8

—Buenos días —dijo Francesca con alegría al salir a cubierta bajo el espléndido sol matutino. Ned, Neal y su padre estaban apoyados en la borda, bebiendo su té de la mañana. Francesca les sonrió y desvió un instante la mirada hacia Neal, antes de darse la vuelta, cohibida. La cálida expresión de sus ojos le hizo sentir un agradable escalofrío en el cuerpo al recordar la sensación de estar en sus brazos mientras la besaba.

—He hecho té —dijo Joe, que miraba desconcertado a Francesca y a Neal. Normalmente siempre estaban riñendo, así que pensó que algo se le estaba escapando.

—Gracias, papá —dijo Francesca, y se fue a paso ligero a su camarote, mientras tatareaba una alegre melodía.

—Parece que esta mañana está de mejor humor —comentó Joe, y lanzó una mirada a Neal.

Neal entendía la confusión de Joe.

—Por una vez un cambio agradable, ¿no? —contestó él, se dio la vuelta y volcó el poso del té en el río.

Joe advirtió la misteriosa sonrisa fugaz de Neal, y estaba a punto de preguntarle por ella cuando de pronto oyó que alguien gritaba su nombre. Al volverse vio a Ezra Pickering en el muelle.

—Buenos días, Ezra —saludó Joe, que se acercó a él con la ligera esperanza de que volviera a tener encargos y necesitara sus servicios.

—¿Ha encontrado ya trabajo, Joe? —preguntó Ezra.

—Tenía un encargo, pero se anuló por motivos que desconocemos. No tengo ni idea de por qué —contestó Joe, esperanzado.

A Ezra no le sorprendió, puesto que sabía que Silas se había propuesto arruinar a Joe por todos los medios. De nuevo se apoderó de él la mala conciencia. Se planteó si debía contarle los planes de Silas, pero llegó a la conclusión de que no tenía sentido arruinarse con Joe. Aunque estuviera dispuesto a sacrificarse, tenía a su cargo a muchos hombres, de cuyo trabajo dependía la manutención de sus familias.

—¿Le interesaría proveer de madera a Dolan O’Shaunnessey?

Joe lo miró desconcertado.

—¿No dicen que es un hombre irascible? —No había trabajado nunca para Dolan, pero algo había oído.

—No es peor que otros irlandeses —contestó con una sonrisa.

—Ya es bastante —dijo Joe con un amago de sonrisa—. ¿Cómo sabe que Dolan necesita a alguien? —Joe había preguntado a todos sus conocidos, pero nadie había mencionado a Dolan.

Ezra le había conseguido el trabajo, pero decidió guardárselo para sí.

—Él mismo lo anunció. Entonces pensé en usted y me puse en contacto con él. —Eso tampoco era cierto. Había ido a buscar a Dolan por iniciativa propia—. Por lo visto le va tan bien el negocio que necesita mucha madera. —Exageraba. Dolan vivía bien con su sueldo, pero su negocio tenía menos encargos que el astillero de Ezra. Con todo, estaba dispuesto a contratar a Joe, y eso era lo que contaba—. Puede coger la madera en el bosque de Moira, en el poste de electricidad 855. El recinto de Dolan está poco antes de Thistle Bend, así que el trayecto del transporte no es muy largo. Sería una buena fuente de ingresos para usted.

—Por supuesto. Muchas gracias, Ezra. Le debo una.

A Joe le extrañaba no haber oído en ninguna parte, pese a sus esfuerzos, que Dolan buscase un proveedor de madera, pero no estaba para investigar los motivos de aquella feliz coincidencia.

—Muy bien. —A Ezra le causaba una profunda desazón pensar que Joe pudiera sentirse en deuda con él después de haber cedido a la amenaza velada de Silas Hepburn—. Será mejor que se ponga en contacto con él lo antes posible —gritó, con la esperanza de que Silas no se enterara de que Joe trabajaba para Dolan. Dolan O’Shaunnessey no se dejaría impresionar lo más mínimo por Silas: no era tan fácil asustar a un hombre como él.

