijo Regina Radcliffe.
Ned aguzó los oídos.
—¿Y qué te dijo?
—Dice que papá no es mi padre biológico. —Para su sorpresa, Francesca vio que Ned parecía disgustado y no atónito, como esperaba—. ¿Ned?
Ned seguía en silencio. Se volvió de nuevo hacia el río. Era consciente de que no podía seguir evitando las preguntas de Francesca. Tarde o temprano el pasado volvía a todo el que intentaba huir de él, y ahora les había atrapado a todos una mentira con la que habían convivido durante diecisiete años.
—Es mentira, ¿no? —De pronto a Francesca empezó a temblarle todo el cuerpo y se agarró a la borda.
—Siéntate, Frannie —dijo Ned, y acercó dos sillas.
Francesca obedeció, y Ned se sentó en la otra silla. Le dio un sorbo al té mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.
—No sé cómo sabe Regina la verdad, pero lo que dice es cierto. Joe no es tu padre biológico, y Mary tampoco era tu madre biológica.
Francesca se quedó muda por un momento. Luego preguntó, con la voz entrecortada:
—Pero… ¿entonces quiénes son mis padres biológicos? ¿Eres tú mi padre? —Era un razonamiento lógico, ya que Ned la quería tanto como Joe.
Ned deseaba que así fuera, pues realmente quería a Francesca como si fuera su hija.
—No. Y, a decir verdad, no sé quién es tu padre, Frannie. Pero no podrías encontrar una madre más cariñosa que Mary, y no hace falta que te diga lo mucho que te quiere Joe.
Francesca estaba muy confusa. Le asaltaron miles de preguntas, pero no sabía por dónde empezar.
—¿Pero cómo…?
—¿Cómo dieron contigo Mary y Joe? —añadió Ned, al ver que ella era incapaz de continuar.
Francesca asintió. Intentaba contener las lágrimas.
Ned le agarró la mano y la apretó a modo de consuelo.
—Aunque te pueda resultar extraño, Francesca, te encontraron.
Francesca no salía de su asombro.
—¿Que me encontraron?
—Será mejor que te lo cuente desde el principio. —Ned estaba decidido a presentarle la verdad de la manera más bonita posible. En circunstancias normales le habría pedido a Joe que le contara la verdad, pero sabía que en aquel momento no estaba en situación de hacerlo. Ya tenía suficientes preocupaciones con el Marylou, el trabajo y el compromiso de Francesca con Silas, por no hablar de su inquietud por Lizzie—. En mi primer día de trabajo a bordo, de noche amarramos en la orilla, en un lugar llamado Boora Boora.
—Papá me dijo que yo había nacido allí.
—Y es verdad. Monté mi campamento en la ribera para que Joe y Mary estuvieran solos. Poco antes de quedarme dormido oí un ruido, como si alguien gritara de dolor. Como Boora Boora es un lugar sagrado para los aborígenes, al principio pensé que se trataba de una ceremonia ritual. Me levanté para mirar, pero era noche cerrada. De pronto, bajo la luz de la luna, vi pasar en el agua una pequeña tina. Al principio no entendía nada, pero luego oí el llanto de un bebé. El bebé eras tú, Frannie. Estabas en la tina.
Francesca contuvo la respiración.
Ned continuó:
—Te sacamos del río, pero jamás averiguamos quién te había dejado en la tina. Saltaba a la vista que hacía poco que habías llegado al mundo, pero no había ni rastro de tu madre. Supusimos que se trataba de una joven en apuros.
Francesca sacudía la cabeza, incrédula.
Ned vio que no entendía nada.
—Mary y Joe te quisieron desde el primer momento. A Joe le preocupaba si debían entregarte a las autoridades, pero finalmente no lo hicieron porque te consideraron un regalo de Dios, ya que no tenían oportunidad de tener un hijo propio. Te querían como si fueras hija suya, Frannie.
—Ya lo sé, Ned. ¿Pero cómo lo sabe Regina?
—Ni idea. Hace unas semanas me acerqué a ella en High Street para tantearla. Negó saber nada sobre las circunstancias de tu nacimiento, pero me dio la impresión de que mentía.
—¿Quién más lo sabe?
—Nadie más, Frannie. Nunca se lo hemos dicho a nadie. Joe y Mary eran nuevos en Echuca, por eso nadie pensó que no fueras su hija biológica.
—Está claro que Regina sabe algo, y, sea lo que sea, tiene que estar relacionado con Silas Hepburn. Dice que es pariente mío. ¿Te puedes creer que ese indeseable sea pariente mío? Yo no.
Ned no sabía a qué carta quedarse.
