Joe y Ned estaban fregando la cubierta del Marylou cuando de pronto vieron a Montgomery Radcliffe en la orilla. Se miraron sorprendidos, pues Monty no transmitía el aplomo que era habitual en él.
—Buenos días, Montgomery —dijo Joe con recelo. Le sorprendía que Monty apareciera tan temprano.
Monty se quitó el sombrero.
—Buenos días, Joe… Hola, Ned. ¿Está Francesca? Me gustaría hablar un momento con ella.
Joe lanzó una mirada hacia el camarote. Aún no había tenido ocasión de comentar con Francesca cómo quería dar a conocer a Montgomery su compromiso.
—No sé si ya recibe visitas. Si espera un minuto, iré a ver.
Monty asintió.
—Sé que es muy pronto, pero quería ver a Francesca antes de que zarparan.
Joe dedujo por el comentario que Monty daba por supuesto que iban a transportar alguna carga, como de costumbre. Se dirigió al camarote de Francesca y llamó a la puerta.
—Ha venido Monty Radcliffe para hablar contigo, Frannie —anunció cuando ella abrió la puerta y lo miró con estupor.
Francesca recordó la reprimenda de Regina y palideció aún más.
—No quiero verle, papá. Tienes que excusarme.
—Pero Frannie…
—Dile que no me encuentro bien.
Joe dudaba que fuera lo correcto.
—Tarde o temprano tendrás que contarle tu compromiso con Silas, si no lo sabrá por otra vía. Sería mejor que se lo dijeras tú.
—No puedo… y no quiero verle —se negó Francesca—. Hoy no.
A Joe le extrañó su reacción, parecía muy nerviosa.
—Muy bien. Le diré que estás indispuesta. —No le gustaba mentir a Monty, pero los deseos de Francesca tenían prioridad.
—Lo siento, Montgomery, Francesca no se encuentra bien hoy —le explicó Joe cuando volvió a la cubierta.
Monty se quedó aturdido por un momento.
—Ya entiendo. —Bajó la mirada y pensó si debía creer a Joe—. ¿Pero no es nada grave?
—No. Tiene fuertes dolores de cabeza. Unas horas de sueño y se pondrá mejor.
—Dígale que le deseo una pronta recuperación.
—Así lo haré. Me alegro de verle.
Monty asintió y dio media vuelta.
Joe vio que caminaba despacio y con los hombros caídos.
—Tiene un aspecto lamentable, como si estuviera deprimido —le dijo a Ned al oído—. Si se ha enterado del compromiso, estará completamente hundido.
—Sí —admitió Ned—. Se habrá quedado de piedra.
—¿Y quién puede reprochárselo? Al fin y al cabo ni a mí me entra en la cabeza.
—Me está evitando —murmuró Monty para sus adentros cuando subió a su caballo. Hasta ahora pensaba que Francesca y él se llevaban bien, pero algo había cambiado. Desde el fin de semana que Francesca pasó en Derby Downs, no la había visto ni había hablado con ella. Desde entonces su madre también se comportaba de una forma extraña, y era obvio que había cambiado de opinión respecto a Francesca. Incluso había insinuado que tenía mala fama en la ciudad, y a Monty le pareció raro porque no había oído nada al respecto. Todo aquello no tenía sentido.
Monty cabalgaba junto a la orilla cuando de pronto oyó un ruido. Vio a Silas Hepburn y a algunos hombres en la margen del río, mirando al agua, inmóviles. Al acercarse, Monty vio que el puente de pontones había desaparecido, lo que había desatado la ira de Silas, por supuesto.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Monty.
—¡Alguien ha manipulado mi pontón sin permiso! —rugió Silas—. Los cabos están cortados y la corriente ha arrastrado el pontón río arriba.
Monty se quedó de piedra.
—¿Pero quién es capaz de hacer algo así?
—No tengo ni la más remota idea, pero cuando descubra a ese hijo de perra deseará no haber nacido.
Silas no podía pensar en otra cosa que no fueran las pérdidas económicas que sufriría. De pronto comprendió que tendría que buscar a alguien un tramo más arriba del río que le construyera un nuevo pontón, ahora que Ezra Pickering estaba fuera del negocio, ironías del destino.
—Eso es —se dijo en voz baja—. Es la revancha de Ezra. —Sin embargo, era consciente de que no podía probar que Ezra fuera el responsable del sabotaje de su pontón, igual que Ezra no tenía pruebas de que Silas estuviera detrás del incendio en el astillero.
