9.Buenos Aires, 1920

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Buenos Aires, 1920

A Pancho Piñeiro y a Francisco Rinesi, Mika los conoció en Rosario, cuando cursaba el Colegio Nacional. No está segura de querer formar parte del proyecto de esa revista que le han propuesto, tendrán que explicarle mucho más si quieren contar con ella. Son buenos muchachos pero su extracción burguesa le produce cierta desconfianza. Aunque los poemas de Pancho la han conmovido, no sólo por su gran sensibilidad social, sino por su lirismo. Y le causó buena impresión que cuestionen algunos postulados de la Reforma. A ella no le caen bien los dogmáticos, que todo lo aceptan sin discutir.

Mika lleva unos meses en la Universidad de Buenos Aires cursando la carrera de Odontología, y está impaciente por participar de una manera más activa. Los ecos de la Semana Trágica de 1919 aún resuenan en las calles, y en los claustros, la Reforma Universitaria de 1918 y la Revolución Rusa de 1917.

Y esos jacarandás en flor por las calles, y las ganas de vivir esta ciudad que Mika está estrenando.

Los escuchará y verá qué se traen entre manos. Quiere opinar, discutir, actuar. Y los amigos rosarinos le han dicho que quizás pueda escribir en una revista que están organizando: Insurrexit.

Bonito nombre. Viene del latín insurgo, le explicó Francisco Rinesi. Lo sabe. Ella estudió latín en el Colegio Nacional de Rosario. Insurgencia, rebeldía, palabras sublimes. Pero a Mika no le interesa la rebeldía porque sí, sólo por ser joven, como ha visto en algunos estudiantes que se oponen a tal o a cual regla, y en cuanto ella les pregunta por qué, cuando intenta rascar un poco, no hay detrás de esas conductas una base seria, una reflexión. A veces es sólo una excusa para no estudiar. Rebelde era Luisa Michel, la apasionada comunera de París. Cuánto la admira Mika.

Fue difícil convencer a mi madre de que me dejara ir a estudiar a Buenos Aires, en aquellos años que una chica viviera sola en la gran ciudad era una osada aventura. Pero finalmente mis padres aceptaron, y me ayudaron. Ellos tenían un negocio de dulces en Rosario, donde nos instalamos al dejar la colonia, que nos permitió mantenernos y hasta tener algunos ahorros.

Yo me alojaba en una pensión de señoritas en la calle Alsina. La dueña era prima de unos amigos de mis padres, de la colectividad judía. Que yo estuviera en su casa, bajo su tutela como imaginaba mamá, era clave para que me permitieran vivir en Buenos Aires. De modo que yo me esmeraba en portarme bien. Por suerte, Gertrudis estaba menos interesada en cuidarme que en recibir el dinero que mis padres le pagaban todos los meses por mi hospedaje y comida. Le pedí permiso para recibir en el salón a unos muchachos rosarinos, amigos de mi familia. Era por la tarde.

No recuerdo el vestido azul y blanco que llevaba, ni el tenue rouge en los labios sino por sus palabras, él siempre lo evocaba con ternura.

Yo esperaba sólo a Pancho y a Francisco, y me sorprendí con la presencia de ese muchacho que llevaba en mitad de la cabeza, como una aureola, un chamberguito de alas redondeadas, vueltas hacia arriba. Alto, delgadísimo, de tez tan blanca que parecía enfermo, ojos grises azulados, profundos. Y esa luz que emanaba de él. Hipólito Etchebéhère.

Aunque nadie lo diga, aunque insistan en que no hay en la revista director alguno, que todos y cada uno son responsables, Mika no tarda en darse cuenta de que Hipólito es el líder del grupo. Y que está allí para convencerla de que ella forme parte de Insurrexit.

Francisco Rinesi se afana en explicar lo importante que es para ellos la incorporación de mujeres al grupo: para llegar al ideal al que aspiran necesitan mujeres, y Pancho: que cada corazón femenino que conquisten para la justicia será un gran paso adelante, la influencia de la mujer en quienes la rodean es poderosa.