Regina había pasado la noche en vela. Con la primera luz del día se vistió y dio órdenes a Claude de enganchar los caballos al coche. Mientras Frederick y Monty seguían durmiendo, se fue a la ciudad.
—Pare en el paseo marítimo —le indicó a Claude. Tenía que hablar con Francesca antes de que fuera demasiado tarde, y esperaba verla allí.
Claude no entendía nada, pero había aprendido a obedecer instrucciones sin hacer preguntas.
Francesca ya estaba de camino a la panadería, que abría a las seis de la mañana, cuando reconoció el coche de los Radcliffe y a Claude Mauston. Antes había acordado con Ned no decirle nada a su padre, que ya tenía bastantes preocupaciones, pero quería estar un rato sola para asimilar la noticia antes de volver a ver a Joe.
Cuando se abrió la puerta del coche, Francesca esperaba que saliera Monty.
—Tengo que hablar con usted, Francesca —anunció, en cambio, la voz nerviosa de Regina—. Por favor, es urgente. —Como esperaba que Francesca se negara, le sorprendió que la chica accediera de inmediato.
Francesca quería respuestas, y solo las obtendría hablando con Regina, por mucha aversión que sintiera hacia aquella mujer. Subió al coche y Regina le indicó a Claude que siguiera un poco río arriba y se detuviera en un lugar tranquilo.
—¿Qué relación de parentesco tengo con Silas Hepburn? —preguntó Francesca. Había tenido aquella pregunta en la punta de la lengua todo el tiempo.
—Shhh —replicó Regina—. Espere a que paremos.
Francesca vivió como una tortura el lento paso del tiempo hasta que Claude finalmente detuvo el coche en un lugar solitario.
—Déjenos solas, Claude, por favor —pidió Regina—. Vuelva en media hora.
Claude la miró sorprendido, pero se puso en camino. Regina no quería arriesgarse a que nadie oyera lo que tenía que decirle a Francesca, aunque ese alguien hiciera muchos años que estuviera a su servicio.
En cuanto estuvieron solas, Francesca le exigió a Regina que le contara toda la verdad de una vez por todas.
—Ned ya me ha contado cómo dieron conmigo los Callaghan, así que ya no hay motivo para seguir ocultándome lo que sabe, Regina.
—Sí, Francesca. No estaría aquí si no fuera urgente que supiera la verdad.
—¿Urgente? ¿Por qué?
—Porque anoche oí por casualidad cómo Silas le decía a Rebecca Peobbles que tenía intención de llevarla al altar en dos semanas.
A Francesca se le cortó la respiración.
—Me prometió un período largo de compromiso.
Francesca se sintió estúpida por haber creído que Silas iba a respetar su acuerdo.
—No entiendo por qué se opone a que nos casemos. —Quería ocultar a Regina que no tenía ninguna intención de convertirse en la mujer de Silas.
Regina palideció. Luego dijo, con la voz quebrada:
—Silas es… su padre.
—¿De dónde saca semejante afirmación?
—Es la verdad.
—¡No puede ser!
—Lo siento, Francesca, pero le juro por la vida de mi hijo que es cierto.
De pronto, Francesca empezó a encontrarse fatal. Bajó del coche de un salto, intentaba respirar hondo para combatir el malestar. Regina también bajó.
—Sé que es un impacto muy fuerte para usted, Francesca —dijo, sin dejar de retorcerse las manos—. Si hubiera elegido otro marido se lo habría ahorrado, pero no puedo permitir que se case con su propio padre.
Francesca estaba descompuesta, al borde de las lágrimas.
—¿Cómo puede ser mi padre ese ser deplorable? —Por un momento recordó las palabras de Lizzie cuando le contó su encuentro con Regina a bordo del Platypus: «Me pareció oír que Regina decía que usted era hija de Silas…». Sin duda a Regina se le escapó sin querer aquel comentario. Ahora también entendía por qué perdió la compostura cuando Lizzie le contó las intenciones de Silas.
Regina bajó la mirada. La aversión y el odio que vio en los ojos de Francesca la afectaron en lo más profundo.
—¿Cómo puede ser, Regina? Dígamelo.
Regina se dio la vuelta. Tenía previsto contarle a Francesca toda la verdad, pero le resultaba increíblemente difícil. Había guardado durante tanto tiempo ese secreto que ahora no era tan fácil revelarlo.
Francesca se plantó frente a Regina y la agarró de los hombros.
—¡Dígamelo de una vez, Regina! ¡Si no se lo preguntaré a Silas!
—Él no lo sabe —susurró Regina.
—¿Entonces cómo lo sabe usted?
Regina miró a los ojos azules de Francesca, un poco más oscuros que los suyos.
