Neal Mason tenía el ánimo por los suelos cuando salió del hotel Steampacket. Con el atardecer había llegado el frío, así que se subió el cuello de la chaqueta y se dirigió a casa de Gwendolyn. Tenía la posibilidad de pasar la noche en la cubierta del Marylou, pero no soportaba estar cerca de Francesca. Además, sabía que Gwendolyn no lo iba a rechazar si necesitaba una cama para dormir. Solo esperaba que entendiera que no estaba de humor para hablar.
Montgomery Radcliffe había acudido a la editorial del Riverine Herald en busca de unas cuentas que su madre quería repasar. Al salir del edificio también sintió la brisa fresca del agua, y se subió el cuello del abrigo mientras se dirigía a su coche. Al doblar la esquina se topó con Neal Mason.
—Disculpe… —dijo Monty.
—Fíjese por dónde anda —le espetó Neal.
Los dos hombres se miraron y de pronto se dieron cuenta de quién tenían delante.
Monty quiso disculparse de nuevo, pero de pronto advirtió la expresión hostil en los ojos de Neal, igual que antes, durante su visita a Francesca. Antes de irse del muelle, Monty se informó sobre Neal Mason y, para su sorpresa, se enteró de que era un donjuán reconocido.
—Esta mañana estaba a bordo del Marylou —dijo Monty—. ¿Trabaja para Joe Callaghan?
—¿Y? —replicó Neal con brusquedad.
La evidente hostilidad de Neal irritó a Monty.
—Estoy seguro de que no nos conocíamos. ¿Por qué es tan agresivo conmigo? Puesto que no le he dado motivo para sentirse agraviado, solo me queda suponer que su actitud tiene que ver con Francesca Callaghan.
Neal se quedó callado.
—¿Tiene algo en contra de que vea a Francesca?
—Tengo algo en contra de la gente como usted —gruñó Neal.
—¿Qué significa eso?
—Cree que puede comprarlo todo con dinero… todo y a todos.
—¿Cómo ha llegado a semejante afirmación?
—Por ejemplo el vestido que le regaló a Francesca. Es obvio que era un intento de comprar así su afecto.
Monty se puso rojo de la rabia.
—Quería darle una alegría a Francesca. La primera vez que la vi estaba delante de un escaparate admirando el vestido, e insinuó que jamás podría permitírselo. Ni se me había pasado por la cabeza comprar el afecto de Francesca, aunque por otra parte no me habría servido de nada. Mis sentimientos hacia ella son sinceros, y creo que son correspondidos.
Neal no pudo contener una sonrisa burlona. Pensó en los besos que habían intercambiado él y Francesca y le pareció una ironía que Monty, tras unos pocos encuentros con Francesca, creyera ocupar un lugar especial en su corazón.
Monty advirtió la sonrisa de Neal y se inquietó.
—¿Quiere a Francesca? —le preguntó.
La sonrisa de Neal se desvaneció cuando Monty hizo que se enfrentara a algo ante lo que no quería responder. Lanzó a Monty una mirada furiosa y se fue sin decir palabra.
—Claro que la quiere —dijo Monty para sus adentros. Ahora tenía todos los motivos para preocuparse: Francesca pasaba la mayor parte de su tiempo a bordo del Marylou junto con ese hombre.
Monty decidió hacer algo para preservar sus oportunidades con Francesca.
Cuando Monty regresó a casa ya era muy tarde, pero aún se veía la luz de la biblioteca desde el vestíbulo. Le preocupaba la cantidad de tiempo que su madre pasaba ahí dentro, pero siempre se quedaba hasta tarde y solía dormir hasta bien entrada la mañana. El padre de Monty, en cambio, se retiraba pronto y se levantaba al despuntar el día, una costumbre que tenía su origen en la época de pastor y que nunca había abandonado, ni siquiera después del accidente.
—Aquí tienes las cuentas que querías, madre —dijo Monty.
Regina enseguida vio que le preocupaba algo.
—Gracias, ¿va todo bien?
—Sí, ¿por qué lo preguntas?
Regina lo miró de arriba abajo.
—Tienes cara de preocupado. Tal vez te ayude hablar de ello…
Monty miró un busto de Florence Nightingale que había en una estantería. Regina admiraba a las mujeres fuertes e influyentes. Aparte de ese busto, las paredes estaban adornadas con varios retratos de las mujeres que consideraba modelos a seguir, en el comedor y el pasillo de la primera planta.
—¿Te has encontrado con Francesca en la ciudad? —preguntó Regina. Monty le había informado de sus planes de invitarla a un picnic el domingo. Su madre pensó si Francesca le habría rechazado.
—Sí… hemos quedado el domingo —contestó Monty, que seguía distraído.