—Todo muy bonito —desafía Mika—, pero no entiendo bien. ¿Lo que les interesa son mis ideas, mi trabajo en el grupo, o que sea mujer?

Francisco defendiéndose: Por supuesto que tus ideas, y Pancho: que él aún recuerda cuando Mika habló en la asamblea, en Rosario, qué poder de convicción.

—Nos interesa todo —dice Hipólito—. Las acciones que pueda realizar, lo que pensemos y estudiemos juntos; y también que sea usted una muchacha, ¿por qué no? Sabrá encontrar mejor que nosotros las palabras adecuadas para atraer a las mujeres. Sin ustedes, somos apenas la mitad de voluntades para cambiar el mundo, empresa ardua pero posible si trabajamos juntos. ¿Le parece mal apelar a su naturaleza femenina cuando la intención es un mundo más justo para todos?

No hace falta ser mujer para encontrar las palabras adecuadas, como bien acaba de demostrar Hipólito, apuntando certero. Mika está tan impactada que no atina a responder. Él debe saber que acertó, porque continúa: Queremos una revista que reflexione sobre las nuevas teorías sociales, que se ocupe del país, y del mundo. Una revista que saque a los estudiantes de su modorra, que abra su mira, que los haga meditar y actuar, involucrarse, comprometerse con la sociedad.

—Interesante —se atreve Mika—. Ahora bien, me gustaría saber: son reformistas ustedes, ¿no es cierto?

—Apoyamos, pero no nos emocionamos con la reforma universitaria —dice Rinesi—. Es incompleta, débil.

—Y dentro de un sistema capitalista como el nuestro: inútil —exagera Pancho Piñero—. Sabemos rotundamente que una reforma no sirve para nada mientras no cambie el sistema. La universidad que concebimos es irrealizable en este régimen.

—Hoy por hoy la universidad es un foco ideal de agitación revolucionaria, y en esa línea debemos trabajar —dice Hipólito—. Hemos pensado una serie de textos breves que interpelen a los jóvenes: «¿Vive usted al margen de los hechos que están modificando al mundo?». «¿Sabe que la clase proletaria quiere conquistar el poder para realizar la total igualdad económica?».

—Se lo diremos más claro aún —agrega Pancho—: «¿Cree usted que en el momento actual los estudiantes tienen posición en la lucha social?».

—Queremos generar conciencia de que el futuro depende de nosotros —le explica Hipólito, su mano en alto, como dibujando las palabras en el aire—: «Conozca las nuevas teorías sociales. Medite. Participe».

Mika observa sus manos delgadas, nerviosas. Escucha su tono de voz grave y calmo, enérgico y suave, y puede imaginar a esos jóvenes universitarios, futuros médicos, abogados, ingenieros, filósofos, despertando del letargo de sus vidas burguesas, implicándose en la realidad político-social, organizándose. Y marchando junto a los obreros.

—Como hizo Luisa Michel en París —se entusiasma Mika—. Yo pertenezco a un centro femenino anarquista, en Rosario, que lleva su nombre —le hace saber a Hipólito porque los otros ya lo saben.

Hipólito conoce a Luisa Michel, y muy bien. Ha leído el libro de Marx, el prólogo de Engels y la Historia de la Comuna de París de Lissagaray, y está estudiando detenidamente la experiencia, que si bien duró tan poco y terminó en tragedia, es un interesante modelo. Ellos deberían organizarse como los parisinos en 1871, se embriaga Hipólito, todos juntos, obreros, profesionales, activistas políticos de distinta filiación, en un solo frente contra el capitalismo. Lo que fueron capaces de lograr los parisinos en dos meses es una prueba de que es posible tomar el poder cuando se tienen claros los objetivos y se actúa con la fuerza del pueblo. Sin embargo, fracasaron. ¿Por qué? Por varias razones, la primera: dieron más importancia a sus diferencias internas que al poderoso enemigo común, lo que los fragilizó; segundo: no establecieron un plan.

