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—¡Soy una principiante al timón, papá! ¿Cómo voy a arreglármelas con un bote de carga adicional? —preguntó Francesca, enfadada. Neal Mason había bajado a tierra para desamarrar la barca de remolque del embarcadero, así que Francesca tuvo la oportunidad de hablar con su padre sin que les molestaran.

—No tendrás problemas, Frannie —contestó Joe, un poco sorprendido por su repentino acceso de cólera—. Además, Neal se quedará en la barca gobernándola y controlando que todo esté en orden, mientras yo me quedo a tu lado.

Francesca no quería desilusionar a su padre, pero al ver el tamaño de la barca de carga se había desanimado del todo.

—Lo siento, papá. Sé lo entusiasmado que estás con la idea de transportar más carga, y también sé que necesitamos el dinero urgentemente, pero me hacen falta unas semanas más para acostumbrarme al Marylou —aclaró—. Y dudo que Neal Mason se alegre mucho si su barca sufre daños.

—Eso no pasará —afirmó Joe con confianza. No podían permitirse el lujo de conceder a Frannie tanto tiempo. En unas semanas el Ofelia estaría de nuevo en el agua, y Neal volvería a llevarse el remolque. Hasta entonces tenían que ganar todo el dinero posible para poder pagar las cuotas atrasadas.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Francesca—. Hay que ser un capitán experimentado para arrastrar un bote de carga.

—Por supuesto. Pero, si sigues mis indicaciones, lo conseguirás.

—¿Es que no entiendes que me siento abrumada, papá? Estaba dispuesta a gobernar el Marylou, pero remolcar una barca llena de carga es muy distinto.

Joe soltó un suspiro. No entendía el brusco cambio de opinión de Frannie.

—¿Estás segura de que no es Neal el que te molesta?

A Francesca la dejó atónita la capacidad de observación de su padre. La idea de que algo saliera mal al remolcar la barca de carga le daba un poco de miedo, pero tener que soportar a Neal Mason cerca la inquietaba mucho más. Sin embargo, no quería decírselo a su padre, menos después de saber que Neal era muy querido por las mujeres, a pesar de su rudeza.

—Claro que no —respondió a la ligera—. ¿Por qué iba a molestarme?

—Como te he dicho antes, tiene una influencia peculiar en las mujeres.

—Pues en mí no tiene absolutamente ningún efecto —mintió Francesca.

Joe no se lo creyó, pero no podía reprocharle que la perspectiva de arrastrar una barca de carga la pusiera nerviosa. Era una tarea difícil para Francesca, sobre todo porque llevaba tan solo dos días al timón del Marylou.

—Lo siento, Frannie. Tienes razón. Renunciaremos a la barca de remolque hasta que estés preparada.

Francesca estaba a punto de disculparse cuando de pronto apareció Neal Mason en el marco de la puerta.

—Estamos listos para despegar, Joe. —Miró a Joe y a Francesca y notó que algo ocurría.

—Vamos a renunciar a la barca de remolque —explicó Joe. Intentó disimular su decepción, pero no lo logró—. Frannie aún no está lista.

Neal desvió la mirada hacia Francesca. Joe le había confesado que tenía deudas con Silas Hepburn, así que Neal sabía qué estaba en juego si no incorporaban la barca de remolque durante las siguientes semanas. Francesca sintió su mirada penetrante, pero evitó devolvérsela.

—Hay un motivo por el que pocas mujeres tienen licencia de capitán —dijo Neal—: no están a la altura de las circunstancias.

Francesca le lanzó una mirada colérica.

—Es lo más arrogante que he oído en mi vida. Pero no me sorprende que salga algo así de su boca.

—Arrogante o no, es la verdad. No debería haber asumido una tarea tan difícil si no está a la altura. Para ser capitán de un vapor se necesitan agallas. Por eso en este río hay muy pocas mujeres con licencia de capitán.

—Está exagerando… —dijo Joe, pero Francesca le interrumpió.