—Ahora mismo desamarramos —contestó Joe.

Estaban a punto de zarpar cuando Joe divisó a Silas Hepburn, que se acercaba al Marylou. Silas había observado que Ezra había estado en el muelle, y ahora quería averiguar qué tramaba.

—Silas —murmuró Joe, que no logró disimular su disgusto cuando Silas llegó al embarcadero.

—Buenos días, Joe. ¿A punto de zarpar? —dijo Silas con una mirada ladina.

Joe no hizo caso de la pregunta, no quería correr riesgos.

—¿Qué le trae por aquí? —contestó.

—Ya sabe que el viernes vence la siguiente cuota.

El enfado de Joe fue a más.

—¿Ha venido hasta aquí solo para recordármelo?

—¿Tiene el dinero?

—Eso ya lo verá —respondió Joe, que tuvo que moderarse para mantener las formas con ese usurero avaricioso.

Silas se quedó mirando a Joe con frialdad.

—Me gustaría proponerle un negocio —dijo, y vio que había despertado la curiosidad de Ned y Neal Mason. Dejó vagar la mirada por la cubierta con la esperanza de ver a Francesca, pero se llevó una decepción.

—Si baja un momento podemos hablar de ello.

En realidad Joe quería partir enseguida a ver a Dolan, pero Silas había despertado su curiosidad, así que volvió a amarrar el barco y se puso a caminar despacio con Silas hacia el almacén de lana.

—He estado pensando en su complicada situación —empezó Silas mientras andaban juntos—. Sé que tiene su orgullo y que le da rabia estar en deuda conmigo. También sé que está luchando mucho por poder devolver el crédito.

—Lo haré —murmuró Joe.

—No soy un hombre despiadado, Joe. Creo que se me ha ocurrido algo para que los dos salgamos beneficiados.

Joe, consciente de que Silas siempre pensaba solo en su provecho, seguía desconfiado.

—¿Y qué es?

—Como probablemente sabe, hace un tiempo que me abandonó mi esposa —dijo Silas—. Sentía una terrible nostalgia por su familia de Melbourne…

—¿Adónde quiere ir a parar, Silas? —le interrumpió Joe—. Sin duda no querrá que le dé consejo sobre sus problemas matrimoniales.

Silas se tragó el rencor.

—Escuche, Joe. Puedo ofrecerle mucho a una mujer. Disfrutaría de todos los lujos, soy un hombre rico, y…

—¿Por qué me lo cuenta? —volvió a interrumpirle Joe.

—Tiene una hija muy guapa, Joe… —dijo Silas.

Joe, estupefacto, se apartó de Silas, que retrocedió un paso por miedo a que Joe le propinara un puñetazo. Por mucho poder que le diera su fortuna, en el fondo de su corazón Silas era un cobarde. Se apresuró a decir:

—Por supuesto, su hija se convertiría en mi esposa legítima —aclaró, para hacer ver a Joe que sus intenciones eran honestas—. Y como entonces seríamos parientes, le perdonaría las deudas.

A Joe se le nubló la mirada de la rabia.

—Déjeme que se lo repita, Silas. ¿Usted me perdona las deudas si sacrifico a mi hija?

Silas se sintió ofendido. Se consideraba un buen partido para cualquier mujer.

—Yo no lo diría así, Joe…

—Puede decirlo como quiera. El resultado es el mismo.

—Muy bien. Si quiere verlo así, por mí perfecto. Dé su consentimiento para que me case con Francesca y le perdonaré las deudas.

—¡Maldito hijo de mala madre! Antes muerto que condenar a mi hija a vivir a su lado —exclamó Joe—. Aunque me ofreciera mil veces perdonarme las deudas, no lo haría. Todo lo que hago es para que mi hija sea feliz, y usted sería la última persona que aceptaría por esposo.

Silas retrocedió, esta vez con una sonrisa maliciosa.