Monty estaba entrando en la redacción del Riverine Herald cuando se encontró con Clara Whitsbury, que intentó pasar por la puerta delante de él, con prisas.
—Disculpe —dijo él, distraído, mientras le aguantaba la puerta.
Clara, a quien solo de pensar en Monty se le aceleraba el corazón, empezó a sentir que le temblaban las piernas al ver sus ojos castaños.
—Lo siento mucho —se disculpó ella, horrorizada por sus malos modales—. Tengo bastante prisa.
—¿Tiene una cita?
—No.
—¿Trabaja aquí? —le preguntó Monty.
—Sí. Soy la nueva administrativa. Es mi primer día.
—¡Vaya!
—Me llamo Clara. Clara Whitsbury.
—¿Clara? —Monty intentó disimular su sorpresa. Su precioso rostro ya le había llamado la atención, así como su figura—. Se ha hecho toda una mujer.
—No me ha reconocido, ¿verdad?
—Eh… sí, claro. —Sintió que se ruborizaba—. Bueno, no enseguida, pero eso es culpa mía. Estaba distraído.
—¿Cómo se llama la chica? —preguntó Clara sin rodeos.
Monty se quedó pasmado ante su atrevimiento.
—¿Perdone?
—Ha dicho que estaba distraído —repuso Clara, sin sentir un ápice de vergüenza.
—Sí. Estaba pensando en todo lo que tengo que hacer hoy. —Monty dejó caer la cabeza un momento—. Se ha convertido usted en una joven preciosa, Clara. Eso no significa que antes no… —Se sonrojó de nuevo y se rió, abochornado—. Mi madre me dijo que hace poco estuvo en casa tomando el té.
—Sí, es cierto.
—Pero no me dijo nada de que trabajara en el periódico.
—El día antes había tenido la entrevista. Creo que le habló bien de mí al señor Peobbles, porque me ha dado el puesto, a pesar de que quería ver a otros candidatos.
A Monty no le cabía duda de que su madre había ayudado en la contratación de Clara.
—Estoy seguro de que era la candidata más adecuada para el puesto —la elogió.
Clara hizo un gesto coqueto.
—Bueno… tengo que ir a ver al señor Peobbles —se excusó, pero se notaba claramente que habría preferido quedarse—. Ha hablado de unos recados. ¿Estará por aquí?
—Me gustaría repasar los libros con el inspector —contestó Monty.
—Tal vez nos veamos más tarde, en la pausa del mediodía. —En ese momento fue Clara quien se ruborizó, pero de la emoción.
Entonces a Monty se le ocurrió una idea. Si aparecía con una joven guapa como Clara al lado, correría la voz, y si Francesca se enteraba probablemente se pondría celosa.
—¿Puedo invitarla a comer en el hotel Bridge para celebrar su primer día de trabajo?
—Sería estupendo —susurró Clara.
Monty sabía que su madre sería feliz viéndole salir con Clara, pero su principal motivación era sacar a Francesca de su caparazón.
Clara y Monty estaban comiendo un bistec con volovanes de riñón cuando Silas Hepburn los vio de casualidad al pasar por la puerta del comedor. Estaba furioso porque, a su modo de ver, la policía estaba haciendo muy poco por encontrar a la persona que había cortado los cabos de sujeción del pontón, pero al ver a Monty comiendo en compañía de una joven guapa olvidó por un momento su enfado. Se acercó enseguida a su mesa.
—Buenos días, Monty —saludó Silas—. ¿Qué tal está la comida?
Monty levantó la mirada.
—Excelente, muchas gracias, Silas —contestó. Notó que Silas miraba a Clara con curiosidad.
Quería presentársela, pero Silas se le adelantó.
—¿No es usted la hija de Terry Whitsbury?
—Sí —contestó Clara—. He estado un tiempo en el internado.
A Monty no le sorprendió que la hubiera reconocido. Silas Hepburn conocía todas las caras bonitas de todo Victoria, y si no, se preocupaba de presentarse de inmediato.
—Espero que no nos abandone de nuevo pronto —dijo Silas a modo de halago.
Clara lanzó una mirada a Monty, que transmitía cierto malestar.
—Clara ha empezado hoy en su puesto en la redacción del periódico, lo estábamos celebrando —explicó Monty.
—Fantástico. Yo también tengo motivos de celebración —repuso Silas, que vio la oportunidad de comunicarle la buena nueva.
—Pues me sorprende… después del percance de esta mañana —dijo Monty.
Silas arrugó la frente. No quería ni acordarse de ello.