—Me he limitado a expresar mis dudas en cuanto a la barca de carga porque hace solo dos días que estoy al timón del Marylou. Me parece razonable.

Neal se encogió de hombros.

—Su padre quiere ganar dinero. Si no está en situación de apoyarle, tal vez debería buscarse un hombre que sea competente.

En ese momento Francesca perdió los estribos.

—Por supuesto que estoy en situación de apoyarle… y eso es lo que haré.

—¿Está segura? —replicó Neal, desafiante.

—Sí. Al fin y al cabo, soy hija de mi padre. Puedo competir con cualquier hombre, y lo voy a demostrar.

—Muy bien —contestó Neal, que levantó un poco las cejas—. Entonces, adelante.

Neal Mason ya estaba de nuevo en la barca de remolque antes de que Francesca se diera cuenta de que se había dejado engañar. Joe, en cambio, había estado observando desde el principio la treta de Neal, pero no estaba del todo convencido.

—¿De verdad te atreves, Frannie? —preguntó con cautela—. Si no es así, no te hagas reproches. Al fin y al cabo no tienes que demostrarle nada a nadie, y en ningún caso me gustaría que te sintieras obligada.

Francesca sabía que era demasiado tarde, y tampoco se le olvidaba qué estaba en juego.

—Lo conseguiré, papá. —«Y si hago que la barca de Neal Mason toque tierra, se lo tiene bien merecido», añadió mentalmente.

—Si te sirve de ayuda, mi niña, yo confío mucho en ti —dijo Joe—. Puedes fiarte de tu instinto, y tienes un talento natural al timón.

—Gracias, papá. —De pronto le vino a la cabeza una idea horrible—. Pero Neal no vivirá a bordo con nosotros, ¿verdad, papá?

—Bueno, más o menos. De noche dormirá en la orilla, pero comerá con nosotros. Nos esperan largas jornadas de trabajo… y pocas horas de sueño.

Sin embargo, a Francesca le preocupaba la cuestión de cómo soportar la compañía de Neal.

—¿Es un problema para ti, Frannie? —preguntó Joe—. ¿No te cae bien Neal?

—Es que es tan… —No encontraba las palabras adecuadas para describir a ese hombre, que era un incordio.

—¿Enervante? —la ayudó Joe.

—Eso por supuesto, pero suena demasiado suave.

A Joe se le dibujó una sonrisa en el rostro.

—Entonces es que te gusta. —Sin hacer caso de la mirada de horror de Francesca, se inclinó sobre la borda y llamó a Ned, que estaba en la sala de la caldera—. ¿Todo listo para zarpar?

—Listo —contestó Ned, mientras se secaba el sudor de la frente. Estaba delante del fogón de la caldera, cargando leña. El intenso calor necesario para crear la presión de vapor con que impulsar el barco se extendía hacia fuera y lo obligaba a apartarse.

—¡Qué me va a gustar! —contestó Francesca, irritada. Siguió a su padre por los escalones que llevaban a la caseta del timonel—. Voy a dejarte una cosa clara, papá. No soporto a Neal Mason. Por respeto hacia ti me contengo y no te digo lo que pienso exactamente de él.

Joe dedicó una sonrisa burlona a su hija.

—Eres muy amable por tener tanta consideración, pero me gustaría darte un consejo: no pierdas la cabeza por Neal, Frannie. No es hombre de casarse.

Francesca abrió los ojos de par en par.

—Pues es una suerte para la población femenina de Australia.

Muy a pesar suyo, su padre soltó una sonora carcajada.