—Me han dicho que últimamente no le van muy bien las cosas, Joe —dijo con sorna—, y le aseguro que eso no cambiará tan rápido. ¿Tiene claro que nunca estará en situación de liquidar sus deudas si de mí depende? Y eso significa que el Marylou pronto me pertenecerá, y entonces…

Joe torció el gesto.

—Ya me rondaba la idea de que usted tenía algo que ver con mi mala racha —replicó furioso—. Por mucho que maquine, Francesca jamás será suya. —Joe se fue dando zancadas al Marylou, antes de dejarse llevar y hacer algo delante de tantos testigos de lo que pudiera arrepentirse más adelante.

—No esté tan seguro —le gritó Silas—. ¡Hasta el viernes! Y procure traerme todo el dinero.

Joe se detuvo y se dio la vuelta. Su rostro desbordaba rabia.

Silas no se movió del sitio, pero de pronto tuvo miedo de haber ido demasiado lejos.

—Tendrá su maldito dinero —contestó Joe, indignado—. Hasta el viernes. —De no haber sido por Francesca, ya hacía tiempo que se habría enfrentado a Silas Hepburn.

Este se puso a cavilar la siguiente estratagema. Estaba seguro de que Francesca tenía el corazón sensible. Se sacrificaría para ahorrarle a su padre la pérdida del Marylou, ya que eso le rompería el corazón.

—¿Por qué estás de tan buen humor? —preguntó Joe a Francesca en la caseta del timonel. Había necesitado varios minutos y un buen trago de ron para calmarse tras la conversación con Silas, pero estaba resuelto a ocultarle a Francesca las intenciones de ese canalla. Le iba a hacer morder el polvo a Silas.

—Ah, nada en especial —contestó Francesca, que movió la palanca hacia delante para ir marcha atrás. Esperaba que su padre no notara que algo fundamental había cambiado: ahora era una mujer, la habían besado por primera vez. Y no solo eso: en el segundo beso había tomado ella la iniciativa, algo que, bien pensado, era una conducta muy osada para una chica inexperta. Se sonrojó solo de pensarlo.

—Por lo visto Neal también está de buen humor hoy —comentó Joe con una mirada inquisidora a Francesca, y se rascó la cabeza mientras veía su rostro ruborizado. Iba siguiendo los avances de Francesca mientras salía del muelle marcha atrás y realizaba una maniobra de giro. Ya manejaba el Marylou con mucha confianza.

—No sé cuándo ha ocurrido —continuó Joe—, pero es obvio que vosotros dos habéis enterrado el hacha de guerra.

—Podríamos decir que sí —dijo Francesca. Reprimió una sonrisa y puso cara de concentración mientras hacía girar el enorme timón y navegaba río arriba.

Poco después se abrió la puerta y Neal Mason asomó la cabeza en la caseta del timonel.

—Joe, si quieres tomar otro té, puedo quedarme aquí arriba mientras tanto y echarle un ojo a Francesca —dijo. Le daba la impresión de que a Joe no le iría mal un té, pues había vuelto de mal humor al barco sin explicar qué había ocurrido entre él y Silas.

A Joe le sorprendió la propuesta de Neal, podría haberle llevado el té, quería decírselo cuando de pronto se dio cuenta de que Francesca se alegraba de ver a Neal.

—De acuerdo —dijo, aún asombrado, y bajó la escalera.

Cuando Joe se hubo ido, Neal miró a Francesca con una sonrisa. Pese a que detrás del enorme timón parecía muy delicada, vio que lo manejaba con mucha seguridad.

—¿Has dormido bien? —dijo.

—Sí, ¿y tú? —Le resultó natural tutearle.

Neal sonrió.

—No del todo.

En realidad Francesca tampoco había podido pegar ojo.

—¿Por qué no?

—Porque estaba todo el tiempo pensando en ti.

Francesca se sonrojó.

—¿Debo disculparme por haberte robado el sueño?

Neal sonrió aún más.