—¿Qué te preocupa, Monty?
Monty frunció el entrecejo y escogió las palabras con cuidado.
—Hay otro hombre… trabaja en el barco de Joe…
—¿Te refieres a Ned Guilford?
—No. No lo conozco, pero me he informado y he averiguado que se llama Neal Mason.
A Regina le sonaba el nombre, sobre todo por la fama de mujeriego de Mason.
—¿Qué pasa con él?
—Durante mi visita a Francesca esta mañana, Mason estaba en el barco y me miraba de una forma extraña. Esta tarde hemos chocado literalmente, y hemos tenido un pequeño enfrentamiento verbal.
—Monty, tendrías que ir con cuidado por la noche en la ciudad. Deberías tener siempre a Claude al lado.
Regina había contratado a Claude Mauston como cochero y guardaespaldas de Monty. Claude era un excampeón de boxeo que había viajado por todo Australia, siempre a la caza de las primas en los campeonatos. Olía a un personaje dudoso a un kilómetro de distancia. Con cuarenta años, cinco años antes, se retiró del negocio del boxeo, pero aún se manejaba bien con los puños. Regina le pagaba el doble del salario de un cochero, pero le habría prendido fuego allí mismo de haber sabido que frecuentaba las tabernas, por expreso deseo de Monty, porque quería esa tranquilidad y libertad de movimientos.
—Claude estaba por allí —contestó Monty, con una verdad a medias, para calmar a su madre.
—¿Y qué pretendía ese Neal Mason? —preguntó Regina.
—No lo ha dicho, por eso me da tanta rabia. Le he preguntado sin rodeos si quiere a Francesca, pero no me ha contestado.
—Entonces no tiene importancia —dijo Regina.
—Estoy seguro de que quiere a Francesca —aseguró Monty.
El primer impulso de Regina fue asegurarle a Monty que no había un solo hombre en la ciudad que pudiera competir con su atractivo, su encanto y su posición social, pero conocía a su hijo. No le serviría de consuelo.
—Tengo una idea —anunció Regina—. Invitemos a Francesca a pasar el fin de semana en Derby Downs. Me gustaría conocerla mejor, y tú podrías enseñarle la granja. Eso te gustaría, ¿no?
—Es una idea fantástica, madre —dijo Monty entusiasmado—. ¿Qué tal el próximo fin de semana?
—De acuerdo. Que yo sepa no tenemos otras obligaciones sociales.
—Se lo preguntaré mañana en el picnic. —Monty le dio un beso a su madre en la mejilla y se fue feliz a la cama.
A Regina siempre le invadía una sensación de calidez al ver feliz a su hijo. Y si Francesca era la mujer que él quería, estaba decidida a convertirla en su protegida: si se la pulía un poco y aprendía a moverse en sociedad, se adaptaría a un entorno distinguido. Regina estaba segura de que Francesca, con su apoyo y bajo su dirección, sería el orgullo de los Radcliffe… siempre y cuando sus orígenes quedaran en un segundo plano. Pero antes Regina tenía que pensar algo para garantizar que ese testarudo de Neal Mason no arruinara los planes de Monty.
El domingo, Monty apareció con su coche de caballos diez minutos antes de las doce. Francesca ya estaba esperándole al sol. Llevaba una falda azul marino con una blusa blanca, además de un gran sombrero de paja con una cinta azul. Estaba guapísima y casi obscenamente joven, sentada sobre un barril en el muelle, balanceando las piernas. Ned estaba en la popa alimentando a unos pelícanos con trocitos de pescado, y se reían con Francesca de las bufonadas de los animales cuando se peleaban por la comida.
—Hola —dijo Monty, y miró hacia el Marylou para ver si Neal Mason estaba a bordo.
—Llega pronto, Monty —dijo Francesca, que se bajó del tonel. Monty vio su cuerpo esbelto y se percató de que era una mujer joven y ya no una niña.
Monty iba vestido con extrema elegancia: llevaba unos pantalones claros y camisa blanca con el cuello abierto, al estilo de la nobleza rural. También lucía un sombrero de ala ancha.
—No me reproche mi entusiasmo, ¿está lista?
—Sí. —Francesca se dio la vuelta y se despidió de Ned y de su padre, que también había aparecido en cubierta—. Hasta esta tarde —gritó.
Cuando Monty y Francesca salían de la ciudad, una ráfaga de viento estuvo a punto de llevarse el sombrero de la chica.
—No habrá hecho todo el camino desde Derby Downs con este coche abierto, ¿verdad?
—No. —Monty hizo un gesto de sorpresa—. Pensaba que le había contado que tenemos unas caballerizas de alquiler en la ciudad. Allí he cambiado el coche por este vehículo, va mejor para la zona donde se encuentra el objetivo de nuestra excursión.
