El enorme monstruo soltó un fuerte gruñido.

Abrió de par en par la peluda boca y desenrolló una enorme lengua de color morado. Al ver que tenía la lengua erizada de pinchos me quedé boquiabierto.

—¡Cuidado, Alex! —grité.

Demasiado tarde.

El suelo se movió, lanzándonos por los aires a los dos. Aterrizamos con gran estrépito sobre la lengua.

—¡Oooh! —exclamamos. ¡Era como un cactus!

Poco a poco, la morada lengua espinosa empezó deslizarse, nos llevaba hacia el interior de la enorme boca del monstruo.

—Nosotros no creemos en monstruos —le dije a Alex.

Tenía que gritar muy alto, por encima del rugido del monstruo hambriento. La lengua nos acercó a la boca. Estábamos muy cerca de las filas de puntiagudos dientes amarillos.

—¡Nosotros no creemos en este monstruo! —grité—. Es de mentira. Forma parte de una historia. ¡Si no creemos en él no puede existir!

A Alex le temblaba todo el cuerpo. Se encogió sobre sí mismo y se hizo un ovillo.

—¡Pues parece muy real! —respondió.

La lengua siguió arrastrándonos. Percibimos el fétido aliento del monstruo. Incluso distinguimos unas manchas negras en los afilados dientes.

—Concéntrate —le ordené a mi hermano—. No creemos en monstruos.

Alex y yo empezamos a corear esas palabras, una y otra vez.

—No creemos en ti. No creemos en ti.

La lengua morada nos condujo al interior de la enorme boca. Traté de agarrarme a los dientes. Pero resultaban demasiado escurridizos.

Me resbalaron las manos. Noté cómo me engullía.

Abajo, abajo. Hacia el oscuro interior.

—No creemos en ti. No creemos en ti —seguíamos repitiendo Alex y yo.

Pero nuestras voces se amortiguaban a medida que íbamos deslizándonos por la palpitante garganta de la criatura.

—Harry, ¡se nos ha tragado! —gritó Alex desesperado.

—Sigue cantando —le ordené—. ¡Si no creemos en él no puede existir!

Una ola de espesa saliva me envolvió. Cerré la boca con fuerza mientras aquella baba caliente y pegajosa se me pegaba a la piel y la ropa.

Las paredes de la garganta latían cada vez más fuerte, empujándonos hacia el interior, hacia las profundidades, hasta la enorme boca del estómago, palpitante y rugiente.

—¡Oooh! —Alex inspiró profunda y largamente en señal de derrota. Se dejó caer sobre las rodillas. También estaba cubierto de espesa saliva.

—¡Sigue repitiéndolo! ¡Tiene que funcionar! ¡Tiene que ser así! —grité.

—No creemos en ti. No creemos en ti.

—¡No creemos en ti!

Alex y yo chillamos aterrados cuando empezamos a caer.

Caíamos rápidamente hacia el interior de la agitada boca del estómago.