Qué bien habla, expone sus ideas con tal convicción que resulta difícil no creer en lo que Hipólito cree. ¡Y qué buen mozo es! Mika no se quiere dejar arrastrar por la exaltación que le producen sus palabras, sus gestos, todo él, no, quiere ser cauta, debe conocer más sobre el grupo antes de unirse a ellos: ¿cómo ven el marxismo?, ¿se puede aplicar esa doctrina en la Argentina?, el V Congreso de anarquistas de la FORA acaba de adherir a la Revolución Rusa, ¿cuál es su opinión? Marx no pensó en un país con las características de la Unión Soviética sino en una sociedad industrializada cuando escribió El Capital y sin embargo… ¿les parece que un Parlamento puede resolver los problemas de la sociedad? No, por supuesto, ella también es antiparlamentarista, la democracia burguesa no es más que una fórmula incompleta de la libertad, una estafa para ingenuos.

—Lo esencial es formarse —afirma Hipólito—, prepararse para la acción. «Hagamos la revolución previamente en los espíritus» es el lema del grupo Clarté, de París, con quienes ellos están ya vinculados. ¿Ha leído Mika a Henri Barbusse y a Romain Rolland?

—No, aún no. Pero lo haré.

¿Podrán contar con Mika para Insurrexit entonces?, quiere saber Pancho Piñeiro. Pero Hipólito interrumpe: que no es necesario que lo decida en ese momento, que se tome su tiempo para pensarlo; mientras tanto la invita el sábado a la reunión que mantendrán con otros compañeros, en Suipacha 74. Le aportará más información y… ya hablaremos.

Hipólito estrecha su mano, la mira largamente y sonríe.

Y esa sonrisa ilumina todo el salón de la pensión, la calle, el soberbio paraíso que se asoma por la ventana, el atardecer de primavera, su vida entera.

Antes de conocerla, Hipólito estaba bien predispuesto, sabía que Micaela Feldman era anarquista (como él), que era judía (y a él tanto lo marcó ver la represión que se desató contra los judíos), y que tenía una gran fuerza para transmitir sus ideas, pero fue verla y el asombro: esa gravedad alegre y atrevida, esa mirada que acaricia interpelando, esa insolencia fresca, limpia, ese empuje a sus dieciocho años, esa personalidad.

—No te dejes guiar por su carácter, es brava Mika pero muy lúcida. Y valiente —dice Pancho, casi disculpándose, al salir de la pensión.

—Hay que ver la muchacha —se ríe Francisco—: ¡el examen al que nos sometió!

—Irá a la reunión el sábado —afirma Hipólito, categórico—. Y será de gran valor para nuestro grupo.

—Sabía que te iba a gustar nuestra paisana —festeja Pancho.

¡Y tanto! No pueden imaginar sus amigos, como tampoco él unas horas atrás: ese sorprendente calor en su corazón, esa energía que da fuerza a sus pasos, esa alegría que todo lo invade porque faltan sólo cuatro días para volver a verla.

Es ella, sin duda ella, Mika Feldman.

No lo esperaba, no lo buscaba, no es el momento, con la vida dura que Hipólito lleva desde que debió dejar el hogar familiar, pero una sospecha lo asalta: Mika será su compañera. Ella podrá darle la fuerza que su cuerpo debilitado le escatima. La aventura intelectual y social que le espera tendrá a partir de ahora un dulce sabor a Mika.

Es la segunda reunión del grupo en el local de la Federación de Empleados de Comercio a la que Mika asiste. Esta vez hablará, se promete, porque el sábado anterior, aunque se le ocurrieron algunos comentarios, ante tantas personas la timidez la ganó y fue sólo oídos y miradas. Pero estuvo bien haber participado, ahora su expectativa es otra. Lo ha decidido esa mañana: formará parte del grupo Insurrexit. Todo lo que escuchó en la reunión anterior la estimuló: la discusión sobre política y teorías sociales, el ideario de la revista, el proyecto de organizar charlas y cursos para dictar en ateneos y sindicatos.

Hay algunas personas que no conoce, Pancho Piñero hace las presentaciones.