Al ver que parecía fácil remolcar la barca sin carga a contracorriente, Francesca sacudió la cabeza al pensar en los reparos que tuvo al principio. Sin embargo, río abajo, mientras se dirigía con toda la carga al astillero de Ezra Pickering, fue muy distinto. Como navegaban con la corriente, era difícil mantener la barca de carga detrás del Marylou. Era en momentos como ese cuando se ponían a prueba las capacidades de un patrón. Neal tenía que emplear los cinco sentidos en mantener la barca en su rumbo, pero su destreza era admirable. Francesca estaba hecha un manojo de nervios, y el pánico se apoderó de ella la primera vez que la barca de remolque avanzó por un lateral y se puso a su altura, pero Joe se mantuvo a su lado, infatigable, para darle consejos e indicaciones. Cuando por fin llegaron al astillero, Francesca suspiró aliviada. Recibió elogios de su padre, pero Neal obviamente se reservó la opinión, lo que de nuevo la irritó.

Al cabo de una semana Francesca se sentía segura para llevar sola un rato el timón. Poco a poco se iba familiarizando con el río y disfrutando de estar al timón del Marylou. Neal se había acostumbrado a comunicarse a gritos con ella, siempre diciendo bobadas o haciendo el tonto. La mayor parte del tiempo Francesca lo ignoraba, pero a veces no podía evitar reírse con sus cabriolas, como aquella vez que se puso a bailar sobre la carga y estuvo a punto de caer por la borda. Era consciente de que se aburría sin conversación y por eso hacía el payaso, para que le pasara el tiempo más rápido.

Pasados cinco días de su primer viaje, atracaron en el muelle de Echuca, donde a Francesca le esperaba un mensajero con un paquete. Como de costumbre, anclaron un tramo más abajo, pero Neal había pedido parar en Echuca porque quería pasar una tarde en la ciudad. Después de todo el ajetreo, a Joe y a Ned les dolían todos los huesos del cuerpo, pero Neal era joven y sano e insistió en tomarse un respiro del barco. Quería huir de ese ambiente por unas horas, pues la tensión entre él y Francesca cada vez era mayor.

—¿Qué es? —preguntó Francesca, cuando el chico le colocó una caja en los brazos.

—No lo sé, señorita. Un caballero me ha dado dinero para que se lo trajera —contestó el mozo, y se puso a buscar con la vista.

—Ya veo. Por lo visto tiene un admirador, Francesca —comentó Neal.

Francesca prefería abrir el paquete en un momento más tranquilo, pero, al ver que Ned y su padre se morían de la curiosidad, lo abrió allí mismo. En cuanto vio la tela de color amarillo pálido supo que se trataba del vestido que le había fascinado en el escaparate de Gregory Pank, y se quedó de piedra de la emoción. Enseguida supo quién se lo había regalado.

—¿Qué es? —preguntó Joe, que echó un vistazo en la caja.

—Un vestido. El otro día lo estaba admirando en un escaparate… cuando me encontré con Montgomery Radcliffe —contestó Francesca, y se sonrojó. Lanzó una mirada furtiva a Neal. En sus ojos había una expresión que ella no supo interpretar, y tenía el semblante serio.

—¿Un vestido? —dijo Ned, contrariado, mientras la miraba por encima del hombro—. ¿Sabes de quién es?

—Un momentito, voy a ver —respondió Francesca, que sabía exactamente quién era el remitente pero no quería dejarlo traslucir.

—Seguro que a Joe le gustaría saber quién hace regalos a su hija —intervino Neal.

—Igual que a usted, ¿verdad? —replicó Francesca. Las pullas mutuas entre ellos estaban a la orden del día.

—¿Por qué iba a interesarme? —contestó Neal.

—Sí, ¿por qué? —dijo Francesca, mordaz, y abrió la carta adjunta. Leyó rápido el contenido y, aunque quiso evitarlo, se le dibujó una sonrisa en los labios. Levantó la cabeza y le dijo a su padre—: Es una invitación a cenar… de Montgomery Radcliffe. Pregunta si le haría compañía esta tarde en el hotel Bridge… con este vestido.

Joe estaba perplejo. Para él era un misterio por qué Montgomery quería invitar a su hija: Frannie era una mujer muy guapa, pero normalmente Monty Radcliffe se movía en otros círculos.