—De no haberme comprometido para casarme en breve, realmente estaría desesperado. Pero cuando uno está enamorado, es más fácil sobrellevar hasta el peor contratiempo.
—¡Prometido! —exclamó Monty, que se recostó en la silla y dejó los cubiertos sobre la mesa—. Ni siquiera sabía que volviera a tener una relación, Silas. Mi enhorabuena. —Se levantó y le estrechó la mano.
—Gracias. Ha sido un poco inesperado, pero no podría estar más feliz.
—¿Conozco a la futura novia?
Silas carraspeó, nervioso.
—Sí, debería conocerla. Es Francesca Callaghan.
Monty se quedó con la boca abierta, pálido.
—¡Francesca!
—Sí. Ayer durante la cena aceptó mi propuesta de matrimonio.
Silas no entendía que Monty se asombrara tanto. No sabía muy bien cómo reaccionar.
—En breve organizaremos una gran celebración de compromiso —anunció—. Por supuesto, recibirá una invitación. Y ahora, si me disculpan, aún tengo que arreglar algunos asuntos.
Monty se sentía como si le hubieran dado un puñetazo, y se preguntó por qué Joe se lo había ocultado. Ahora tenía sentido que Francesca lo evitara últimamente. ¡Precisamente Silas! ¿Por qué había accedido Francesca a ser su esposa? Desde el principio no había dejado lugar a dudas de que detestaba a Silas.
Monty se desplomó en la silla.
Clara supuso que el motivo de la reacción de Monty se debía a la opinión que Regina tenía de Francesca.
—Me sorprende mucho que el señor Hepburn tome como esposa a esa chica —dijo—. Su madre me dijo que tenía mala fama.
Monty la miró, sorprendido.
—¿Eso le dijo mi madre?
—Sí. —Clara pensó sin querer si había hecho un comentario inadecuado.
—¿Cuándo? —inquirió Monty.
—El otro día, poco antes de dirigirnos a Derby Downs. Silas estaba con su prometida en el salón de té, y su madre me habló de ella y me advirtió de su mala reputación.
Poco a poco Monty fue comprendiendo. Seguramente su madre le había dicho algo a Francesca que la había herido en lo más profundo. Ese era el motivo por el cual ella lo evitaba. Se sintió aliviado al ver que obviamente no era culpa suya. Aun así, no entendía que hubiera aceptado la propuesta de matrimonio de Silas.
—Buenos días, Joe —dijo Silas.
—Buenos días —contestó Joe en voz baja. Al cabo de un instante apareció Francesca en cubierta. Malhumorada, advirtió la presencia de Silas, pero se obligó a sonreír.
—¡Ah, querida! Espero que hayas dormido bien.
—Sí, gracias, señor… Silas.
—Uno de mis hombres pasará por aquí y os hará un encargo —le dijo Silas a Joe.
Joe asintió, aunque por dentro tuvo que esforzarse para tragarse su orgullo. Odiaba encontrarse en aquella situación, pero al mismo tiempo estaba ansioso por volver a trabajar sin trabas. No obstante, tenía muy claro que de momento Silas tenía el poder de volver a quitarle el trabajo, y eso lo amargaba.
—Acabo de encontrarme con Montgomery Radcliffe —dijo Silas, dirigiéndose a Francesca. Procuró utilizar un tono neutro, pero Francesca notó la alegría en su voz.
—¿Cómo está? —preguntó ella, con ostensible indiferencia.
—Bastante bien. Estaba almorzando en compañía de una de las chicas más guapas que he visto en mucho tiempo, mejorando lo presente, querida.
Francesca se quedó de piedra. Por lo visto el mal de amores de Monty había sido muy breve, en contra de lo que esperaba.
Silas observó su reacción y sintió una punzada de celos.
—Monty siempre ha tenido un enjambre de chicas guapas alrededor. A Regina le gustaría que se casara pronto, y como la familia de Clara Whitsbury es propietaria de varios negocios en Moama, estoy seguro de que Regina y Frederick darán su consentimiento para las nupcias.
—Sí, seguro —exclamó Francesca, enojada.
—Ah, por cierto, Joe, ¿por casualidad no vio ayer que alguien deambulara por la orilla?
—¿En la orilla?
—Alguien cortó sogas de mi pontón y la corriente se lo llevó río abajo.
—No vi a nadie —contestó Joe, que había visto algo y tuvo que reprimir su satisfacción—. ¿Entonces no se puede salvar el pontón?
Silas sabía que Joe no sentía lástima por él.
