Cerré los ojos.

Esperaba oír el sonido de la caída seguido de un golpe.

Esperaba recibir el impacto de la superficie del estómago.

Esperaba…

Cuando abrí los ojos, estaba de pie en el suelo, junto a mi hermano, en una explanada cubierta de césped.

La brisa balanceaba los pinos. La luna llena se asomaba por detrás de las delgadas nubes.

—¡Eh! —grité. ¡Estaba muy contento de poder oír mi propia voz!

Me alegraba de poder ver el cielo y el suelo, de poder respirar aire fresco.

Alex empezó a dar vueltas sobre sí mismo, a girar como una peonza, mientras se reía con todas sus fuerzas.

—¡No creímos en ti! —gritó muy feliz—. ¡No hemos creído en ti y ha funcionado!

Habíamos pasado tanto miedo que nos sentíamos muy excitados al comprobar que el monstruo había desaparecido.

¡Buf! Sólo había sido una jugada de nuestra imaginación.

Yo también empecé a dar vueltas y a reírme.

Pero nos detuvimos al comprobar que de nuevo teníamos compañía.

Cuando vi todos aquellos rostros a nuestro alrededor, proferí un grito. Estábamos rodeados de rostros pálidos y brillantes ojos.

Reconocí a Sam, a Joey, a Lucy y a Elvis.

Me acerqué a Alex a medida que los campistas, los fantasmas, formaban un círculo a nuestro alrededor para cercarnos.

Tío Marv avanzó hacia el interior del círculo. Sus diminutos ojos brillaban como el fuego. Nos miró con ojos entrecerrados, muy enfadado.

—¡Cogedlos! —gritó—. Llevadlos de vuelta al campamento. Nadie se escapa del campamento Spirit Moon.

Varios monitores avanzaron rápidamente y nos agarraron.

No podíamos movernos. No podíamos correr hacia ningún lado.

—¿Qué vais a hacernos? —pregunté.