—¿Aceptarás la invitación, Fran?

Francesca se sentía cohibida hablando de la invitación en presencia de Neal Mason.

—Sí… me gustaría, papá. —Miró el vestido y acarició el tejido con los dedos. Era de ensueño—. Pero no puedo aceptar el vestido, ¿verdad?

Joe no tenía respuesta para eso. En momentos como ese echaba de menos a Mary mucho más que en otros. Ella sabría qué hacer. Pese a ser consciente de la alegría de su hija, aquella invitación le provocaba sensaciones encontradas.

—Eso te lo dejo a ti, mi niña. Esta semana has hecho un buen trabajo y te has ganado una tarde libre. Lo importante es que Montgomery Radcliffe se ocupe de traerte de vuelta a una hora decente.

—Muchas gracias, papá —dijo Francesca en un susurro.

Justo después, Joe y Ned bajaron a tierra a charlar con John Henry, el capitán del Syrett, que estaba anclado al lado. Francesca volvió a cerrar la caja y se dirigió a su camarote. Se le dibujó una sonrisa cuando se imaginó pasando una tarde con Montgomery Radcliffe.

—¡Cómo puede salir con semejante idiota! —comentó Neal Mason al pasar por su lado.

—¿Qué quiere decir? —Francesca se detuvo.

—Me refiero a ese tipo de hombres que compran una cena con una mujer… con un vestido.

A Francesca le sorprendió el tono de voz.

—Montgomery Radcliffe no es un idiota, y el vestido no es un soborno, sino un gesto agradable. —En todo caso, Francesca esperaba que el regalo no llevara implícitas ciertas condiciones, pero sus inquietudes se desvanecieron al ver que podía sacar de quicio a Neal Mason, que en ese momento parecía molesto.

Francesca sintió la necesidad de proteger a Montgomery.

—Monty es encantador y atractivo…

—¿Ah, ya le llama Monty? —comentó, burlón—. Veo que no cuenta para nada que Monty sea muy rico.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Que su patrimonio es igual de atractivo que él.

—¡Eso no es verdad! Además, es ofensivo. También saldría con Monty si no tuviera ni un penique, porque sabe cómo tratar a una dama… al contrario que usted. Podría aprender unos cuantos modales de un hombre como Monty.

Neal se echó a reír.

—Por lo menos yo no necesito comprar el favor de una dama para que me haga compañía.

—Ya entiendo, todas las mujeres se mueren por estar en su maravillosa compañía —replicó Francesca en tono de mofa.

Neal hizo un gesto vanidoso.

—Es obvio que no le ha pasado desapercibido mi atractivo.

Francesca arrugó la frente.

—¿Atractivo? Es usted insoportable.

—Y usted una embustera, señorita Callaghan.

Francesca sacudió la cabeza.

—Es obvio que se valora a sí mismo mucho más que sus semejantes.

Antes de que Neal pudiera contestar, Francesca desapareció en su camarote.

A las siete y media Montgomery Radcliffe apareció en el muelle. Joe observó la guerrera hecha a medida, advirtió los ligeros nervios de Montgomery y sonrió para sus adentros. Tampoco esperaba que se hiciera el interesante, sobre todo porque Montgomery siempre se había comportado como un caballero. Fue a buscar a Francesca y le dijo que había llegado su «cita para cenar». El vestido le iba como un guante, y los colores de la tela acentuaban el cabello oscuro y la tez clara.

—Estás espléndida —dijo Joe al abrir la puerta del camarote de su hija—. Seguro que Montgomery Radcliffe será la envidia de todos los huéspedes del hotel Bridge.

—Gracias, papá. —Era la primera cita de verdad que tenía Francesca con un caballero, y estaba tan nerviosa que le temblaban las rodillas.

Joe pensó que sería muy bonito que Mary pudiera estar allí, y a Francesca le pasó lo mismo por la cabeza. Podría necesitar un consejo maternal.

