26.Madrid-Cerro de Ávila, enero de 1937

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Madrid-Cerro de Ávila, enero de 1937

La noticia los aplastó. La compañía del POUM que había ocupado su lugar en Pineda de Húmera había sido brutalmente diezmada. Su capitán, 21 años, muerto. Noventa y dos milicianos muertos y más de cien heridos.

Esa culpa amorfa, gelatinosa, vuelve a Mika, implacable. Su crimen es haber tenido la suerte de no morir en la batalla. Haber sobrevivido a Pineda de Húmera, a Moncloa, a Sigüenza, ¡a Atienza!, y ellos no. Ellos muertos, qué dolor, y Mika, viva. No sabe por qué, no tiene explicación alguna.

El otro día Valerio le comentó que los milicianos pensaban que ella tiene algo que la protege, un ángel de la guarda, porque mira que haber sobrevivido a la bomba en Moncloa; quizás porque ella no teme morir, aventuró el viejo, porque quiere morir, no le pasa nada.

—No digas tonterías, pura casualidad, un día me vendrá a buscar la parca, como a cualquiera. Pero no será porque lo busco.

Mika no quiere morir, pero sobre todo no quiere que sigan muriendo tantos a su lado. Lleva meses viendo caer seres humanos como árboles talados. Tiene tanta muerte encima que ya puede olerla en el aire. Las muertes de sus compañeros. Y las de los otros. Porque ella no puede, nunca pudo —como otros— regocijarse por los cadáveres del enemigo, falta al mandamiento básico del odio, sus milicianos lo saben y ahora, después de tanto combate compartido, lo toleran, lo aceptan como algo de ella, como ésa manía de lamentarse de que se quemen cuadros, estatuas, iglesias, de esa insistencia en preservar la cultura.

Madrid asediada por la artillería y los aviones fascistas huele a muerte. Helada. Herida. Una llaga en la meseta. Mika quiere volver al frente lo antes posible.

En el local del POUM escuchó que temían ser disueltos de un momento a otro, pero el comandante que está en el cuartel donde se alojan en Madrid le dice que integrarán a los milicianos en un batallón de una brigada, probablemente la 38, de filiación socialista, junto a otras compañías.

—¿Uno por uno?

—No, todos juntos, y tú como capitana. No habrá compañías aisladas en ningún frente.

Mucho mejor sumarse a una unidad bien armada y dejar de ser ese ejército minúsculo que gana su honor a costa de muertos. Pero tendrá que hablarlo con sus milicianos, siguen siendo voluntarios aunque deban acatar la decisión de la comandancia de milicias.

—Yo prefiero la CNT —dice Ramón.

—Si vamos todos juntos está bien —dice el Chuni.

—Si nos llaman es porque tenemos bien ganada nuestra fama de combatientes.

Una discusión que termina pronto porque peor es quedarse fuera de la guerra, en ese punto están todos de acuerdo. Ahora sólo falta esperar la decisión del coronel Ramírez, comandante de la Brigada 38.

Ethelvina, aparentemente ausente, sus ojos fijos en el tejido, no ha perdido palabra de lo que el oficial le ha dicho a Augusto.

—No los metas en la brigada, no te conviene —afirma categórica cuando el oficial se retira.

Augusto alza las cejas, intrigado, la sonrisa chirle con la que intenta disimular el malestar.

—La segunda compañía del POUM ¿no es la que manda esa mujer, la capitana de Ojeda?

—Pero qué dices, Ethelvina ¿cómo de Ojeda? No está bien que te expreses de ese modo, da a entender algo que no es.

—Vale, sabes a qué me refiero, pero no es por Ojeda que no me parece bien que se incorporen a la Brigada 38, es porque los del POUM son peligrosos, y esa mujer, la peor de todos.

—¿De dónde sacas esas ideas? —molesto, Augusto—. Tú no entiendes de esas cosas, mujer.

¿No era que con ella sí se puede hablar, compartir las preocupaciones y las alegrías, que por eso Ethelvina puede estar con Augusto en la guerra? ¿Cómo que ahora no entiende?, ¿ya no la siente su compañera?, su voz se apaga, claro que sí, mi amor, pero en ese aspecto se equivoca, seguramente le falta información, no, no le falta, ella escucha, presta más atención de lo que parece y tiene intuición, y esa mujer no le gusta nada. Ethelvina sospechó que era una espía desde la primera anécdota que contó Ojeda, que será muy buen militar pero como hombre, un ingenuo que ha caído en sus redes, ¿qué hace una suramericana medio francesa en la guerra de España?, es muy raro, será una agente de la Gestapo, todo el POUM es traidor, sobre todo Mika.

