—¡Nooo! —volví a gritar echando la cabeza hacia atrás.
«Si sigo gritando me mantendré despierto —me dije a mí mismo—. Y podré rechazar a Lucy de mi cuerpo. Expulsarla».
—¡Nooo! —rogué en medio de la niebla que me rodeaba como un torbellino.
»¡Nooo!
Empecé a sentir que el frío me abandonaba.
—¡Nooo!
Apreté con fuerza los brazos, me froté las mejillas, consciente de que estaba recuperando la sensibilidad.
—¡Nooo!
De pronto me sentí más ligero y completamente despejado.
«¡Lo he conseguido! —comprendí—. ¡Me he deshecho de Lucy!».
Pero ¿cuánto tiempo tardaría en volver a intentar poseerme?
Respiré profundamente dos veces.
«Respiro —me dije a mí mismo—. Soy yo… y puedo respirar».
Ahora tenía más fuerzas. Bajé la cabeza y me lancé a través de la niebla.
Mis zapatillas de deporte resonaban contra el suelo, de vuelta a la cabaña.
Las luces estaban apagadas. Los chicos ya se habían metido en la cama.
Me apresuré a entrar en la cabaña, la contrapuerta se cerró de golpe detrás de mí.
—¿Qué pasa? —preguntó Sam.
No le contesté.
Crucé la habitación a toda prisa, agarré a mi hermano y le sacudí con fuerza.
—Vamos. Date prisa —le ordené.
—¿Qué ocurre? —Alex me miró sin abrir apenas los ojos, medio dormido aún.
No pronuncié una sola palabra. Le alcancé los pantalones cortos y las zapatillas.
Oí que los otros chicos se movían en sus literas. Joey se sentó en la cama.
—Harry, ¿dónde estabas? —preguntó.
—Hace diez minutos que dieron la orden de apagar las luces —dijo Sam—. Vamos a tener problemas por tu culpa.
No les hice caso.
—¡Alex, date prisa! —susurré.
Tan pronto como se hubo atado las zapatillas lo agarré por el brazo y lo arrastré en dirección a la puerta.
—Harry, ¿qué pasa? —preguntó.
—¿Adónde vais? —oí que preguntaba Joey.
Empujé a Alex hacia el exterior. La contrapuerta dio un portazo.
—¡Corre! —grité—. Te lo explicaré luego. Tenemos que salir de aquí, ¡ahora!
—Pero Harry…
Empujé a Alex por el césped. La niebla ya no era tan espesa, ahora permitía que la luz de la luna nos iluminara un poco. Seguimos el camino hacia el bosque.
Las zapatillas resbalaban sobre el césped húmedo. Sólo se oía el chirrido de los grillos y el sonido del viento que agitaba los pinos.
Un minuto o dos más tarde, Alex quiso detenerse para recobrar el aliento.
—¡No! —insistí—. Vamos. Nos seguirán. Nos encontrarán.
—¿Adónde vamos? —preguntó Alex.
—A lo más profundo del bosque —respondí—. Tan lejos del campamento como podamos.
—No puedo correr más, Harry —protestó mi hermano—. Me duele el costado y…
—¡Son fantasmas! —grité—. Alex, sé que no vas a creerme pero… tienes que intentarlo. Los chicos, los monitores, tío Marv… ¡Todos son fantasmas!
Alex mostraba una expresión cada vez más solemne en el rostro.
—Ya lo sé —contestó con voz apagada.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —le pregunté.
Nos metimos entre dos troncos de árbol que se cruzaban. Por encima del chirrido de los grillos oía las olas que rompían en la orilla del lago, más allá de los matorrales.
«Todavía estamos demasiado cerca del campamento», me dije a mí mismo.
Empujé a mi hermano en dirección contraria, lejos del lago, adentrándonos en el bosque a través de las altas hierbas y los matorrales.
—Alex, ¿cómo lo sabes? —volví a preguntarle.
—Me lo explicó Elvis —contestó, y se secó el sudor de la frente con el brazo.
Nos agachamos para evitar las ramas de un alto arbusto espinoso. Rocé las espinas con la cabeza. Sin pensar en el dolor que sentía, seguí caminando.
—Elvis dijo que la historia de fantasmas de la niebla era real —prosiguió Alex—. Yo pensé que sólo quería asustarme. Pero luego, él… él… —Se le quebró la voz.
Corrimos hasta una pequeña explanada. Allí la luz de la luna hacía resplandecer el césped. Dirigí la mirada hacia un lado, luego hacia el otro. No sabía en qué dirección correr.
Aplasté un mosquito que tenía en el brazo.
—¿Qué hizo Elvis? —le pregunté a Alex.
Él se peinó hacia atrás la oscura cabellera con los dedos.
—Intentó apoderarse de mi mente —me explicó con voz temblorosa—. Empezó a flotar en la niebla. Y luego sentí mucho frío.
Se oyó el crujido de unas ramitas y luego el de hojas secas.
¿Serían pasos?
Empujé a Alex hacia los árboles, fuera de la explanada.
Nos pegamos al tronco de un árbol muy ancho y escuchamos.
Ya no se oía nada.
—Quizás haya sido una ardilla o cualquier otro animal —susurró Alex.
—Es posible —contesté y escuché atentamente.
Por entre las copas de los árboles se veía la luz de la luna que dibujaba sombras danzantes sobre la suave explanada.
—Tenemos que seguir —dije.
«Todavía estamos demasiado cerca del campamento. Si los fantasmas nos siguen…», no quise seguir pensando. No quería imaginar lo que podría ocurrir si venían tras nosotros y nos cogían…
—¿Por dónde se va a la carretera? —preguntó Alex mientras escudriñaba por entre los árboles—. No está muy lejos del campamento, ¿no? Si conseguimos llegar hasta la carretera, seguro que nos recoge algún coche.
—Buena idea —dije.
¿Cómo no se me había ocurrido?
Allí estábamos, en medio del bosque, lejos de la carretera, y sin saber qué dirección tomar para encontrarla.
—Tiene que ser por ahí atrás —decidió Alex señalando con el dedo.
—No. Ése es el camino de vuelta al campamento —aseguré.
Empezó a contestar algo, pero un fuerte ruido le detuvo.
—¿Has oído eso? —susurró.
Lo había oído.
Volvimos a oírlo de nuevo.
Era un fuerte ruido, y estaba muy cerca.
—¿Es un animal? —pregunté en voz baja.
—M-me… pa-parece…, me parece que no —tartamudeó Alex.
BUM.
Más fuerte.
«¿Será un fantasma? —me pregunté.
»¿Nos habrá encontrado alguno de ellos?».
—¡Rápido, por aquí! —ordené. Cogí a Alex de la muñeca y lo arrastré con fuerza.
Teníamos que alejarnos de aquel ruido espeluznante, fuera lo que fuera.
BUM.
Más fuerte.
—¡Éste no es el camino! —grité.
Nos dimos la vuelta y echamos una mirada hacia la explanada.
BUM.
—¿Por dónde? —gritó Alex—. ¿Por dónde? Se oye… ¡se oye por todos lados!
BUM.
Y entonces, desde algún lugar situado exactamente delante de nosotros, surgió una profunda voz que dijo gruñendo:
—¿POR QUÉ ESTÁIS SOBRE MI CORAZÓN?