—Estás preciosa, Frannie —dijo Ned cuando apareció en cubierta.

Francesca sonrió sin querer. Pese a los nervios, estaba ilusionada… hasta que se dio la vuelta y vio a Neal Mason enfrente. Le sorprendió verlo aún a bordo, suponía que hacía rato que estaba en uno de los hoteles de la ciudad.

La contempló con aire posesivo, pero se ahorró los comentarios y se limitó a cruzarse de brazos y levantar la barbilla. Ella lo observó con una mirada severa antes de dirigirse con una sonrisa hacia Montgomery, que entretanto había subido a bordo y estaba estrechando la mano a Joe y Ned. Francesca vio que Neal les había dado la espalda y hacía como si estuviera ocupado.

Tras intercambiar fórmulas de cortesía, Joe les deseó que pasaran una tarde agradable y luego Monty agarró del brazo a Francesca y juntos se fueron paseando por el muelle.

—Forman una pareja preciosa —dijo Joe, mientras los seguía con la vista. Estaba orgulloso, aunque no le gustara la idea de llegar a perder algún día a su niña pequeña por otro hombre.

—Me sorprende que no indagues en el carácter de un hombre que ha comprado el favor de tu hija —dijo Neal, que bajó a tierra de un salto y se fue en la dirección opuesta. Pese a que le sorprendió el comentario de Neal, no pudo evitar sonreír.

—¿Has notado los celos de Neal, Ned? Creo que le gusta nuestra Frannie.

Jamás habría imaginado que viviría el día en que los sentimientos de Neal Mason hacia una mujer fueran tan profundos como para sentir celos porque saliera con otro.

—Todos los hombres que vean a Frannie esta tarde envidiarán a Montgomery Radcliffe —contestó Ned con orgullo.

—Está usted aún más cautivadora con este vestido de lo que había imaginado —dijo Montgomery, mientras paseaba con Francesca por el paseo del río.

—Aún no puedo creer que me lo haya comprado —respondió Francesca, mientras resonaban en sus oídos las maliciosas insinuaciones de Neal Mason—. No sé si puedo aceptarlo, pero se lo agradezco mucho. —Estuvo tentada a añadir que jamás habría podido permitirse ese vestido, pero Montgomery ya lo sabía.

—Mi comportamiento ha sido bastante osado, lo sé. No suelo ser así, créame, pero no podía imaginar otra mujer para llevarlo. Ninguna le habría hecho justicia a este vestido.

—A mí tampoco me habría gustado ver a otra mujer con este vestido. Sin embargo, me parece un gesto muy generoso por su parte —contestó Francesca, que se sentía halagada.

Francesca y Montgomery se encontraban tomando el segundo plato, bacalao escaldado del río Murray y pollo de corral, cuando Silas Hepburn entró en el comedor del hotel Bridge. Horrorizado, vio que Francesca se encontraba en compañía de Radcliffe.

—Realmente no pierde oportunidad —murmuró Silas en voz baja mientras se acercaba a ellos con una sonrisa forzada en el rostro carnoso.

—Buenas tardes —saludó con amabilidad.

Monty alzó la vista.

—Buenas tardes, Silas.

A Francesca le sorprendió ver a Silas Hepburn de pie delante de su mesa, cerca de la chimenea, y su presencia la desconcertó. No podía imaginar que Montgomery y Silas mantuvieran una relación amistosa. Al fin y al cabo, eran hombres diametralmente opuestos.

—Permítame que le presente: Francesca Callaghan —dijo Monty.

—La señorita Callaghan y yo nos conocimos hace unos días —contestó Silas, al tiempo que agarraba la mano de Francesca—. Me alegro de volver a verla, Francesca —añadió en tono de confidencia, mientras dejaba vagar la vista por su figura.