—Ya lo han localizado. Se ha quedado atrapado unos kilómetros más abajo en el ramaje. Ahora mismo está Mike Finnion allí para remolcarlo. Aun así, estará varios días sin colocar, y me gustaría mucho encontrar a los culpables.
—Cuando Francesca y yo volvíamos del hotel ya había anochecido. No nos encontramos a nadie. —Joe se preguntó si Silas sospechaba de él, pero no le importaba lo más mínimo.
—Ayer por la noche no vimos ni un alma al volver —confirmó Francesca.
Lizzie escuchaba la conversación a escondidas a través de la escotilla del camarote de Francesca. Pensó que el pontón tendría que haber llegado hasta Goolwa para acabar en mar abierto. Silas se lo tendría bien merecido.
—Disculpe, Clara —se excusó Monty—. Lo lamento, pero tengo que irme. —Había esperado con impaciencia hasta que la chica terminó el plato. Él había perdido el apetito—. Le agradezco que me haya hecho compañía durante la comida. Le deseo mucha suerte en su nuevo trabajo. —Con esas palabras, Monty salió del hotel y se dirigió por segunda vez al Marylou, resuelto a hablar con Francesca esta vez.
Francesca estaba sentada en la cubierta. Se había lavado el pelo y se estaba cepillando para finalmente dejarlo secar al sol. Como estaba charlando con su padre, no vio que Monty se acercaba al barco. Neal se había unido a ellos. No estaba en absoluto contento con el compromiso, pero entendía sus motivaciones. Además, tenía miedo por Francesca, no se fiaba de Silas, aunque, a decir verdad, también estaba celoso. La idea de que Silas pudiera forzar a Francesca a besarle le resultaba insoportable, pero estaba decidido a guardarse sus sentimientos, no tenía derecho a mostrarse posesivo.
Cuando Ned vio a Monty ya era demasiado tarde para avisar a Francesca.
—Montgomery Radcliffe está viniendo de nuevo —cuchicheó.
—Oh, no —exclamó Francesca, que lo vio con el rabillo del ojo—. Ya me ha visto.
—A ese me lo quito yo de encima en un momento —dijo Neal, que se levantó de un salto.
Joe temía que hubiera problemas, y no quería poner en peligro el plan.
—Déjamelo a mí, Neal. —Miró a Francesca—. Le diré que aún no te encuentras bien y que no puedes recibir visitas.
—No, papá. Tenías razón. En algún momento tengo que enfrentarme a él. —Bajó a la orilla y se encaminó hacia Monty, mientras Neal, Joe y Ned seguían lo que pasaba. Por la expresión del rostro de Monty, Francesca supo que Silas había estado alardeando de su compromiso.
Monty fue directo al grano, sin saludar.
—Quiero oírlo de su boca. —Era evidente que estaba reprimiendo sus sentimientos.
Francesca percibió la desesperación en su voz, así como el dolor en la mirada.
—Se ha enterado de que me he comprometido con Silas —contestó ella, y desvió la mirada hacia el río para no tener que mirar a la cara a Monty.
—Pero ¿por qué?
—¿Por qué se acepta un compromiso, Monty?
—Sé cuál es el motivo, pero no me puedo creer que sienta algo por Silas.
Francesca se encogió de hombros. Aún resonaba en sus oídos la advertencia de Regina. Se estremeció.
—La gente acepta un compromiso por distintos motivos. Silas goza de un gran prestigio en la comunidad, y puede ofrecérmelo todo.
—No creo ni por un momento que se case por motivos económicos y por su posición social. Va totalmente en contra de su carácter.
—Tal vez tenga una imagen equivocada de mí.
—Tal vez, pero puede que no.
—De todos modos, no ha tardado mucho en encontrar consuelo —dijo, mordaz.
—¿A qué se refiere?
—A su cita para almorzar.
A Monty le asombró que Francesca lo supiera, pero no hacía falta ser un genio para imaginar que se lo había dicho Silas, y seguro que con gran deleite. Monty reprimió su incipiente enfado: estaba seguro de haber oído en la voz de Francesca un deje de celos que le daba esperanzas de que aún sintiera algo por él.
—Clara ha empezado hoy en su puesto en el periódico, y la he invitado a comer para celebrarlo. En principio quería invitarla a usted, pero su padre me ha dicho que se encontraba mal.
Francesca asintió.
—Escuche, Monty, esta conversación no tiene sentido. Ahora estoy comprometida, y eso significa que no podremos vernos más. Le deseo mucha felicidad y me encantaría que usted hiciera lo mismo.