—No puedes evitar ser tan encantadora —contestó él, mientras se colocaba detrás de ella y le rodeaba la cintura con los brazos.

—Compórtese como es debido, señor Mason —bromeó Francesca.

—Mientras tú te concentras en el río, yo te dedicaré toda mi atención.

Francesca le apartó las manos.

—Si mi padre te pilla te hará pedazos y te utilizará de comida para los peces —le dijo entre risas.

—Ah, me encanta el peligro —contestó él.

En aquel momento oyeron el discreto carraspeo de Joe antes de volver a subir los escalones.

—Creo que hoy habrá luna llena —le susurró Neal al oído, se apartó de ella y miró al agua con aire inocente.

Francesca, que había captado la indirecta, sonrió ilusionada.

—¿Nos llevaremos la barca de carga en la próxima ruta hasta el astillero de O’Shaunnessey, Joe? —preguntó Neal cuando entró en la caseta del timonel.

Joe entendió que intentaban distraerle.

—Depende de cuánta madera necesite —contestó, y miró a Francesca—. ¿Qué tal se porta mi niña?

Neal deseó que Joe se ausentara más tiempo.

—La has entrenado fantásticamente, Joe —contestó, antes de bajar los peldaños.

Cuando, poco después, pasaron por un lugar del Murray conocido como Los Estrechos, entre el lago Moira a un lado y el Barmah al otro, aumentó la corriente. En aquel tramo del río la orilla era poco profunda. Joe le estaba explicando a Francesca que cuando aumentaba el caudal del río los eucaliptos quedaban bajo el agua, a veces a lo largo de kilómetros, hasta donde alcanzaba la vista.

—Parece que estás en otro lugar mentalmente —dijo entonces, ya que Francesca parecía escucharle a medias.

—No —replicó ella—. He oído todo lo que has dicho.

Joe asintió.

—Ya, está bien. Entonces cuidado en babor. A la derecha hay un árbol debajo del agua.

Dolan O’Shaunnessey se alegró de ver a Joe. Eran de carácter parecido, así que pronto se entenderían en los negocios. Le contó a Joe que tenía varios encargos de barcos nuevos. A diferencia de Ezra, construía barcos pesqueros y barcas de carga mucho más pequeños.

—Para las próximas semanas dispongo de una barca de carga —dijo Joe.

—Ya me lo ha dicho Ezra, pero podríamos prescindir de ella si me traes a diario una carga entera de madera.

—No debería ser problema —contestó Joe.

—Me sorprende que Ezra no te haya contratado, ahora mismo no da abasto con los pedidos. Pero no me quejo. ¿Puedes empezar enseguida?

Si a Joe le quedaba alguna duda de que Silas lo estaba boicoteando, ya se había disipado. Aun así, le dolió que Ezra le hubiera mentido. La única explicación que le encontró era que Silas tuviera un as en la manga contra Ezra.

—Sí —dijo él—. Ahora mismo zarpamos rumbo al Moira.

Durante los días siguientes, el Marylou entregó cincuenta toneladas de madera diarias a los aserraderos de O’Shaunnessey. Por la mañana descargaban primero el material, a continuación volvían a cargar al bosque de Moira y pernoctaban en las inmediaciones de Little Budgee Creek Anker para volver a entregar el material en el aserradero al día siguiente por la mañana. Normalmente después de cenar Joe y Ned se retiraban para recuperarse del esfuerzo, mientras que Francesca y Neal siempre se escabullían con alguna excusa antes de acostarse para disfrutar de un tierno abrazo bajo el cielo nocturno. Al principio Francesca no era consciente de que Neal solo la consideraba un pasatiempo. Le daba la impresión de que su relación se consolidaba y que de ahí podía surgir un gran amor. Pese a haberle cogido cariño a Monty, los besos de Neal casi lo habían borrado de sus pensamientos. Francesca tenía la sensación de que ella y Neal estaban hechos el uno para el otro. Procedían de entornos parecidos, y los dos amaban el río.