—Micaela Feldman es rosarina, anarquista, estudiante de Odontología.

Ella extiende la mano para estrechar las de Herminia Brumana, anarquista, maestra y escritora; Juan Antonio Solari, escritor, secretario del Ateneo Popular; Carlos Lamberti, estudiante de Medicina. A Julio Barcos y a Alfonsina Storni ya los encontró el otro día. Alberto Astudillo, estudiante de Arquitectura, anarquista y marxista; Ángel Rosemblat, filósofo, y, por fin, la mano de Hipólito, cálida, afectuosa, esa sonrisa cómplice, como si la conociera de toda la vida, y en sus raros ojos grises, una potente alegría. ¿Será por ella? ¿Es posible? Un aletear de mariposas en su cuerpo. No, cómo se le ocurre, la alegría es por sus ganas de cambiar el mundo y el proyecto que se está armando. La reunión ya ha comenzado, y Mika, distraída con tonterías, evitará esa mirada radiante que la pone tan como ella no es.

Qué mujeres tan especiales han convocado. Con la poetisa Alfonsina Storni sintió el otro día una corriente de comunicación inmediata, presiente que ella podrá enseñarle muchas cosas. Herminia Brumana la impresiona, qué gran mujer, cada palabra suya tiene peso, conmueve, apunta hondo, lo que dice ahora de la mujer y el trabajo le parece tan cierto… mientras la mujer no trabaje por placer sino obligada por las circunstancias, puede llegar el sufragio, el divorcio, la absoluta igualdad civil y política, pero estaremos a mil siglos del bienestar anhelado. Mika coincide con esta postura, interrumpe, por eso cuestiona a las sufragistas, su enfoque es absurdo.

—Ah, sí ¿y por qué? —pregunta riéndose Francisco.

—Lo explicaré si él no se ríe —responde cortante Mika, mirando a Alfonsina—. ¿De qué se ríe, Rinesi?

—De nada, Mika —dice Francisco, serio—. Es para hacerme el simpático no más. Perdón.

Herminia la apoya: no está bien que se le pregunte algo con una risa. Alfonsina debe pensar que no vale la pena insistir, ya está dicho:

—Explíquenos, Mika.

—Las sufragistas quieren que las mujeres votemos. ¿Qué?, ¿a quién? Ya bastante error es el voto de los hombres, para qué agravar el mal pretendiendo que nosotras también nos amontonemos en los comicios. Una inconsciencia.

—Pero ¿no quieren la independencia? —se escucha desde el fondo del salón a Ángel Rosemblat.

—No es el voto lo que nos dará la independencia. El voto ahora es una mentira, como el Parlamento.

—En ese sentido, de acuerdo —dice Julio Barcos—. Pero me imagino que apoyarás la igualdad entre hombres y mujeres que sostienen las sufragistas.

—Si queremos la igualdad, antes debemos luchar por la igualdad de todos, mientras unos pocos vivan de lo que producen muchos otros, mientras exista la explotación —como si sus propias frases la animaran, su voz crece, se hace nítida—, mientras haya una clase que todo lo da y otra que todo lo toma, la mujer no será independiente, ni ocupará el lugar que merece.

—¿Te animás a escribirlo? —¡Hipólito la ha tuteado!

—Interesante visión, habrá que pensarlo —dice Alfonsina.

—No le falta razón a Micaela —dice Herminia—. Es una cuestión de prioridades.

—Pero esto tan elemental no lo entienden nuestras hermanas, las sufragistas. Buenas intenciones pero ciegas —la sonrisa de Hipólito la anima a explayarse—. Las he visto en un conventillo de Rosario hablando con frases grandilocuentes de los derechos políticos de la mujer, de la emancipación, ante mujeres con hambre, que viven hacinadas en un cuartucho, con sus hijos y maridos. ¿Las arrancará el voto de la miseria, les dará pan para sus hijos, calor en el invierno?, pensarían. Y las sufragistas asombrándose de la indiferencia de las obreras. Patético.

