—Aparta Lucy. ¡Yo voy primero! —oí que gritaba una voz.
—¡Ni hablar! —gritó otro chico—. Apartaos. ¡Tío Marv dijo que yo iba antes!
Sentí que la sensación de frío abandonaba mi cuerpo.
Temblando abrí los ojos, y vi a Lucy de nuevo en el suelo.
Unos chicos tiraban de ella.
—¡Soltadme! —les gritó Lucy desasiéndose de ellos—. ¡Yo le vi antes!
—¡Quien lo encuentra se lo queda! —gritó otra chica fantasma.
«Se pelean por mí —pensé—. Han conseguido apartar a Lucy, pero ahora se pelean para ver quién va a poseer mi mente».
—¡Eh, déjame! —oí la voz fantasmal de una chica que se peleaba con otra.
Los fantasmas se estaban peleando entre ellos, se empujaban y arañaban unos a otros. Observé que los monitores se unían a la pelea.
—¡Basta! ¡Basta! —gritó tío Marv.
El hombre intentó detener el combate, pero no le hicieron caso y continuaron peleándose.
Mientras yo les miraba atónito y horrorizado, empezaron a girar a mi alrededor muy, muy rápido.
Cada vez más deprisa. Formaron un círculo fantasmal de campistas que luchaban, se peleaban y gritaban a mi alrededor. Chicos, chicas, monitores y tío Marv daban vueltas, luchaban y se arañaban a gran velocidad.
Se perseguían alrededor de mi hermano y de mí.
Finalmente, se convirtieron en un remolino de luz blanca.
Luego, la luz se desvaneció y se convirtió en un humo gris.
Ráfagas de humo flotaban entre los árboles y desaparecían entre las ramas temblorosas.
Alex y yo seguimos mirando hasta que el último vestigio de humo hubo desaparecido en el aire.
—Se han ido —dije—. Se han destruido unos a otros. Han desaparecido todos.
Sacudí la cabeza y aspiré profundamente el aire fresco.
El corazón todavía me latía aceleradamente. Me temblaba todo el cuerpo.
Pero estaba bien. Alex y yo estábamos bien.
—¿Se han ido de verdad? —preguntó Alex con un hilo de voz.
—Sí. Vámonos —dije cogiéndole del brazo—. Vamos. Corre. Alejémonos de aquí.
Me siguió ansioso.
—¿Adónde vamos?
—A la carretera —contesté—. Cruzaremos el campamento, iremos a la carretera y pararemos al primer coche que pase. Buscaremos un teléfono y llamaremos a papá y a mamá.
Le di una palmadita en la espalda a mi hermano.
—¡Estaremos bien, Alex! —grité contento—. ¡Estaremos en casa antes de lo que imaginas!
Caminamos deprisa por el bosque, abriéndonos paso entre matorrales y maleza, abriendo nuestro propio camino.
De camino a la carretera, Alex empezó a tararear una canción en voz baja.
—¡Uau! —grité—. Alex, ¿qué te pasa?
—¿Qué? —Me miró sorprendido.
Me detuve y no permití que avanzara más.
—Vuelve a cantar eso —le rogué.
Cantó un poco más.
¡Horrible! ¡Cantaba fatal! Desafinaba mucho y tenía una voz muy aguda.
Miré a mi hermano a los ojos.
—Elvis, ¿eres tú el que estás ahí? —grité.
De la boca de Alex salió la voz de Elvis.
—Harry, por favor, no se lo cuentes a nadie —rogó—. ¡Te juro que no volveré a cantar jamás si me prometes que no se lo contarás a nadie!