Conducía bajo el crepúsculo, con la ventanilla bajada y el viento apartándole el pelo de la cara. A ambos lados de la carretera crecía la hierba alta, que se extendía hasta donde le alcanzaba la vista. La recorrería al volante durante el resto de su vida.
—Una vez una chica se escondió en la hierba alta —canturreó entre dientes—, y asaltaba a cualquier chico que pasara.
La hierba susurraba al mecerse y arañaba el cielo.