—Es una infamia lo que dices —la voz que sube—. ¿Qué te pasa, Ethelvina?, ¿estás celosa de la capitana? —una risa débil, labrada por la voluntad, es evidente que se controla, que no quiere problemas con ella.

—¿Por qué debería estar celosa?, ¿acaso tú la conoces?

—Sí, la vi en Pineda de Húmera, cuando fui a reunirme con Ojeda.

—¿Por qué nunca me lo has contado? —pregunta exaltada.

—Por ninguna razón, Ethelvina, no te menciono todas las personas con las que me cruzo. No le di ninguna importancia —intenta calmarla Augusto.

No importa cuánto lo haya cautivado ésa harpía, dice Ethelvina, que la escuche bien porque está muy segura de lo que afirma: la compañía del POUM no debe formar parte de ningún batallón de la Brigada 38 que él comanda ¿está claro?

Augusto abre mucho los ojos, una sombra de enfado que aparta con esmero, para instalar el juego: ¿Es una orden, mi coronela? ¿O debo decir mi generala? Suena falsa su risa.

Un compás más de la batalla que Ethelvina no está dispuesta a perder. Se recompone, su voz se aplaca, inventa una serenidad que no siente: ¿No le contó Augusto que la compañía que reemplazó a la de la capitana había sido completamente destruida, apenas ella se fue? ¿No le parece un poco raro? ¿Por qué tantos días allí y justo el ataque que los aniquila se produce cuando ella se va?

Qué insinúa, expulsada toda sonrisa, todo intento de conciliar, Augusto se pone de pie, y en voz muy baja, la furia vibrando en sus palabras: lo que Ethelvina dice es muy grave, su voz trepa, se tuerce, y es un disparate, un absurdo, la columna que fue abatida brutalmente también era del POUM.

Ahora le gustaría saber, se acerca amenazante a Ethelvina, ¿de dónde saca ella que todos los del POUM son unos traidores?, ¿no habla demasiado con ese ruso, Kozlov?, ¿no lleva demasiado lejos la cortesía de anfitriona?

Llegado este punto, se impone un cambio de estrategia: si ella le dio ese consejo es porque lo quiere, Augusto, porque lo cuida. Un llanto ofendido arranca a Ethelvina de su lado, un llanto que crece con sus pasos, desconsolado.

Acertó. Augusto la retiene, la abraza. No discutamos, cielo, no, no nos peleemos, dice ella entre llantos, te quiero mucho, yo también. Él la aparta para mirarla a los ojos: pero que le quede claro, Ethelvina, lo que acaba de decir del POUM es una canallada.

Y como para refrendarlo, Augusto Ramírez toma papel, la pluma, y escribe la propuesta: la segunda compañía del POUM es convocada a formar parte de la Brigada 38. Si están de acuerdo, esa noche los irán a buscar al cuartel.

—Cabo González —llama el coronel Ramírez—. Lleve este mensaje al cuartel de la calle Serrano.

Caminaron dos horas. Se detuvieron en un convento. En la puerta, unos cuantos camiones los esperaban, en algunos ya había milicianos. La linterna de Mika, pequeña como una luciérnaga, brilló en medio de la noche. Álvarez, presente, Antolano, presente, pasaba lista antes de subir a los camiones.

—¡Es una mujer! —exclamó un miliciano que se acercó al grupo—. Venid a ver, es una capitana.

Y su compañero: ¿A vosotros os manda una mujer?

—Sí, y a mucha honra —contestó el Chuni, nervioso—. Una capitana que tiene más cojones que todos los capitanes, más cojones que todos vosotros juntos. ¿Queréis saber algo más?

—Tranquilo, Chuni —dijo Mika—. El compañero no te ha preguntado más que…

El miliciano interrumpió: que no tuvo ninguna intención de faltar el respeto, os aseguro, ha sido sólo la sorpresa.

Incomodidad. Sus milicianos la han aceptado y hasta están orgullosos de ella, pero ya se vio en el Chuni la incomodidad que puede generar tener como jefa una mujer en un batallón donde todos los mandos son hombres.