Sin embargo, la tercera tarde, cuando surgió el tema del amor y el matrimonio, la felicidad de Francesca estalló como una pompa de jabón.

—¿Cómo te imaginas tu futuro? —le preguntó a Neal. Él la estaba besando en el cuello, mientras ella contemplaba la luna, con la piel de gallina por el roce de sus labios, e imaginaba un futuro en común.

—No me imagino mi vida en el futuro muy distinta a la de ahora —contestó Neal en un susurro. Solo participaba a medias en la conversación, disfrutaba mucho más con la sensación de estrechar entre sus brazos a Francesca.

Francesca interpretó que Neal no era en absoluto consciente de lo mucho que cambiaría su vida con un matrimonio y una familia.

—Pero eso es bastante ingenuo, ¿no te parece?

—¿Por qué?

—¿Cuántos hijos quieres tener? —Francesca intentaba imaginar un bebé con los ojos oscuros de Neal y su piel aceitunada.

—¿Hijos? —Neal se apartó de ella, se separó un poco y la miró.

—Sí, hijos. Quieres formar una familia, ¿verdad?

Neal se preguntó cómo había salido el tema de repente sin que se diera cuenta.

Francesca torció el gesto, perpleja.

—Todo el mundo quiere tener hijos.

—Para mí es un misterio qué es lo que pasa por tu preciosa cabecita, Francesca, pero sin duda yo no estoy hecho para el matrimonio.

Francesca se quedó de piedra.

—¿Me estás diciendo que no quieres casarte? ¿Ni tener una familia?

—No esperarás en serio que viva en una casa… con una esposa y una caterva de niños.

Francesca sabía que a Neal le encantaba la vida en el río, así que supuso que la había malinterpretado.

—No tienes por qué vivir en tierra, Neal. Podrías seguir viviendo en el Ofelia. —Ya se había imaginado a Neal y ella viviendo en el río, como una familia feliz con dos o tres niños. Así habría sido su vida de no haber perdido a su madre.

—Mejor que no. El Ofelia es mi barco y no lo compartiré con ninguna mujer, y mucho menos con niños. No soy ese tipo de hombre, Francesca.

Francesca se quedó de piedra.

—Entonces ¿cuáles son tus planes? ¿Pasar toda tu vida de una mujer a otra y envejecer solo? Todo el mundo quiere formar una familia en algún momento. Es ley de vida.

—Entonces está claro que soy propenso a ir contra natura, porque ese tipo de vida no es para mí.

Francesca sintió que le brotaban lágrimas en los ojos.

—¿Y qué pasa si te enamoras de verdad?

—Bah, me enamoro cada semana de una persona —contestó Neal, que sonrió al pensar en todas las mujeres de su vida.

Francesca lo apartó furiosa.

Neal no entendía el motivo de su enfado. ¡Ya sabía qué tipo de hombre era!

—¿Qué te pasa, Francesca?

—¿Que qué me pasa? —No podía creer que no lo entendiera—. Prácticamente me acabas de restregar por las narices que soy un mero pasatiempo para ti… que juegas con mis sentimientos…

—Nos lo pasamos bien juntos, ¿qué hay de malo en eso?

Francesca soltó un bufido de indignación.

—¡Puedes pasártelo bien con tus chicas de los bares y las prostitutas, no conmigo! —Se dio la vuelta, corrió a su camarote y dejó que las lágrimas corrieran con libertad.

El viernes por la tarde regresaron a Echuca. Joe notaba que el ambiente a bordo del Marylou volvía a ser hostil. Francesca se negaba a hablar con Neal, y evitaba su compañía, en la medida que lo permitía un barco. Neal parecía distraído, pero se ahorraba los comentarios acerca del comportamiento de Francesca.

Tras comprobar que no lograría sonsacar a Francesca qué la había enfurecido tanto, abordó a Neal.

—Le he dicho que no soy hombre de casarse —contestó Neal con sinceridad.