—No sé si el voto, pero la palabra ya la han tomado. Y muy en serio. ¿Se dan cuenta de que en esta reunión no se escuchan más que voces de mujeres? —la risa con que cierra su pregunta Juan Antonio Solari contagia a todos.

—¿Qué más querés? —lo provoca Herminia.

Las miradas que cruzan Herminia y Juan Antonio son elocuentes. ¿Estarán enamorados?, se pregunta Mika, y la idea la complace, como si esa brisa de deseo entre ellos pudiera envolverlos a todos, como si el aire se contaminara. Ah, qué bien sienta el amor, se sorprende pensando, ella que es tan poco romántica. La voz de Pancho Piñero la saca de sus cavilaciones. Lee un conmovedor artículo que titulará «Hambre». Qué bien escribe Pancho. Ahora es Hipólito quien adelanta lo que piensa escribir en Insurrexit sobre la Revolución Rusa, a él le gustaría debatirlo con el grupo.

Mika no ha podido dejar de evocar sus palabras, el tono grave de su voz, el resplandor de su mirada, en todos estos días. Y noches. Porque no sólo su imagen radiante retrasó su sueño, desde que lo conoció, sino que también la despertó en medio de la noche una extraña pesadilla: un campo y un arroyo, una luz intensa, Hipólito estallando en mil partículas, evaporándose, y Mika, un puño de angustia atroz cerrándose en su estómago y ese grito que por suerte la arrancó del campo cruel donde Hipólito se volatilizaba para dejarla sentada en su cama, qué alivio, su cuarto en la pensión de la calle Alsina. Qué horrible sueño, acaba de recordarlo ahora, y lo mira vivo, entero, tan luminoso. Debe ser su flacura, su palidez la que le produjo esa pesadilla. Allí no porque le da vergüenza, pero en cuanto pueda, aun a riesgo de que la tilde de entrometida, le dirá a Etchebéhère que tiene que comer más, que dormir mejor. Dejará caer este consejo que siempre le da su madre.

Hipólito tiene una propuesta para hacerles: reunirse los domingos para leer El origen de la familia de Engels, luego podemos leer El Estado y la revolución de Lenin. ¿Están de acuerdo?, pregunta al grupo, pero su mirada fulgurante se clava en ella.

No se sorprenderá el domingo cuando Hipólito, al despedirse de Mika, en la puerta de la pensión, le proponga un encuentro para el día siguiente, a solas. Se verán en la Costanera Sur, a las cinco de la tarde, frente a la estatua de Lola Mora.

Y volverán a verse el martes, y el jueves, y el sábado y el domingo y la semana y el mes siguiente. Y el otro. Un deslizarse por el tobogán del amor, paso a paso pero sin pausa. Conversaciones, caminatas, manos que se enlazan, lecturas, debates, coincidencias y confidencias, un beso que sella un pacto tácito, proyectos, la vida por delante y los ideales comunes, la revolución, tímidas caricias y unas pocas osadas, la revista, los compañeros, la Revolución Rusa.

Esa tarde húmeda de enero de 1921, con el número cuatro de Insurrexit recién salido de la imprenta y la certeza de ese elegirse uno al otro que no ha dejado de crecer, Mika e Hipólito van a dar un paso previsible —no por eso menos sorprendente— en su unión.

Esas manos fuertes y tibias que la improvisan mujer, esos besos plenos: emoción; ese cuerpo sabio que descubre el suyo, tan dispuesto al placer: pasión.

Ese hueco húmedo y tibio que él roza apenas, con suavidad, con ternura: emoción; ese pozo cálido y generoso que lo invita a sumergirse: pasión.

Mika se sorprende —aunque lo sospechaba desde aquel domingo en que Hipólito apoyó su mano sobre su hombro— de esa exaltada paz que produce en su cuerpo recibir el amado cuerpo de su compañero. Hipólito se sorprende —aunque lo sospechaba desde aquel domingo en que sintió la piel erizada del hombro de Mika bajo su mano— de la fulminante felicidad que produce en su cuerpo penetrar por fin el amado cuerpo de su compañera.