—Es mucho hombre esta mujer —lo escuchó decir a José Manuel.

¡Vaya elogio! Mika apretó los puños con fuerza en el bolsillo, no debía dejarse llevar por la rabia. Le hubiera gustado decirle que preferiría escuchar «Es mucha mujer esta mujer» y no que «Es mucho hombre». Pero no estaba el horno para bollos, ni la situación para discusiones filosóficas sobre la naturaleza del hombre y de la mujer y sus costumbres en la sociedad.

Cuando llegaron a destino, la propuesta del comandante Barros no iba a hacer más que acentuar el fastidio: que dejara su columna a cargo de otra persona y fuera a cooperar con él, la nombraba capitana ayudante.

—¿Un ascenso? —ironizó Mika a punto de estallar—. Puede guardárselo en el bolsillo.

Pero no era ella quien mandaba en ese batallón, sino Barros, un militar de carrera. O aceptaba la propuesta o debía irse, y dejar la guerra. Y eso no, nunca. Tragó saliva, intentó sonar lo más amable posible.

—Disculpe, compañero comandante. Empecemos de nuevo. Necesito entender su propuesta, si es una manera de sacarme de en medio porque le genera un problema con los otros mandos que yo sea mujer no necesita indemnizarme con un cargo de mucho nombre y poca actividad —quería controlarse pero la ira la desbordaba—. Puedo volver a mi columna a luchar, y pedirle a un compañero que se haga cargo de mandarla, lo prefiero a un cargo rimbombante pero administrativo y sin ningún sentido.

El hombre de piel cetrina la miró, severo. Habló lentamente, como si un gran cansancio lo agobiara. Fue claro:

—Se equivoca usted doblemente: ni es administrativo, ni surge de supuestos problemas por su condición de mujer. Quiero que sea el enlace del puesto de mando con las trincheras, que me transmita lo que necesitan los hombres, que vele por la disciplina sin rigores inútiles, como me han dicho que usted sabe hacer muy bien.

Mika decidió creerle sin más.

A sus milicianos, impacientes por ir a las trincheras, les pareció un honor. Mika propuso a Fuentes como capitán. Y a Corneta lo nombró formalmente ayudante de la capitana ayudante, y se rió. El niño la miraba serio, sin responderle.

—¿Qué dices, Corneta?

—Te iré a visitar —contestó al fin, y su carita se iluminó en una sonrisa— o vendrás tú, pero ahora me voy con ellos a las trincheras.

Y como para cerrar la conversación, el niño le dio un beso apurado en la mejilla, y partió con sus compañeros. Un nudo en su pecho que no podía resolverse en lágrimas: Suerte, camarada, le dijo en un susurro, y cuando Corneta ya no la escuchaba: Prométeme que no te dejarás matar.

Mika pasa por las trincheras para transmitir a las otras compañías su misión y enterarse de sus necesidades. No encuentra el menor signo de hostilidad ni en los capitanes ni en los milicianos. Deberá revisar ciertas ideas que se hace. Y comprender a sus hombres, aceptarlos como son. Aun la decisión de Corneta debe aceptar.

Si esa tarde dijeron que Mika tiene cojones es porque no saben cómo explicarlo, todo el catecismo aprendido sobre la mujer se les ha venido abajo con ella. Para no declararlo falso, para obedecerle, la juzgan diferente. Un ser híbrido, ni hombre ni mujer, o peor aún: «Mucho hombre».

Lo que quizás no están en condiciones de pensar sus milicianos es que, justamente porque ella es mujer, no manda como los hombres, arma en mano, ni de arriba para abajo. En su columna todo pasa por la asamblea, Mika no toma decisiones sin consultar antes con sus milicianos las órdenes de mando.

En la guerra alguien tiene que mandar, y ella tiene temperamento, es capaz de organizar, de ver cómo puede resolver una situación difícil. La gente obedece, si quiere. Sobre todo en las milicias. A ella no sólo la obedecen sino que la quieren, concluye, y le da alegría, qué importa si para justificarse a sí mismos deben decir que Mika es mucho hombre, o que tiene cojones.

¿Fue entonces, cuando tus milicianos te definieron tan torpemente para justificar ante otros que te obedecían? Estaba claro que seguías siendo su capitana, aunque Fuentes ocupara ese lugar.