—No debería sorprenderle —murmuró Joe, al que le costaba contener el enfado—. Eso le dije yo hace unas semanas. —Miró a Neal—. ¿Pero no habrás hecho nada que pueda comprometerla…?

—Por supuesto que no, Joe —afirmó Neal. Nunca había tenido intención de llegar tan lejos. Si quería tener a una mujer, en el puerto había más de una a su disposición—. Ha habido una ligera aproximación. Pero no tenía ni idea de que pensara en casarse, y en tener niños…

Francesca no era la primera mujer que reaccionaba con rabia y encono cuando Neal le decía que no tenía intenciones de casarse. Aun así, con ella se le había escapado de las manos. Al fin y al cabo era joven y voluble, y era obvio que se había ilusionado con su amorío. Pero, ante todo, Neal tenía remordimientos por haber disfrutado tanto de su compañía.

En cuanto atracaron en Echuca, Francesca bajó del Marylou y le dijo a Joe que quería ir a la panadería. Cuando puso un pie en el muelle, resuelta a alejarse lo máximo posible de Neal Mason, vio a Lizzie Spender. Ella también había visto a Francesca, pero miró para otro lado cuando la joven se le acercó.

—Hola, Lizzie —dijo Francesca, que se quedó a su lado.

Lizzie se dio la vuelta, sorprendida, y comprobó por un momento si las observaban.

—Hola, Francesca —contestó en voz baja—. No debería conversar conmigo en plena calle, si le tiene aprecio a su buena reputación.

Francesca nunca había pensado en su reputación, y ahora tampoco le afectaba en absoluto.

—Yo me relaciono con quien quiero —dijo con una sonrisa—. ¿Qué tal está?

—No puedo quejarme —dijo Lizzie—. Pero de todas formas no le importa a nadie.

—Sí, a mí —replicó Francesca.

Lizzie la miró perpleja. Aquella chica lo decía en serio.

—Gracias, Francesca, es muy amable por su parte. Pero será mejor que se vaya antes de que la vea alguna mujer de la ciudad. Pueden reaccionar con mucha rabia hacia gente como nosotras.

Francesca estuvo a punto de decirle que a ella le importaba un comino, pero entonces pensó en Regina Radcliffe y Monty.

—De todas formas tengo que irme, Lizzie. ¡Hasta pronto!

Francesca le regaló una sonrisa amable. Comprobó con turbación que los hematomas de la cara de Lizzie no habían desaparecido del todo, pero se abstuvo de hacer comentarios porque no quería recordarle aquella horrible experiencia.

De regreso de la panadería, Francesca tomó el atajo por el estrecho callejón. De pronto vio que Neal Mason entraba con Lizzie Spender por la puerta del burdel. Ambos reían alborozados, y Neal tenía la mano sobre el hombro de Lizzie cuando entraron en la casa. Francesca sintió una punzada en el corazón. No le cabía en la cabeza que Neal prefiriera esos líos superficiales a una auténtica relación de amor. Intentó convencerse de que podía hacer lo que quisiera, pero la idea de que tuviera relaciones con Lizzie o con otra chica le rompía el corazón.

Al día siguiente por la mañana, Joe llamó a Francesca.

—Tienes visita —le comunicó al otro lado de la puerta cerrada.

Francesca abrió. Joe vio que parecía haber pasado la noche en vela.

—¿Quién es, papá?

—Montgomery Radcliffe —contestó Joe, que esperaba que se alegrara más con la noticia de lo que parecía.

Francesca pensó sin querer si Neal Mason ya estaba a bordo.

—Buenos días, Francesca —saludó Monty cuando ella salió a cubierta. Estaba muy contento de verla.

Francesca vio que Neal estaba ayudando a Ned a barrer astillas de madera de la cubierta de popa.

—Buenos días, Monty —contestó ella con alegría, sobreactuando. Quería hacer daño a Neal, como le había hecho él.

Monty confirmó encantado que ella lo había echado de menos tanto como él.

—Ha estado toda la semana ausente —comentó, al tiempo que le agarraba la mano para besarla.