Poco a poco Francesca fue intuyendo la verdad, y bajó los brazos, horrorizada. De pronto todo tenía sentido. Su pasión común por los números y la contabilidad, los cabellos oscuros, los ojos azules…
—Dios mío. Usted es mi madre, ¿verdad?
Al ver que Regina no lo negaba, Francesca comprendió que era cierto. Las dos personas que más detestaba en el mundo eran sus padres biológicos. Era insoportable. Bajó corriendo al río, donde se quedó de pie, con los brazos cruzados, contemplando los eucaliptos en la otra orilla. Estaba demasiado aturdida para llorar.
Poco después, Regina se colocó a su lado.
—No es verdad, ¿no? —susurró Francesca. Aunque su corazón sabía que era cierto, no quería aceptarlo.
—Es verdad, Francesca —contestó Regina en voz baja.
—¿Y por qué tengo que creerla? Me ha acosado y ofendido, de todas las maneras posibles… —Recordó de nuevo las palabras crueles de Regina.
—Ya lo sé, Francesca, pero piénsalo bien. En tu primera visita a Derby Downs tenía mis reservas respecto a ti porque a mi juicio Monty se merecía algo mejor que la hija de un capitán. Sin embargo, nos conquistaste con tu encanto, tu inteligencia y tu belleza, eres una chica estupenda. Estaba entusiasmada contigo, y así se lo dije a Monty. Estaba absolutamente a favor de esta relación. Yo misma le pedí a Monty que te invitara a pasar el fin de semana en casa. La primera vez que vi tu marca de nacimiento entendí quién tenía delante. ¿Es que no lo entiendes, Francesca? ¡Monty es tu hermanastro! Tenía que separaros. Siento haberte herido, pero no veía otra salida.
Francesca seguía desconfiando de las motivaciones de Regina. Era demasiado para procesarlo todo de una sola vez.
—Cuando supe que querías casarte con Silas, tu propio padre, me desesperé. —Regina avanzó unos pasos hacia un árbol caído, se sentó encima y dejó la mirada perdida en el río—. Hace dieciocho años tuve una relación con Silas. Hoy me parece increíble, pero por aquel entonces Frederick siempre estaba fuera, y, lo creas o no, Silas no siempre fue el usurero ambicioso y malintencionado que es hoy en día. Antes era encantador, locuaz y muy perseverante. Cuando supe que estaba embarazada me sentí completamente desbordada, no sabía qué hacer. No podía hacer creer a Frederick que era hijo suyo porque llevaba fuera demasiado tiempo. —Visto en perspectiva, a Regina le avergonzaba haber considerado la posibilidad de engañar a su marido—. Temía perder a Frederick, y me daba pánico quedar en ridículo delante de la gente. Era respetada por ser su esposa, pero de haber sabido de tu existencia, estoy segura de que Frederick me habría quitado a Monty. Es un marido afectuoso, Francesca, pero jamás podría perdonar que le engañaran. He visto cómo rompía viejas amistades por deslealtades. Poco después tuvo el accidente y pasó a depender de mí.
—Ned dijo que me encontraron en una tina en el río. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pudiste ser tan desalmada?
—Fue cruel por mi parte, y debo vivir con esa culpa. Pero entonces tenía la esperanza de que alguien te viera tarde o temprano. Quería borrar todo rastro. —Regina bajó los ojos.
—Podría haberme ahogado o que la corriente me llevara hasta mar abierto.
—Hay más de mil seiscientos kilómetros hasta el mar, Francesca. Sabía… esperaba… que alguien te descubriera como muy tarde al amanecer. Al fin y al cabo había muchos barcos por el camino.
Francesca pensó que la tina podría haberse cruzado en el camino de un barco de vapor y que Mary había fallecido en un accidente parecido, y sintió un escalofrío. Jamás perdonaría a Regina lo que le hizo, solo por salvar su honor y su reputación.
—Tienes que entender que estaba completamente desesperada —dijo Regina, pero vio que Francesca no comprendía en absoluto su comportamiento—. Por supuesto que no lo entiendes. ¿Cómo ibas a entenderlo? Merezco tu rabia, pero te suplico que no les digas nada a Monty ni a Frederick. No hay necesidad de que sepan la verdad.
—También sería desagradable para mí —repuso Francesca.
Regina asintió y se tragó el nudo que sentía en la garganta.
—No puedo ni imaginar que sientas algo por Silas —dijo—. ¿Por qué quieres casarte con él?
—No quiero hacerlo. He accedido al compromiso para que mi padre pueda trabajar sin que Silas le ponga trabas. En cuanto mi padre haya liquidado el préstamo que le debe a Silas, romperé el compromiso.