—Había olvidado que su familia tenía una caballeriza.
—Puede utilizar cuando quiera los caballos, los coches y los carruajes. Le diré a Henry Talbot que tiene mi autorización. Es el jefe de las caballerizas.
—Es muy amable por su parte, Monty. Muchas gracias.
Iban en dirección al norte junto a la orilla del río. El camino iba ascendiendo poco a poco, de manera que al caballo le costaba un esfuerzo avanzar, pero Monty siguió tirando de él hasta casi la punta del cerro. Se detuvieron en un lugar donde el río dibujaba una curva, que les ofrecía una vista magnífica en ambas direcciones. Además, los eucaliptos y las acacias proyectaban unas agradables sombras, como había prometido Monty.
Mientras el caballo pacía en el suntuoso prado, Monty extendió un mantel bajo una acacia. Desde las ramas observaban con curiosidad unos martines pescadores, que alzaron el vuelo al oír sus risas. Abajo, en el agua, se balanceaban los pelícanos y los patos, a la sombra de los árboles que colgaban.
Francesca continuó disfrutando de las vistas mientras Monty abría la cesta del picnic: vino, queso, pollo frío, pepinillos agrios y tomates pera de su propio jardín, además de pan y tarta de fruta recién hechos.
—Espero que tenga hambre —dijo, al tiempo que cubría la comida con una red para ahuyentar a las moscas.
—Tengo un hambre canina —contestó Francesca al ver ese festín—. Se ha tomado muchas molestias, Monty.
—Por desgracia no es mérito mío, sino de Mabel. Ella ha preparado la cesta. Si sobra algo, me cortará la cabeza.
—No podemos permitirlo —dijo Francesca, y se sentó a su lado.
Monty le acercó un plato, una servilleta y los cubiertos.
—Y ahora diré algo que sin duda no le gustaría a mi madre —anunció él. Con un brillo en los ojos levantó la red de los alimentos.
—¿Y qué es?
—¡A zampar! —dijo él, y se echó a reír.
—¡Con mucho gusto! —Francesca cogió una alita de pollo—. ¿Cómo está su madre?
—Bien. Le envía recuerdos. Por cierto, me ha pedido que la invite a pasar el fin de semana en Derby Downs. El próximo fin de semana, si está libre.
Francesca abrió los ojos de par en par.
—¿En serio?
—Sí. A mi madre le gustaría conocerla mejor, y además nosotros tendríamos más tiempo. ¿Vendrá?
—Con mucho gusto, pero antes tengo que hablar con mi padre.
—Por supuesto. Si lo prefiere, se lo preguntaré cuando la acompañe a casa.
Tras el picnic, Francesca y Monty dieron un paseo por el borde del montículo y hablaron sobre su infancia y sus gustos respectivos en cuanto a comida y música. Monty le informó de las representaciones teatrales que había visto en Melbourne, y comentaron libros que ambos habían leído. Él le contó los lugares de interés que había visitado y los que quería ver, entre ellos las islas de la costa de Queensland. Finalmente expresó su deseo de formar una familia algún día, y le preguntó a Francesca, con timidez, si ella quería tener familia.
—Sí, por supuesto —contestó ella, al tiempo que recordaba su conversación con Neal Mason.
Monty advirtió que estaba pensativa.
—¿Le ocurre algo, Francesca? ¿Soy demasiado atrevido?
—No —dijo con una sonrisa melancólica—. Me he acordado de una conversación que tuve hace poco. Siempre había pensado que todo el mundo deseaba casarse y tener hijos, pero por lo visto no es así.
—Por supuesto que todo el mundo tiene la necesidad de compartir su vida con alguien.
—Eso pensaba yo.
—Quien afirme lo contrario probablemente haya tenido una experiencia desagradable o dolorosa.
A Francesca no le daba la impresión de que Neal Mason fuera un hombre al que se le pudiera romper el corazón.
—Es usted muy sensible, Monty —dijo ella.
—Permítame hacerle una pregunta, Francesca. ¿Por qué trabaja Neal Mason para su padre?
Francesca se estremeció cuando Monty mencionó a Neal, le pareció que le había leído el pensamiento. No fue capaz de mirarle a los ojos al contestarle.
—Su barco está en dique seco… y mi padre buscaba un marinero, así que contrató a Neal. Hace mucho tiempo que se conocen.
De pronto a Monty se le ocurrió una idea fantástica, aunque también egoísta. Podía ofrecer una cantidad de dinero al propietario de la dársena para que las reparaciones de Neal Mason tuvieran preferencia. Al cabo de un segundo se avergonzó de sí mismo y maldijo para sus adentros su inseguridad, pero no podía cambiarlo.