—Sí, estábamos trabajando río arriba. —Intentó dejar de pensar en Neal Mason.

Monty lanzó una mirada nerviosa a Ned, Neal y Joe. Francesca se percató de que quería hablar con ella a solas, y lo llevó hasta la borda.

—He venido para preguntarle si me permitiría disfrutar de su compañía en un picnic el domingo —dijo—. Su padre ya me ha dado permiso, está de acuerdo.

A Francesca le gustó la propuesta. Tenía la necesidad urgente de pasar un tiempo lejos del Marylou.

—Con mucho gusto. ¿Dónde tendrá lugar?

—Conozco un sitio bonito en la orilla del río, un lugar idílico y sombreado. ¿La recojo a mediodía?

Los ojos de Monty desprendían un brillo cálido, lo que transmitió una sensación de seguridad a Francesca. Sabía que nunca le haría sufrir.

—Sí, me hace mucha ilusión.

—A mí también —contestó Monty, y era obvio que era sincero—. Por cierto, mis padres le envían recuerdos —añadió—. Están encantados con usted, pero yo ya sabía que les entusiasmaría. —El tono de su voz evidenciaba que estaba prendado de ella, pero Francesca ya lo sabía. Monty no podía ocultar sus verdaderos sentimientos, al contrario que Neal Mason, al que nunca llegaría a entender.

—Mis padres esperan volver a verla pronto —dijo Monty.

—Yo también lo espero.

—Bien, entonces hasta el domingo —dijo Monty, que obviamente no quería separarse de ella.

Francesca asintió.

—¿Quiere que prepare algo?

—No, ya lo he organizado todo. Usted solo esté lista cuando pase a recogerla a mediodía. —Monty se volvió hacia los demás—. Adiós, Joe —gritó—. Hasta pronto, Ned. —Neal lanzó una mirada furiosa a Monty, así que se vio obligado también a despedirse de él. Sonrió a Francesca por última vez y se fue.

Francesca se dio la vuelta y comprobó que Neal Mason la estaba observando. Parecía enfadado, aunque no veía el motivo. Volvió presurosa a su camarote.

—Parece que Monty Radcliffe quiere hacerle la corte en serio a nuestra Francesca —dijo Joe—. A decir verdad, en realidad esperaba que sus padres pusieran fin a esto por su posición social, pero es obvio que le han dado su beneplácito a Monty.

—Francesca es una buena mujer para cualquier hombre. Para la mayoría es incluso demasiado buena —comentó Ned.

—¿Te imaginas ser parientes de los Radcliffe? —contestó Joe, que sacudió la cabeza al pensar en la ironía de aquella idea.

—¿Quieres decir que nos invitarían al té en Derby Downs? —preguntó Ned en broma.

—Con toda seguridad —contestó Joe—. Será mejor que le quitemos el polvo al traje del domingo. —Joe miró a Neal. La expresión de su cara dejaba claro que no estaba precisamente entusiasmado con la relación entre Francesca y Monty—. ¿Qué te parece, Neal? —le preguntó Joe.

Neal tenía la cabeza hecha un lío. Se imaginaba a Monty besando a Francesca como él la había besado, y como la había estrechado entre sus brazos. Veía a Francesca mirándolo a los ojos con el mismo deseo inocente con que lo había mirado a él y se le revolvían las entrañas.

—Mi opinión no tiene importancia en este caso —masculló entre dientes. A continuación dejó la escoba a un lado y bajó a tierra de un salto—. Hasta el domingo por la tarde —dijo, y se fue en dirección a la taberna del puerto.

Joe y Ned se miraron en silencio.

—¿Qué le pasa? —preguntó Ned.

—Si no supiera con certeza que no le interesa en absoluto el matrimonio, te diría que está celoso de Francesca y Monty Radcliffe —contestó Joe—. Pero bueno, no se puede tener todo. No puede decirle que no tiene intenciones de casarse y al mismo tiempo esperar que rechace a los demás hombres.