—¿Por qué le pidió Joe un préstamo? —Regina conocía las prácticas de Silas, como casi todo el mundo en el río, así que Joe tenía que saber en lo que se estaba metiendo.
—La caldera de vapor tenía un escape, y mi padre no tenía dinero para la reparación, pero debía cumplir los encargos —contestó Francesca—. En su desesperación, aceptó cuando Silas le ofreció el préstamo. Aun así, los intereses son muy elevados, así que mi padre acabó retrasándose con los pagos de las cuotas. Estaba dispuesto a trabajar mucho, pero Silas saboteaba su trabajo, y finalmente le amenazó con arrebatarle el Marylou. Entonces le ofreció perdonarle las deudas a cambio de que yo accediera a casarme con él. Al principio mi padre no quiso saber nada del tema, pero luego se me ocurrió la idea de comprometerme con Silas para ganar tiempo. Esperamos poder impedir así que Silas siga haciendo daño a más gente, como a Ezra Pickering y Dolan O’Shaunnessey, a los que perjudicó solo para agotar las fuentes de ingresos de mi padre y que tuviera dificultades para pagar.
Regina no salía de su asombro.
—¿Quieres decir que Silas está detrás del incendio en el astillero de Ezra?
—Sin lugar a dudas.
Regina sabía que Silas podía llegar a ser muy insidioso, pero aun así se había quedado pasmada.
—Pero Silas te tiene tomada la medida, Francesca. Por eso tiene planeada la boda en dos semanas.
—Si rompo el compromiso ahora, puede acusarme de romper mi palabra y quedarse con el Marylou, y eso le rompería el corazón a mi padre.
—¡Pero no puedes casarte con Silas!
—Tiene que saber la verdad. Es la única solución. Si sabe que soy su hija no nos quitará el Marylou.
Regina sintió un pánico creciente.
—Silas le explicará a todo el mundo que eres su hija.
—No me queda elección, Regina.
—Te daré el dinero para saldar las deudas.
—No —repuso Francesca. Era inconcebible aceptar el dinero de Regina.
—Es lo mínimo que puedo hacer, Francesca.
—¡No!
—Por favor, Francesca, déjame ayudaros. Luego Joe puede quedarse con el Marylou. Seguro que no tienes ningún interés en que Silas sepa que eres su hija si realmente lo detestas, como dices.
Regina tenía razón. Francesca no tenía el más mínimo interés en que Silas supiera la verdad. La idea de que a partir de entonces la tratara como si fuera su padre le repugnaba. Pero ante todo no quería herir a Joe.
—Mi padre jamás aceptaría dinero de ti, es demasiado orgulloso.
—Ya encontraremos la manera de hacerle llegar el dinero sin que sepa que procede de mí.
Francesca lo pensó un momento. A fin de cuentas, Regina estaba en deuda con Joe por haber criado a Francesca.
—Sé que no lo entiendes y que nunca lo entenderás —dijo Regina—, pero estoy contenta de haberte dicho la verdad.
—¿Tienes la conciencia más tranquila?
Regina contestó, apenada:
—No, y tampoco lo consigue mi ayuda económica. Tendré que asumir esa culpa durante el resto de mi vida.
—Pero si volvieras a vivir tu vida volverías a hacerlo, ¿verdad?
«Al contrario —pensó Regina—. Jamás tendría una relación con Silas…».
—En el fondo me has hecho un favor —dijo Francesca—, porque no podría haber encontrado una opción mejor que criarme con mi padre, Mary y Ned. Pienso a menudo en Mary. Era una madre maravillosa.
Regina se sintió como si Francesca le hubiera dado una bofetada, pero sabía que no se merecía otra cosa.
—Te has convertido en una joven fantástica, Francesca. En cierta manera desearía que no fueras mi hija, porque serías la esposa perfecta para Monty.
Francesca se lo tomó como una burla.
—No me considero hija tuya, Regina, pero Monty siempre ocupará un lugar en mi corazón. Si hubieras tenido el valor y la decencia de permanecer a mi lado, habría sido un hermano maravilloso.
Por fin comprendía Francesca el cariño que sentía hacia Monty, y por qué era tan distinto de sus sentimientos hacia Neal. Apreciaba los modales de Monty, y siempre se sintió a gusto en su compañía, pero, pese a disfrutar de su amistad, se resistía a iniciar una relación amorosa, y ahora daba gracias al cielo por ello. Creía que Monty y ella necesitaban más tiempo hasta que Regina la aceptara y que luego todo iría sobre ruedas, pero su instinto la hacía dudar. Ahora entendía el motivo: su intuición la había protegido de sentir por Monty algo más que amistad. Neal, en cambio, despertaba su pasión, y el corazón de Francesca era irremediablemente suyo.