—¿Su padre no puede prescindir de él?
—Necesita sin falta otro hombre, y Neal es un buen trabajador. En realidad se me ocurrió a mí contratar a alguien. Al principio a mi padre no le gustaba la idea, pero como pidió prestado dinero para arreglar la caldera del Marylou, necesita ganar lo máximo posible para poder pagar las cuotas. Además, tiene el hombro casi rígido, y Ned tampoco es un muchacho y necesita ayuda. Neal nos es muy útil.
Monty percibió la reserva en la voz de Francesca. Habría dado cualquier cosa por saber cuál era su relación con Neal. Esperaba que fuera puramente laboral, pero a juzgar por la fama de Neal… nunca se sabe.
—Seguro que hay muchos hombres que estarían encantados de trabajar para Joe —dijo.
—Sí, supongo que sí, pero papá tiene su orgullo, y con Neal se las arregla. ¿Por qué le interesa tanto Neal, Monty? ¿Sabe algo que nosotros no sepamos?
—No. Pero tengo buena intuición para las personas, y Neal tiene algo… algo insincero. —Monty prefirió obviar que había oído que Neal era un mujeriego. Le resultaría muy embarazoso que Francesca descubriera que se había informado sobre Neal Mason a escondidas.
—Tiene unas formas muy groseras, y dice con toda naturalidad que no podría llevar una vida normal, que busca la libertad y la aventura. Pero mi padre lo conoce bien y siempre dice que es todo un caballero.
Francesca no era consciente de que acababa de revelar a Monty que era Neal el que se resistía al matrimonio y los hijos.
Tras el copioso picnic, Francesca no tenía hambre cuando regresó al barco, pero ayudó a Ned a preparar la cena para él, Joe y Neal, que en su ausencia había comparecido de nuevo en el Marylou.
—¿Entonces no quieres pescado? —preguntó Ned cuando Francesca no quiso sentarse con los tres hombres a comer.
—No, gracias. El picnic de Monty habría dado para seis personas.
—¿De qué se alimenta la alta sociedad, Francesca? —le preguntó Neal con una mueca burlona más tarde, en cubierta.
—De lo mismo que nosotros —replicó Francesca con frialdad—. ¿Por qué siempre te estás mofando de Monty? Me trata como una princesa, no tienes derecho a hablar así de él. Mi padre aprueba nuestra relación, lo demás no me importa. Estaría bien que en el futuro te ahorraras tus comentarios.
—¿Después de tan pocos encuentros ya hablas de una relación? —preguntó Neal.
—Exacto —contestó Francesca, satisfecha—. A Monty no le da miedo comprometerse.
—¿Lo dices por mí?
—El único vínculo que tienes es con las mujeres del burdel.
Neal se quedó desconcertado un momento y desvió la mirada al río.
—¿Qué pasa, Neal? —le preguntó ella con sarcasmo—. Sabes repartir golpes pero no encajarlos, ¿verdad?
Neal se dio la vuelta y la miró a la cara.
—Has errado el tiro, Francesca.
—No creo. He visto que no paras de entrar y salir en el burdel del paseo marítimo.
—¿Crees que me acuesto con las prostitutas?
—No me tomes por una ingenua, ¿qué te crees, que pienso que vas a limpiar las ventanas?
Neal soltó un suspiro.
—Es obvio que ya te has formado una opinión sobre mí, así que es inútil que diga nada más.
—Tengo todos los motivos para pensar así de ti, ¿o no? —Francesca recordó el comentario de Monty—. ¿Alguna mujer te ha roto el corazón, Neal? ¿Te ha dejado tu prometida? ¿Es ese el motivo por el cual te has jurado no volver a casarte jamás?
Neal estaba atónito porque hubiera llegado a semejantes conclusiones.
—No.
—¿Entonces por qué sientes esa amargura hacia las mujeres?
—No siento en absoluto amargura. Amo a las mujeres, y adoro su compañía.
Francesca empezó a sentir celos.
—¡Amor! El verdadero amor dura más de una semana. El verdadero amor no se encuentra en la cama con una mujer a la que se paga por sus servicios.
Sin esperar la reacción de Neal, Francesca se fue enfadada a su camarote para que no viera las lágrimas.
Neal volvió a contemplar el río, sumido en sus pensamientos.
Jamás había iniciado una relación porque para él no había nada más importante que cuidar de Gwendolyn. Hasta ese momento nunca había tenido la sensación de estar sacrificando su propia felicidad por Gwendolyn, pero jamás había albergado sentimientos tan fuertes por una mujer como por Francesca Callaghan.