—Señor Hepburn —contestó Francesca, mientras retiraba la mano y bajaba la mirada. No le gustaba que quisiera dar la impresión de que se conocían o incluso de que les uniera una amistad. Además, tenía la sensación de que jamás se acostumbraría a la mirada de Silas. Se sentía incómoda, como si estuviera desnuda delante de él.

—Conocí al señor Hepburn el día de mi llegada a Echuca —aclaró Francesca a Monty—. Fue tan amable de indicarme el camino hacia el lugar donde estaba anclado el Marylou.

Monty asintió. Se preguntaba de qué se conocían, y como era de sobra conocida la reputación de Silas Hepburn, tampoco le sorprendió que se hubiera presentado a Francesca.

—¿Es todo de su gusto? —preguntó Silas.

—La comida es excelente, como siempre —contestó Monty.

—Haré que les traigan el mejor vino a la mesa por recomendación mía.

—No, gracias, Silas. Esta tarde no queremos vino —rechazó la oferta Monty, ya que Francesca le había rogado que renunciara al alcohol.

—Como quieran. —Silas se encogió de hombros. Si Francesca hubiera quedado con él, habría insistido en invitarle a una copa de vino para que estuviera «más relajada»—. ¿Cómo están Regina y Frederick?

—Muy bien, gracias.

—Deles recuerdos de mi parte.

—Lo haré —contestó Monty.

Silas desvió la mirada hacia Francesca, que contemplaba las llamas de la chimenea con la esperanza de que Silas los dejara tranquilos.

—Está usted preciosa esta tarde, Francesca —dijo.

Ella levantó la cabeza y lo miró.

—Gracias —contestó con frialdad. Tanto su mirada como la voz eran intencionadamente desagradables, pues quería dejar claro que no tenía ni el más mínimo deseo de entablar conversación con él. Por desgracia, Silas era bastante insensible, y sus pensamientos mucho más profanos.

Cuando se retiró, Francesca preguntó a Monty si Silas era el propietario del hotel.

—Sí. También le pertenecen el hotel Steampacket del paseo marítimo, así como numerosas fincas. Incluso un viñedo. Silas está metido en todo. Es un hombre muy influyente en Echuca, pero, muy a su pesar, no es el único.

—Sí, ya lo sé. Su familia también tiene bienes y goza de gran prestigio.

—Mis padres tienen muchos pequeños negocios en la ciudad, además de una caballeriza de alquiler, y cuentan con una participación del cincuenta por ciento en el Riverine Herald, el diario local. Pero nuestro negocio principal es la cría de ganado bovino y de ovejas.

Francesca dio un trago a la limonada y se dio cuenta de que Monty casi no apartaba la mirada de su rostro.

—Esta noche llama la atención por donde vaya —comentó él, que dejó vagar la mirada un momento por el concurrido comedor, con una enorme sonrisa de orgullo en el rostro.

Francesca sonrió y sintió calor en todo el cuerpo.

—Exagera.

—Al contrario. Además, debo hacerle una confesión.

—¿Cuál?

—He pensado mucho en usted durante los últimos días.

—Usted también ha ocupado mis pensamientos una o dos veces —reconoció Francesca, y sonrió al darse cuenta de su propia arrogancia. En ese momento fue Monty el que se sonrojó, y a Francesca le pareció entrañable. Era la prueba de que no era un hombre vanidoso como Neal Mason.

—Antes dijo que estuvo fuera de la ciudad durante un tiempo…

—Sí. Estuve en Melbourne en un internado. Mi padre me envió allí cuando mi madre tuvo un accidente mortal en el río hace diez años.

Monty puso el semblante serio.

—Lo siento mucho, Francesca. Ahora recuerdo que Joe mencionó una vez que era viudo. Sin duda, no tuvo una infancia fácil sin su madre.

—Tenía siete años cuando murió mi madre. La he echado muchísimo de menos. Pero el personal de la escuela femenina de Pembroke fue muy amable conmigo, además hice muchas amistades. Aun así, añoraba la vida en el río, por eso estoy contenta de haber regresado.

