XIV

Becky abrió los ojos durante unos instantes, más avanzada la mañana.

Cal tenía en la mano una pierna de muñeca, llena de barro. La miraba con una fascinación alegre y estúpida mientras la mordisqueaba. La pierna tenía un acabado muy realista, era rolliza y rechoncha, pero un poco demasiado pequeña, y le fallaba el color azul claro, casi el mismo de la leche congelada. Cal, el plástico no se come, pensó en decirle, pero suponía demasiado esfuerzo.

El niño pequeño estaba sentado detrás de él, de perfil, lamiéndose algo de las palmas de las manos. Parecía gelatina de fresa.

Un olor penetrante inundaba el aire, el hedor de una conserva de pescado recién abierta. Las tripas de Becky rugieron en respuesta. Pero estaba demasiado débil para incorporarse, demasiado débil para hablar y, cuando dejó caer la cabeza al suelo y cerró los ojos, demasiado débil para seguir consciente.

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