—Con Silas jamás será feliz, ya lo sabe, Francesca.
—Uno debe hacer lo que considera correcto, Monty. Que le vaya bien. —Francesca se dio la vuelta, dispuesta a irse.
—¿Mi madre le ha dicho algo ofensivo, Francesca? Se entromete en mi vida, pero no siempre comparto su opinión. Le he dado a entender explícitamente que usted es la única mujer que deseo.
—Nunca me aceptará, Monty, y no puedo consentir que no me considere digna de usted.
—Pero… yo la quiero.
—Estoy comprometida, Monty. Búsquese a otra que pueda quererle. —Volvió a bordo y desapareció en su camarote, sin volverse a mirar a Monty. Era consciente de su crueldad, y Monty no merecía su enfado, pero no podía tener una relación con un hombre cuya madre la menospreciaba.
—No me voy a rendir —se dijo Monty—. ¡Nunca! —Miró a Neal Mason, que lo estaba observando. Le habría sorprendido menos que Francesca se hubiera comprometido con Neal, por lo que se sintió aún más intrigado.
Poco después de haberse marchado Monty apareció uno de los hombres de Silas. Le ofreció varios encargos a Joe, que se decidió por la ruta desde el bosque de Gunbower al astillero de McKay, un trayecto de unos cincuenta kilómetros. Como el bosque estaba a unos ciento treinta kilómetros, eso significaba que durante la semana estarían fuera de la ciudad. Este aspecto fue decisivo para elegir el encargo, aparte del dinero que le reportaría.
—Si necesitáis la lancha de carga puedo venir con vosotros —se ofreció Neal.
—No puedo pedirte eso, Neal —dijo Joe—. A fin de cuentas tu barco ya está listo para usar.
—Cuanto antes puedas saldar tus deudas con Silas mejor, Joe. Sé que sobre todo te preocupa mantenerlo alejado de Francesca, y me gustaría ofreceros mi ayuda.
—Es muy generoso de tu parte, Neal. —Joe pensó que Neal tenía las mismas ganas de que Silas la dejara tranquila—. Podríamos sacar beneficio los dos.
—Entonces asunto zanjado.
—Zarparemos mañana a primera hora.
Por la tarde Lizzie buscó una ocasión para hablar cara a cara con Joe. La oportunidad se dio cuando todos se retiraron a dormir excepto Joe, que estaba comprobando la soga del ancla.
—Joseph… —dijo.
—Sí, Elizabeth.
Se le hacía extraño que se llamaran por sus verdaderos nombres.
—Me han dicho que mañana irán río arriba porque tienen trabajo allí, así que… —No sabía cómo averiguar si la seguían queriendo a bordo.
—Es una ocasión magnífica para que conozca un poco mejor el río —dijo Joe—. Seguro que le gustará.
—Han sido más que generosos al darme cobijo durante tanto tiempo, pero no debería seguir abusando de su hospitalidad.
—¿Abusar? Por el amor de Dios, Elizabeth, ni hablar. Si desperdiciara la oportunidad de que yo le enseñara el paisaje del río, me llevaría una gran desilusión.
A Lizzie empezaron a temblarle los labios. Veía que Joe se alegraba de verdad de enseñarle «su» río.
—Me encantaría venir, pero entonces me sentiría como un… parásito.
Joe comprendió que Lizzie tenía su orgullo, y él sabía lo que se sentía.
—En cuanto tenga las heridas curadas, podría ganarse su sustento haciendo algo útil a bordo, si eso la tranquiliza. En el barco siempre hay montones de cosas por hacer.
A Lizzie se le iluminó la cara.
—Eso sería fantástico —dijo.
—Muy bien. Pero cuídese hasta que las costillas rotas estén curadas. —Joe había estado observando a Lizzie, que preparaba el té e intentaba ayudar en lo que podía, y se había percatado del dolor que le producía cada pequeño movimiento—. Piense que la tendré vigilada. —Le guiñó el ojo, y Lizzie soltó una carcajada.
»Y ahora a la cama, Elizabeth. Que duerma bien. Mañana zarparemos muy temprano.
Aún entre risas, Lizzie se acostó. Nunca había conocido a un hombre tan bueno como Joe. Ni siquiera sabía que existieran hombres como él, y esperaba en secreto conocerlo en otro sentido. Sin embargo, nunca había seducido a nadie, era algo completamente nuevo para ella.
Igual que la sensación de felicidad que la invadía.