—Me alegro mucho —contestó Monty, con una sonrisa amable.

—Hábleme de su infancia —le pidió Francesca.

—¿Qué le gustaría saber?

—¿Cuánto hace que vive en Derby Downs?

—Mis padres adquirieron la finca a principios de los años sesenta, cuando yo aún era un bebé, y empezaron con la cría de ganado bovino y ovejas. Como proveían de carne a muchos buscadores de oro, ganaron una fortuna. A pesar de que los yacimientos se agotaron, empezaron a generar las mismas ganancias con los asentamientos que iban surgiendo. No obstante, mis padres me han contado que al principio no tuvieron una vida fácil.

—¿Es usted hijo único, como yo?

—Sí, y lo siento en el alma. Habría estado bien tener un hermano o hermana para poder compartir la responsabilidad con la que cargo. —Esbozó una sonrisa melancólica—. Mi padre tuvo un accidente en 1864. Desde entonces va en silla de ruedas.

—Lo siento. —Francesca esperaba que a Monty no le afectara demasiado.

—Como gran terrateniente, mi padre es un hombre rico, pero tendría una vida más feliz si pastoreara el ganado. Le encantaría irse varias semanas con las ovejas o las vacas, como antes. Según me cuenta siempre, disfrutaba de esos días en los collados, pese al polvo y las moscas.

—No debió de ser fácil para su madre si cada vez estaba fuera más tiempo.

—Hace bien en pensar así, pero mi madre es una mujer muy capaz e independiente, y suerte de eso, porque durante mucho tiempo, después del accidente de mi padre, tuvo que seguir gestionando la granja. Sigue trabajando mucho, pero ahora mi padre supervisa la cría de ganado.

—¿Alguna vez ha ido a pastorear el ganado?

—No. Tras el accidente de mi padre, mi madre se preocupaba demasiado. —Monty se percató de que Francesca no le seguía—. Mi padre se cayó del caballo mientras pastoreaba el ganado y lo embistió un toro. Quedó muy malherido de la columna vertebral, y desde entonces no puede caminar. Por supuesto, yo podría pastorear el ganado, pero mi tarea consiste más bien en aliviar la carga a mi padre.

—Ya entiendo. —Francesca pensó en su propia situación.

—Estoy convencido de que me entiende. Se ha tomado como su deber el ocuparse de su padre desde que no vive su madre, ¿verdad?

Francesca quedó asombrada con la intuición de Monty.

—No podría haber regresado en un momento más adecuado. Cuando mi padre intentó salvar a mi madre de la rueda de paletas de otro barco de vapor, quedó gravemente herido del brazo. En este tiempo el brazo se le ha quedado tan rígido que apenas puede llevar el timón. Por eso me gustaría conseguir la licencia de capitán.

—Buena idea —dijo Monty, y Francesca notó que lo decía con sinceridad—. Su padre me cae bien —añadió—. Es un hombre directo. Uno siempre sabe a qué atenerse con él.

Francesca no pudo reprimir una sonrisa. Sabía que su padre podía ser muy rotundo a veces, y suponía que algunas personas se lo tomaban a mal, sobre todo las almas sensibles. Joe decía las cosas por su nombre.

—Como le dije no hace mucho, hizo algunos transportes para nosotros a Goolwa. Se lo volveríamos a encargar si tuviéramos que llevar nuestra lana río abajo, pero él transporta sobre todo madera en el Marylou.

Francesca tenía la impresión de que había algo más, sobre todo porque su padre le había contado que el transporte de lana era un negocio rentable.

—Mi padre me dijo que la adjudicación de encargos es muy arbitraria aquí, ¿es cierto?

—Por desgracia, sí. Además, Silas Hepburn tiene una influencia notable en la asignación de encargos a los capitanes. Es copropietario de varios vapores de ruedas y mantiene relación con socios comerciales selectos, de manera que, por supuesto, también puede determinar cómo se reparte el trabajo. Normalmente se ocupa mi madre cuando queremos embarcar la carga, pero sé que Silas influye en sus decisiones.

—¿Quiere decir con eso que Silas solo hace encargos a aquellos que gozan de sus simpatías?

—Nada más lejos de mi intención que dar a entender que su opinión tiene más peso que las demás, pero tiene el poder de hacer más difícil la vida a los demás.

A Francesca no le gustaba nada que su futuro dependiera tanto del hombre cuya imagen ya detestaba. Hasta ahora había aceptado que el préstamo del Marylou tuviera que reembolsarse a Silas, pero ahora tenía sus dudas. Si Silas era copropietario de varios vapores de ruedas, quedaba la posibilidad de que él aumentara su flota por la imposibilidad de pagar sus deudas.

Montgomery y Francesca volvieron al muelle paseando despacio. Ambos habían disfrutado tanto de la compañía del otro que ninguno quería poner fin a aquella magnífica noche fresca y estrellada. El claro de luna caía a través del dosel que formaban los eucaliptos y brillaba en el río. Monty agarró del brazo a Francesca y posó la mano sobre la suya para que no tuviera frío. Ella se sentía maravillosamente bien a su lado.

—Me encantaría volver a verla —dijo Montgomery cuando llegaron al Marylou y la ayudó a subir a bordo.

—Con mucho gusto —contestó Francesca.

—Eso era lo que esperaba oír. —Paseó su mirada por el cuerpo de Francesca, pero, a diferencia de la de Silas, la suya transmitía calidez y afecto—. Si no tiene objeción, me llevaré su imagen en sueños. Buenas noches, Francesca. Tendrá noticias mías.

La besó en la mano y la miró a los ojos con intensidad durante unos segundos. A Francesca se le encogió el corazón. Le habría gustado parar ese momento para poder saborearlo.

Francesca miró a Monty mientras se iba por el muelle casi desierto y se lo tragaban las sombras. Paró un momento, se deleitó en los recuerdos de las horas anteriores, y dejó escapar un profundo suspiro al pensar en su nostalgia y en que en el futuro pasaría más tiempo en compañía de Monty.

—Tenía razón. —De pronto oyó una voz furiosa.

Francesca se sobrecogió del susto. Enfadada porque la hubieran sacado de sus pensamientos, se volvió y vio que aparecía Neal Mason de entre las sombras, bajo la marquesina.

—Es un idiota —afirmó Neal.

—¿De dónde sale tan de repente? —exclamó Francesca con brusquedad—. ¿Estaba ahí escondido en la oscuridad para espiarme?

—¿Quién es ahora la engreída?

—¡Cómo se atreve a tratar mal a Monty de nuevo!

—¿No se ha fijado en que primero le ha recordado el vestido para en un instante pedir otra cita? Ese tipo se está aprovechando de su agradecimiento.

—Eso es una tontería. Ocúpese mejor de sus asuntos.

—¿Qué son esos gritos? —dijo Joe, que salía de su camarote.

—Nuestro capitán de la barca me espía —fue la respuesta airada de Francesca.

—No es verdad —replicó Neal, con firmeza—. Era imposible no oírla desde mi lecho.

—Podríais hablar más bajo —rogó Joe—. Será mejor que os acostéis antes de que despertéis a las tripulaciones de los demás barcos. Además, mañana por la mañana zarparemos de madrugada.

Francesca observó a Neal con una mirada de engreimiento, le dio un beso de buenas noches a su padre y se dirigió a su camarote.

Joe miró a Neal.

—Tal vez deberías preguntarte de dónde sale tanto interés por el hombre con el que ha cenado Francesca esta noche.

Como a Neal no se le ocurrió ningún comentario adecuado, se dio la vuelta y regresó a su dormidero.

Sin embargo, al cabo de una hora seguía desvelado, sin haber encontrado respuesta a la pregunta de Joe.